Como todos los días, se sirvió una taza de
cereal con leche fría y una cucharada de azúcar aparte pues no le gustaban las
hojuelas sin mucho sabor pero tampoco las azucaradas. Lo comía despacio,
mirando las noticias de la mañana o, sino estaba de humor, leyendo alguna cosa
en internet. Eso ocurría normalmente entre las siete y las ocho de la mañana.
Ya para las nueve debía estar ya en su puesto de trabajo, después de un breve
viaje en bus.
Su trabajo no era nada del otro mundo: era el
encargado de mantener el orden en una librería, cuidando que cada uno de los
ejemplares estuviera donde tenía que estar. Era una librería bastante grande,
con dos pisos completos a disposición de quienes vinieran a buscar algo que
leer. Había grandes clásicos, que eran fáciles de ordenar alfabéticamente, pero
también libros de diferentes artes y temas y para niños, que eran a veces más
difíciles de ordenar por las formas en las que venían.
En el día sólo interactuaba con un par de
personas y la verdad era que casi no había que hablar. No solo por la regla no
oficial de no hablar en voz alta, como si estuvieran en una biblioteca, sino
que también por el hecho de que él hacía tan bien su trabajo, que no había
necesidad de estarle diciendo qué hacer. Apenas llegaba un libro nuevo sabía
muy bien donde poner los ejemplares. Lo mismo si encontraba libros rotos o
cosas por el estilo.
Cabe aclarar que no interactuaba nunca con los
clientes. Eso lo hacían los vendedores y él no era una. Extrañamente la gente
entendía eso a la perfección puesto que él se ponía un uniforme algo distinto
al de sus compañeros. Por eso el día que Alex le habló, fue sin duda un día muy
distinto.
En años de trabajar allí, nadie nunca le había
dirigido la palabra. Incluso mientras ordenaba libros, nadie nunca parecía
notar que estaba allí. Eso le ocurría no solo en el trabajo sino en la vida en
general. En el bus siempre lo empujaban y parecían no darse cuenta que estaba
allí. Cuando hacía fila para algo a veces se lo saltaban hasta que él
protestaba pero muchas veces no decía nada, por lo acostumbrado que estaba.
Alex en cambio se le acercó tocándole la
pierna ligeramente, pues él estaba subido en una escalera, y le preguntó acerca
de un libro de fotografía que estaba buscando. Por la falta de costumbre, él se
le quedó mirando un momento como esperando a que Alex se diese cuenta por si
mismo del error que había cometido. Pero eso no pasó. De hecho Alex sonrió y le
preguntó si no sabía dónde estaba ese libro. Lo único que hizo él fue extender
su mano e indicar así el camino. No abrió la boca para nada. Alex entendió,
sonrió de nuevo y se fue.
Ese encuentro hizo que él soñara despierto
toda esa semana. Se imaginaba discutiendo las técnicas de fotografía, de las
cuales no sabía nada, de algún gran artista de ese contexto, asombrando así a
Alex. Se pintaba mucho más interesante de lo que era y por eso, después de un
rato, solar despierto perdía todo interés real. No tenía sentido imaginar cosas
que no pasarían, menos aún cuando el resto del mundo seguía ignorándolo. Había
sido una cosa de una sola vez.
En sus días libres vestía con camisetas de
diferentes diseños, con dibujos extraños o colores vibrantes. Era su manera de
vivir con el hecho de que nadie lo notara nunca. Como las cosas eran así, pues
se podía permitir se lo que escandaloso que quisiera con su vestimenta y, como
lo comprobó apenas lo intentó, eso no cambiaba nada.
Así que el sábado siguiente salió a caminar y
a comprar algunas cosas que necesitaba. Se puso una gorra, una pantalones
cortos amarillos y una camiseta con motivos florales. Hacía calor, entonces el
atuendo venía bien. Fue primero a un centro comercial pero no encontró las
medias que quería y por eso tuvo que ir a otro al que no iba casi. Cuando
encontró unas medias divertidas, casi se estrella con Alex, que estaba mirando
la ropa interior. Él se disculpó rápidamente y estuvo a punto de seguir de
largo pero Alex le sonrió y le preguntó si era el chico de la librería.
