El día parecía querer llevarle la contraria
a lo que yo estaba sintiendo dentro de mi cuerpo. El sabor extraño en mi boca
contrastaba con el sol brillante y la alta temperatura que hacía. Solo sacar la
mano por la ventana era suficiente para darse cuenta que el verano había
llegado y que no había manera alguna de ignorarlo. Por fin se podía disfrutar
el sol, ir a la playa y usar menos ropa, lo que para mí siempre ha significado
estar más cómodo.
Pero el sabor en mi boca se transformó en
dolor y entonces me di cuenta que era el ser más miserable que había. Tenía
algún virus, alguna de esas estúpidas enfermedades pasajeros que siempre tienen
que aterrizar en mi cuerpo, tal vez porque es débil y no tiene como defenderse.
Como bien y hago ejercicio pero al parecer eso
no es suficiente. Al parecer algo estoy haciendo mal porque esto ya ha pasado
antes. Este dolor de cuerpo tan horrible, esta sensación de que si me muevo
demasiado se me van a romper los huesos. Por eso ese día, apenas abrí los ojos,
no me moví casi. Era como si me hubiera pateado varias veces en el suelo, como
si hubiera perdido una pelea de esas que, menos mal, ya casi no hoy.
Ese extraño sabor en la boca y yo nos quedamos
en la cama. Ese sabor a enfermedad, a virus, a gérmenes, a todo lo que no sirve
para nada en este mundo. Porque a mi, un hombre ya adulto, ¿de qué le sirve
tener una gripa a cada rato o un virus de estos cada mes? Si mi cuerpo no
aprendió a defenderse cuando era más joven, ahora mucho menos lo va a hacer. No
tiene sentido tener que pasar por esto una y otra vez, como si fuera una
lección que no he podido aprender.
Y ahora el calor. ¡Que asco! Solo duermo con
un cobertor y tengo que hacerlo a un lado y quitarme la poca ropa con la que
duermo. Desnudo me da algo de escalofrío pero me siento mejor, más fresco. Ese
pequeño movimiento me ha costado toda una vida y ahora me siento exhausto. Debí
estirarme un poco más y así hubiera abierto la ventana. Pero de pronto fue
bueno no hacerlo, porque los insectos ya se están alborotando por todas partes.
Me quedé allí, mirando el techo. Me doy cuenta
de algunas manchas y después me acuerdo que no me importa, que de todas maneras
estaré fuera de aquí en menos de tres semanas y que alguien más tendrá que
preocuparse por eso. Doy la vuelta, para quedar acostado boca abajo. Así es
como me gusta dormir y creo que no tiene caso forzarme a levantarme. Es domingo
y eso es lo bueno. Puedo quedarme desnudo en la cama todo el día si eso es lo
que quiero porque el domingo se hizo para eso, para no hacer nada, para tomarlo
con calma y darse un respiro al final de la semana.
No entiendo como hay gente que hace cosas el
domingo. Sean lo que sean esas cosas, no debería pasar. Entiendo querer ir a
dar una vuelta o a comprar algo pero no hacer diligencias como tal o estar de
un lado para otro como un trompo sin poder disfrutar ni un poco del único día
en el que en verdad no hay porqué hacer absolutamente nada. No lo soporto. Aquí
boca abajo, me doy cuenta que es lo mejor que puedo hacer para no tener que
enfrentarme al hecho de que esto, sea virus o lo que sea, no se va a ir de la
noche a la mañana.
Otra vez paso saliva y otra vez duele, como si
estuviera pasando fuego por mi garganta. La siento cerrada, como un embudo que
encima se ha apretado más. ¡Y ese maldito sabor a enfermedad! Lo odio y condeno
a lo que sea que me dio este virus. ¿Qué o quién sería? Porque puede haber sido
cualquiera de las dos opciones. Al fin y al cabo la noche anterior estuve lejos
de ser un santo, de ser el modelo perfecto de joven occidental.
Aunque dudo que eso exista. Cada uno de
nosotros tiene sus líos, sus cosas raras en la cabeza, y pues si yo estoy
jodido hay otra gente que está peor. Eso creo yo al menos. No se puede uno
poner a pensar que algunos están menos desequilibrados o más sanos en lo
relativo al cerebro. Todos estamos un poco locos y el que no tenga algún rastro
de locura es que hay que tenerle mucho cuidado. Es mejor tener de donde
enloquecer.
