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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ir en avión

   Manuel esperó para ser el último en la fila para entrar al avión. La verdad era que nunca antes se había subido a uno de esos aparatos y ahora tenía que hacerlo para tener acceso a una herencia que nadie más iba a reclamar. Un tío abuelo lejano había muerto y solo había puesto en su testamento que la mitad de su dinero debía ir a su familiar vivo más cercano. Como Manuel ya no tenía padres y había sido hijo único, lo ponía de una vez en el primer lugar. Un abogado tuvo que revisar que en efecto fuese la única persona de la familia del hombre muerte que estuviese vivo y eso demoró un par de meses. Pero al final todo salió a favor de Manuel y le anunciaron que una cantidad generosa seria suya. El único inconveniente era que tenía que viajar a Europa para conseguirlo.

 Eso lo desanimó bastante porque no tenía ni idea que a su tío abuelo se le hubiese ocurrido irse a vivir tan lejos. Aunque, al fin y al cabo, ni siquiera sabía muy bien quién era él. Sabía que estaba relacionado con su padre, que había muerte hace ya diez años de un ataque cardiaco. Pero su padre jamás lo había mencionado, ni nadie más de la familia para ser sincero. No era de extrañar que al comienzo Manuel no estuviera muy convencido de esa herencia pues todo parecía una broma de mal gusto. Es que, si se ponía a pensar, a quién le sale todo ese dinero de la noche a la mañana, y todo por un pariente muerte del que no sabe nada? Pero menos mal decidió creer porque de lo contrario tal vez no estaría a punto de hacer lo que iba a hacer.

 El tío había dejado el país para sentarse en España y por eso Manuel ahora debía tomar un vuelo de casi diez horas, por encima del océano, para luego allí firmar unos papeles para hacer efectiva la herencia. El problema estaba en que Manuel jamás en la vida había volado. Había visto aviones de niño y había tenido varios aviones de juguete pero todo sus viajes, fuesen familiares o del colegio, habían sido por tierra. Nunca había tenido la necesidad de subirse a un avión y la verdad era que le preocupaba un poco aquello de subirse en un aparato para cruzar por encima de solo agua y así llegar tan lejos. Y encima tenía que hacerlo de nuevo para volver a casa. Para él, fue una tortura pensarlo.

 Pero si quería el dinero, no había más opción. Compró el boleto y esperó las semanas que lo separaban de la fecha con gran nerviosismo y anticipación. La semana del viaje sus amigos intentaron calmarlo porque parecía al borde de un ataque de nervios. Estaba preocupado por todo, desde a que altitud volaría el aparato hasta si se presentaban huracanes ese preciso día. Los conocidos que tenía que sí habían volado en avión le explicaron el proceso pero él seguía muy estresado. Es que además de todo Manuel era un poco claustrofóbico y la idea de estar encerrado doce horas no le era muy atractiva.

 Había estado mucho tiempo en automóviles pero con la ventana abierta y haciendo paradas para comer u orinar. Un avión no hacía esas paradas y mucho menos se podía abrir la ventana, entonces su preocupación fue creciendo exponencialmente hasta que llegó el día del viaje. Estaba temblando de arriba abajo mientras cruzaba los controles, algo que sabía no era bueno pues podían sospechar de él la policía. Pero por suerte no le dijeron nada. Abordó de último y lo hizo respirando profundo varias veces, como si estuviese a punto de lanzarse a un tanque lleno de tiburones. Su silla estaba hacia la mitad del avión y le agradeció a una de las auxiliares de vuelo que lo acompañara a su silla. Le explicó donde guardar sus cosas y él aprovechó para preguntarle si tenían medicina para dormir. La joven dijo que no.

 Manuel se sentó en su silla y miró por la ventanilla. No habían comenzado a volar y la gente ya se veía pequeña, como le habían contado. Revisaban una y otra cosa y entonces Manuel se dio cuenta que ese hubiese sido el mejor momento para ser un hombre creyente. Él no creía en nada en particular pero sí suponía que una persona muy religiosa sabría no sé cuantos rezos para pedir que el avión llegara seguro a su destino. Por culpa de ese pensamiento surgieron otros, que él trató de eliminar de su mente lo más rápidamente posible. Pero fue el anuncio de salida del capitán del vuelo el que lo dejó frío y sacó todo de su mente.

