El día perfecto comenzó de hecho la noche anterior. Esa noche fue cuando lo conocí. Con esto quiero decir que fue cuando sentí conocerlo de verdad. Ya otras veces habíamos hablado, salido, conversado, pero jamás de manera tan sincera y profunda, incluso íntima. Esa noche fue muy especial y se sintió larga por lo que hubo campo para tomarlo con calma.
Conversamos de todo: desde los temas espinosos a evitarse en una fiesta a los temas más superficiales en existencia. De sexo a religión, de política a la última moda para hombres. No había nada que no habláramos.
Cuando cada uno hablaba con su grupo de amigos, se sentía extraño pero, por lo menos yo, me alegré al ver que cuando lo buscaba, él parecía buscarme a mi y siempre que volvíamos a hablar lo hacíamos con una sonrisa algo tonta en la cara.
Debo confesar que en esa fiesta tomé bastante, había todo tipo de licores, comida e incluso un patio para que quienes fumaban (que no eran poco) pudieran salir a hacerlo. Yo siempre tenía algo de comer en la mano y una lata de cerveza o un vaso con algo. Con otros amigos, jugamos a la gran cantidad de juegos relacionados a la bebida y para la una de la madrugada, muchos ya estaban o muy borrachos o profundamente dormidos.
Los dos estábamos algo tomados pero seguíamos hablando y, sin acordarlo ni pensarlo mucho, nos tomamos de la mano. Nunca lo habíamos hecho. No éramos una pareja ni nada por el estilo. Para ser exactos, no conocíamos hace dos meses y no había pasado nada más allá que un par de sonrisas tontas. Pero ahí estábamos, tomados de la mano entre borrachos y habladores.
Fue cuando él quiso ir al baño, ya más tarde, cuando le dije que lo seguiría porque también quería ir. Él entró y entonces esperé, pensando mi plan pero más tratando de no quedarme dormido apoyado contra la pared. Entonces él abrió la puerta e hice lo que había pensado: entré al baño empujándolo, cerré la puerta con torpeza y me le lancé encima. Obviamente, él no se opuso y estuvimos besándonos un buen rato hasta que alguien comprobó que yo no había cerrado bien la puerta. Entonces salimos riendo y dejamos adentro a un chico desconcertado.
Volvimos a nuestro grupo, que bailaba música variada y hablaba de todo un poco, algunos ya llorando, otros demasiado alegres para tanto licor. Pero éramos jóvenes y eso era lo que se suponía que hiciésemos. Claro que había mucho de que preocuparse pero no podíamos preocuparnos ahora, no podíamos arruinar un momento como este.
Nos volvimos a tomar de la mano y seguimos hablando, hasta las cuatro o cinco de la mañana, cuando el dueño de casa confesó estar rendido y todos los demás tuvieron que quedarse donde estaban hasta que hubiera transporte o irse en taxi.
Nosotros elegimos irnos en taxi. Y no sé porque digo nosotros ya que yo estaba ya muy ebrio y lo único que quería era dormir. Pero de todas maneras, los dos nos subimos y no demoramos mucho en llegar a su casa. Nunca había estado allí y el hecho de llegar a un lugar desconocido me ayudó un poco a abrir más los ojos.
Subimos algunas escaleras, luego un ascensor y llegamos a la puerta de su casa. Varias veces me había dicho que vivía solo, cuidando el apartamento de un tío que vivía fuera del país. Pero yo jamás había ido allí: una combinación de saber lo que podía pasar y de falta de conocerlo bien. Simplemente nunca se había dado la oportunidad, hasta esa noche.
Eso sí, jamás pensé que fuera de esa manera. Menos aún cuando lo primero que hice fue preguntar por el baño y luego proceder a vomitar allí. Afortunadamente, no hice un lío ni nada por el estilo. Solo bajé la cisterna y me senté allí un rato, analizando mis opciones: o me quedaba a pasar el resto de la madrugada (que no era mucho) o me iba en ese momento. Pero entonces recordé que no tenía mucho dinero así que no tenía más opción sino quedarme. Me lavé la boca con enjuago bucal unas tres veces y salí.
Él me sonrió. Parecía saber que había pasado, seguramente por el ruido. Yo no dije nada y le pregunté donde podía descansar. Él me dijo que podía dormir en su cama y él dormiría en el sofá de la sala pero eso no me pareció correcto y, la verdad, había quedado con su beso en la mente.
Así que lo tomé de la mano y le dije que fuéramos a dormir. Así fue nos acostamos en su cama y dormimos varias horas. No hubo sexo, ni siquiera manos yendo más allá de lo permitido. Nada. Solo dos personas durmiendo, bastante cerca uno del otro, en la misma cama.
