Cuando mi camiseta empezó a subir, los
pequeños vellos de todo mi cuerpo se erigieron al instante. En el lugar no
había un solo ruido, a excepción de las olas del mar que crujían contra las
rocas a solo unos metros de la ventana, que ahora estaba cubierta por una
cortina roja rudimentaria, hecha con una tela que se amarraba a un gancho en el
techo. Estaba claro que aquella residencia no podía ser nadie más sino de un
artista. El color azul de las paredes y el desorden eran otros indicios.
Mi camiseta aterrizó en el suelo y se deslizó
algunos milímetros por encima de los periódicos y demás papeles que había por
todas partes. La habitación era la más grande de la casa y tenía varias
ventanas, todas cubiertas a esa hora del día. Por un momento, mi mente salió
del momento y se preguntó que pensarían las personas que pasaran por allí de
una casa con ventanas cerradas a esa hora, en esa época del año. Pero no muchas
personas caminaban por allí, a menos que dieran un paseo por la playa.
Aún así, no verían mi cuerpo erguido sobre el
suyo ni escucharían mis gemidos suaves que mi cuerpo exhalaba solo para él. Mi
mente volvía a estar alineada con mi cuerpo y eso era lo que yo quería, sin
lugar a dudas. Sabía lo que estaba haciendo, sabía en lo que me metía y quería
estar allí. No había más dudas que resolver ni miedos que superar. Ya vendría
eso después, si es que era necesario. En ese momento solo quería disfrutar de
su tacto, que sentía recorrer mi cuerpo.
Los cinturones cayeron al mismo tiempo al
suelo, causando un pequeño escandalo que asustó al gato blanco que se paseaba
por todas partes. En otro momento seguro me habría importado el pobre animal,
pero no entonces. Sus largos dedos abrían mi pantalón y estaba sumergido en tal
éxtasis que no supe en que momento el gato rompió un jarrón lleno de flores,
que había estado allí desde la última vez que los propietarios habían visitado
el lugar. No me importaba nada.
Lo único que estaba en mi mente era acercarme
a él y besarlo con toda mi energía. Quería que supiera que no había dudas en mi
mente, que no me importaba nada más sino estar ahí. Habíamos flirteado por
meses hasta que por fin habíamos tenido la valentía de actuar. La primera vez
que lo hicimos fue después de una de sus clases, cuando él mismo me propuso como
modelo para la asignatura que daba a los alumnos de la maestría. Yo acepté sin
dudarlo. Me arrepentí luego al darme cuenta de que solo había aceptado por él
pero nunca me retracté.
El jueves siguiente estaba en su clase, en la
tarde, en uno de esos salones donde hay una pequeña tarima y la gente se sienta
alrededor. La luz entraba como cansado por el tragaluz. Yo me quité la bata sin
mucha ceremonia e hice caso a sus instrucciones, a la vez que trataba de no
mirarlo porque sabía que si lo hacía perdería toda intención de hacer lo que
estaba haciendo por el arte y no por él. Al fin y al cabo, yo estaba totalmente
desnudo ante él y de eso no había reversa.
Amablemente, me quitó los pantalones. Sentí
una ráfaga de calor por todo el cuerpo, tanto así que me sentí en llamas. No
solo mis partes intimas sino todo mi cuerpo estaba ardiendo en deseo por él.
Tal vez ayudó que el día se despejó y no hubo más nubes por dos días completos
en la costa. Los bañistas apreciaron esta gentileza del clima, así como los
pescadores. Y los amantes como nosotros también celebraron, con más besos y
caricias y palabras amables y halagadoras.
Seguí siendo su modelo hasta que, una tarde
cuando me había ido a cambiar detrás de un biombo instalado solo para mí, se me
acercó sigilosamente y tocó uno de mis hombros desnudos. Esa vez también me
recorrió el cuerpo un escalofrío y más aún, cuando cerca de mi oído, pude
escuchar su dulce voz pidiendo que lo dejara pintarme por un rato más. Y allí
nos quedamos, un par de horas más. No hicimos el amor, ni nos tocamos ni nos
besamos. Pero fue uno de los momentos más íntimos de mi vida.