 Era increíble la manera en que se cogía de los brazos del asiento, casi como si quisiera arrancarlos. A su lado estaba una pareja que lo miraba con curiosidad pero él no se dio cuenta de nada pues estaba tratando de no consumir ni mucho aire ni mucha saliva. Veía por la ventanilla como el avión carreteaba hasta la punta de la pista. Vio salir uno, luego dos, luego tres aviones. No tenía idea que hubiese trancón en las pistas de un aeropuerto. Por fin llegaron a la cabecera y entonces el avión se quedó quieto por un momento y después todo empezó a temblar pero también era Manuel que temblaba como loco. Todo pasó bastante rápido y en poco tiempo estuvieron en el aire, donde la presión empezó a hacer lo suyo.

 Una amiga le había aconsejado a Manuel comer chicles para evitar la molestia en los oídos así que buscó en su mochila y se echó muchos en la boca, formando una masa enorme dentro de ella. Era molesto masticarla pero lo más chistoso es que funcionaba. Nervioso, miró por la ventanilla y por primera vez en su vida vio la ciudad por arriba. Se veía todo como en un juego o algo así. Trató de buscar su casa pero se dio cuenta que estaba para el otro lado. Todavía estaba cogido con fuerza de los brazos de la silla pero al menos estaba mirando para afuera así que no podía ser todo tan malo. Pronto la nave se estabilizó y el capitán hizo otro anuncio.

 Aunque podía quitarse el cinturón de seguridad, Manuel se lo dejó puesto lo que más pudo. No se soltó de los brazos de la silla hasta que una hora después se anunciara el comienzo del servicio de la cena. Mucha gente le había dicho que la comida de los aviones no era muy buena así que él venía preparado con dos sándwiches que había comprado en el aeropuerto. Los tenía guardados en su mochila pero primero quería ver a que sabía lo que servían en el avión. Mientras esperaba a que pasara la señorita, se dio cuenta de que seguía temblando y de que no solo era por los nervios sino por el frío. Abrió su mochila para sacar un saco pero entonces llegó la señorita y se enredó bastante para ponerse el saco y recibe la bandejita que le estaban extendiendo. La pareja de al lado lo miraba perpleja.

 Cuando por fin tenía los brazos bien puestos en las mangas del saco, otra señorita pasó ofreciendo las bebidas. Él decidió pedir un café y jugo de naranja. El café era para el frío tan horrible que empezaba a sentir y el jugo para acompañar su comida y tal vez los sándwiches si se comprobaba que la comida no era suficiente. Pero, a pesar de ser una porción pequeña, Manuel quedó encantado con la comida. Le parecía incluso que debían vender algo así para la casa, como para cuando la gente no tiene ganas de cocinar ni de productos demasiado grasosos como la pizza. Comió todo con ganas y decidió dejar los sándwiches para después. Fue una sorpresa que, después de que recogieran la bandejita y los vasos, Manuel se quedara profundamente dormido.

 No tuve ningún tipo de sueño o pesadilla, más bien una sensación rara de vez en cuando. Se despertó de golpe y se dio cuenta de que era porque había bastante turbulencia. Parecía como si un monstruo enorme estuviese afuera tratando de comerse el avión. De nuevo, Manuel comenzó a temblar como una hoja e incluso algunas lágrimas salieron de sus ojos. No quería morir y menos así. Hubiese sido además muy trágico morir precisamente cuando estaba a punto de tener el dinero necesario para saldar cuentas y de, una manera u otra, empezar una nueva vida sin deudas ni preocupaciones más allá de las prioritarias.

 Pero pronto dejó de sacudirse el avión e incluso avisaron que daban comienzo al servicio de desayuno. Manuel estaba tan confundido que no se secó las lágrimas así que tanto la pareja vecina como la señorita que le diño la bandeja parecían asustados de verlo así. Él se secó la servilleta del desayuno y pidió las mismas bebidas de antes. Comió todo con gana y le dio risa enterarse de que había dormido seis horas sin despertarse una sola vez. Eso no le pasaba nunca en casa. Todavía con frío, miró por la ventana y vio el océano extenderse para siempre, con el sol que empezaba a brillar sobre él. El capitán anunció que aterrizarían en una hora. Y así fue. Allí lo esperaba un abogado para ir a firmar de una vez todos los papeles.


