Uno, dos, tres disparos. Hubo un silencio
sepulcral por un momento y luego se escuchó un cuarto disparo, seco y triste,
el último sonido que rompió la calma de semejante lugar, olvidado por el hombre
hacía muchos años. Era uno de esos pueblos que había sido clave en la expansión
minera del país, un motor de la industrialización y de la modernización. Uno de
los primeros lugares adónde llegaron los automóviles, la electricidad, el
teléfono y muchos otros avances que solo años después pudieron disfrutar todos
en casa.
Pero ya no es eso que era. Ahora es un montón
de polvo y oxido que se pudre lentamente bajo el calor del desierto. De las
grandes máquinas no queda nada: se las llevaron hace tiempo para venderlas por
partes. Lo poco que dejaron empezó a decaer rápidamente sin los cuidados de las
personas encargadas y ahora solo son estantes de tierra y de bichos. Algunos
animales se posan allí por largas horas, escapando del calor abrasador del
exterior. Las plantas lo han tomado todo a la fuerza, en silencio.
Es el lugar ideal para tomar la justicia en
manos propias. O eso había pensado la mujer que ahora miraba el cadáver de su
esposo, sangre derramándose sobre uno de sus vestidos más caros. Tuvo un
impulso horrible, homicida y maniaco, de tomar un bidón de gasolina y freír el
cuerpo hasta que nadie pudiera reconocerlo. Pero se abstuvo, más que todo
porque lo que necesitaba no lo tenía a la mano. Fue apropiado el hecho de
escuchar un ave de rapiña sobre su cabeza, seguro intrigada por la presencia de
la muerte en el lugar.
Lamentablemente, ese castigo posterior a la
muerte sería demasiado largo y alguien podría venir y desatar una investigación
que nadie quería que pasara. Por el bien de ella y de su familia, era mejor que
nadie nunca supiera que había llevado a cabo un plan que había empezado a ser
construido hacía muchísimo tiempo. Nada de ello había sido un impulso ni algo
del momento. Todo había sido meticulosamente ejecutado y por eso terminarlo con
un bidón de gasolina se salía de todo pronostico.
La mujer se quedó mirando el cuerpo por un
tiempo largo, hasta que cayó en cuenta de que el arma seguía en su mano.
Entonces se acercó a un pozo que había cerca, limpió el arma con la manga de su
blusa de flores y luego la lanzó por el pozo, escuchando como daba golpes
contra los costados metálicos del tubo. Se dejó de oír después de un rato pero
era casi seguro que el arma seguiría cayendo por un tiempo más. El hombre había
ido muy profundo en su afán de buscar metales y de hacer negocio con ello. La
tierra se comería todo lo que cayera por ese pozo, sin dudarlo.
El dilema de qué hacer con el cuerpo seguía
allí. Podía ejecutar el plan inicial de enterrar al hombre allí mismo pero se
había dado cuenta de la estupidez de su plan momentos antes de subir al vehículo
en la ciudad. Con tantos avances tecnológicos, incluso habiendo pasado muchos
años, podrían fácilmente saber quién era el cadáver e incluso como había
muerto. Eso podría llevarles, en cuestión de poco tiempo, al asesino. En este
caso a la asesina. Y ella no pretendía ser encerrada por culpa de ese maldito.
Siempre había sido un hombre algo estúpido. A
pesar de su inteligencia para los negocios y de su facilidad para interactuar
con la gente, en especial con mujeres, él siempre había sido un imbécil en el
sentido más elemental posible. Era además un animal, uno de esos tipos que cree
que tiene derecho a quién quiera y a lo que quiera nada más porque tiene los
cojones de decirlo a los cuatro vientos. Así había caído ella y, era gracioso,
pero también había sido así que él mismo había caído, resultando en su muerte.
No había dudado ni un segundo del viaje que
iban a tomar, de la sorpresa que ella había fingido tener para él. Habían sido
cuatro años juntos pero nadie sabía la clase de tortura que era vivir con una
persona como él. Era el peor de los seres humanos, tal vez por su idiotez o
incluso por lo contrario… El caso es que el mundo no había perdido a nadie
importante ese día, en el desierto. Tal vez su familia lloraría por él unos
días, pero ellos eran igual de desalmados que él, así que seguramente sus vidas
seguirían adelante sin contratiempos.
