La comida del avión había estado deliciosa.
Era increíble lo que cambiaba la calidad de todo cuando se viajaba en primera
clase. Era un poco chocante que todavía se dividiera así a la gente pero era
todo un negocio y el dinero era lo más importante, sin importar lo que dijeran
unos u otros. Llego la hora de dormir, justo cuando el avión se preparaba para
cruzar el Ártico. Afuera todo estaba oscuro pero era increíble imaginar el
terreno blanco y azul que se desplegaba bajo los cientos de personas que en ese
momento estaban en el aparato.
Míster Long cerró la ventanilla y le pidió una
manta extra a la azafata más cercana. Se acomodó en su cama y trató de cerrar
los ojos lo mejor que pudo. Pero era difícil pues de todas maneras estaba en un
avión y su reloj biológico sabía que había cosas que no encajaban muy bien que
digamos. Lo primero era que la hora no era precisamente la de dormir sino la de
despertarse. Y el cuerpo no hacía caso a pesar de que la cabina estaba a
oscuras, a excepción de las luces de colores que había en el techo, que se
suponía ayudaban a dormir.
Miró las luces, que cambiaban ligeramente, por
al menos media hora hasta que se dio cuenta que un dolor de cabeza se estaba
formando y que debía tratar de dormir como fuera. Se acomodó como lo haría en
casa y se puso a contar números y a concentrarse profundamente para poder
dormirse. Esto le agravó un poco el dolor de cabeza pero logró al menos
sentirse algo soñoliento después de un rato.
Justo en ese momento, oyó un susurro que le
hizo abrir los ojos. La cabina seguía oscura pero sabía que el sonido había
venido de la cortina que separaba esa sección de clase ejecutiva. Susurraron
otra vez y después siguió otro sonido, como el de algo que rueda por el suelo.
Después un sonido metálico, un tosido forzado y nada más. El señor Long no
sabía si todo eso se lo estaba imaginando, pues su mente estaba cansada del día
pero también de tratar de dormir. Decidió ignorar los sonidos y cerró bien sus
ojos, tapándose bien con las mantas.
Al quedarse dormido, se sumió en un sueño
bastante superficial. Soñó ese clásico en el que uno siente que cae por entre
un agujero que se convierte en otro y así infinitamente. Los colores en el
sueño eran los mismos que los del techo de la cabina. Después siguió otro sueño,
relacionado con su trabajo como asegurador en el que estaba desnudo en una
conferencia y se tapaba avergonzado pero nadie parecía haberse dado cuenta de
que no llevaba nada de ropa. Después hubo un sueño más, en el que todo era
oscuro como en una película de los años treinta. Allí alguien le disparaba y él
sentía caerse de espaldas, de nuevo sin detenerse nunca.
Cuando despertó, se dio cuenta de que el avión
estaba sufriendo turbulencias. Todo temblaba ligeramente pero entonces un
sacudón asustó a más de uno y las luces se encendieron. Confundido, el señor
Long tuvo que arreglar su silla y apretarse el cinturón lo más posible. La
turbulencia seguía y cada vez se ponía peor. El capitán anunciaba que había
encontrado algo así como una “bolsa de clima” adverso y que la atravesarían en
algunos minutos. Aconsejaba no levantarse de las sillas y abstenerse de hacer
nada más sino quedarse quietos.
Lamentablemente, mucha gente apenas se
despertaba con la ayuda de las azafatas que a cada rato caían al suelo productos
de las terribles sacudidas. Hubo un momento que una de las mujeres que
trabajaba en clase turista vino a pedir ayuda pues había muchas personas presas
del pánico. Solo una de ellas la acompañó pues se suponía que tenían puestos
fijos y no se podía dejar ninguna sección sin atender.
La aeronave temblaba de forma que cada hueso
del cuerpo se sacudía ligeramente. Era como esas vibraciones que vienen de las
computadoras y otros aparatos pero aumentadas a un nivel seriamente molesto y
que asustaba a cualquier persona. Long miró a los pasajeros que tenía más cerca
y ambos estaban lívidos y parecían estar muy cerca de vomitar. No era difícil
culparlos, en especial cuando la nave de pronto pareció quedarse sin fuerzas y
empezó a caer.
