miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mi sangre

   La sangre empezó a caer como si hubiera tenido un grifo en la cara. Había pasado de la nada. Momentos antes, solo había estado pensando en mi vida, en cosas varias como uno hace seguido en los buses. El chorro de liquido en mi mano y mi entrepierna me alertó de que algo pasaba. Si mi sangre hubiese sido más sutil, creo que no me hubiese dado cuenta hasta más tarde. El caso es que todavía estaba a unos diez minutos de mi casa, caminando. Esperé como pude, tapándome la nariz, cubriéndome con una hoja de mi curriculum.

 Mi hoja de vida, de trabajo o como se le quiera llamar era lo único que tenía a mano y, para ser sincero conmigo mismo, nunca había sido más que un montón de garabatos escritos en un papel duro y sin gracia. La hoja se consumió rápidamente, como si mi sangre fuese el fuego de una hoguera que carcome todo lo que se encuentra a su paso. Mis pies se movían, la sangre en mis piernas y manos chorreaba al suelo y la gente ya empezaba a mirarme más de lo que resulta cómodo.

 Apenas vi mi parada, timbré unas cinco veces y me bajé golpeándome el hombre contra la puerta del bus. Alguien dijo algo detrás de mí pero no le puse cuidado porque seguro era algo que no me interesaba oír. Con la mochila casi vacía en mi espalda y el papel sangriento en mi cara, caminé los pocos metros que me separaban de mi casa. Tenía que cruzar un parque para llegar, el mismo parque donde no hacía mucho habíamos jugado con una mascota que ahora ya era parte de la Tierra.

 No sé si fue pensar en esa bella criatura o si fue causa del chorro de sangre que salía por mi nariz. El caso es que di un traspiés bastante brusco y caí de frente. No me golpee la nariz pero el papel untado de rojo salió volando. La agitación hizo que sangrara más y fue entonces cuando de verdad me sentí mal. La fuerza de mis brazos no estaba ya y empecé a ver todo como si hubiese un vidrio sucio frente a mi cara. Lo último que vi fue una sombra que me asustó, luego ruidos ininteligibles y luego nada.

 Tuve un sueño muy raro, en el que estaba sentado sobre una silla en la mitad de un campo enorme, muy verde. El cielo estaba casi completamente despejado, con solo apenas algunas nubes blancas y gorditas surcando el espacio sobre mi cabeza. Miraba a un lado y al otro del campo verde y no había nada ni nadie más aparte de la silla y de mi. Quise ponerme de pie pero no podía. Ni siquiera lograba moverme. Era como si mi cuerpo no quisiera hacer lo que el cerebro le decía. Me sentí atrapado. Quise gritar pero tampoco pude. No había sonido.

 Cuando desperté, la cabeza me daba miles de vueltas. El mareo fue tal que, aunque no veía nada, mi instinto me dijo que girara la cabeza a la derecha para vomitar. Al parecer hice lo correcto, pues una sombra pasó corriendo por el lado, como si fuese a buscar a otra persona. Sabía que debía estar en mi casa o en algún lugar por el estilo. No tuve mucho tiempo para adivinarlo pues me desmayé a los pocos segundos. Mi fuerza estaba ausente, completamente drenada.

 Abrí lo ojos de nuevo mucho después. Era de noche, eso sí que lo podía percibir. Mi vista estaba un poco mejor pero todo seguía pareciendo una de las peores pesadillas de mi vida. Los sonidos se aclaraban poco a poco, a veces escuchándose más fuertes y a veces más suaves. Agradecí que alguien, tal vez una enfermera, había cerrado la puerta. No quería saber mucho de lo que pasaba afuera de esa habitación. Ya había adivinado que era un hospital y no mi casa.