 Se quedó en la ciudad por dos días más, visitando otras oficinas y sellando todo lo relacionado con el testamento pero también conociendo porque hubiese sido terrible viajar tanto y no ver nada. Se dio cuenta que había tenido miedo por nada y que no debía nunca adelantarse a las cosas pues no se sabía que podía pasar. Un primer ejemplo era que había heredado más dinero de lo que le habían dicho en un principio. Y lo segundo fue que, ya en el aeropuerto, le anunciaron que por cuestiones del vuelo, había sido ascendido a clase ejecutiva, por lo que disfrutaría mucho más su viaje de vuelta. Sonrió y esta vez estuvo de primero en la fila. Y eso que a él no le gustaba viajar en avión.

sábado, 1 de agosto de 2015

Sobre el hombro

   Hugo se miró al espejo cuarteado y se dio cuenta de que ya no era él. Había removido cada pelo de su cabeza y de su cara y se había cambiado por una ropa que jamás en la vida había usado: tenía una chaqueta de cuero negro, jeans bastante apretados y unas botas militares que había tenido en el fondo del closet por años. Su ropa de antes, incluyendo la corbata de la que alguna vez había estado orgulloso, estaba en una bolsa que iba a tirar en un contenedor de la terminal. Limpió el espacio lo mejor que pudo, tomó la bolsa y una mochila que había contra la pared y entonces se miró la cara una última vez. Desde ahora era alguien más y ya nunca quién había sido hasta entonces.

 Ahora tenía documentos con el nombre de Jefferson Martínez y ese era quién iba a ser. Como planeado, tiró la bolsa con la ropa y algunas otras cosas a la basura y solo se quedó con su mochila que tenía solo cosas que eran de Jefferson, y no de su nombre anterior. Para él,  ya todo había cambiado. Lo siguiente era comprar un pasaje hacia otra ciudad y empezar a perderse por el mundo, lejos de la ciudad que era su único enlace con una vida que ya no le pertenecía. Era una vida que otros y él habían corrompido hasta el punto que ya no servía para nada. Por eso la dejaba en la basura y tomaba una nueva, que era totalmente nueva y solo de él. Compró un pasaje hacia una ciudad de frontera y se subió al bus pocos minutos después. Cuando dejó la ciudad atrás, se sintió en calma.

 No había sentido la calma desde hacía años pero se sacudía la cabeza y recordaba que eso que recordaba no era propio sino de alguien más. Así que se dedicó a ver cual sería su siguiente paso al llegar a la ciudad fronteriza. Lo mejor, creía él, era cruzar y en ese otro país dirigirse a una ciudad de tamaño medio pero con vuelos internacionales. Desde allí sería más fácil tomar un vuelo fuera del continente y entonces ya podría pensar en asumir su nueva vida como debía ser. Se recostó en el asiento y vio como los edificios desaparecieron y le daban paso al campo y las montañas que surcaban el país por todas partes. El recorrido era entre valles y abismos, cosa que siempre había odiado.

 Cansado, se quedó dormido rápidamente y solo se despertó cinco horas más tarde, cuando habían recorrido la mitad del trayecto. Lo malo fue que la parada no era para comer o descansar sino por un puesto del ejercito. Jefferson respiró hondo y bajó del bus. Cada hombre era revisado en un lado, las mujeres del otro. Daban sus documentos y los requisaban. Jefferson dio el suyo y el militar lo revisó sin mayor interés. Pidió que siguiera el siguiente y así. Tras algunos minutos, todos los pasajeros estuvieron de nuevo dentro del bus en camino a su destino. Jefferson casi no podía creer que todo hubiese funcionado tan bien. Ahora sabía que su nueva vida tenía un futuro.

