Lo que más asustaba a la gente no era el
hecho de tener en su pueblo una de las prisiones más afamadas del país. Tampoco
les asustó cuando, una mañana, las alarmas sonaron con fuerza por todo el
pueblo, avisando la fuga masiva de prisionera de esa cárcel. Lo que más les
asustó fue tener que permanecer en casa por días, incluso semanas, antes de
poder salir de nuevo. Todo porque las autoridades no habían cumplido con su
parte del trato, la parte en la que los protegían.
Los maleantes que se habían escapado de la
cárcel venían de los lugares más variados y todos habían cometido crímenes
diferentes o al menos de maneras distintas. Había un grupo que había cometido
crímenes relacionados con dinero, robando centavo tras centavo de lo que los
contribuyentes pagaban con esfuerzo para varias obras sociales y de
infraestructura. Esos de cuello blanco se lo habían robado. Lo habían hecho en
el pasado y lo seguirían haciendo en el futuro.
Eran como un cáncer pero no eran el único
cáncer. Los tenían encerrados en el edificio más pequeño de la prisión, el cual
tenía una sola planta y era atendido de manera especial. Estaba claro para
todos que incluso los más ricos y los más desgraciados siempre recibirían un
trato diferencial, incluso en la cárcel. Sus comidas eran un poco mejores que
las de los demás prisioneros y tenían derecho a más tiempo en las zonas de
recreación como el patio o el gimnasio. Incluso tenían piscina.
Por supuesto, eran los que más se quejaban de
malos tratos y siempre vivían pidiendo el respeto a sus derechos humanos. Según
sus relatos a la televisión o a los medios escritos, la prisión era un infierno
en la tierra donde todos los días debían luchar por sus vidas. Y las familias
repetían este mensaje pues el familiar que tenían en la cárcel hacía que toda
la gente de su entorno hiciera lo que él quisiera. Vale la pena aclarar que la
cárcel era solo para hombres. La de mujeres estaba en otra parte.
Cuando sucedió la fuga, estos ladrones de
cuello blanco fueron de los primeros en correr. Lo hicieron porque tenían miedo
de los demás prisioneros pero también porque querían alejarse lo más posible
del lugar que les había causado tanto desprestigio. En sus mentes, no eran
ellos culpables de nada más sino de ser más brillantes e inteligentes que el resto
de las personas. En sus cabezas, ellos no tenían porqué estar allí con los
demás criminales. Incluso había algunos que pensaban que, en un mundo manejado
por ellos, se les haría alguna clase de honor.
En el patio B, el más grande de toda la
prisión, estaban la gran mayoría de los delincuentes. Buena parte de ellos
habían sido capturados por crímenes relacionados con las drogas, aunque en el
lugar no estaban los verdaderos jefes ni aquellos matones que habían sido
especialmente sanguinarios. En ese lugar estaban aquellos que ayudaban a
comercializar el producto, a moverlo y demás. Eran un grupo unido en la cárcel
y se hablaban solo entre ellos, sin dejar entrar a nadie más.
Tenían cierto poder pues eran los que le
podían conseguir lo que quisieran a cualquiera de los demás. Si querían un
celular o algo de comer, ellos lo podían proporcionar por una suma. Esa suma
podía ser dinero de verdad, que los familiares de unos tenían que pasarle a los
familiares de los otros fuera de la cárcel, o podía ser un objeto o servicio
que pudiesen proporcionar dentro de la prisión. Sobra decir que los guardias y
todo el personal sabía de esto y no hacía nada para evitarlo.
Entre el grupo más grande, e incluso
incluyendo a los demás delincuentes, había algo así como clases sociales. Pero
no se basaban en el poder monetario sino en la capacidad de cambio que tenía
cada individuo. Los que podían hacer lo que quisieran adentro o afuera, eran
los jefes. Normalmente, eran los que siempre habían manejado negocios para
alguien más y ahora se encontraban en una increíble posición de liderazgo,
donde podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran.
Por eso no era extraño que hubiese asesinatos
pagados en la cárcel. Al menos una vez por mes algún infeliz era asesinado en
las duchas, en maneras tan creativas que era un poco sorprendente. Además, era
casi imposible saber quien era el responsable pues muchos guardias estaban bajo
la influencia del dinero sucio y se hacían los idiotas cuando pasaba algo como
eso. Así que no había consecuencias y los jefes del sector lo seguían haciendo
cuando les convenía a ellos y sus intereses.
También había una clase media y una clase baja
y de esta última normalmente salía la persona que obligaban a matar a alguien
más. Los clase baja eran personas que se podía manipular, por secretos o porque
no tenían como defenderse. De hecho, muchos de los hombres obligados a matar
también se convertían en objetos sexuales de sus superiores. En la noches era
común escuchar gritos, gemidos y demás sonidos relacionados con estos actos,
algunas veces consensuados, muchas veces forzados. Era una de las realidades de
las que nadie hablaba.
En el último patio, en un edificio un poco más
grande que el de los ladrones de cuello blanco, estaban los prisioneros más sanguinarios.
Mientras que los del patio B acudieron a la anarquía al fugarse, pues ellos
habían iniciado el caos y querían que los vieran como el grupo más peligroso,
fueron los del patio C los que se perdieron entre la multitud de la manera más
silenciosa que pudieron. Se metieron a los bosques cercanos o siguieron con sus
letales actividades. El caso es que se alejaron rápido.
La mayoría eran asesinos, eso no era de
sorprender. Lo delicado eran las razones por las que estaban en la cárcel y las
maneras en que habían matado a sus victimas. Algunos habían asesinado a dos o
tres personas. Otros ni siquiera sabían cuantas. El número nunca había sido
importante para ellos sino el hecho de hacerlo y todo el proceso, que era casi
como una ceremonia religiosa. Esos hombres eran lo más peligroso que la
sociedad tenía para ofrecer. Monstruos reales.
Las celdas que tenían eran un poco más amplias
que las de los demás pero eso era porque permanecían allí todo el día. Se les
autorizaba la salida a un pequeño patio interior pero solo los domingos y por
una hora. Esa era la única oportunidad que tenían para ver el sol, sentir el
viento en la cara y tal vez escuchar el sonido de los pájaros que pasaban por
el lugar. La comida pasaba por una ranura en la puerta y no recibían visitas de
nadie. Estaban completamente apartados del mundo.
Cuando todo fue caos, la red eléctrica falló y
así fue como pudieron escapar sin mayor problema. Todos los guardias de
seguridad de esa zona fueron asesinados. Y no fue por odio ni nada por el
estilo. El hecho era que no lo habían podido hacer hacía mucho tiempo y estos
personajes tenían sed de sangre que no se podía calmar con nada. No eran seres
humanos sino máquinas de horro que lo único que eran capaces de hacer era
destruir la vida humana en cualquier manifestación.
Ese fue el grupo que hizo que las personas del
pueblo cerraran puertas y ventanas con seguro y se quedaran encerrados por
tanto tiempo. Algunos tenían armas pero no sabían si servirían de algo contra
personas como esas, más si eran numerosos.
Pero el pueblo solo se
vio saqueado por algunos de los prisioneros del patio B. Muchos fueron
capturados, igual que casi todos los del patio A, los de más dinero que no
sabían que hacer en esos casos. A la mayoría de los del patio C, no se les
volvió a ver sino hasta mucho tiempo después.