Ricardo terminó el último pedacito de pizza
que le quedaba. Se limpió la boca con una con una servilleta, de esas bien
delgadas que dan a veces, y tiró toda la basura que le había quedado en un bote
que estaba justo al lado. Le gustaba mucho venir a comer al parque en la hora y
media que tenía para almorzar porque así veía gente y animales y se podía
relajar con el viento acariciando el pasto y el sol tocando con suavidad la
superficie de un pequeño lago que había en medio del parque. Todo se sienta tan
bien que cerró los ojos por un momento, echó la cabeza para atrás y se relajó
lo que más pudo.
Pero no fue por mucho tiempo porque se dio
cuenta que la botella de agua que había tomado había hecho efecto y ahora tenía
ganas de orinar. Como no le gustaba usar los baños de la oficina, porque
siempre estaban llenos y él sufría de timidez al estar entre otros dos hombres
frente a un orinal, siempre iba a los servicios de una tienda por departamentos
que quedaba de camino. Así que, un poco triste por no poderse quedar, se puso
de pie y emprendió la marcha hacia su trabajo
La tienda por departamentos estaba a tan solo
dos calles pero pronto se dio cuenta que tendría que rodear su ruta normal pues
habían cerrado la calle por un accidente. Como la curiosidad a veces puede más
que nada, se inclinó por encima de la demás gente para poder ver algo pero esto
pronto no fue posible porque no era tan alto como le hubiese gustado. Trato de
meterse entre algunos de los observadores pero era imposible. Se rindió y
decidió tomar camino para que se le hiciese tarde.
La calle alterna no era una avenida principal
como la otra y estaba llena de tráfico por el cierre de la avenida. Los
edificios, por raro que parezca, estaban oscuros de la suciedad y no había
mucha gente caminando, solo un par de personajes algo oscuros, que se notaban
un poco enojados por el clima pues no les daba la posibilidad de esconderse,
como normalmente lo harían. Fue un sonido proveniente de uno de los
apartamentos que daban a la calle que activó una respuesta activa en Ricardo:
la apertura de una llave para lavar los platos. Sintió la vejiga más pesada y
apresuró el paso.
Trató de no curiosear más nada en esa calle y
pronto salió a la avenida comercial, justo donde estaba la tienda que usaba
para ir al baño. Entró y subió cuatro tramos de escaleras eléctricas y se
dirigió a un pasillo algo escondido donde sabía que estaban los baños. Por
alguna razón, a esa cadena de tiendas no les gustaba mucho ofrecer el servicio
de baños, incluso siendo una obligación según una ordenanza municipal. Pero
todo eso no le servía de nada a Ricardo que, al llegar al lugar, se dio cuenta
que los baños estaban clausurados.
De repente, sintió que su vejiga pesaba aún
más. Miró alrededor y vio que no había nadie a quién preguntarle nada. Entonces
se dio cuenta que eso no podía ser tan malo. Abrió la puerta cuidadosamente,
que solo estaba bloqueada por un aviso, y se dispuso a ir al muro donde solían
estar los cubículos pero no había nada. Ni tazas ni orinales ni lavamanos ni nada.
Solo había algunos escombros en el suelo y nada más. Salió del lugar y bajó un
poco apurado los cuatro tramos de escaleras. Ahora sí que el agua se sentía en
todo su esplendor en la parte baja de su cuerpo y casi no podía pensar bien .
Al llegar a la planta baja, salió a la calle
rápidamente y miró para todos lados. Cuando se dio cuenta que no conocía otras
opciones, así las hubiera, decidió volver a la oficina y orinar allí. Con las
ganas que tenía seguramente no sería problema hacer lo suyo así estuviera el
lugar a reventar. Así encaminó el paso hacia el edificio de cristal donde
estaba su lugar de trabajo.
Mientras había estado en la tienda, el clima
había cambiado por completo. El sol estaba oculto tras una gruesa capa de nubes
grises y nadie parecía contento como hacía un rato. De hecho todos tenían cara
de pocos amigos y muchos ya tenían listo el paraguas. Ricardo pensó que la
gente exageraba, como siempre, pues eran unos pesimistas de primera pero
también unos hipócritas pues en un momento adoraban la ciudad por su clima y al
otro la desangraban con comentarios desagradables.