 Tras otras cuatro horas de viaje, el bus por fin llegó a su destino. La ciudad era pequeña y olía a mal por alguna razón. Pero eso a Jeff no le importaba nada. Se dirigió rápidamente al puesto fronterizo e hizo sellar su pasaporte. Esa misma noche pasó y compro otro pasaje, esta vez a una ciudad llamada Puerto Flor, que era la capital de provincia y tenía un solo vuelo comercial al extranjero, hacia Estados Unidos. Esa era la ruta perfecta ya que nadie revisaría en un aeropuerto tan pequeño. Esperó frente a una tienda a que llegara el bus que lo llevaría a ese puerto. Mientras esperaba notó algo extraño: había una camioneta negra impecable en el pueblo, evidentemente propiedad de alguien que no vivía allí.

 Lo que le llamó la atención fue más el hecho de que ya había visto vehículos similares cuando casi lo… Cuando casi atrapan a alguien que conocía. Esas camionetas habían estado frente a su casa y su trabajo y de ellas salían tipos que eran del tipo que salen y hablan amablemente. Recordaba como había visto golpear a gente que conocía y como esos hombres creían tener derecho a hacer lo que quisieran, incluso torturar con sus cigarrillos o con golpes certeros. Eran unos monstruos y Jeff sabía que no podía esperar nada bueno si ellos estaban en la cercanía. Pero su miedo fue infundado pues un hombre, ganadero por el aspecto, se subió a la camioneta poco antes de que llegara el pequeño bus.

 En dos horas estuvo en el aeropuerto provincial pero tendría que pasar la noche allí: el vuelo a Estados Unidos era hasta el mediodía siguiente. Era casi la una de la mañana pero a él las horas y los horarios le habían dejado de importar hace mucho. No tenía nada de sueño porque había decidido que dormir era un privilegio que no todo el mundo tenía y menos él que todavía debía estar pendiente de sus movimientos y de los movimientos de los demás. Tenía que andarse con cuidado y por eso, aunque hubiese querido, no podía dormir. El aeropuerto estaba desierto y se sentó en unas sillas, en la oscuridad. Allí, tuvo por un momento un sentimiento de culpa que se asentó sobre su cuerpo.

Esto no era porque había dejado a ese otro hombre en su pasado sino porque había dejado mucho más. El dinero y todos los objetos que había tenido no eran lo más importante, sino las personas. Su familia seguramente estaba fragmentándose y con un dolor inmenso. No era todos los días que un hijo moría de forma tan horrible y después de descubrirse tantas cosas tan feas de él. Pero así había ocurrido y para ellos su familiar, su querido hijo y hermano, estaba muerto y no había nada que pudieran hacer para traerlo de vuelta. Jeff había tenido que matarlo y hacerlo bien para que nadie nunca más preguntar por él o por lo que había hecho.

 Cuando abrieron las tiendas, Jeff compró algo de comer y de tomar y así hizo que pasara el tiempo mientras era la hora de su vuelo. Cuando fue a limpiarse y a orinar al baño después de comer, vio de nuevo algo que lo inquietó: era uno de los hombres de las camionetas. Se lavó las manos, no se las secó y salió de allí con paso acelerado. Cruzó los mostradores de emigración y se sentó en la sala de espera ya que, aunque faltaban todavía seis horas, le parecía mejor esperar en un lugar más seguro que la parte exterior de la terminal. No podía sentarse ni hacer nada más que no fuera caminar de un lado a otro y pensar mil veces en lo mismo: era ese uno de hombres que lo habían querido inculpar de tantas otras cosas? Él había sido ladrón pero nunca nada más que eso.

 Él junto con otros habían desarrollado un plan ingenioso para robarle a la gente sus bienes sin que se dieran cuenta, para luego revenderlos y así ganar dinero. Las personas solo se daban cuenta tiempo después y jamás sabían que les había pasado y porqué. Solo se lo hacían a gente con dinero y luego fueron escalando, aliándose con personas que les pagaban por hacer ese mismo truco. Pero entonces uno de sus aliados se comprometió con el hombre equivocado y entonces todo se fue derrumbando. En ese momento aparecieron los hombres de las camionetas. Seguramente eran de algo parecido al FBI pero nunca mostraban identificación y hacían lo que querían antes de que llegase la policía.

