El helicóptero aterrizó en la parte más alta
de la muralla, que daba hacia el mar. Del aparato salió una mujer alta, blanca,
vestida con una capa violeta y una corona de oro y diamantes. Los hombres que
agachaban la cabeza a la vez que ella pasaba, eran diferentes a ella. Todos
eran de piel negra y ojos verdes. Ninguno de ellos tenía pelo, mientras el de
ella era largo y del color del sol. La mujer llegó al borde del muro y miró
hacia la lejanía. Por las marcas en el arena se podía ver que el mar se había
retirado algunos metros. Era posible que se estuviera retirando más porque las
olas eran demasiado calmas.
- - Que hacemos mi señora?
- - Altura de la muralla?
- - Cuarenta metros,
señora.
- - Estarán bien. Preparen
los pisos más bajos para el impacto.
Entonces pareció que el sonido hubiera dejado
de existir porque todo quedó en absoluto silencio. La mujer miró hacia la costa
y vio que el mar, en efecto, se había retirado. De hecho, casi el doble de lo
que se había retirado antes. Y lejos, se veía un movimiento extraño, una sombra
rara. Los hombres empezaron a correr alrededor, gritando ordenes y organizando
cosas por todos lados.
La ola se hizo visible pasados algunos
segundos y barrió la playa con fuerza y gran altura. Afortunadamente cuando
llegó a la muralla, no medía sino quince metros. La mujer pidió reportes de
toda la muralla y de cómo había afectado la ola al reino. Se devolvió entonces
al helicóptero, que despegó rápidamente y la llevó tierra adentro. Una hora
después aterrizó de nuevo, esta vez en una saliente de una montaña. O al menos
parecía una montaña pero en realidad era un palacio.
La mujer entregó su capa y su corona a una
asistente y entró a un gran salón circular con varias ventanas. Al lado de una
de ellas, había un banco de seda y en él un hombre mirando a través del
cristal. Tenía la tez negra como los hombres de la muralla pero él sí tenía
pelo, corto. Sus ojos eran verdes como las algas y su traje de azul claro,
combinando con el cuarto. Cuando los pasos de la mujer sonaron en el lugar, el hombre
se dio vuelta y se dirigió hacia ella. La abrazó, la besó y la sostuvo en sus
brazos por largo tiempo, sin decir nada. Era como si no necesitaran palabras
para comunicarse. La mujer apretaba sus manos en la espalda del hombre, como
tratando de jamás soltarse.
- - Como estuvo?
Ella exhaló y lo miró a los ojos. Una sonrisa
se dibujó en su cara.
- - Una ola no es
suficiente para destruirnos.
- - Como lo hicieron?
- - Una de sus naves con
carga llena. Malditos.
La mujer tomó al hombre de la mano y lo llevó
de vuelta al banco de seda, donde ambos se sentaron sin decir nada. Ella
apretaba la mano del hombre y él la de ella. Se miraban y luego miraban por la
ventana, por la que se veía un paisaje lleno de piedras y riscos y montes
afilados. El palacio estaba alto pero a la vez oculto entre las rocas.
De pronto, la joven ayudante que se había
llevado la corona y la capa entró a la habitación y le hizo una venía a los
dos. La joven era rubia y de ojos negros, con la figura de la verdadera
belleza. Les contó a los dos que equipos del reino habían llegado al punto
donde había caído la nave enemiga y la estaban investigando a detalle, para
saber como habían hecho para utilizar una nave de carga común y corriente como
un arma. Les dijo también que la muralla se había inundado en los primeros
pisos pero no había muertos ni heridos. Después de otra venia, la mujer se
retiró.
- - Que vas a hacer?
- - Nada.
Esta vez el hombre se le quedó mirando, a
pesar de que ella parecía fascinada con el atardecer que estaba ocurriendo
afuera. Él exhaló y apretó la mano de la mujer. Luego la soltó y se puse de pie
para irse. Ella siguió mirando por la ventana y se quedó sola, con sus
pensamientos. Él quería que ella se vengara, que fuera por ellos y los
castigara por dudar de ella. Pero la reina sabía que no podía ceder ante lo que
los demás querían que hiciera. Había sido difícil que la aceptaran en el reino
como la nueva gobernante y todavía existía quien dudaba de ella.
La reina era hija bastarda del antiguo rey.
Pero ella había sido su única hija. Con la reina anterior no tuvo ningún hijo
porque ella no podía tener hijos. Él la amaba y por eso nunca le importó la
falta de hijos. Adoptaron algunos de todos las regiones del reino, para
compensar este anhelo natural. Fueron dos niños y una niña que hoy en día
odiaban a la reina. La odiaban porque ella era el resultado de una noche de
tragos de su madre, que había tenido relaciones con la cocinera del palacio.
