Para ser tan temprano en la mañana habían
tenido que caminar bastante por el sendero que venía desde la zona de las
cabañas, que no eran muchas pero eran el único sitio donde la gente podía
dormir en el área. El sendero era muy bonito y lo cuidaban bastante porque era
el que más usaban los turistas que venían. Había flores de muchos colores a
cada lado así como palmeras y árboles típicos del trópico. La pareja de amigos,
Enrique y David, habían salido del hotel a las seis de la mañana pero solo
llegaron a la playa hasta las casi siete y media. El sendero daba muchas
vueltas y en un momento se iba por el lado de la montaña, sobre un acantilado
pronunciado sobre el que morían las olas más fuertes.
Cuando por fin llegaron a la playa, era
imposible no quedar asombrados. El lugar era como los que muestran en las
películas o en esas fotos de promoción turística que prácticamente nunca
terminan siendo realidad. Pero allí sí era verdad: la arena blanca, rocas lisas
y enormes por todos lados y el mar de un color aguamarina que parecía casi
hecho a propósito. Todo lo completaba la vista de la montaña a tan solo algunos
metros y los cientos de plantas que había por un lado y otro. Ahora Enrique,
que era fotógrafo, entendía porque tantas personas le aconsejaban ir allí para
hacer su trabajo. Él no trabajaba con modelos entonces no tenía sentido hacerlo
pero si alguna vez tenía la oportunidad no la iba a dejar pasar. David sacó su
celular apenas llegaron y empezó a tomar fotos de todo.
Él no tenía nada que ver con el arte. Bueno,
de hecho no tenía ninguna carrera terminada. Había estudiado un semestre de
arquitectura pero se dio cuenta que no era lo suyo y luego intentó con la
sicología pero resultó algo tan ridículo para él, que ni siquiera terminó el
primer semestre. La verdad era que en ese momento, había olvidado sus
preocupaciones, al ver el mar y el viento moviendo suavemente las plantas. Pero
la realidad era que siempre estaba tensionado, preocupado por su futuro.
Enrique era uno de sus mejores amigos y le había invitado a viajar con él
precisamente para ayudarlo a relajarse y así pensar mejor. Al menos por la
primera vista del lugar, ya estaba funcionando la idea.
Como era temprano, podía pasarse todo el día
allí haciendo varias actividades. Lo primero era encontrar el sitio ideal, cosa
que fue fácil cuando vieron una roca enorme ubicada a medio camino entre el
agua y la montaña. Sacaron sus toallas y se quitaron las camisetas para poder
disfrutar del sol lo mejor posible. De nuevo, se quedaron allí mirando al vacío,
sin pensar en nada, por un buen rato. Era como si todo se juntara para que
pudiesen dejar de pensar en lo que los agobiaba y solo disfrutaran el momento.
Lamentablemente, ocurrió lo que no querían y era que sintieron las pisadas de
otras personas. Eran una pareja de chicas y fue Enrique el que más las miró. No
eran feas pero eso con Enrique no importaba mucho.
A David no le interesaban las mujeres pero se
podía decir que a Enrique le gustaban demasiado. Sin ninguna vergüenza, se fue
caminando tratando de verse más varonil de lo que en realidad era y las saludó
con halagos. David, mientras tanto, decidió poner algo de crema en su piel para
evitar las quemadas. Aún mientras lo hacía, no pensaba en nada más sino en la
playa. Le parecía un lugar mágico, casi irreal. Era lo que él más necesitaba en
esos momentos. Cuando cerró la tapa de la crema, miró hacia Enrique y las
chicas y vio que él les estaba ayudando con la crema, cosa que hizo reír a
David pero, menos mal, nadie lo oyó.
Entonces se puso de pie y caminó lentamente
hacia el agua, sintiendo cada paso y el arena que pasaba por sus pies cada vez
que pisaba. Cuando llegó al agua notó que el agua tenía la temperatura
agradable: no era muy caliente, algo que le daba asco, ni tan fría como para no
disfrutar nada en ella. Siguió caminando hasta que el agua le llegó a las
rodillas y allí se quedó mirando a lo lejos, sobre esa capa de agua que se
movía suavemente. No había nada más allá, nada que pudiese ver al menos. El
cielo tenía pocas nubes y el viento cada cierto tiempo soplaba para darle un
respiro a los bañistas del sol que estaba haciendo. Era perfecto, era como si
cada fuerza de la naturaleza se hubiese puesto de acuerdo para que todo saliera
la perfección. Y había que decir que lo habían logrado, con creces.
De pronto, David oyó a Enrique reír. Se dio la
vuelta y vio que venía con las chicas que había conocido. Al poco rato, David
las estaba saludando de la mano y lo invitaban a jugar algo de vóley playa.