 Jeff, o más bien quién era antes, escapó milagrosamente de todo eso y ahora era una persona totalmente diferente a quien había sido por treinta años. Al hombre de antes nunca se le hubiese visto sin los zapatos bien lustrados, sin corbata o sin un destino fijo en la vida. Ese tipo sabía lo que quería y tenía todo meticulosamente planeado, incluso cuando iba a hacer algo que no estaba particularmente bien con el resto del mundo. Ese hombre era controlador y prefería ser dominante y tener el poder. Por eso había hecho las cosas como las había hecho y la verdad era que jamás lo hubiesen cogido si no hubiese sido por los errores de otros, mucho menos inteligentes y controladores que él.

 Por fin anunciaron el abordaje del vuelo y Jeff hizo la fila pronto para entrar rápidamente. Cuando estuvo en el avión seguía preocupado: era le hombre que había visto en el baño de los mismos que lo acosaban o había sido solo una visión que su cabeza le había puesto, jugando con él y con su miedo a dejar de ser por completo? La puerta del avión fue cerrada y al poco tiempo ya estaban en la pista, rodando y despegando hacia un lugar lejano de allí en el que Jeff sentía que por fin podría vivir en paz. Hallaría alguna profesión en la que pudiese ser bueno y entonces viviría tranquilo, sin estar mirando sobre su hombro a cada rato.


 El avión entonces explotó, solo unos cinco minutos después de despegar. En el estacionamiento del aeropuerto, dos hombres vestidos de negro y corbata, recostados en una camioneta negra, veían los pedazos volar y la gente correr de un lado a otro, gritando. Se sonrieron mutuamente y entraron a la camioneta. Ni Hugo ni Jeff nunca supieron con quienes se habían metido y quienes habían sido los artífices de su muerte. Y nunca nadie lo sabría pues eran seres de las sombras y de la muerte.

domingo, 28 de junio de 2015

Separación

   Siempre será difícil separarse y tener que decir adiós. En cualquier contexto, despedirse de alguien permanentemente es algo que puede sacarnos lágrimas, eso sí es que estimamos de verdad a la persona que estamos despidiendo. Incluso puede que no sea algo permanente  y de todas maneras va a doler y va a ser algo que pensar en los próximos días. Despedirse es difícil, sea cual sea la situación, porque implica una separación y los seres humanos siempre hemos sido dependientes. Esa imagen de luchadores incansables que van por la vida solos es una ilusión ya que prácticamente nadie es así. Todo el mundo tiene a alguien que le preocupa, que quieren volver a ver en algún momento o que los hace pensar lo mejor de la humanidad.

 Tal vez la despedida más difícil sea la que es permanente, es decir, la que hace uno con los que murieron o van a morir. Con frecuencia, uno no tiene la oportunidad de decir adiós y siempre hay un sin sabor, una vocecita en la cabeza que le dice a uno que siempre hubo algo que le quiso decir a la persona o que quiso hacer con él o con ella. Eso pasa con los abuelos, pro ejemplo. Son personas que tal vez nadie acabe conociendo nunca porque siempre existe una barrera generacional que es difícil de superar. Son personas tan distintas y con una situación de vida tan diferente a la propia, que seguido la gente está arrepentida de no haberlos podido conocer, así haya sido siempre un imposible poderlos conocer mejor.

 Además, la muerte es siempre algo difícil porque no es algo que queramos ver a la cara. Así que siempre hay una relación complicada con afrontarlo y estar en paz con ello. Cuando la gente tiene la oportunidad de despedirse, es algo muy preciado y que ocurre en pocas instancias. Más que todo ocurre con personas de edad y tal vez estén inconscientes pero eso no importa. Lo verdaderamente importante es que uno tiene una posibilidad casi remota de poder decirle a la persona lo mucho que apreció su compañía, su amistad, su dedicación y cuidado y que se le extrañará por mucho tiempo. Dependiendo de la relación con la persona puede variar lo difícil que esta situación.

