Cuando podía iba a la piscina de su club y
nadaba un poco. No podía hacer tantas veces como quisiera, por el trabajo, pero
trataba de hacer lo más seguido posible por dos razones: la primera era que no
hacía ejercicio nunca y la segunda que la natación era algo increíblemente
relajante. Cada vez que entraba al agua, se sentía más libre que en cualquier
otro momento de su vida. En el agua no tenía que justificarse, ni que seguir
reglas definidas. Podía nada y nada más, yendo de un lado al otro y probando ese
vehículo que era su cuerpo.
Su cuerpo no era, sin embargo, el mejor
vehículo que hubiese podido obtener de la vida pues no estaba en las mejores
condiciones. Había nacido con un problema físico que era notable a simple vista
y eso, al comienzo, le había impedido disfrutar de la natación como lo hacía
ahora. En esos días, incluso pensó que ponerse una camiseta para nadar, como
hacían otros, no era tan mala idea. Pero luego se dio cuenta que esa costumbre
estaba casi reservada para quienes tenían más que unos kilos de más o tenían
también cosas que creían tener que esconder.
Pero no lo hizo, no se puso nada más sino el
traje de baño y las chancletas de rigor. Ese día se cubrió como pudo con la
toalla pero pronto se dio cuenta que a los asistentes a la piscina no les
importaba nada el resto de las personas a menos que hubiera un accidente o algo
por el estilo. Había reservado uno de los carriles de la piscina más grande y
simplemente empezó a nadar.
A veces era frustrante porque a la mitad de la
extensión de agua se sentía ya ahogado y tenía que detenerse. Entonces hacía
dos vueltas pero divididas en cuatro partes de extensión casi igual. Sería
después de muchos meses que sus pulmones se acostumbrarían mejor al agua y a
respirar correctamente. Fue un hombre gordito que se hizo una vez en el carril
aledaño que le explicó como tenía que hacerlo. Esa sugerencia le aclaró mucho y
agradeció la ayuda del hombre.
Solo con ese consejo la piscina se volvió su
escape de lo que pasaba a su alrededor. Allí no tenía que pensar en su trabajo
que odiaba, no tenía que pensar en la mirada reprobatoria de sus padres cada
vez que hablaban de él y tampoco tenía que pensar en su fallida vida social y
sentimental. En el agua nada de eso importaba, solo había que estar concentrado
en respiración bien y hacer un buen movimiento de piernas y brazos para no
tragar agua y tener que llamar un salvavidas, como pasaba tan a menudo. La
excusa del ejercicio era solo eso pues a él le interesaba tener un sitio adonde
ir algunas horas al día y dejar salir todo lo que tenía en la cabeza. De resto,
todo venía por añadidura.
Fue en la ducha en donde pasó algo que nunca
pensó que pasaría: conoció a alguien. Las duchas eran parte del ciclo diario en
la piscina y no era su parte favorita ni de cerca. Sus problemas de autoestima
llegaban todos de una sola vez apenas salía del agua y sabía que debía entrar a
un lugar con multitud de hombres, muchos sin ropa, y bañarse con ellos. Algunos
podrían creer que tenía opción de secarse e irse pero eso lo había hecho al
comienzo y se dio cuenta que el cloro había dañado una de las camisetas que más
le gustaba ponerse. Además, era una regla del lugar y si no se cumplían las
reglas se podía ser expulsado.
El caso es que tuvo que acostumbrarse y lo que
hacía era ducharse con el bañador puesto siempre en una de las duchas que
quedaban en las esquinas. Así hubiese otras libres, esperaba por las de las
esquinas pues así había menos interacción. Un día en especial le pasó algo que
hubiera sido perfecto para un sketch de comedia: se estaba enjabonando pero el
jabón voló ridículamente de sus manos, dio contra la pared pero no cayó al piso
nada más sino que cayó en el pie de alguien que iba a tomar la ducha de al
lado, la única que había.
Agachándose para recuperar su jabón, él se
disculpó sin mirar al otro, quién se había tomado el pie y lo mojaba bajo la
ducha que acaba de abrir. Se quejaba un poco pero el otro ni lo determinaba,
prefiriendo guardar el jabón en una cajita donde siempre lo traía y acabando de
limpiarse para irse a cambiar. Fue entonces que el tipo le habló, diciéndole
que había dolido un poco pero seguramente menos de lo que hubiera dolido el
típico chiste del jabón en la ducha. El joven ni sonrió pero el otro sí rio de
su propio chiste y estiró la mano diciendo que su nombre era Pedro.