Esa era ella, la hija de una cocinera que hoy ya no estaba, habiendo muerto por
una enfermedad hacía muchos años.
La ley impedía que los hijos adoptados fuesen
gobernantes pero no decía nada de los hijos bastardos. Siguió entonces una
guerra civil: un grupo apoyaba a los adoptados y otro a la hija bastarda. Hubo
muerte por un año entero antes de que ella misma decidiera detener los combates
y sacrificar su posibilidad de reinar. Esta acción ganó el corazón de los
ciudadanos y fueron ellos que forzaron al gobierno para darle el poder a la
hija nunca reconocida. Los hijos adoptados dejaron el reino indignados y ella
sabía, mirando por la ventana, que ellos tenían algo que ver con la ola
asesina.
- - Mamá?
Un jovencito había entrado a la habitación.
Tenía la tez morena y se lanzó hacia la reina apenas ella lo miró. Ambos se
abrazaron con fuerza, sonriendo siempre. La mujer le daba besos al niño a la
vez que él hacía caras, tratando de decirle algo a la mujer. Ella dejó que se
apartara para verlo bien, mientras él le contaba con detalles un sueño que
había tenido, en el que ella montaba un gran caballo blanco y su padre uno de
los leones del desierto, aquellos de melena negra. Ella lo miraba fascinada,
mientras el niño corría por todos lados recreando el sueño.
El momento entre madre e hijo fue interrumpido
por la asistente que dijo que tenía malas noticias. La nave que se había
estrellado estaba cargada con explosivos y había matado a unas veinte personas
que estaban investigando el evento. A pesar de ser un niño, el jovencito se
quedó quieto y miró a su madre, cuyo rostro se volvió sombrío. Parecía que la
rabia iba a brotar por su boca en cualquier momento pero la mujer solo agachó
la cabeza y tomó una de las manos del niño.
- Contacta al general.
Dile que mande toda la ayuda necesaria. Hay que preparar funerales de Estado
para todos esos hombres y mujeres. Murieron sin razón, tenemos que honrarlos.
La asistente asintió y
se retiró. La reina salió del cuarto, con el niño de la mano y caminaron juntos
por un hermoso pasillo, lleno de frisos y mosaicos. El corredor terminaba en
una puerta ricamente adornada. La mujer la abrió, cruzaron otro salón circular,
este con varias puertas. Cruzaron otra más y llegaron a un cuarto lleno de
personas alrededor de pantallas y diferentes tipos de máquinas.
Había hombres y mujeres con uniformes de color
rojo sangre, yendo y viniendo, confirmando órdenes y datos varios viniendo de
todos los rincones del reino y de más lejos. Cuando vieron a la reina, agacharon la cabeza.
Ella se acercó con su hijo a una de las pantallas, donde se veían los pedazos
de nave por toda la playa.
- - Confirmados los veinte
muertos?
- - Rescatamos algunos
heridos. Parece que solo son doce los muertos.
- - Excelente.
Entonces se agachó y
miró al niño con una sonrisa. Le pidió que fuera a su habitación y se quedara
allí hasta que ella fuese para leerle su historia de todas las noches. Al
salir, se cruzó el niño con su padre, quien lo alzó y lo besó, ante la mirada
amable de todos en la habitación. Una vez el niño salió, la mujer se acercó a
su marido y lo tomó de la mano de nuevo. Con lentitud, lo llevó hasta una mesa
que era pantalla al mismo tiempo, mostrando los limites del reino. La muralla
los protegía en sitios estratégicos pero no en todos lados. En el centro del
mapa estaba el sello real, que indicaba el palacio.
- - Estás segura?
- - No. Pero no sé que más
hacer.
Una mujer vestida de rojo se acercó a la mesa
y empezó a oprimir botones. La imagen hizo un acercamiento y se enfocó en un
punto verde cerca al limite del reino.
- - Mi señora, podemos
seguir?
Ella inhaló. Tenía frente a ella la decisión
de destruir a sus hermanos adoptivos o no. Ellos habían tratado de matarla, la
odiaban y querían verla muerta. Pero ella no los odiaba. Lo que detestaba era
no entender porque todo había tenido que ser como era. Nadie nunca había
pensado en como se sentía ella siento la hija ilegitima del rey, ni como dolió
ver a sus amigos morir por defenderla. Pero había que ser fuerte y marcar su
poder con acciones. Exhaló y miró a los ojos de su marido, pidiéndole consejo,
sin decir palabra.