Tomo fuerzas para ponerme de pie y voy rápido
a abrir la ventana. Estoy de vuelta en la cama en apenas unos segundos pero el
viajecito ha sido suficiente para marearme. Siento que todo el mundo me da
vueltas y trato de calmarme, de respirar con calma y de sentir ahora la brisa,
la poca brisa, que entra por la ventana. ¡Daría yo el dinero que no tengo por
una habitación con una ventana y una vista decente! No sé quién les dijo a esta
gente que era algo humano hacer ventanas para adentro.
Pero es lo que hay y me sirve para tratar de
calmar lo mal que me siento. Siempre que me enfermo me siento muy mal, mi ánimo
baja al piso y soy susceptible a cualquier cosa. Todo me da más duro: suele
ponerme más nervioso, las cosas que normalmente me dan rabia me dan aún más
rabia y quisiera matar y comer del muerto. También empiezo a mirarme más en el
espejo y condeno a mi cuerpo por ser inservible. Se ha dejado meter otro gol.
Vitaminas. Eso es lo que debería tomar. ¡Pero
son tan caras! Para un estudiante no es algo sencillo tener que comprar cosas
que se salen de lo normal, cosas que no son lo que uno compra todos los días en
el supermercado. Hay que sobrevivir con los nutrientes que tiene la comida que
uno compra y yo al menos cocino y trato de variar.
Nunca compro preparado porque siento que no
tiene el mismo sabor. Además, creo que cualquier ser humano que se respete debe
saber cocinar medianamente bien. No se trata de si a uno le gusta o no. Se
trata de poder sobrevivir una vez se haya salido del nido, una vez no haya
nadie que le haga las cosas a uno. Puedo decir entonces que, al menos en ese
sentido, no tengo porqué preocuparme. Cocino recetas varias y, a pesar de que
puedo mejorar la presentación, siempre son platillos ricos y tan balanceados
como me lo permite mi presupuesto.
¡Mierda! No quería toser pero lo hice y ahora
siento como si un gato se hubiese resbalado por mi garganta, con las uñas bien
extendidas. El dolor es horrible y me hace dar ganas de quedarme allí para
siempre. Giro la cabeza un poco y caigo en cuenta que tengo una botella de agua
no muy lejos. El agua en estos casos sirve de poco de nada pero al menos
refresca un poco. Me estiró como puedo, todo el cuerpo en agonía, y tomo la
botella. La abro tan hábilmente como puedo y tomo un sorbo.
Está tibia. Es asqueroso tomarla así pero no
hay de otra. Otro sorbo y le pongo la tapa. En la cocina, en la nevera mejor
dicho, tengo jugo de naranja. Pero lo que me vendría mejor sería una limonada.
No es que tenga una herida abierta en la garganta o algo parecido pero es lo
que siempre me ha funcionado mejor para estos malditos casos de virus
indeseables. Pero para tener limonada abría que hacer una de dos cosas: o ir a
comprar limones a la tienda y hacer el jugo yo mismo o ir al súper, más lejos,
y ver si tienen las limonada ya preparada.
Francamente, no tengo ganas de hacer ninguna
de las dos cosas. Prefiero quedarme aquí y ver si puedo sudar el virus. He
decidido que hoy voy a estar todo el día desnudo y que además no me voy a
bañar. No quiero moverme de mi cama para nada. Creo que hay galletas y otras
cosas en el armario. Voy a comer eso y si acaso, si tengo el empuje, iré por
agua fría o jugo de naranja a la nevera. Me parece una larga caminata con este
dolor de pies, piernas y cintura, pero la opción existe.
El estomago gruñe pero no sé si es hambre o es
que el virus es estomacal. No he comida nada raro. Sí he comido algo que no
como normalmente pero no era nada extraño y fue en un restaurante. No tiene
cara de ser un lugar donde repartan virus a diestra y siniestra. En fin.
Aquí me quedaré entonces, en esta cama que no
es mía, sintiendo el viento en mi trasero y mi espalda, tratando de controlar
la cantidad de saliva que trago y de movimientos del cuerpo. ¡Maldito sabor en
la boca! ¡Maldito verano que no viene solo sino mal acompañado!