La sangre parecía estar viva. Se movía,
expandiéndose por el suelo de concreto sin detenerse con nada. Era obvio que el
piso había sido construido con un mínimo desnivel y ahora la mancha crecía como
un tsunami en miniatura. Era fascinante ver como ese liquido, más aguado en
unas partes y más espeso en otras, parecía comportarse como si no fuera más que
el agua misma que toma cualquier ser vivo para seguir viviendo. Eso era, claro
está, porque era agua con muchos minerales y vitaminas y demás. Ver esa expansión
roja era fascinante.
Los colores también eran un rasgo particular
de la mancha. Había partes en los que ya se había empezado a secar entonces el
color era muy oscuro, vino tinto, casi negro. Será que la sangre indica algo
más profundo en nosotros que solo el contenido de minerales? De pronto ese
color tan oscuro quería decir algo a gritos, quería denunciar a su portador por
tener una semilla de maldad clavada en lo más profundo del alma o de la
garganta o de donde fuera. Tal vez ese otro color rojo algo más brillante, casi
invitando a acercarse para sentirlo, denunciaba otra parte de la personalidad
de la persona.
Su textura era una característica más. Hay
sangres con más agua que nada y otras espesas, terriblemente espesas como el
barro o la melaza. Está era una de esas sangres que se quedaban en todo,
manchaba cualquier cosa que tocaba y parecía no detenerse de ningún manera,
parecía querer decir aún más con su composición, untándose en todo como una
mermelada horrible, oscura y asquerosa. El olor era fuerte, a hierro.
Obviamente la dieta del personaje era de pura carne o algo por el estilo. Era
increíble como ya empezaba a oler mal.
La mancha empezaba a detenerse y ya no tenía
el mismo impacto visual que antes. Brillaba pero con un brillo triste y vacío,
como si ya no le interesara destacar más, como si su vida liquida se hubiese
terminado antes de empezar. Había puntos en que se había convertido en una cosa
pegajosa, fastidiosa, que alguien tendría que limpiar y que no estaría feliz de
limpiar. Y no solo porque era sangre sino porque parecía que no iba a quitar
con nada.
Además habían manchitas
en los muros, de todos los tamaños. El asesino había salpicado para todas
partes y no se había dado cuenta. Una parte del muro, cercana al piso, parecía
una de esas pinturas vanguardistas que son un poco de pintura chorreada sobre
el lienzo. Pues esto era igual pero sin intención. Si alguien pudiese cortar
ese pedazo de muro y llevárselo a su casa o exponerlo en una galería o un
museo, seguramente se ganaría un dinero y no sabría como se había creado
semejante obra maestra, venida de la cabeza de un miserable.
Y era la cabeza, que ya había dejado de ser
como era cuando estaba vivo, la que era
el aspecto más horrible de la escena pues ya no se veía como había sido sino
todo lo contrario. Seguramente sería lo primero que alguien vería al entrar,
seguido de la mancha de sangre que seguro pisarían decenas de personas al
encontrar el cuerpo, porque obviamente lo terminarían encontrando. Esa pobre
cabeza, que no había pensado mucho en su vida, ahora ya nunca iba pensar en
nada, ya no reflexionaría sobre si fumar otro cacho de marihuana o tomar una
cerveza. Ya no pensaría en el futbol de los fines de semana o en el sexo de las
mujeres.
Las piernas estaban erguidas. Es decir, el
cuerpo estaba acostado en el piso, mirando hacia el techo, pero las piernas
formaban un triángulo, con los pies bien apoyados sobre el suelo, igual que el
trasero. De pronto había querido levantarse, de pronto había pensado que podía huir
en algún momento, que iba a poderse levantar y salir corriendo con esas piernas
que seguían erguidas pero pronto colapsaría bajo su propio peso. Es feo
decirlo, pero esa posición hacía que el cuerpo se viera ridículo, más porque el
final de los pantalones quedaba muy arriba y se le veían unas medias que
parecían del canasto de los descuentos.
Era obvio, tan solo por la ropa, que quien sea
que fuera el pobre desgraciado, no había sido una persona de dinero ni de buen
gusto. La ropa no combinaba en lo más mínimo y aún con el rojo de la sangre,
los colores desentonaban demasiado: los zapatos eran deportivos y blancos, ya
muy gastados y sucios. Las medias eran azul de escuela, de ese que la gente
solo debería usar cuando es menor de dieciocho años. Los pantalones eran de un
color naranja enfermizo, no de ese lindo naranja del jugo de las mañanas sino
de un color que parecía vomito inducido por mucha cerveza. Tenía una chaqueta
deportiva verde que cerraba el atuendo.
