Afortunadamente, era primavera. Las flores
estaban en todas partes: en las terrazas de los apartamentos, en materas
puestas al lado de ventanas en oficinas y en los costados de la avenida, cerca
de los bancos donde era frecuente ver turistas y ancianos alimentar a las
palomas. Pero de eso no había nada. No había gente, ni palomas ni se escuchaba
el incesante tráfico romano. No había ningún otro ser vivo. Solo estaba Mario,
desnudo en la mitad de la calle, sobre las frías piedras.
Desde donde estaba se podía ver la
majestuosidad de la basílica. Incluso en una situación tan extraña, era fácil
encontrar majestuosa la arquitectura de la ciudad. El día acariciaba su piel
con un sol amable, ni violento ni frío. Algunos papeles corrían por la calle
empujados por el viento y, a lo lejos, se escuchaban los golpeteos de alguna
ventana abierta. No todo estaba muerto, no todo se había ido. Mario caminaba
despacio, hacia la iglesia, mirando hacia un lado y otro de la avenida.
Por alguna razón, estaba seguro de que en
algún momento alguien gritaría desde una esquina y la policía vendría corriendo
a llevárselo quien sabe adonde por delitos relacionados con su desnudez. Pero
no había nadie que pudiese gritar, no había policía. Cuando había despertado,
hace menos de una hora, se había cubierto su pene con una mano por vergüenza.
Pero mientras más se acercaba a la iglesia, más seguro estaba de que la
situación no cambiaría de un momento a otro.
Separó su mano de su miembro y la usó para
formar una visera, pues el sol había empezado a brillar con más fuerza. Se
sintió algo tonto al pensar que se sentía mucho placer al tomar el sol de esa
manera. Además, el empedrado del suelo estaba frío y eso ayudaba a modular la
temperatura del cuerpo. Una vez pisó el suelo de la plaza, sintió un frescor
especial. No solo eso, se detuvo a contemplar una vez más las altas columnas y
el enorme domo que se elevaba frente a él.
El lugar en el que había despertado era un
callejón al otro lado del puente Vittorio Emanuele. Yacía en el suelo, con
sangre seca debajo de su cuerpo. Tenía la mejilla contra el suelo, lo que le
había causado un ligero dolor de cabeza. Pero gracias al sol ese malestar se
había ido. Se demoró en ponerse de pie porque creía que soñaba pero lo que
sucedía era muy real. Al comienzo las piernas no le querían funcionar bien.
Solo después de cruzar el puente pudo mantenerse de verdad estable. Su memoria
era un caos. Había imágenes pero nada concreto.
Ya había estaba allí antes. Eso sentía.
Percibía que antes todo ese lugar había estado abarrotado de gente. Ahora no
había nada. Estaban todavía los puestos de revisión de vestimenta y eso lo hizo
reír. Su risa explosiva se expandió por la forma del lugar, pero nadie había
allí para escucharla. En ese lugar hacían devolver a los turistas por tener
pantalones cortos o camisetas que no cubrían los hombros. Y ahí estaba él,
desnudo por completo, caminando como si fuera la cosa más normal.
Pensó de inmediato en una estatua antiguo. Fue
entonces cuando cayó en cuenta que él no era de Roma sino de alguna otra parte,
porque había estado allí como turista. Su mente se inundó de recuerdos de
varias esculturas de hombres y mujeres parcial o completamente desnudos. Sabía
que todas esas obras estaban muy cerca de allí. Pero no recordaba si había
venido con alguien o si había estado solo todo el tiempo. El caso era que estar
desnudo, como esas esculturas, lo hacía sentir que encajaba a la perfección.
El interior cavernoso de la basílica era
impresionante. El poco sonido que había rebotaba contra todas las paredes. De
hecho, se asustó al oír con claridad los latidos de su corazón. Sus pasos se
dirigieron lentamente al centro del lugar, donde se quedó un rato admirando las
incontables obras de arte que había por todos lados. Se sentía extraño allí,
como un ser diminuto en un mundo de gigantes. Seguro era lo que millones habían
sentido antes pero para él se sentía como la primera vez.
