En el barrio ya habían intentado deshacerse
de ella varias veces. No una ni dos sino muchas más y por muchos años. Varias
generaciones de vecinos habían llegado y luego se habían ido y ella todavía
seguía allí, como desafiándolos a todos con su presencia. Todo el mundo la
evitaba e incluso trataban de no mirarla cuando pasaban por la cuadra. Algunos
hacían como que apreciaban el pavimento o el cielo. Otros sacaban sus celulares
o ponían música y cerraban los ojos, al fin que el camino era derecho. Nadie quería
verla ni por equivocación.
Ella era una casa, como todas las otras.
Bueno, eso era por afuera. Por dentro nadie sabía ya como lucía. Estaba claro
que parte del techo se había caído hacía unos años por las lluvias y porque el
lugar estaba tan en mal estado que no había soportado lo que todas las otras
casas sí. El lugar estaba claramente maldito y cada vecino desde hacía unos
cuarentas años repetía este hecho como si decirlo en voz alta los protegiera de
ello pero obviamente una cosa no tenía nada que ver con la otra. Eso sí, el
sitio era un símbolo del barrio.
De hecho, del conjunto residencial de casas
que habían construido hacía tantos años, era de las pocas casas que quedaban.
Originalmente eran unas cincuenta casas, casi idénticas por dentro y por
afuera. Había sido un proyecto ambicioso con el que habían dado hogar a muchas
personas con pagos cómodos y prestamos y muchas otras facilidades de pago. Por
eso, en su origen, había sido un barrio más bien humilde. Era un lugar extraño
por eso y solo sus habitantes entraban en él y nadie más que ellos. Otros le
tenían algo de miedo.
El miedo de verdad surgió años después, con lo
que le pasó a la familia Ruiz. Los vecinos nunca supieron todo con detalle pero
el caso era que la madre, Celestina Ruiz, tomó un cuchillo de la cocina una
noche y asesinó a su marido y a sus cinco hijos. Según la mejor amiga de ella,
quién fue la primera en entrar a la casa luego de lo ocurrido, Celestina seguía
sosteniendo el ensangrentado cuchillo mientras estaba en la mitad del patio de
tender la ropa. El hedor a muerte, al parecer, era terrible. Algunas personas
incluso decían que se podía oler todavía.
Después de eso la casa estuvo vacante pro
muchos años. La asociación de vecinos pagó una limpieza profunda, con variedad
de químicos ahora prohibidos, y también le pagó a un sacerdote para que
bendijera todo el lugar. Lo que había ocurrido allí nunca había sido
completamente explicado y muchas personas estaban seguras de que algún demonio
tenía algo que ver con ello. A la misa improvisada en la casa asistieron muchos
curiosos que querían ver sangre y caos pero ya no había nada de eso sino un
fuerte oler a desinfectante.
Desde entonces la gente
quiso tumbar la casa y así ampliar el parque que quedaba justo al lado, pero eso
nunca se pudo en ese entonces. La junta de vecinos lo tenía claro: su conjunto
residencial se vería afectado integralmente si una de las casas originales era
demolida. Tenían claro que si conservaban bien todo, la alcaldía podría darle
estatus de patrimonio arquitectónico en el futuro y así los servicios básicos
serían mucho más baratos, algo que a todo el mundo le vendría bien. Eso lo
lograron hace apenas dos años pero no cambió nada.
Incluso con ese descuento, la casa sigue
estando abandonada. Encima que la gente ni la mira, obviamente nadie nunca ha
entrado en mucho tiempo. Algunos niños traviesos se retan a entrar en ella pero
ninguno a llegado nunca más allá de la reja perimetral. Y eso es porque una
fuerza desconocida los controla y los hace dar media vuelta e irse. Uno de esos
niños incluso se orinó encima frente a sus amigos después de tratar de meterse
en la casa y las autoridades lo descartaron todo como inventos de un niño con
problemas.