 Es decir, si la persona que se está despidiendo es el hijo o la hija de quién está muriendo, pues será una situación bastante complicada, pero de todas maneras una gran oportunidad que muy pocos tiempo. Y al fin y al cabo la despedida con cualquier ser humano es algo inevitable porque somos seres que no podemos vivir más allá de cierta cantidad de años, no somos eternos y tenemos una fecha de vencimiento, casi siempre desconocida. Lo mejor es tratar de vivir la vida de manera que cuando llegue el momento, podamos ver hacia atrás y darnos cuenta de que lo disfrutamos todo, que hicimos todo lo que queríamos y podíamos y que aprovechamos cada oportunidad que se nos presentó. Esa es la mejor manera de vivir y también la mejor manera de despedirse del mundo.

 Pero hay despedidas que, aunque permanentes, no tienen que ver nada con la muerte. Seguido, es el amor el que tiene mucho que ver allí o la amistad. O más bien la falta de ambos porque cuando cortamos relaciones, también por razones fuera de nuestro control, es otra razón más para despedirse de manera permanente. A veces nuestros sentimientos terminan o cambian y simplemente tenemos que dejar ir a las personas. A veces esto es algo voluntario y otras veces no pero eso no quiere decir que duela más o menos. La separación siempre es difícil solo que a veces puede ser más complicado para nosotros y otras veces puede serlo más para la otra persona involucrada en el asunto.

 Cuando decidimos dejar de vernos con alguien, sea un amigo que dejó de serlo o sea un amante que dejamos de querer, es algo que forma carácter ya que hemos sido nosotros los que decidimos cual es el destino de las cosas. No es que todo haya sucedido para terminar así sino que tomamos una decisión basada en los acontecimientos que hayan podido tener lugar o no, con esa persona. El amor es un sentimiento y los sentimientos no son eternos. La gente cree que el amor es invencible y que nunca se marchita ni se acaba, que es como un motor que funciona de aquí a la eternidad, como si no tuviera nada mejor que hacer. Y eso no es verdad, el amor es como el odio, la felicidad, la tristeza y otros; es algo que simplemente o cambia o se muere y eso no tiene porqué ser nada malo. Los sentimientos son así para ayudarnos a ver lo que sucede y a cambiar.

 Cuando nosotros tomamos una decisión, a veces es difícil pero una vez estamos en camino nos damos cuenta de que fue lo mejor. El dolor puede ser mayor o menor pero, como todo, ya pasará y seguramente lo hemos vivido antes y si no, a aguantar. Lo difícil es cuando toman la decisión por nosotros y alguien nos dice que ya no nos quiere allí, que ya no nos necesita y que es mejor que despejemos su vida y no dejemos rastro alguno de nuestra existencia. Eso sin duda es más difícil porque no están echando y todo ser humano se siente mal cuando lo sacan de alguna parte porque ya no es bienvenido.

 Y, como se dijo antes, no tiene porque ser todo acerca de un amor romántico. A veces puede ser una amistad que simplemente se termina y hay que dejarla ir. A veces puede que se termine por las distancias físicas y otras veces puede que lo haga porque no se trabajó lo suficiente en mantener las cosas vivas. Una amistad, como cualquier otra relación, necesita trabajo y que las personas involucradas se decidan a hacer lo mejor para que las cosas crezcan y beneficien a ambos. Pero cuando las cosas terminan, suele ser más duro que con una relación amorosa por el sencillo detalle que las amistades normalmente duran mucho más y son años de recuerdos.

 Ya a lo último están las despedidas menos trágicas, menos definitivas y no tan dramáticas pero que pueden ser difíciles de varias maneras. Es el caso de cuando nos vamos en un largo viaje y no despedimos de quienes queremos sin saber si los vamos a volver a ver. Esto puede sonar un poco macabro pero no es más que la realidad de la vida: los seres humanos morimos y con frecuencia morimos de un momento a otro, sin previo aviso y muchas veces en circunstancias que jamás hubiéramos podido prever. Y eso algo que siempre tenemos presente, sobre todo cuando nos separamos de lo que siempre hemos tenido cerca y nos aventuramos al vacío que es la experiencia humana.