Lo difícil había sido drogarlo sin que se
diera cuenta pero suele pasar que la gente cae en los momentos más evidentes.
No vio nada de raro en que ella tuviese refrescos fríos en una pequeña nevera
dentro del coche. Se comió el cuento del picnic que iban a hacer, se tragó toda
la historia que ella le había contado, sobre como quería arreglar todo lo que
estaba mal en su relación y como ella quería luchar por ese lugar que los dos
habían construido con tanto esmero por tantos años. No dudó ni un segundo.
Se desmayó fácil, como un elefante al que
disparan un tranquilizante. Se durmió medio hora antes de llegar a la mina y
allí ella solo tuvo que bajarlo del coche, amarrarlo a un viejo poste con una
cuerda especial para campamentos y dispararle algunas veces. Iban a ser solo
tres disparos: uno a la cabeza, otro al corazón y uno al pene. Pero se le fue
un cuarto, después de tomar un respiro. Fue un tiro al estomago, que por poco
falla pues fue un disparo lleno de odio y resentimiento. Sin embargo, las manos
no le temblaron ni lloró después ni nada de esas ridiculeces tipo película de
Hollywood. Ella solo lo miró.
Al final, decidió que lo mejor era dejarlo allí
amarrado para que pudiera ser de alimento a los animales de la zona. Según
parece, no solo los buitres habitaban los alrededores de la mina, sino que
también coyotes y otras criaturas capaces de arrancar la carne de los huesos,
sin contar a los miles de insectos, habitaban ese sector del desierto. Se
aseguró de que la cuerda estuviese bien amarrada y luego caminó al vehículo,
para sacarlo todo y tirarlo al pozo, igual que había hecho con la pistola hacía
algunos minutos.
Las bebidas frías, el hielo, la nevera, el
recibo por la cuerda y las balas, la billetera de él y algunas otras cosas.
Entonces se dio cuenta del potencial que tenía ese pozo sin fin y, sin dudarlo,
empezó a quitarse la ropa y la arroyo por el pozo. Cuando estuvo completamente
desnuda, le quitó la ropa al cuerpo de su marido y la tiró también por el pozo.
Después de lanzar las llaves del carro, el último artículo que le quedaba, la
mujer miró la escena y sonrió por primera vez en un muy largo tiempo.
Acto seguido, se dio la vuelta y empezó a
caminar por el mismo camino de acceso que había seguido al entrar con el coche.
En su mente, empezó a construir una historia elaborada para la policía, así
como para su familia y la de él. Tenía que tener todos los detalles en orden y
no olvidar ningún elemento de la escena del crimen. Tenía que tenerlo todo
calculado y ella sabía muy bien como hacerlo, tenía los nervios de acero para
ese trabajo y la paciencia para repetir su historia ficticia mil veces, si era
necesario.
Eventualmente llegó a un pueblo, donde se
desmayó por falta de agua. La ayudaron llevándola en ambulancia a la ciudad,
donde pude contar su historia varios días después. Cuando la policía llegó a la
escena del crimen, pasaron dos cosas con las que ella no contaba pero que le
ayudaban de una manera increíble. Lo primero era que el vehículo ya no estaba.
Al parecer, se lo habían robado poco tiempo después de todo lo que había
ocurrido. Y lo otro era que no quedaba casi nada de su querido esposo.
Enterraron lo que pudieron y, tal como ella
predijo, la familia de él superó todo el asunto en cuestión de días. Acordaron
cuanto dinero le darían por ser su esposa y no haber herencia. Cuando eso
estuvo hecho, ella se fue de allí alegando que los recuerdos eran demasiado
para quedarse.
El asesinato que había cometido jamás la
persiguió. No hubo remordimiento ni tristeza. Casi nunca recordaba los momentos
que había vivido con él y su historia de ese último día en el desierto se fue
adaptando a su cerebro, hasta que un día ya no se pudo distinguir esa ficción,
de la realidad.