Había tomado tanto la noche anterior que no era una sorpresa que la cabeza me diera tantas vueltas. Parecía ser de noche todavía o al menos estar muy oscuro. No prendí ninguna luz para llegar hasta el baño, conocía mi pequeño apartamento lo suficiente para saber donde iba.
Adentro, oriné, me lavé la cara y giré el cuello un par de veces antes de volver a la cama. Antes de quedar dormido, mi último pensamiento fue en lo rica que se sentía la cama, más caliente que de costumbre.
Horas más tarde, casi al medio día, me desperté de nuevo. No tenía el más mínimo deseo de levantarme. Además era domingo, entonces no había necesidad de hacerlo. En pocos minutos, decidí que dormiría un par de horas más y luego pediría algún domicilio, algo rico para compensar los pésimos almuerzos (o falta de ellos) durante la semana.
Cerré los ojos pero no podía conciliar el sueño. De pronto ya había dormido lo suficiente... Fue entonces que oí algo que me asustó y me incorporé de golpe, quedando sentado en una esquina.
A mi lado, dormía otra persona. Era un hombre. Traté de recordar quien era pero no había caso. Había bebido tanto que no recordaba haber dejado a nadie dormir en mi casa, menos aún en mi cama.
Reconstruí la noche anterior en algunos segundos: con amigas y amigos habíamos decidido salir a bailar y tomar algo pero empezó a llover tan fuerte que preferimos dejarlo para después. Entonces tuve la idea de quedar mejor en mi casa, donde ya estaba la mitad de la gente, y hacer una fiesta pequeña.
En efecto, compramos bastante alcohol, algo de comida y bailamos todo tipo de música. Fue bastante agradable, en especial porque hacía mucho no veía a algunas personas y había notado que la amistad había resistido las pruebas del tiempo y de la distancia.
Pero entonces quién era ese hombre en mi cama? Decidí despertarlo. Sin duda era lo mejor. Incluso era posible que el hombre no supiera donde estaba y seguramente tendría algún lugar adonde ir.
Me levanté con cuidado y, al salir del cuarto, cerré de un portazo. Eso debía despertarlo. Caminé a la cocina y serví algo de café frío y lo puse a calentar. La cantidad era para dos, ya que seguramente mi compañero de cama lo necesitaría también.
Apenas serví el liquido, oí que la puerta de mi cuarto se abría y, para mi sorpresa, se cerraba la del baño. "Que frescura!", pensé yo en ese momento. Cómo era capaz de entrar al baño de un desconocido así como así? Hay que ver la gente lo descarada que puede ser.
Me senté a la barra, que cerraba la pequeña cocina, y empecé a tomar de mi taza. Al rato, salió el hombre y no pude evitar quedar con la boca abierta. Y no fue por su apariencia sino porque en ese mismo momento supe quien era. No era porque lo hubiese recordado sino porque había visto su foto.
- Buenos días. - dijo él. Me sonrió. - Dormiste bien?
Cerré la boca y la abrí de nuevo para contestar pero no salió ni una palabra. Debí parecer un pescado muriendo o algo por el estilo. Él pareció no darse cuenta o solo ignoró la situación. Se acercó y cogió la otra taza de café. Tomó un sonoro sorbo y luego hizo un sonido, como si hubiera tomado algo particularmente refrescante.
- Justo lo que necesitaba. No soy nada sin el café de la mañana.
"Al demonio", pensé.
- Eres el hermano de Cristina.
Él me volteó a mirar y, de inmediato, pude notar que su actitud relajada había desaparecido. Me preguntó si me acordaba de él y le respondí con toda honestidad. De la foto, sí. Pero no de anoche.
- No recuerdas? Llegué tarde y mi hermana nos presentó. Les conté que había discutido con mi familia y no tenía donde quedarme y tu me ofreciste tu casa.
No lo podía creer. Que carajos me había pasado? Así de bebido estaba? Por un momento dudé en creerle pero el tipo parecía preocupado y no había un actor tan bueno como para fingir un malestar de ese tamaño.