 Es difícil. Porque seguramente quisiéramos tenerlos a todos cerca. Cuando estemos allá lejos, solos, quisiéramos tener un abrazo de papá, una caricia de mamá, algún chiste tonto de un hermano o la sabiduría de una abuela. Quisiéramos tener a nuestros amigos cerca para que nos den impulso y para recordarnos seguido quienes somos y adonde es que queremos ir. Pero obviamente no los podemos tener cerca y eso duele, eso entristece y pro eso los primeros meses en un lugar lejos de casa pueden ser muy difíciles. Cuando no hay boleto de vuelta ni seguridad de nada, es algo difícil porque significa cambiar todo lo que sabemos de la vida y, como un bebé, volver a aprender lo que sabemos, de otra forma y solo dependiendo de nuestra capacidad para resolver problemas y ver como podemos seguir avanzando por nosotros mismos.

 Esa separación al fin y al cabo puede ser solo transparente y tiene sus recompensas porque después de enseñarnos todo de nuevo, podemos ver con diferentes ojos a todas esas personas que ayudaron a hacernos tal como somos hoy y como seremos tal vez hasta el día que muramos. Volverlos a ver es un alivio pero también se puede asumir como un reto personal ya que queremos haber crecido para ellos, tener nuevas cosas que decir y que contar, parecer tal vez más sabios y menos dependientes de lo que éramos cuando nos fuimos. El dolor de la separación tiene entonces su recompensa porque quienes nos aman de verdad siempre estarán contento por nosotros y nuestros logros.

 La separación es algo difícil. Como dijimos al comienzo, somos seres que necesitan ser sociales e interactuar para poder seguir adelante, para poder sentirnos como parte de algo que es más grande que todos nosotros. Amigos, familia, conocidos; todos ellos nos impulsan y tal vez a veces nos frenan pero el hecho es que nos retan a vivir, a seguir para donde podamos ser una mejor versión de nosotros mismos. Así que cuando nos separamos de alguien, sea para siempre, por decisión propia o solo por un instante de la vida, deberíamos recordar y darles las gracias por lo que nos enseñaron porque cada vivencia es una enseñanza y cada enseñanza es una lección que nos hace más nosotros.


 En las noches, volvemos a nosotros, volvemos a nuestro interior solitario pero siempre agradecemos los recuerdos que tenemos inevitablemente con los demás. Puede que en verdad nunca nos separemos, que siempre estemos juntos sin importar nada más.

martes, 2 de diciembre de 2014

Fado de Lisboa

Era como estar en un sueño. Casi no había ruido, el clima era tibio y solo había un par de nubes paseándose por el cielo. Era el día perfecto para caminar, tomar fotos y conocer mejor la ciudad. Y eso era precisamente lo que Gabriela estaba haciendo.

Lisboa había sido una opción de última hora para sus vacaciones de semana santa. Había muchas opciones pero algunas más costosas que otras y al final de cuentas Lisboa era un destino no tan lejano y relativamente barato. Se estaba quedando en un pequeño hotel cerca del centro con todas las comodidades. Ella esperaba llegar a un lugar oscuro y feo pero resultó siendo un hotel con todo lo necesario y, lo mejor, limpio.

Era su primer día en la ciudad así que se había puesto sus zapatos más cómodos y ropa ligera. Hacía varias horas que caminaba y ya había tomado varias fotos y, ahora que estaba en un mirador, sentía un gran dolor de pies. Buscó entonces un restaurante y se sentó en la terraza, para así seguir viendo a la gente pasar y la calle antigua en la que estaba.

Para comer, pidió algo típico del país: la entrada fue un rico caldo verde, que aunque caliente, ayudaba a calmar el hambre que ahora sentía. Su estomago había empezado a hacer ruidos hace poco y el caldo ayudaba a calmarlo.

Entonces escucho música y miró adonde estaban tocando pero no lograba ubicarlos. El mesero le puso el siguiente plato, pastel de bacalao con ensalada y se dio cuenta de que ella escuchaba con atención la melancólica música que se escuchaba a lo lejos.

Con una mano, y al parecer dándose cuenta de que Gabriela no sabía portugués, le señaló una ventana en un edificio diagonal al restaurante. Desde allí podía ver solo a una mujer que estaba sentada y cantaba apasionadamente.