Cuando me desperté, tengo que confesarlo, fue un poco desconcertante. No haba tomado ﷽e confesarlo, fue un poco desconcertante. No habnte cerca uno del otro, en la misma cama.o me iba en ese momento. Pería tomado tanto para olvidarlo todo pero sí para tener un dolor de cabeza considerable. Me levanté, él todavía durmiendo, y me dirigí al baño que había adentro de la habitación. Había un mueble grande y busqué allí hasta encontrar pastillas para el dolor de cabeza. Seguramente no era muy inteligente tomarlas en ayuno pero no me importó. Tomé una con agua de la llave y volví a la cama.
En ese momento lo vi bien, detenidamente, como si fuera la primera vez. Y me di cuenta de que me gustaba y bastante. Era una persona dulce, inteligente, muy gracioso y considerado. Y dormía profundo, apenas exhalando por la boca ligeramente abierta. Se veía hermoso así.
No sé si fue por estarlo mirando pero se despertó al rato, pero no lucía confundido como yo sino alegre: probablemente había dormido muy bien o había tenido un sueño especialmente gratificante. Lo que fuera, se le notaba en la cara y en la sonrisa que me brindó.
Me propuso desayunar algo y acepté. Fuimos a la cocina y empezó a sacar cosas. Me dijo que sirviera jugo en dos vasos y eso hizo, cuidando no regar ni manchar nada.
La noche anterior no me había fijado en lo que acogedor del lugar. No era un apartamento muy grande pero sí estaba muy bien arreglado, con todas las comodidades necesarias. Mientras él encendía hornillas y sacaba sartenes y me preguntaba sobre mi sueño, yo me acerqué a la ventana y sonreí al ver la vista.
No había estado nunca en esa parte de la ciudad y, aunque el taxi parecía haberse demorado poco desde la casa de la fiesta, la verdad era que ambos lugares no estaban tan cerca el uno del otro. Él pareció darse cuenta de mi sorpresa por lo que se me acercó y me explicó que se veía por la ventana. Y lo hizo poniendo una mano en mi espalda, lo que me reconfortó pero a la vez me dio nervios.
Era bastante extraña la sensació﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽te extraña la sensaciiendo una mano en mi espalda, lo que me reconfortres no estaban tan cerca el uno del otro. na perón, como de conocerlo pero a la vez no, de sentirme bien pero a la vez estar un poco aprehensivo porque, al fin y al cabo, estaba en la casa de alguien casi desconocido.
Eso lo olvidé pronto al ver el desayuno que había preparado: huevos revueltos con salsa de tomate y el jugo que yo había servido. Mientras comíamos, él prendió el televisor y vimos caricaturas. Nos reímos tontamente durante una hora comiendo y viendo la tele y, de vez en cuando, nos mirábamos el uno al otro y sonreíamos.
Después de comer, propuse irme pero entonces él me hizo una contrapropuesta, haciéndolo parecer algo muy serio pero sin dejar de sonreír. Me dijo que, siendo domingo, podríamos pasar el día juntos y luego, en la noche, él mismo me acompañaría a mi casa.
Acepté sin mucho pensarlo porque no había que pensarlo. Era una oportunidad y eso estaba más claro que él agua. No tenía sentido negarme ni hacerme el difícil. Muchas veces la respuesta más sencilla es la mejor que se puede dar, sea positiva o negativa.
El resto del día, vimos películas, nos contamos historias, aprendimos cosas el uno del otro que no sabíamos y nos divertimos con cosas simples como yendo a comprar algo de tomar a una tienda o recostándonos para ver una de las películas de suspenso que habíamos conseguido.
Al final de la tarde, me sorprendió con un beso y, esta vez, no había nadie para interrumpirnos por lo que pudimos hacerlo por varios minutos, como si no alcanzara el tiempo del mundo para sentir algo así, algo tan perfecto, al menos para nosotros dos.
Fue así como terminamos en su habitación y seguimos besándonos hasta que la ropa fue cayendo y la pasión se tomó el pequeño apartamento. Sus besos eran simplemente ideales, siempre con la duración exacta y agradables, jamás lo contrario.
Ya llegada la noche, cuando me tenía que ir, estábamos los dos en su cama, abrazados, sin decir nada. No teníamos ni idea que iba a pasar después, aparte de que le pediría acompañarme a la para de bus más cercana.
Pudiera ser que no nos viéramos nunca más o que nos viéramos al día siguiente y cada vez más. En ese momento, en ese minuto de nuestras existencias, no importaba en lo más mínimo. Éramos solo nosotros dos, sintiéndonos juntos y tontamente únicos, así supiéramos que no lo éramos.
Ese día para mi fue perfecto porque olvidé las preocupaciones que me habían agobiado por tantos años y tantas veces durante los últimos días. Olvidé sentirme mal conmigo mismo y sentirme prevenido con todo y todos. Me olvidé de mi mismo pero a la vez, me reconocí en otros aspectos. Y eso fue lo que necesitaba, ese día perfecto.
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