Tuvo que estrechar la mano para no crear un
momento incomodo y ahí mismo cerró la llave y se fue a secarse cerca de su
casillero. Lo hizo lo más rápido que pudo pero antes de salir se cruzó de nuevo
con el tal Pedro, que hasta ahora veía que era más alto que él y un poco
intimidante físicamente. No se había fijado bien antes, pero ahora que lo veía
mejor creía estar seguro de que él sí había estado desnudo en la ducha. Esto
hizo sonrojar al joven, que trató de decir que se tenía que ir pero Pedro solo
lo seguía, preguntando su nombre.
Le mintió, diciéndole que se llamaba Miguel y
que tenía que irse porque lo necesitaban en su casa. Cuando llegó a su hogar,
el joven se quitó de encima la molestia de ese extraño momento y puso su mente
al servicio de otras cosas, como la lectura pero cuando llegó la hora de dormir
recordó al tipo de las duchas y se preguntó porqué sería que le quería hablar
con tanta insistencia.
Algunos días después volvió a la piscina. El
trabajo había estado muy pesado y simplemente no había podido pasarse ni un
solo día. Reservó su carril antes de llegar y cuando estuvo allí se lanzó casi
sin pensarlo. Nadó varias veces de ida y de vuelta, sintiendo la sangre correr
por sus venas y algo de agua entrar en sus pulmones. La agresividad de su salto
lo había causado pero no le importaba, solo seguía adelante, incluso ignorando
el dolor que sentía en los músculos de las piernas y de los brazos. Seguía y
seguía, seguramente pensando que el dolor alejaría a todos los fantasmas que lo
acosaban.
Cuando ya no pudo más, salió. Fingió no
escuchar a un vigilante que le decía que no podía quitarse el gorro antes de
salir del agua e ignoró las miradas de varias personas que solo se le quedan
mirando porque a la gente le encanta ver como se castiga a otros. Caminó a las
duchas y allí se quedó un buen rato bajo el agua. No se limpiaba el cloro, no
se echó champú ni jabón, ni siquiera se toca el cuerpo para limpiarse con las
manos. Tan solo se quedó ahí, escuchando el ruido del agua en el suelo y las
llaves cerrándose y abriéndose.
Ese momento fue quebrado por el sonar de pasos
y la voz del mismo tipo del día anterior. Él no se movió, pues sería reconocer
su presencia y simplemente no tenía ganas de interactuar con nadie. El tipo no
intentó hablarle más, solo se duchó rápidamente y se fue. Al rato él cerró su
llave, por fin, y caminó lentamente a su casillero y su toalla. Cuando terminó
de secarse abrió el casillero y sacó su mochila pero entonces de encima de ella
cayó al piso un sobre. Lo recogió y tenía un sello interesante y era para él.
Dejó la mochila en el suelo y abrió el sobre
sin mucho cuidado. Adentro había dos hojas. La primera era una carta del sitio,
diciendo que tenía una amonestación por el incidente del gorro. Él sonrió
burlonamente: era increíble que hubiesen redactado esa carta tan rápidamente,
aunque luego notó que solo debieron de poner su nombre y la fecha del día, el
resto ya estaría así en alguna base de datos. Decía que no podría usar las instalaciones
por una semana lo que le hizo dar una patada a la puerta del casillero,
haciendo que todos los voltearan a mirar. Menos mal la puerta no se cayó.
Casi rompe la carta y el sobre pero recordó
la segunda carta y esperó ver los términos de su expulsión o algo por el
estilo. Pero resultaba que era algo muy distinto. La carta llevaba el mismo símbolo
que el sobre y tenía un mensaje que simplemente no se había esperado: el equipo
de natación del club lo invitaba a entrar con ellos pues, en resumen, lo habían
visto nadar y les parecía que estaría más que bien tenerlo en el equipo. El
capitán, cuyo nombre firmaba la carta, era Pedro Arriola.
Rió de nuevo, pero esta vez por la sorpresa.
El tipo raro de la ducha no era solo eso sino alguien que había querido
hablarle a propósito y él no lo había dejado. Incluso hacerse al lado en la
ducha debía haber sido a propósito. Ser parte de un equipo era algo que jamás
se hubiese planteado. Se miró entonces en uno de los espejos de la pared
opuesta y se quedó mirando su cuerpo y su rostro. Seguía dentro de él el
demonio que le decía que no iba a poder con ello, que la presión sería
demasiada. Pero alguna decisión habría de tomar.
En su mano, apretó la carta con fuerza.