 Oí pasos y fingí dormir. La puerta se abrió y se cerró y una forma humana se acercó a mi. No sabía como era su rostro pero sabía que lo tenía muy cerca al mío. Estuvo haciendo algo allí, luego me tomó la muñeca izquierda, se quedó quieto y luego se fue. Por el tamaño de los dedos pude deducir que era un hombre y era muy probable que fuese mi doctor. Tuve ganas de abrir los ojos y la boca y preguntarle que era lo que estaba pasando pero supe que no tendría la capacidad de hacer ninguna de esas cosas.

 Resolví dormir de nuevo y eso me sirvió un poco, a pesar de que la pesadilla de la silla volvió a mi mente. Lo único diferente era que esta vez todo ocurría de noche y era mucho más terrorífico que antes. Podía sentir muchas presencias a mi alrededor, murmullos y sombras que se movían de un lado y del otro. De nuevo, no me podía mover de la silla y sí que quería hacerlo, quería salir corriendo de allí y refugiarme en algún lugar familiar. Pero dentro de mí sabía que eso no era posible.

 Cuando me desperté de la pesadilla, el doctor estaba al lado mío. Creo que se asustó porque se retiró de golpe y su bolígrafo cayó al suelo. No supe que hacer en el momento, empezando porque mi sentido del oído había vuelto por completo y el de la vista estaba en camino de estar como antes. El hombre me revisó en silencio y no dijo nada durante todo el rato. Yo quise decirle algo pero no pude. No solo porque las palabras no estaban a la mano, sino porque mi garganta se sentía como llena de pelusa, como si muchos gatos la hubiera utilizado como resbaladilla.

 Estuve en el hospital una semana y luego otra más. Casi un mes completo allí cuando, por fin, me dieron de alta. Tuve que ir a un consultorio para que me dijeran los resultados de todos los exámenes que me habían estado haciendo. Mis padres estaban allí porque alguien tenía que pagar la cuenta del hospital. De resto, se suponía que yo era un adulto responsable de si mismo. Me dio rabia estar allí en ese momento, sintiéndome aún pero de lo que ya me había sentido.

 En resumen, el médico declaró que tenía un problema serio de la sangre y que no tenían claro que era lo que sucedía. Al parecer no era cáncer ni ninguna enfermedad de transmisión sexual. Casi me rio cuando mencionó ese detalle pues hacía casi un año que yo no había tocado otro cuerpo humano. Dijo muchas cosas que no entendí y otro montó que la verdad no quise escuchar. Los médicos hablan demasiado a veces y se les olvida que atienden seres humanos.

 Salimos de allí después de pagar y volvimos a casa. Mis padres me miraban como si tuviera la peste o algo peor. Como si les fuese a saltar al cuello en cualquier momento. Yo no hice nada más sino ir a mi habitación y encerrarme allí. Se suponía que tenía que seguir una dieta estricta y ciertas reglas en mi vida, como no agitarme ni nada parecido. Se me habían prohibido las actividades extenuantes, así que por fin era útil ser un desempleado más de un país en el olvido.

 Estuve varios días en mi habitación, viendo películas y comiendo y no haciendo nada. Se suponía que también tenía que ejercitarme pero simplemente no lo hice. Mi cuerpo dolía demasiado por todo lo que me habían hecho y simplemente no tenía el humor de ponerme a torturar mi cuerpo. Era algo muy idiota pensar que alguien en mi estado se iba a poner a esforzarse tanto de la noche a la mañana y sin más, sin una charla de verdad, sin consejos ni confidencias y nada que me hiciera sentir seguro.

 Pasadas dos semanas, mi nariz empezó a sangrar de nuevo, mientras estaba en el portátil. La sangre empezó a meterse por entre las teclas, manchando mis dedos y dañando internamente el aparato. Y yo solo miraba absorto el liquido medio espeso.


