Cada vez que Héctor salía a la calle, por lo
menos diez personas le pedían el autógrafo, otras más le pedían una foto y
algunas incluso le proponían mucho más que eso. Eso era porque el joven de 25
años era ahora una estrella mundial del fútbol. Hasta hace poco vivía en una
pequeña casa llena de humedad en un barro humilde en un país que a nadie le
importa. Pero desde que tenía cinco años su padre lo llevaba al parque a jugar
fútbol y lo fue metiendo en equipos de ligas menores. Así fue escalando, yendo de
un equipo a otro, hasta que logró entrar en uno de los más importantes equipos
de su país. Solo estuvo allí una temporada antes de que lo descubriera un
europeo y lo comprara para su equipo. Ahora era uno de los jugadores más
reconocidos y queridos en todo el planeta y él, obviamente, amaba la atención.
Las chicas más guapas se le acercaban en todas
partes, tenía miles o tal vez millones de admiradores y empezaba a ganar
millones de dólares nada más por poner su cara en algún producto. Desde bebidas
gaseosas hasta vasos plásticos, la cara de Héctor ahora se asomaba por todas
partes y eso lo hacía una de las personalidades más reconocidas del momento. Lo
invitaban a premios deportivos a diestra y siniestra, le llovían contratos para
promocionar más productos y estaba a la puerta de ganar más dinero de sus
negocios que del fútbol. En solo un par de años se había convertido en
millonario. Pasó de vivir en una casa apretada a un apartamento con tanto
espacio que muchas veces descubría lugares nuevos en los cuales relajarse.
Eso sí, no había hecho lo mismo que los demás
futbolistas. La mayoría se habían casado jóvenes y ya tenían hijos pero él no
quería nada de eso. No solo porque no había conocido a ninguna mujer que le
llamase la atención sino porque no quería sentirse amarrado a nada. Hasta hace
poco había empezado a ayudar a sus padres y a su hermanos como para tener dos
personas más que cuidar. No, su prioridad era establecerse y que su imagen
perdurara el mayor tiempo posible. Para eso entrenaba incansablemente y cuando
no, estaba en algún evento social y en una sesión de fotos para alguna marca
importante. El tiempo era dinero y el dinero algo que antes no había tenido.
Sería mentira no decir que, con frecuencia, se
daba sus gustos. Y por qué no? Al fin y al cabo se gana el dinero de manera
decente y tenía el derecho de gastarlo como mejor le pareciera. Así que cuando
podía se compraba uno de esos trajes caros o zapatillas de fútbol de las
mejores o algún articulo electrónico que estuviera de moda. Él no tenía ni idea
de lo que estaba de moda y de lo que no. Tampoco tenía el mínimo gusto en
cuanto a la ropa pero siempre había confiado en el criterio de su hermana que
había decidido irse a vivir con él a Europa para colaborarle en las cosas del
hogar y demás. Él no se lo había pedido pero se alegraba de que estuviese con
él.
En su tercera temporada con el equipo tuvieron
un día un partido amistoso en uno de eso países fríos, por lo que tuvo que
abrigarse bien porque no era un clima al que estuviese acostumbrado. La verdad
era que el invierno le daba muy duro y no entendía como alguna gente lo
disfruta. Para Héctor puso su mejor cara y, en efecto, lo eligieron para jugar
todo el partido. Esto era en parte por su agilidad y rapidez, pero también
porque era una imagen que había que utilizar para generarle más dinero al
equipo. Él sabía eso y le gustaba hacer su parte para que todos estuvieran
mejor. Pero no contaba con que, durante el partido, uno de los miembros del
equipo contrario calculara mal un tiro y le pateara la pierna con fuerza. Todos
sabían que no había habido mala intención pero el daño estaba hecho.
A toda velocidad, Héctor fue llevado al mejor
hospital de la fría ciudad. Lo estabilizaron y le hicieron la mayor cantidad
posible de exámenes. Mientras tanto, en el exterior del hospital, se fueron
acumulando reporteros y periodistas de todas partes, ávidos de noticias de uno
de los futbolistas más reconocidos en el mundo. Al día siguiente del incidente,
el doctor les anunció a los periodistas que el jugador debía quedarse más
tiempo en el hospital para poder curarse por completo. No era prudente
trasladarlo ni hacerlo mover de ninguna manera, ya que eso podría comprometer
gravemente su pierna. Los periodistas se fueron pero regresarían en la mañana.