Menos mal Ricardo se dedicó a reflexionar y
mirar a los demás, porque eso lo distrajo del peso que llevaba. Justo cuando
cayó en cuenta de sus ganas, estaba frente al edificio. Entró lo más rápido que
pudo pero perdió el ascensor, que iba relleno. Tuvo que esperar un buen rato,
que utilizó para preguntarle a una agente de seguridad si había baños en el
primer piso. Ella lo miró con curiosidad y una sonrisa burlona y le dijo que no
había ninguno. Él no supo si creerle.
Cuando por fin llegó el ascensor, se llenó al
instante. Fue en ese momento en el que tuvo que utilizar casi toda su
concentración para no dejar que el calor de la gente, la sensación de estar
siendo tocado por todo el mundo y el asco puro y duro le afectaran la mente. El
resto de su cerebro debía encargarse de controlar la vejiga y evitar cualquier
accidente desagradable. Al fin y al cabo tenía ya más de treinta años y sería
la peor humillación para él orinarse en los pantalones en el lugar donde
trabajaba hacía apenas un año. Apenas el ascensor se abrió, la gente salió como
espuma de una botella de champaña. Parecía que todos querían ir al baño pero la
verdad era que solo Ricardo casi corrió hacia los servicios.
Como lo había previsto, el lugar estaba lleno
de gente. Al fin y al cabo solo quedaban quince minutos de la hora del almuerzo
y todos habían vuelto casi al mismo tiempo para tener tiempo de tomar un café e
ir al baño antes de reiniciar sus labores. Por gracias del algún dios benévolo,
Ricardo vio un orinal libre y se puso de pie frente a él pero entonces algo
horrible ocurrió: no podía. Miró a la izquierda donde estaba un hombre bajito y
calvo y a la derecha donde había un hombre joven y alto. Miró todo lo que pudo
a la pared y trató de abstraerse de todo pero simplemente no pudo y eso que
sentía la vejiga al borde del colapso.
Segundos después, se le vio salir como un
tornado del baño y dirigirse, una vez más, a los ascensores. Quién sabe como
aguantó todo el viaje hasta el primer piso y mucho menos como salió a la calle,
donde ya había empezado a llover. Pero eso a él le daba igual. Caminó por la
calle mirando si había tiendas grandes o restaurantes donde pudiese entrar a
orinar. Intento colarse a un restaurante de hamburguesas pero una mujer grande
le bloqueó el paso y le dijo que si no consumía no podía usar el baño. Y él no
tenía dinero, pues solo había salido con lo que había gastado en el almuerzo.
Intentó en varias tiendas y restaurantes, pero
en todas decían lo mismo. A lo último, empezó a rogar y casi a llorar frente a
las personas que le cerraban el paso. Pero se sabe que las personas con poder,
así sea el poder más risible, creen que están por encima de todo y no suelen
ceder ante nada. Eso lo pudo ver Ricardo en todo su horrible esplendor.
La lluvia lo tenía
empapado pero él parecía no darse cuenta y también parecía ignorar el hecho de
que la hora de empezar a trabajar había pasado hacía unos minutos. Todo eso le
daba igual, solo quería orinar y sentir paz en la mente y, de hecho, poder
utilizar esa mente. Pues mientras buscaba y miraba para un lado y otro de la
calle, no tenía cerebro para más nada que para esa tarea tan básica y que
parecía tan simple.
El pobre incluso trató de orinar en un
callejón y detrás de uno de esos enormes tanques de basura que ponen en la
calle, pero en ambos sitios fue descubierto por policías, uno que incluso lo
amenazó con ponerle una multa por comportamiento indebido o algo parecido. Al
parecer para ese policía tampoco había lluvia y, por lo visto, tampoco había
crímenes de más calibre en ningún otro lado de la ciudad.
Fue después de alejarse de ese tanque de
basura que se resignó y pensó que le había llegado la hora de tragarse su
orgullo y simplemente orinarse encima. Prefería ensuciar sus pantalones que
dañar su cuerpo aguantando tanto y para ese momento ya era más que un milagro
que hubiera podido aguantar por tanto tiempo.
Fue entonces cuando miró hacia en frente y vio
que había una construcción y los trabajadores seguían en sus cosas a pesar de
la lluvia. Y vio Ricardo junto a la entrada de la obra unos baños portátiles.
Solo corrió hacia ellos, entró sin que nadie lo viera a uno y orinó feliz, como
nunca antes lo había hecho. Cuando terminó, se sintió algo tonto y se quedó
allí, saboreando la victoria. Pero esto no duró mucho, pues alguien más
necesitaba utilizar el espacio.