 Quise saber cuanto era necesario para empezar a marearme de nuevo. Quería ver cuanto faltaba para sentirme tan mal como antes. Fue entonces que me di cuenta: yo mismo me había hecho sangrar. No sabía como pero sí sabía porqué. No dije nada, ni llamé a nadie mientras mi cama se iba manchando por mi fuego interno.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Trip to the moor

   As Morton walked along the mud path, he noticed the heavy dew all around him. At night, as he slept in his tent, a colder climate had been battling with the creatures all around him. The morning had a white tone that came from the frost on some of the leaves and dead insects that hadn’t been properly prepared for the cold. He looked at it all in wonder, as it was the first time in his trip in which he saw such a thing. Granted, he had been out in the wilderness for only a week, but he already felt like a proper explorer.

 His next assignment was to look for a lake or a pond in order to wash his body. He hadn’t been able to properly clean himself since he had entered the moors, and it was time for it, judging by a small cloud formed by many tiny mosquitoes. It was a little bit funny to be followed by those creatures all over the place, no matter if he stumbled to the ground or if he climbed down or up a wall. They were as resistant as him and, after a couple of days; they became little more than his own shadow.

 At the end of the mud path, a large amount of tall bushes covered what lay beyond. The sun was casting its first few rays onto the world and it seemed it was going to be a great day for his expedition. He had been granted a permit to explore for two weeks but he intended to traverse the park in order to reach the north border post before the two-week mark and there he would ask for another permit of the same amount of time. He needed at least one month, or that’s what he thought anyways.

 Morton had asked for the month period at first but he had only received a laugh and a severe look from the guard that was supposed to be giving the permits. They were not available online, so people had to go to the post and just make an exposé about why they wanted to enter the park and how would they spend their time in there. They also asked for people to have a proper plan for sleeping and eating. Even if they granted the permit, one had to sign several papers before going in.

 He didn’t mind at all. He signed everything they wanted because he needed that place; he needed to get lost in there for at least one month. He couldn’t deal with the real world, with the urban settings anymore. He had found the natural park while surfing the Internet and he had decided that was the perfect place to go. Besides, he could say he needed to go in there to take pictures and have some video footage of the place for a documentary. He had a degree in cinema but he had never used it. Not until it became relevant to get the damn permit.

 Once everything had been set, he prepared himself by watching several videos on the matter of camping and exploring. He had signed on for rock climbing lessons and he got only the basics before it was time to leave. The only people that knew what he was doing were his parents but they didn’t say anything besides wishing him good luck. After all, that trip had not cost them a dime and all the camping equipment had been bought in a second hand specialized store. Morton had done everything correctly.

 He left very early one day before they woke up, leaving only a handwritten letter on his bed. In it, he told his parents that he loved them but that he needed time to get his mind and his life in order. He needed to get away from every single thing that, according to him, was poisoning his life and his mind. He wanted to be well, he wanted to try and have a proper life. Not that he hadn’t tried before but all his attempts had proven unsuccessful and the trip to the moors was just an idea that seemed perfect.

 In the cabin on the south entrance, he received every single piece of advice every other person entering the moors had received before him: how to properly put off fires for cooking, how to dispose of bones and other proteins, where not to go, what not to do, what animals to be aware of, which plants could cause his eyes to pop and several other nice anecdotes and advices like those. Once he actually crossed the gate, every other person around him was getting ready for lunch.

 He remembered all that as he pulled out a survival knife from his backpack and started slashing at the bushes on the mud path. He smiled at the memory of his first day there, as if he had become an experienced hiker in just a few days. The smile went away when he realized cutting branches with such a small knife would take several hours. He decided to put the knife away and try to do it by hand. In a matter of minutes, he got both his hands covered in shallow and deep cuts.

 In a way, it was nice to feel the pain. It was strange and gross and fantastic to see blood on his hands. He rarely ever cut himself shaving at home or something like that. Looking at what was inside his veins was very bizarre but it somehow made him felt like the trips was worth every single one of those cuts, every single pain he had felt since he had gotten in the wilderness. His feet got swollen often and his skin was getting rashes all over the place but it was part of something much more important that he definitely wanted to go through.