Héctor, por su parte, recibió un reporte
médico algo diferente. Si bien era cierto que debía quedarse quieto para
curarse totalmente, los doctores habían omitido hacer público el hecho de que
sí la pierna no se curaba correctamente, Héctor podría tener problemas graves
para caminar. El golpe había sido en una zona bastante sensible de la pierna y
era bien sabido que las piernas de los futbolistas son por alguna razón más
sensibles a ese tipo de golpes. El doctor le advirtió que no intentara hacer
nada para mejorar más pronto y que perderse los dos próximos partidos no era
nada con lo que podría perder si incumplía las órdenes medicas. Así que el
joven no tuvo más remedio sino que hacer caso.
Se quedó casi todo un mes en ese frío país
para curarse de su pierna mala. Esto incluía un proceso de rehabilitación, que
según decían era mejor allí que en cualquier otra parte. Él de eso no sabía
nada pero no quería contradecir a los doctores ni a su director técnico ni a
nadie. Para él lo más importante era seguir siendo quién era y para ello debía
seguir en óptimas condiciones físicas. Pero algo que le preocupaba era ver cada
vez menos fanáticos y periodistas en el exterior del hospital. Cada día
parecían desaparecer un par hasta el día que regresó a su país de concentración,
su hogar desde hace años.
Allí se dio cuenta de que algo era diferente.
No lo notó mucho al comienzo porque todavía tenía algo de terapia que cumplir,
pero cuando ya estuvo mejor, se dio cuenta que en los entrenamientos el técnico
ya no le ponía tanta atención a él sino a otros que antes no miraba. Lo mismo
pasaba en la calle, donde cada vez menos gente lo paraba para pedirle su
autógrafo. Las entrevistas también eran cada vez menos y ni que decir de los
contratos. Sus cuentas bancarias estaban cada vez más vacías y su recuperación
era una de las culpables. También se podría decir que su familia tenía algo de
culpa, porque el mes que había estado ausente ellos habían gastado algo más de
dinero para estar más cerca de él. Tenía que apretarse el cinturón y ver que se
podía hacer al respecto.
Activamente buscó contratos nuevos y entrevistas
con quien fuera, fotos hasta desnudo en revistas de moda, pero casi nadie
estaba interesado. Fue en esa búsqueda de trabajo en la que se dio cuenta de
que en su mes de ausencia había habido dos eventos que lo habían cambiado todo
en el fútbol, como era frecuente. Otro niño más, uno más para la historia,
había sido descubierto en Brasil. Tenía so 18 años y ya había sido fichado para
un equipo importante de Europa. Su próxima partido fue contra ese equipo y
pronto se dio cuenta de que estaba acabado. El chico era como una flecha pero
con capacidad de frenar y acelerar a voluntad. Héctor quedó casi en ridículo en
ese partido, incapaz de volver a su antigua gracia.
Lo otro que había ocurrido también era un
descubrimiento pero uno un poco diferente. Era un nuevo jugador japonés que
muchos llamaban el nuevo Beckham. Pero esto no era tanto por su don en el juego
sino por su apariencia física. Era un joven muy guapo y ya era e preferido por
las chicas y por todas las compañías existentes. Era por él que Héctor no había
podido conseguir nada que valiera la pena. Ese jugador lo era todo por su
apariencia y eso era algo que cualquier dueño de un equipo sabía que era dinero
y en grandes cantidades. Como el brasileño, el japonés pronto encontró un
equipo y una cantidad de fanáticos francamente impresionante.
Héctor, de repente, ya no era una de esas
luces en el firmamento sino solo uno más de los jugadores. Y solo tenía 25
años. Como pudo, tuvo que repensar su manera de hacer negocios y siguió
entrenando para ser el mejor, creyendo que al serlo lo volverían a apreciar
como antes. Pero eso jamás ocurriría. Su pierna, a pesar de todo, no se había
recuperado tan bien como el creía y, poco a poco, su prestigio decayó hasta que
fue vendido a un equipo menor del continente europeo. Pasados los 30 años,
Héctor tomó dos decisiones trascendentales: la primera era renunciar al fútbol
como profesión y la segunda, tal vez la más difícil de las dos, era volver a
su país. No era que tuviera una opción.
Con el tiempo se casó, tuvo hijos y se
divorció. Tuvo un negocio de restaurantes que quebró y participó en programas
de televisión para poder solventar una vida a la que se había acostumbrado pero
que ya no podía pagar. En ese tiempo también empezó a beber más y con el tiempo
se sumió en el alcohol y en la depresión de saber que había hecho todo de la
mejor manera posible pero que, incluso así, las cosas no habían salido a su
favor. A sus cuarenta años, la vida era una mierda para él. Pero al menos no
tendría que preocuparse por qué hacer a sus cincuenta.