Lo que fuera que lo dirigía, le decía ahora
que caminara hacia un costado y penetrara por una puerta que ya estaba abierta.
Había señales por todas partes, así que era obvio que estaba permitido que la
gente utilizara esos corredores que rápidamente se convirtieron en escaleras.
Poco a poco se fue cansando y una sed desesperante invadió su cuerpo. Recordó
ver una fuente pública en algún lugar de la calle y se lamentó no haberse
detenido allí para recuperar el aliento.
Sin embargo, siguió ascendiendo hasta que
llegó a otro pasillo que lo condujo hacia un lugar espectacular. Estaba justo
debajo de la cúpula, caminando por un pasillo estrecho que recorría toda la
circunferencia. Se atrevió a mirar abajo y dejó salir un gemido de sorpresa
que, como el grito en el exterior, se expandió por todos lados hasta que dejó
de oírse poco después. El lugar era simplemente increíble. Tanto detalle, tanta
mano de obra que había recorrido esos muros y suelos y techos y ahora ninguna
de esas personas existía. Ni los creadores ni los millones de turistas.
Siguió subiendo por otra escalera y fue
entonces cuando cayó en cuenta de algo: de verdad ya no había nadie en el
mundo. Era eso o algo muy grave había pasado en la ciudad de Roma. Trató de
recordar algo de su pasado mientras ponía un pie adelante del otro pero no
recordaba nada preciso, solo imágenes, unas claras y otras borrosas. Ninguna
parecía hacer referencia a lo que él quería averiguar. No recordaba gente
muriendo ni una explosión fenomenal ni nada por el estilo.
La escalera se fue ajustando a la curva del
domo hasta que Mario tuvo que agacharse un poco para no golpearse contra el
techo. Por un momento, pensó que tal vez eso habría sido algo bueno pues tal
vez ayudara con su mala memoria. Sin embargo, una contusión no era algo muy
atractivo en que pensar, en especial cuando no sabía nada de lo que le había
pasado. Más de una hora había transcurrido desde su despertar en aquel callejón
y todavía no sabía nada nuevo, nada que le diera verdadera información.
De pronto, sintió de nuevo el sol en la cara.
Estaba ahora en una terraza cerca de la punta de la cúpula desde donde podía
ver toda la ciudad o al menos buena parte de ella. Podía ver la plaza abajo,
las columnas, la avenida que se extendía hasta el río e incluso el puente por
el que había dado tumbos. El callejón estaba oculto por edificios pero sabía
donde estaba. Se quedó mirando allí, por varios minutos, como esperando a que
pasara algo que le indicara que era lo que estaba pasando.
Pero pasaron cinco minutos y después veinte y
nada pasó. Sentía el viento en su cuerpo y un escalofrío lo recorrió desde la
punta de los pies hasta la punta de la nariz. Su estomago gruñó con fuerza y
recordó que aún no había comido nada. Allí abajo, en los alrededores de la
plaza, había varios restaurantes cerrados. Seguramente podría tomar algo de
allí y a nadie le importaría, estuvieran muertos o no. Era primordial aliviar
sus necesidades básicas para poder investigar más.
Quince minutos más tarde estaba allí abajo,
caminando despreocupadamente. Miraba las vitrinas y se decidió por una
pastelería. Tubo que romper un vidrio para entrar pero todo lo que había estaba
todavía bueno. Calentó agua para tomar té y, tras terminar, hizo uso del baño
del lugar.
Por un momento pensó en conseguir ropa pero
después se dio cuenta que le gustaba estar desnudo, así que ignoró la idea. Fue
justo entonces cuando se fijó en un puesto de periódicos y una portada atrajo
su atención. No sabía italiano pero por fin comprendió qué era lo que había
ocurrido y lo siguiente que tenía que hacer.