Y yo seguía siendo su alumno. Lo seguí siendo
por lo que quedaba de ese semestre y lo seguí siendo el siguiente semestre, mi
penúltimo en la universidad. Por mi estudio y otras responsabilidades, no pude
seguir siendo su modelo, aunque yo lo deseaba. No nos vimos tan seguido ya, y
creo que en eso se quedaría nuestra relación, si esa palabra es la correcta. Me
sentí triste muchas noches, pensando en lo que podría haber sido y en lo que yo
podría haber hecho.
Sus manos rozaron mi cintura y, con cuidado,
fueron bajando mi ropa interior hasta los muslos. En ese momento nos besábamos
con locura y yo solo quería que ese momento durara para siempre. Creo que jamás
voy a olvidar todos los sentimientos que recorrían mi cuerpo, desde la lujuria
más intensa hasta algo que muchas veces he comparado con el amor. Los rayos de
sol que atravesaban la cortina roja nos daba un color todavía más sensual y el
sonido del agua contra las rocas era perfecto para lo que estaba sucediendo.
Era mi sueño hecho realidad.
Cuando empezó mi último semestre, me lo crucé
en la recepción de la universidad. Era la primera vez que nos veíamos y creo
que los dos nos detuvimos en el tiempo por un momento, como apreciando la
apariencia del otro pero, a la vez, viendo mucho más allá. Cuando se me acercó,
me dijo que ya casi seríamos colegas y ya no docente y estudiante. No sé si
quiso decir lo que yo pensé con eso, pero no dejé de pensarlo y de revivir mis
deseos más profundos.
Así de simple, la relación volvió a cobrar el
brillo que había perdido. De hecho, pasó a ser algo mucho más intenso. Como yo
ya había cumplido con casi todo los requerimientos para graduarme, solo debía
asistir a tres clases muy sencillas y eso era todo. Mi proyecto de grado estaba
listo desde hacía meses, pues le había dedicado las vacaciones a hacer el
grueso del trabajo. Así que estaba completamente disponible. Y él lo sabía
porque al segundo día me invitó a tomar café.
Los días siguientes bebimos mucho café,
conversamos hasta altas horas de la noche y nos hicimos mucho más que docente y
alumno, más aún que colegas. Me atrevo a decir que nos hicimos amigos de
verdad, conociendo lo más personal de la vida del otro. Y fue entonces cuando
surgió de la oscuridad un obstáculo que yo no había previsto. En el momento no
reacción, tal vez porque estaba vestido de amigo, pero tengo que decir que lo
pensé una y otra vez en los días siguientes.
Pero bueno, eso no cambió nada. Seguimos
tomando café y hablando de todo un poco. Me presentó a muchos de sus amigos
artistas y un fin de semana me invitó a la casa de la playa. Esa fue la primera
vez que la visité, sin imaginar que tan solo una semanas más tarde estaría en
la habitación más grande, besando al hombre que se había convertido en una
parte fundamental de mi vida. Caminamos por la playa esa primera vez y nos
besamos también por primera vez. Un día feliz.
Por mi cuerpo resbalaba el sudor. A veces
cerraba los ojos para concentrarme en mi respiración, en hacer que el momento
durara más, cada vez más. Cuando los abría, veía sus ojos hermosos mirándome. Y
no solo había deseo allí sino un brillo especial.
Estaba tan ocupado disfrutando el momento, que
no oí la puerta del auto que acababa de aparcarse frente a la casa. Tampoco oí
la risa de dos niños de los que no había sabido nada antes de ese día, ni la
risa de su esposa inocente y tonta. La puerta se abrió, como sabíamos que
pasaría alguna vez.