Gabriela le agradeció al señor y comenzó a comer lentamente, a la vez que escuchaba el canto del grupo musical que estaba en ese apartamento, seguramente ensayando. La verdad era que no necesitaban hacerlo ya que, para ella, se oían excelente. La música era melancólica pero apasionada y sensible al mismo tiempo.

Mientras comía el delicioso bacalao, trató de entender las palabras y, por lo que entendía, la canción iba sobre la ciudad, sus esquinas y rincones y sus historia rica en leyendas y mitos espectaculares. Parecía una postal perfecta escuchar la música, comer la comida y estar sentada allí.

Gabriela se había sentido sola desde hacía mucho tiempo. Hace unos meses había terminado una relación de un año y, sin su familia, había sido difícil seguir adelante normalmente. A veces se encontraba a si misma llorando desconsolada sin razón aparente. Ella lo explicaba diciéndose a si misma que no había hecho bien el proceso de dejar ir a la persona. A decir verdad ella solo había estado enamorada unos meses pero una infidelidad siempre duele aunque no lo culpaba por eso sino por la mentira.

En todo caso era algo del pasado y ahora debía enfrentarse a estar sin compañía permanente. No era buena haciendo amigos así que no tenía muchas personas con quienes pasar el rato. La mayoría vivían ocupados, incluso ya estaban casadas y con hijos, y ella comprendía que eso no dejaba mucho margen para salir con las amigas.

Este viaje era también uno más de sus intentos de adquirir otros intereses fuera del trabajo. Y de hecho también pensaba estudiar o de alguna forma cambiar su vida porque su trabajo la aburría de sobre manera y pensaba que esa no era forma de vivir, así la mayoría de gente viviera así.

Al terminar el bacalao, también terminó la banda su ensayo. El mesero vino con un pastel de Belém y la cuenta. Ella le agradeció y comió medio pastel de una vez porque ya era tarde y quería visitar al menos dos lugares más antes de volver al hotel.

En ese momento salieron del edificio los miembros de la banda. Algunos tomaron hacia el lado opuesto de la calle mientras la cantante y otros dos hombres caminaban hacia el restaurante. Gabriela los miró y la joven cantante le sonrió. Esto la animó a hablar.

 - Me gustó mucho su música.

No tenía ni idea si ellos habían entendido, porque por un momento solo la miraron, así como hizo una pareja que comía a un par de mesas de ella. Se sonrojó, sonrió a forma de saludo y le dio otro mordisco al pastel.

La cantante entonces habló con sus compañeros, quienes se fueron. Ella se acercó a Gabriela y habló en español, bastante acentuado:

 - Puedo? - dijo, señalando una silla.

Gabriela asintió y, lo primero que dijo, fue que le había encantado la última canción que habían practicado. No entendía toda la letra pero creía que sin duda era una muy buena melodía y transmitía muchos sentimientos.

La joven cantante, llamada Raquel, le contó que esa era su canción favorita y por eso la cantaba siempre al final. Le parecía que decía todo lo que había que decir de la ciudad. Ella había viajado por el mundo estudiando y cantando pero siempre volvía a su ciudad porque creía que había algo atractivo y escondido allí, muy especial.

Gabriela le confío que solo había estado allí un día pero que ya sentía lo que Raquel mencionaba. Entonces la joven cantante la invitó a su hogar para que conociese a su familia y prometió hacer de guía el resto de días.

Las dos se hicieron amigas con rapidez y Raquel resultó esencial para que Gabriela tomara una decisión que cambiaría toda su vida: sin pensarlo mucho, regresó a su hogar tras una semana de vacaciones, renunció a su empleo, tomó todas sus posesiones (que no eran muchas) y se mudó a Lisboa. Allí empezó a estudiar cocina, algo que siempre le había gustado pero no había tenido la valentía de asumir. Y Teresa fue su ayuda durante todo el proceso.

Meses después, relajándose en una playa, pensó en como habían sucedido las cosas. Todo había sido muy apresurado pero era evidente que había sido para lo mejor. Por primera vez en mucho tiempo era feliz, se sentía completa. Y eso era más importante que nada.