Lo que fuera que tenía en el brazo, no
parecía haberme afectado tanto como pensaba. Me mire varias veces en el camino,
tocando la piel que hay entre la mano y el codo, mirando de cerca y de lejos.
Pasaba las yemas de los dedos lentamente y esperaba, como si algo fuera a pasar
de la nada. Pero no pasó nada. La piel ni siquiera se puso roja ni de ningún
color fuera de mi color de piel normal. Me preocupaba sentir dolor sin verlo,
sin poder saber de donde venía.
Las dos cosas que se me veían a la mente eran
bichos, algún piquete por alguna de las muchas criaturas del bosque. Me miré de
nuevo el brazo, caminando sobre un montón de hojas secas, y no tuve problema en
imaginar los miles de insectos que podrían haberme hecho algo en la noche.
Después de todo, había estado acampando en el bosque por una semana y no era
del todo imposible que algo hubiese entrado en mi tienda de campaña por la
noche y me hubiese atacado sin yo saberlo.
Sin embargo, no había picaduras en la piel. Y
por muy pequeño que fuese el animal, no hubiese sido muy posible que entrara
por mi nariz o mi boca. Conocía muy bien el lugar y sabía que no había de ese
tipo de criaturas en un lugar como ese, no era la selva amazónica sino un
bosque templado medianamente alejado de la civilización. Pero, a diferencia de
alguien en el Amazonas, podría caminar un par de horas y llegar a un lugar con
electricidad y una buena comida caliente.
Seguí mi camino en silencio, tratando de no
pensar en el dolor en el brazo. También podría haber sido el sol pero no había
hecho un clima especialmente propenso a altas temperaturas. De hecho, los días
se habían vuelto cada vez más grises desde mi entrada al parque y la humedad
había subido a niveles que ya eran insoportables. Ese mismo día decidí no
bañarme, en parte porque ya estaba empapado y no quería mojarme más, pero
también porque no había un lugar donde limpiarme apropiadamente.
En mi segundo día había nadado desnudo en un
lago, bajo la lluvia. Había deseado, por un breve momento, haber tenido a
alguien conmigo en ese lugar. Y había imaginado la cara de esa persona. Pero ni
siquiera recordando con muchas ganas podría decirles cual era la apariencia de
ese hombre. Él era solo un producto de mi imaginación, basado en experiencias
personales basadas y en gustos efímeros, de los que tenemos todos. En fin, ese
momento en el lago fue hermoso y cuando la lluvia se detuvo me vestí y seguí
contento mi camino, tomando fotos y sonriendo como tonto.
En cambio ahora seguía mirando mi brazo,
automáticamente. Era como una manía extraña, como si algo me dijera que ese
dolor en el brazo era algo más de lo que yo pensaba. Tal vez no era nada pero
se me había metido en la cabeza que había algo mal conmigo, con mi cuerpo y tal
vez con mi mente. Me detuve en seco, en la mitad de la nada, y decidí asentarme
ahí para pasar la noche. Faltaban todavía varias horas para el atardecer pero
no me importaba. Simplemente no quería seguir caminando, pensando.
Armas mi tienda de campaña y mi área de cocina
tomó un buen rato, quitándome tiempo para no pensar en tonterías. Hacía una
cosa y otra, recoger palos pequeños y grandes e ir a un pequeño arroyo por
agua. Llené una sola vez mi pequeño balde amarillo pero me demoré bastante a
propósito, tratando de ver el bosque como lo que era y no como lo que yo tenía
en mi mente. Traté de escuchar la melodía de los pájaros y los susurros de las
pequeñas bestias a mi alrededor.
Sin embargo, el silencio se había apoderado
del lugar. Solo el viento movía un poco las ramas de algunos árboles altos. De
resto, el lugar parecía ser el cementerio del bosque. Era un poco más oscuro,
de pronto por la espesura del follaje, pero en general todo parecía tener menos
color, ser más triste que el resto del parque natural. Saqué un mapa que me
habían dado en la entrada y lo extendí todo para ver todas las áreas del bosque
al mismo tiempo. Intenté seguir mi camino por el plano, pero me perdí varias
veces.