Y allí yacía el cuerpo y el asesino ya se
había ido, se había cansado de ver la sangre moverse y no estaba en una
película como para quedarse a ver que pasaba con todo. Había limpiado lo que
tenía que limpiar, no había cogido nada ni movido nada de su sitio, y
simplemente se había ido sin más. El cuerpo estaba allí desde hacía varias
horas pero ya los insectos habían comenzado su lenta marcha, los que comían la
sangre endurecida y los que empezaban a alimentarse del interior del cuerpo.
La escena era horrible, eso sin duda, pero
también era ridícula y hasta divertida si una sabía verla, pues hay que tener
todos los elementos a la mano para comprender. En cierta medida la escena era
como una pintura, más gráfica que la de la pared, más figurativa y concisa.
Tenía códigos claros por todos lados.
Por ejemplo, era ya un poco difícil de ver
pero se podía con un esfuerzo, el personaje tenía alrededor de su cuello unos
audífonos. Ahora bien, no era cualquier tipo de audífonos. Alguien versado en
el tema, sabía que precisamente esos tenían un costo bastante elevado entre los
que había disponibles en el mercado. La marca era de un músico famoso y la
utilizaban más que todo otros músicos, fuese para componer o digitalizar o para
hacer mezclas. Y bueno, había uno que otro que los compraba porque tenía el dinero
y quería escuchar música en los mejores audífonos disponibles. El muerto era
uno de esos.
Sin embargo, el sangriento cable de los
audífonos estaba ya sumergido en el liquido rojo y no iba a ningún lado. Es
decir, no estaba conectado. Muchos podrían pensar que simplemente se habían
desconectado cuando el asesino tendió al pobre miserable en el suelo pero con
la fuerza que la cabeza parecía indicar, el cable se hubiese roto, habría algo
partido en dos o en tres o pedazos de alguna parte esencial o algo por el
estilo. Pero no había nada. Eso solo indicaba que el mismo muerto había
desconectado los audífonos o que, posiblemente, jamás los conectaba.
Esto puede sonar extraño pero con tanta gente
que compra cosas que no usa, sola para lucirse ante nadie en particular, pues
no suena tan extraño. Además el tipo en su habitación no tenía mucha música que
digamos. El portátil estaba encendido con una lista de canciones y sí eran
bastantes, pero todo el mundo tenía una lista parecida. No había nada que indicara
que este pobre hombre fuera más fanático de la música que nadie más.
Lo otro era la cabeza, esa destruida cabeza.
Viéndola con detenimiento, y no era fácil hacerlo, se podía notar que la parte
más atacada había sido una de las sienes. Lo habían golpeado o pateado en la
sien varias veces, cerca al oído. El oído que usaría para escuchar las
canciones. Todo tenía una aura de sonido que no se podía negar y que
seguramente los detectives ignorarían pues a veces lo más evidente es lo que se
deshecha más fácil.
La prueba más clara era el portátil. Si
hubiese alguien para oprimir la tecla que reproduce la música, se hubiese dado
cuenta que el volumen era simplemente exagerado para un pobre desgraciado en su
pequeña habitación. Más aún cuando el portátil tenía conectados unos altavoces
que elevaban el sonido aún más. Y todavía más cuando esos altavoces estaban al
lado de una ventana abierta que daba a un patio interior del edificio en donde
vivía el muerto y, muy seguramente, su asesino. Así que, de nuevo, no hay
sorpresas ni grandes revelaciones para quienes abren un pocos sus ojos, y
oídos.
Podría uno decir que se lo buscó. Podría uno
decir que el castigo fue mucho más violento que los cientos de mañanas en las
que ese idiota había puesto el volumen hasta el techo, interrumpiendo el sueño
de todos. Sin duda fue una acción desmedida para cortar con ese torrente de
sonido, con el irrespeto y con la falta de racionalización. Pero sin embargo
todo lo que podamos pensar ya no sirve de nada. Porque nadie nunca pensó. Ni el
uno ni el otro ni pensarían quienes levantarían ese cuerpo, ni quien limpiase
esa sangre ni el próximo miserable que viviese allí y se atreviera a subir el
volumen.