Fueron uno diez años en los que la casa estuvo
desocupada después de los asesinatos. Venderla era una prioridad para el
consejo de vecinos de la época pues su lucha principal era por mantener la
integridad de su pequeña comunidad. Contrataron los servicios de una
inmobiliaria pero pronto tuvieron que cambiarla pues la mujer que mostraba la
casa aseguró haber sido “tocada” un día después de mostrar la casa, cuando
había decidido ir al baño antes de salir hacia su oficina. Nunca nadie supo si
la mujer quiso decir que la habían atacado sexualmente o solo tocado, pero en
fin.
Fue después que, después de mucho trabajo,
otra compañía inmobiliaria fue capaz de venderle la casas a los huéspedes
aparentemente perfectos: eran dos azafatas y dos pilotos. Eran todos amigos y
buscaban un lugar para vivir los días que tuvieran descanso. Eso pasaba cada
dos semanas, a veces más, pero el punto era que les había gustado la casa pues
el aeropuerto estaba más bien cerca. Era perfecto para ellos y se mudaron un
día soleado en el que el barrio observaba, incluso cuando ellos no se dieron
cuenta de ello. Todos estaban en alerta.
Pero los días pasaron y los hombres y mujeres
de la casa iban y venían sin problema por lo que muchos entendieron que la misa
y la limpieza de hacía tiempo habían dado sus frutos. Ya todo estaba bien y los
vecinos lentamente dejaron de hablar de la casa y de su pasado. Al menos hasta
que un día vieron la noticia en la televisión de que uno de los pilotos y una
de las azafatas habían muerto en un accidente aéreo. La causa, según dijeron,
eran rayos caídos directamente sobre el aparato.
A la gente le pareció raro y de nuevo
empezaron a observar la casa pero para nada pues los inquilinos que quedaban se
fueron por una razón simple: no tenían como pagar el alquiler sin sus
compañeros. La gente creyó, de nuevo, que la casa quedaría sola por mucho
tiempo después de eso. Pero se equivocaron pues no pasó ni un mes hasta que
llegó la familia Robinson. Eran bastante amables y sonrientes. La familia
estaba formada por el padre, la madre, un hijo adolescente, un niña pequeña y
la madre de la mujer. Parecían una
familia feliz.
La gente estuvo pendiente de ellos e incluso
los invitaron a actividades del barrio, pensando que así de pronto no pasaría
nada con ellos. Pero eso no evitó nada de lo que pasaría después. Todo empezó
una noche de tormenta, cuando varios rayos impactaron la casa y casi la hacen
arder. La lluvia lo impidió pero los vecinos estaban decididamente asustados.
Los rayos no eran comunes y los hacía pensar en la tragedia aérea y en que de
pronto sí estaba relacionada con la casa y lo que sea que tuviera en sus más
oscuros rincones.
Otra noche, se oyó un escandalo, cosas que se
rompían y muebles lanzados contra las paredes. El ruido era tal que todo el
mundo miraba por las ventanas. Salieron a la calle cuando los Robinson salieron
corriendo a la calle en pijama. Estaban llorando y gritando, pues juraban haber
sido testigos de algo demoniaco. Todos se había movido solo y decían que las
paredes del cuarto de los niños había llorado sangre. La policía revisó y no
encontró nada de eso pero sí vieron el desastre causado y los identificaron
como vecinos problemáticos.
Las noches de ruido y caos siguieron. El rumor
era que todo pasaba en el cuarto de la niña pequeña. Un día llegó un coche
negro y muchos dijeron haber visto a un sacerdote bajar de él. Esa semana fue
intensa pues el ruido era mayor y alguna gente juró haber visto a los muertos
de antes deambulando en la noche. Todo culminó una noche en la que los vecinos
fueron despertados por el estruendo y luego una voz potente y ronca que los
amenazaba de muerte. Cuando salieron a la calle a ver quien era, muchos
aseguran haber visto a la niña flotar frente a la casa, hablando con esa voz.
Los Robinson finalmente se fueron y eso fue lo
último que se vio en esa casa. Poco a poco, el conjunto empezó a desvanecerse
por la construcción de edificios y la salida de vecinos de hacía muchos años.
Pocos de los vecinos originales seguían allí. Sin embargo, todo el mundo sabía
de la casa y la ignoraban. Eso será al menos hasta mañana, cuando la casa
amanezca en ruinas y el demonio que habita en ella haya decidido que es hora de
cambiar de estrategia.