Después de intentarlo varias veces, me di por
vencido. No tenía ni idea en que parte del bosque estaba. Creí ubicar el arroyo
pero lo cierto es que había decenas de ellos, tal vez más, y no había ninguna
manera de saber cual era el que tenía ahora cerca. La espesura del bosque no
era algo que se mostrara con claridad, así que ese factor tampoco ayudaba en
nada. Traté de seguir el trazado de los caminos que creía haber seguido pero
ninguno de ellos conducía a una zona como en la que me había asentado.
De hecho, ni siquiera sabía en que momento me
había desviado de la ruta que me había propuesto seguir. Mi plan había sido
caminar lo suficiente hasta llegar a un gran acantilado, cerca del cual armaría
mi campamento. Desde allí se podría ver con facilidad el reconocido cañón del
parque, en el que se decía había varios lugares hermosos para explorar a pie o
a nado. Era un lugar sacado de las fantasías de algún escritor trastornado pero
ciertamente no parecía estar ni remotamente cerca de ese sitio. Sin embargo,
había caminado tanto como para haber llegado ya.
Mi brazo dolió de nuevo. Me dejó de importar
el hecho de estar perdido y me propuse hacer la cena. Saqué una lata de
frijoles blancos, de los dulces, y la vertí completa en una pequeña olla que
usaba para cocinar lo que sea que tuviera a mano. Las latas que llevaba eran
todas de tamaño personal y no eran muchas. Prefería comer algún animal pequeño
o hacer una ensalada con los frutos del bosque pero no había nada parecido
alrededor. Además, no quise ni levantarme de mi lugar.
Era como si una ola de
apatía me hubiese invadido y no me dejaba ni ponerme de pie. Solo prendí el
fuego y cociné mis frijoles en silencio. La ausencia de escandalo por parte del
bosque dejó de ser algo importante para mí. Me serví en un plato viejo y
esmaltado que traía como amuleto de buena suerte y comí sin que me molestara
nada, ni en la mente ni en el corazón. El dolor del brazo pasó y, tras haber
terminado la comida, caí dormido en el mismo lugar donde había hecho todo lo
anterior.
Cuando desperté, desconfié de lo que veía.
Porque el bosque ya no era el mismo sino una versión aún más sombría de lo que
había visto hasta ahora. Lo peor, fue ver como alguien salía de entre los
arbustos, jadeando, y se escondía en mi tienda de campaña. Yo veía pero no
podía hacer nada. Estaba como paralizado o algo así. Eso pensé al comienzo. Vi
como dos sombras oscuras llegaban al claro y empezaban a destrozar mi tienda de
campaña. Oí los gritos y vi sangre por todos lados.
Fue justo antes de despertar que me di cuenta
de que no podía hacer nada porque no tenía cuerpo para poder ayudar. Lo que me
despertó fue el susto combinado con el fuerte olor a quemado que emanaba de mi
hoguera. Lentamente, se había quemado lo poco que había quedado de los
frijoles. Ese olor no era algo que alegrara a los guardabosques. Quise empacar,
irme de allí en el momento. Pero había algo que me impedía correr o gritar. No
podía hacer nada.
Fue entonces cuando, de nuevo, salieron dos
sombras de entre los arbustos. Pero esta vez no eran sombras, esta vez pude ver
exactamente como eran, sus ojos rojos brillantes y su aspecto terrorífico. Si
hubiese podido, habría gritado como nunca en mi vida.
Me encontraron días después, lejos de ese
sitio, en shock. Me llevaron al hospital y aquí sigo. Me rescató alguien que se
parece al hombre que me imaginé en el lago. Y fue él quién me hizo notar el
pequeño bulto que tenía en mi brazo, bajo el escozor que había tenido durante
varios días.
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