Él jamás, hasta donde se acordaba, se había
sonrojado por nada en su vida. Pero seguro que lo hizo cuando Alex le hizo esa
pregunta, pues nadie nunca se la había hecho, nadie nunca lo había reconocido y
se sentía bastante extraño. Por alguna razón, la mano donde tenía los dos pares
de medias que iba a comprar, estaba temblando. Alex se dio cuenta pero no dijo
nada. En cambio, dijo que le gustaban esas medias pero que él lo que buscaba
eran bóxeres o algo así porque necesitaba con urgencia.
Esa confesión de su
privacidad hizo que él se sonrojara aún más. No dijeron nada por un momento y
entonces fue Alex el que dijo que no había encontrado nada. Se despidió
diciéndole que ojalá se encontraran nuevamente. La mente del pobre joven empezó
a correr como nunca antes puesto que eso tampoco se lo había dicho nunca nadie.
¿Qué habría querido decir Alex con eso? Tal vez era solo una forma de ser
amable pero tal vez lo dijera en serio, tal vez sí quería volverlo a ver
pronto.
Solo unos minutos después reaccionó y se dio
cuenta de donde estaba y qué estaba haciendo. Pagó sus medias y cuando llegó a
casa lo único que echarse en la cama y pensar y soñar despierto hasta que
empezó a soñar dormido sin darse cuenta.
La semana siguiente en la librería estuvo con
los nervios sensibles. El lunes había creído ver a Alex en un bus y el miércoles
pensó que se lo había cruzado a la hora del almuerzo, en la calle. Así que
estuvo todo el tiempo mirando para todos lados, pensando que el personaje en
cuestión iba a entrar de un momento a otro a la librería. Estaba siendo un poco
descuidado con su trabajo: en un mismo día hizo caer varias torres e libros,
tanto así que por primera vez desde Alex, algunas personas parecieron notar su
presencia. Incluso interactuó más de lo normal con sus jefes.
Para el viernes, el nerviosismo había
desaparecido. Siempre terminaba por ser coherente y había concluido que no
tenía sentido alguno que Alex volviese de la nada a la librería. Al fin y al
cabo, la primera vez que había venido parecía que buscaba algo que no era para
él y si le gustaran más los libros seguro ya habría vuelto así que lo sensato
era pensar en que no iba a volver o al menos no pronto. Así que dejó todo como
estaba y siguió su vida de sombra como siempre.
Sin embargo, algo cambió en él. Ya no estaba
dispuesto a que lo empujaran en el bus ni que la gente se le colara en la fila
del banco. No estaba dispuesto a dejar que los demás creyeran que no existía
porque un día, en la ducha, se dio cuenta de que él sí existía: pagaba un
alquiler, trabajaba, tenía sueños y ambiciones y soñaba despierto a cada rato.
Eso lo hacía alguien y si eres alguien debes defender tu lugar.
Empezó a imponerse, sin violencia pero con
vehemencia, en el trabajo y en todas partes y pronto varias personas se dieron
cuenta de su presencia y de que sus aportes eran valiosos y valían la pena ser
escuchados. Se le confió la organización de la presentación de un nuevo libro y
todo lo relacionado fue un éxito, desde la organización espacial de la firma de
autógrafos, hasta el tiempo y el lugar para las fotos y demás. La autora quedó
contenta con él y también la gente de la librería.
Los clientes se dieron cuenta de su presencia
como por arte de magia y fue entonces cuando se le ascendió a jefe de personal.
Las cosas habían mejorado y todo por su encuentro con alguien que solo había
visto dos veces, que él supiera, en su vida. Se lo imaginaba a veces, en las
noches, caminando por ahí y sonriendo.
Lo extraño de todo es que él era igual de distraído
que la demás gente. Pues si hubiese puesto atención a los varios años en los
que había vivido en su edificio, de varios pisos pero un espacio cerrado al
fin, hubiese sabido que Alex era uno de sus muchos vecinos. Pero de eso solo se
daría cuenta mucho después, por un pequeño accidente con alcohol de por medio.
Pero esa es una historia para otro día.