 He decided to rest for a while. Morton wanted to walk more before the sun was on its highest point but he decided eating before the long road ahead would be much better for his energy. He took out a couple of granola bars from his backpack and started eating them slowly, as if he wanted to flavor them and enjoy their texture. To be honest, he was fed up with the taste and aspect of the bars but it was the only thing that he had on his bag, as he hadn’t prepared himself as well as he had expected.

 Before coming in, the people from the park had told him that, in case of severe malnutrition or lack of proper food, he would be allowed to kill certain animals in order to cook and eat them. He would have to dispose of them correctly and hunt them with proper care. So he did. Morton had never hunted or done anything that even remotely similar. But on the second day of his trip, just to try his skills out, he was able to kill a rabbit with a bow and arrow he had been given by the owner of the second hand store.

 It had been more a toy than a proper weapon but Morton had received the gift with great enthusiasm. He had always wanted to use one of those but had never been given the opportunity. Now, a week after the beginning of his journey, he had killed several animals and had disposed of every non-usable part in the proper way. He had cooked the meat with some bags of tomato sauce he had brought and the flavor was just perfect. Had become a great hunter and a pretty good cook.

 There, in the middle of nowhere, he had felt for the first time how it was to be someone that was worth something. It was the first time that he realized that he might know something that most people don’t and that, if hunting and cooking a rabbit was seen as a handy skill in daily life, he would be regarded as more than he had ever been regarded as. He had been a failure for half of his life and now he finally thought he could he be changing that dynamic. He felt he could be becoming someone.

 After eater the granola bars and putting the wraps on his litter bag, he continued to tear down the branches until, finally, the bushes gave in and he was able to pass to the other side. What he saw made him yell in happiness, even if he wasn’t supposed to do that.


 A green valley covered by some mist could be seen below, between tall mountains and ridges. Morton was standing on a cliff looking at the majestic of nature. There, he felt special for the very first time in his life and he couldn’t do much else than crying in silence.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Sombras del pasado

   Mi cuerpo goteaba sobre el la alfombra de la casa. Me paré al lado del marco de la puerta, tratando de aguzar el oído. De pronto podría oír alguna voz o alguna otra cosa que no fuera el timbre que había creído percibir debajo de la ducha. No había una toalla limpia y no sabía donde había más. Como la casa estaba sola, no me importó salir de la ducha así no más, desnudo, a ver que era lo que pasaba afuera. Estuvo allí de pie por segundos, pero los sentí como si fueran varias horas.

 El sonido del timbre debía haber sido imaginario porque no hubo más ruidos extraños. Lo único que me sacó de mi ensimismamiento fue el viento, que sacudió con violencia un árbol en el exterior e hizo que varias de las hojas más débiles cayeran como granizo contra la casa y el césped de afuera. Estaba en una casa alejada de la ciudad, de cualquier pueblo. Se podía decir que era una granja pero no tenía ese aspecto. No había granero ni nada por el estilo. Debía de haber pertenecido a alguien con dinero.

 Me metí a la ducha de nuevo, tratando de quitar de mi cuerpo la gruesa capa de sudor, grasa y mugre que tenía de haber caminado por tanto tiempo. Mi ropa sucia estaba en un balde con jabón en la cocina. Y no había mirado aún si la gente que había vivido allí había dejado ropa, menos aún si algún hombre había pertenecido a esa familia. Y si eso era un hecho, podía ser que fuese un hombre más alto o más gordo o con un estilo muy diferente al mío. Aunque eso la verdad ya no me importaba.

 Estuve bajo el agua por varios minutos más, hasta que el agua caliente se acabó y se tornó tan fría como el viento nocturno que había sentido por varios meses, en el exterior. Había caminado por las carreteras, pasando por zonas desoladas por la peste que nos había golpeado, había visto pueblos destruidos o simplemente vacíos. Incluso tenía en la mente la imagen de varios cadáveres pudriéndose frente a mis ojos. Era difícil dejar de pensar en ello. Era entonces que me ponía a hacer algo con las manos.