- Lo siento. Estabas... Mierda. Me voy, no te preocupes.
- No!
La palabra salió de mi boca, sin pensarla. Él se detuvo en sus pasos y me miró, con unos ojos que parecían de historieta, grandes y suplicantes.
- Ya estás aquí. Toma el café y puedes desayunar conmigo. Ya dormimos juntos entonces, que más da.
Él chico asintió y pareció aliviado. Hice sandwiches para cada uno, en pan baguette, con jamón y queso y tomate y lechuga y de todo. Quedaron deliciosos y me lo agradeció mucho.
Durante el desayuno, le pregunté porque había discutido con sus padres. Me confesó que les había confesado que era homosexual y ellos no lo habían aceptado.
Yo conocía bien a Cristina y sabía que amaba a su hermano. Eran amigos. Pero su familia era muy devota, de ir a la iglesia todos los domingos, y francamente la situación del chico no me sorprendía.
Tomamos jugo de naranja también, que él sirvió. Me confesó que no sabía que hacer, adonde ir. Yo solo podía decirle que todo se arreglaría con el tiempo, que las cosas sabían como encajar casi solas.
- Que bebí ayer?
Mario, ese era su nombre, se rió de mi pregunta.
- De verdad no recuerdas nada?
Y así era. Él se puso de pie y empezó a mirar en unas bolsas. Estaban llenas de botellas. Había de whisky, aguardiente, vino y vodka.
- Que asco.
- Si no has vomitado es que tienes buen estomago. Además el desayuno ayuda.
Sonreí ante su comentario.
Terminamos de comer y entonces entramos al cuarto. En ese momento, nos dimos cuenta que habíamos comido en ropa interior y camiseta pero nadie dijo nada. Cada uno recogió su ropa. Lo vi ponerse el pantalón mientras yo guardaba lo mío y entonces tuve una idea.
Siempre me habían dicho que no me arriesgaba lo suficiente, que me gustaba hacer todo lo que era seguro y nunca lo que era loco o inesperado. Y entonces me di cuenta que tenía a la mano una oportunidad.
- Que vas a hacer? - le pregunté.
- Verme con mi hermana. Es lo único que se me ocurre.
Asentí, todavía pensando en mi idea.
- Gracias por tu ayuda.
- De nada.
Lo acompañé a la puerta y entonces nos miramos y fue extraño. Sentí algo raro, como si ese momento ya hubiera ocurrido. Pero eso no importaba.
- Te quieres quedar?
No, eso sonó raro.
- Quiero decir... Para hacer algo? Iba a quedarme en la casa y pedir algo y ver películas. No sé si sea buena idea pero si quieres... Podemos llamar a...
- Sí. Sí, quiero.
Sonrió más que antes y otra vez sentí lo mismo, como si ya lo hubiera visto antes.
Se quitó su chaqueta y nos sentamos en el sofá. Allí empezamos a hablar y casi nunca dejamos de hacerlo. Ese día comimos juntos, reímos y compartimos gustos. Hacía mucho no me sentía tan a gusto compartiendo tanto tiempo con alguien, mucho menos alguien que prácticamente no conocía.
Él era divertido, muy gracioso y con bastantes anécdotas. Y él, al parecer, creía que mi vida era interesante y siempre quería saber más. Todo se sentía bien.
En la noche lo invité, de nuevo, a quedarse en mi casa. Esa vez lo hice sobrio y le ofrecí mi sofá.
Cuando me despedí antes de ir a dormir, me pidió un momento y me confesó algo:
- Ayer... Antes de acostarnos, me diste un beso. Pensé que... deberías saberlo.
Y sin pensarlo, le di uno nuevo y lo invité a dormir a mi cama otra vez. Sabía que me sentía así por alguna razón y esa era. Algo había en él que me hacía sentir extraño, pero de una manera muy agradable.
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