Las mascarillas cayeron del techo pero nadie
en verdad se estiró para tomarlas. Todo el mundo estaba pensando lo mismo: eran
sus últimos momentos en el mundo y no iban a gastar esos preciosos segundos
poniéndose una mascarilla sobre la cara que no iba a servir para nada. No hubo
gritos ni nada parecido, solo gente más blanca de lo normal y la sensación
general de que todo iba a salir muy mal.
Pero se equivocaron, pues el piloto de alguna
forma logró estabilizar la aeronave y salir de la zona de clima difícil. La
gente que tenía una ventana cerca se acerco a ver el exterior. Pero todavía no
se veía nada. Eso sí, había la sensación general de saber que la nieve y el
suelo frágil de la banquisa ártica estaba mucho más cerca que hacía algunos
momentos.
El capitán se pronuncio unos quince minutos
después de la caída libre y explicó lo que había sucedido. Algo relacionado con
bolsas de aire y las turbulencias y no sé que más. Poca gente entendió lo que
dijo y la verdad era que a todo el mundo le daba un poco lo mismo. La gente estaba
agradecida de estar viva, de poder contar la historia. Ya habría tiempo para
darle un nombre científico a lo que había pasado.
Sin embargo, todos escucharon la parte del
anuncio del capitán en la se anunciaba que no podrían llegar a destino pues uno
de los motores estaba seriamente dañado y sin él no había manera de llegar a
salvo a ningún lado. El capitán anunció que él y su equipo estaban haciendo el
mejor trabajo posible para encontrar un aeropuerto civil donde poder aterrizar
y donde hubiese facilidades para que los pasajeros pudiesen continuar con su
viaje. Prometió anunciarlo lo más pronto posible.
El señor Long respiró por fin y se quitó el
cinturón de seguridad. Ya todo parecía en calma y no quería sentirse amarrado
por un segundo más. Decidió que lo mejor era ponerse de pie y caminar un poco o
al menos estirarse para mitigar el dolor de espalda que ahora era descomunal.
Mientras movía el cuello de un lado a otro y giraba la cintura, se dio cuenta
de que la mujer sentada al lado de la cortina que separaba las secciones estaba
sonriendo. Parecía, de hecho, que estaba a punto de soltar una gran carcajada
pero lo estaba controlando.
La mujer tenía un mano sobre su boca, sus
dedos apenas rozando sus labios. La otra mano estaba sobre el cinturón, como
sintiendo su textura. No había cojines ni mantas ni nada con ella, estaba claro
que no había sido de las personas que habían querido dormir un poco hace un
rato. El señor Long la miró tanto como pudo pero después decidió que
seguramente eran los nervios los que la hacían reír y por eso parecía
sospechosa. No era algo nuevo que alguien riera en una situación tan
complicada.
Pasó un buen rato hasta que el capitán anunció
por fin que aterrizarían en una ciudad rusa pequeña a la que habría de llegar un
avión de la misma empresa para recoger a los pasajeros y llevarlos a su destino
final. Estarían allí en una hora y el avión que los recogería ya había salido
de Japón así que la espera no sería muy larga.
Mucha gente pareció aliviarse con la noticia
pero no el señor Long, que no podía creer que tendría que bajar en el medio de
la nada para subirse en otro aparato de esos. Y así fue: lentamente todos
fueron bajados por escalerillas y dirigidos a una terminal pequeña en la que se
les ofreció un café muy cargado.
Estuvieron allí apenas un par de horas hasta que el nuevo aeroplano
llegó y se les dijo que todos tendrían las mismas sillas.
Mientras la gente se acomodaba y afuera
cargaban el equipaje, el señor Long se dio cuenta que la mujer de la sonrisa no
estaba en su asiento y ya no había nadie subiendo por la escalerilla. Fue
cuando cerraron la puerta que decidió dirigirse a una azafata y le recordó que
había una pasajera que faltaba y que seguramente se sentiría muy mal si perdía
el avión. Debía estar en el baño, dijo, como defendiéndola.
La azafata sin embargo no se preocupó en lo
más mínimo. Dijo que algunos pasajeros habían decidido quedarse y viajar desde
allí a otras ciudades que eran su destino final. El hombre se dejó caer en el
asiento, incrédulo de las palabras de la azafata. No pensaba que nada de eso
fuese cierto pero pronto eso no importó más pues recordó que su familia lo
esperaba y eso era más fuerte que cualquier misterio que él nunca podría
resolver.