 Puede que en mi pasado no fuese la persona más manual del mundo, pero ahora nadie me reconocería puesto que cortar leña o cazar animales pequeños y apenas cocinarlos sobre alguna lata retorcida, se había convertido en algo normal en mi día a día. Encontrar esa casita color crema en la mitas de un campo amarillento había sido casi como encontrar el paraíso. Debo reconocer que cuando la vi, pensé que había muerto. No me puse triste cuando lo pensé, más bien al contrario. Pero ningún sentimiento duró mucho, pues mis piernas siguieron caminando y entré.

 Salí de la ducha casi completamente seco. Había encontrado una pequeña toalla para manos en el cabinete del baño. No había nada más, solo unas medicinas ya muy pasadas y una cucaracha que había muerto de algo, tal vez de aburrimiento. Apenas terminé con la toalla, la lancé sobre la baranda del segundo piso y la vi caer pesadamente al primer piso. Algo en esa imagen me hizo temblar. Por primera vez pensé en la familia que tal vez vivió en la casa, de verdad creí verlos.

 Me pareció escuchar la risa de adolescentes traviesos y de algún niño pequeño quejándose por el hambre que tenía o el pañal lleno de la comida del día. También imaginé la sonrisa de la madre ante los suyos y las lágrimas que tal vez había dejado en el baño en incontables ocasiones. Pensé en mi madre y por primera vez en mucho tiempo me vi a mi mismo llorar, sin razón aparente. Ya había llorado a los míos pero no los pensaba demasiado porque dolía mucho más de lo que quería aceptar.

 Estuve allí un buen rato, en el segundo piso, mirando las habitaciones ya con el papel tapiz cayendo y los muebles pudriéndose por la humedad que había entrado por las ventanas rotas. Sin embargo, era fácil imaginar una buena vida en ese lugar. Se notaba que la persona que la había pensado, fuese un arquitecto o un dueño, lo había hecho con amor y pasión. Era muy extraño ver algo así en ese mundo desolado y sin vida al que ya me había acostumbrado, un mundo gris y marrón.

 Bajé a la cocina casi corriendo, casi feliz de golpe. Recordé mi niñez, cuando una escalera parecida en casa de mi abuela había sido el escenario perfecto para muchos de mis juegos. Allí había imaginado carreras de caballos y de carros, había jugado a la familia con mis primos y a correr por la casa y el patio como locos. Era esa época en la que los niños deben ser niños y no tienen que pensar en nada más sino en ser felices. La vida real está fuera de su alcance y por eso los envidiamos.

 Llegué a la cocina con una sonrisa, que se desvaneció rápidamente. Miré el balde lleno de agua sucia, ya mi ropa había dejado salir un poco de su mugre. Miré el lavaplatos y allí vertí el contenido del balde. Gasté lo poco que todavía había del jabón para lavar la ropa y me pasé un buen rato fregando y refregando. Mis medias llenas de barro, mis calzoncillos amarillos, mis jeans cubiertos de colores que ni recordaba, mi camiseta con colores ya desvanecidos y mi gruesa chaqueta que ahora pesaba el triple. Las botas las cepillé y al final me dolieron los huesos y los músculos de tanto esfuerzo.

Saqué el agua sucia, la reemplacé con agua fría limpia y dejé eso ahí pues estaba cansado y no quería hacer nada. Hacía mucho que no dejaba de hacer, de moverme, de preocuparme, de caminar, de procurar sobrevivir. Por primera vez en mucho tiempo podía relajarme, así fuese por unos momentos. Fui caminando a la sala de estar y me sorprendió que allí los muebles se habían mantenido mucho mejor. Me senté sobre un gran sofá y me alegré al sentir su suave textura en mi cuerpo.