Jugaron por lo que pareció una hora y los chicos perdieron horriblemente, por
una combinación entre las ganas de Enrique de dejar que las chicas ganaran y el
pobre desempeño de David en cualquier deporte que involucrara una pelota. Lo
bueno fue que se divirtieron, y no hicieron sino hacer bromas tontas y reír
como si nada en el mundo fuese una preocupación. Fue cuando acabaron de jugar
que David recordó lo pesado que a veces se sentía y eso lo hizo sentirse
miserable y se sintió mal al sentirlo en ese paraíso.
Las chicas los invitaron después a surfear
pero David les dijo que pasaba de ello. Prefería quedarse allí bronceándose y
cuidándolo todo. Enrique le preguntó si estaba bien y David le dije que sí y
que se divirtieran. Incluso les dijo a las chicas que podían dejar sus cosas
con las de ellos para que él pudiese cuidar todo. Así lo hicieron y cuando se
fueron David se recostó sobre su toalla al lado de todo y cerró los ojos. Quiso
relajarse todo lo posible y lo logró tan bien que durmió por algunos minutos.
Cuando despert ó se dio
cuenta de que tenía mucha hambre y entonces sacó una de las manzanas que habían
traído del hotel. Apenas le dio el primer mordisco, un mono pequeño se le
acercó de la nada y se le quedó mirando.
David no se asustó pero sí era una situación
bastante rara. De pronto el bosque cercano era hogar de pequeños simios pero el
caso es que el pequeño animal lo miraba con sus ojos grandes y luego miraba la
brillante manzana. David entendió y entonces buscó una navaja que había en su
mochila y partió la manzana en dos partes iguales. Se quedó con el lado mordido
para él y le dio la otra mitad al mono que parecía no creerlo. Saltó un rato
sobre el sitio donde estaba y entonces empezó a comerse la manzana. David hizo
lo mismo y los dos terminaron casi al mismo tiempo. Cuando el simio vio que no
había más que comer, se subió al hombre de David y este aprovechó para tomarse
una foto con el celular. Menos mal lo hizo porque el animalito entonces saltó
sobre la roca y desapareció.
David guardó el celular y sonrió ante su
pequeña aventura. Miró a un lado y otro y supuse que Enrique lo estaba pasando
muy bien con las chicas y por eso no había vuelto. Había pasado una hora o tal
vez más desde que se habían ido y David ya no sabía que inventarse para pasar
el rato. Se puso de pie y se dio cuenta que no había nadie más en el lugar. Era
cierto que era temporada baja pero no hubiese esperado que una playa estuviese
tan sola. Decidió caminar un poco más lejos, hacia el agua, siempre mirando
hacia las cosas. Quería sumergirse en el agua pero no podía. Si se perdía algo
sería su culpa. Pero si esperaba a que Enrique volviera, podía no tener la
oportunidad.
Decidió echarse un chapuzón rápido, solo para
humedecer su piel y mojarse la cabeza que ya estaba hirviendo del calor. Además
tenía las manos dulces por la manzana y quería limpiarse. El caso fue que no se
demoró más de cinco minutos en el agua y cuando volvió todo parecía estar en
orden. Se sentó en su toalla a secarse y entonces todos sus pensamientos, todas
sus preocupaciones, se le abalanzaron encima como si el agua hubiese roto una
barrera invisible. Recordó que se sentía culpable al irse de viaje y dejar a
sus padres preocupados, recordaba que se sentía siempre un fracaso y una vergüenza.
Fue entonces que miró sus antebrazos, que casi
siempre evitaba mirar, incluso cuando el simio había tocado justo encima de las
cicatrices. Porque tenía varias, todas paralelas entre sí y casi del mismo
largo. Verlas hizo que David soltara algunas lágrimas y llorar en semejante
lugar parecía algo fuera de lugar y lo hacía sentir todavía más desesperado. Se
concentró en quedarse quieto y en no pensar en nada pero no podía, todo era un
remolino en su cabeza y cada vez todo giraba más rápido y fuera de control. La
verdad era que nunca quería volver a un hospital por la misma razón que había
ido hace poco pero tampoco quería seguir sintiendo todas esas cosas, quien sabe
por cuanto tiempo. Era una tortura.
De pronto, oyó la voz de Enrique, que lo
buscaba. Menos mal venía solo porque lo primero que David hizo fue abrazarlo y
llorar en silencio. Y Enrique lo abrazó de vuelta y lo ayudó luego a calmarse y
a tomar algo de agua. Al fin y al cabo, era su mejor amigo y sabía como
ayudarlo para asumir control de sus cosas, o al menos casi siempre sabía como.
Se sentía algo culpable por no haber estado en el lugar cuando David había
tratado de suicidarse pero al menos estuvo allí durante su recuperación y eso
había vuelto su amistad casi una relación de hermanos.
Después de ayudarlo, fueron a comer con las
chicas que resultaron más interesante de lo que David había pensado. No había
olvidado sus dolores y preocupaciones, pero al menos las tenía al margen y
esperaba así fuera hasta que dejaran de acosarlo.