Me acosté para sentirlo todo mejor. El sueño se apoderó de mi en segundos. Tuve un sueño, después de mucho tiempo, en el que mi madre y mi padre me sonreían y podía recordarlas las caras de mis hermanos. Solo recordaba como lucían de mayores, sobre todo como se veían la última vez que los vi, pero su aspecto juvenil parecía algo nuevo para mí. Los abracé y les dije que los amaba pero a ellos no pareció importarles mucho. Estaban en un mundo al que yo nunca iría.

 Cuando desperté, me di cuenta de que había llorado de nuevo. Me limpié la cara y, afortunadamente, no tuve más tiempo para ponerme a pensar en cosas del pasado. Mi estomago gruñó de tal manera que me pasé un brazo por encima, inconscientemente temiendo que alguien escuchara semejantes sonido. En la casa era seguro que no había nada pero era mejor mirar, por si acaso. Ya era de noche y no era buena idea salir a casar así como estaba, en un lugar aún extraño para mí.

Como lo esperaba, no había nada en la nevera. O mejor dicho, lo que había eran solo restos que olían a los mil demonios. Había una cosa verde que parecía haber sido queso y algunos líquidos que habían mutado de manera horrible. Cerré de golpe la puerta blanco y eché un ojo en cada estante de la enorme cocina. Casi me ahogo con mi propia saliva, que cada vez era más a razón del hambre que tenía, cuando encontré un paquete plástico cerrado de algo que no había visto en mucho tiempo.

 Eran pastelitos, de esos que vienen de a uno por paquete y están rellenos de vainilla o chocolate. La bolsa en la que venían estaba muy bien cerrada y cada uno parecía haber soportado el paso del tiempo sin contratiempos. Hambriento, tomé uno, lo abrí y me comí la mitad de una tarascada.


 De nuevo, me sentí un niño pequeño robando los caramelos y pasteles dulces a mi madre, cuando no se daba cuenta. No nos era permitido, era algo prohibido comer dulce antes de la cena. Y sin embargo allí estaba yo, un hombre adulto desnudo, llenándose la boca de pastelitos de crema.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Claudia's new life

   Rain had fallen all night long, forming little ponds all around the house. As it was surrounded with dirt, the water had converted the landscape into a horrible mixture of mud and overgrown foliage. However, the weather had improved over the morning, which Claudia took as a permission to go outside and check on her beloved plants. Normally, she would have carried all the pots inside before the tempest but that storm had come in such a way, no one had predicted it to land just there, on Hownhall.

 The small town still preserved much of its architecture and every year one of them was chosen as the prettiest in the entire county. The contest was only a month away and Claudia had a lot to do to make her estate be at its most perfect. She had already won the prize for two consecutive years and she planned to do so for the remainder of her life. Being seventy six years of age, she knew that wasn’t much of a time window but it was something to put her mind into.

 Her husband Jim had died only two years prior and that same year she decided to enter the contest. She had loved the man for many years, but he wasn’t the type to like a lot of people in the house. They would spend entire days enclosed in there, reading and not talking. To Claudia, that was torture. She liked when the children visited and brought the kids but Jim had always dreaded those visits because he had never really being into children, which explained why their own had such a tense relationship with him.

 So when he died, Claudia decided to do something that made her feel alive and still willing to contribute something to society and to herself. She got the idea from the weekly newsletter written by several women of the county. They were a small group that gathered often in the town’s main square and discussed the many ways that they had at hand to improve their lives and the coziness of the region. They loved their part of the country and wanted everyone to know about it.

 So once she entered the contest, Claudia decided to simply be the best at it. She went out of her way to get the most beautiful flowers ever seen, which she bought from people that did walks on the remote mountains and in areas that were difficult to access. Practically no one else had all of that in front of their house, so it certainly gave her an edge. The other detail was that, when she was much younger, Claudia had learned a lot about design from her deceased brother Remus, who had been one of the top designers in the capital, a great artist in every way.

 As she prepared once again for the contest, stomping the mud and cleaning all the leaves and overgrown branches of the trees, Claudia heard some rumble in the house that was closest to her. As she lived in the outskirts of the small town, only one other house was close to hers and it hadn’t been inhabited since before Jim had died. An older couple had lived there for years but they had both died and no one had ever come to reclaim the property. However, that was about to change.

 Claudia continued to use her gardening tools but she moved slowly towards her fence, from where she could easily see the entrance of the other house. There was a moving van in front of the gate and two men dressed in couple carried boxes into the house. More voices came from there but Claudia couldn’t really hear much more than the typical noise people make when moving things around. Later, she was tired of not seeing anything and decided to leave work for the day.

 At night, the woman would always make herself a hot cup of chocolate, with some small marshmallows to enjoy in front of her favorite dramas. Jim had never really liked sweet foods or drinks, so now she enjoyed them continuously. Her doctor had told Claudia that she should measure her consumption of sugar a little bit but seeing she was and older person, he also told her it wouldn’t be wise to cut on any food. So she didn’t and decided to treat herself every night.

 A powerful revelation on her soap was obscured by a scream, a loud and powerful scream coming from the neighbor’s house. Claudia didn’t got up from her armchair. She clicked on the “mute” button of her remote and tried to hear something else. It was possible at her age to imagine noises, so it wasn’t really that scary. But then, a weaker scream was heard. She decided to stay still and think what the best response would be. Seconds later, she was calling the police.

 Granted, the police always took a while to arrive. Such a small town did not have a police force to help people in need. They came from another county, which made their trip around twenty minutes. Claudia did not hear another scream during that time. She didn’t stand up either. She didn’t want to get so involved in the matter. She just wanted to clarify what happened because maybe her neighbors were simply loud people and she wanted them to know early on that she was not going to stand up for that. She had learned to be like that from Jim.

 A young female officer and an older male officer arrived exactly twenty minutes after the call had been made. Apparently it was still raining in their part of the country because they were drenched. Claudia did not let them inside her house and simply repeated what she had heard that night. The officer looked at each other and they decided to investigate. She knew they had decided not to believe her but that didn’t matter. Anything to live at peace in her home.

 She entered the kitchen as they left, preparing them some tea. It was a nice custom to give a beverage to people that came to help. True, she wasn’t going to let them get the floor all wet, especially after seeing their boots live a trail of prints on her property. But she had to be gracious and look as if she was accepting of everyone. Claudia clearly wasn’t, as she had been prejudiced for a long time, in part because of her husband but also because of her very conservative upbringing.

 Actually, she had noticed that the policewoman was not from those parts, or at least her parents weren’t. According to what she saw on TV, she knew it was wrong to feel that way about people but she couldn’t help it. It was as if something manipulated her from inside her head. She tried to change her ways but, in the end, it didn’t work. So she simply did what she had done with her husband for so many years: she kept her mouth shut and didn’t get into “difficult” business.

 The police officers came back in a matter of minutes. However, the man ran to the police car, not saying a word to Claudia. The young woman entered the house without being properly invited, grabbed the phone on the living room and started dialing. As she waited for someone to answer, Claudia was livid: there was mud all over the entrance and on the beautiful white carpets. They were ruined. She looked outside and saw, in horror, that they had broken a pot with gorgeous roses when coming back to the house.

 Claudia did not hear when the policewoman alerted her precinct that a double murder had taken place. She didn’t hear the gruesome details, of how the wife had been decapitated and how the husband had been found without his genitalia.


 The older woman only cared about her contest, about her little world. And it was all thrown to the abyss because of that silly murder. She was so enraged at the matter that she decided to find out who had killed the couple by herself. It couldn’t be more difficult than her topsy-turvy life.