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viernes, 14 de diciembre de 2018

Cuando llegaron...


   El bote se aproximaba con rapidez a la isla. El cielo estaba ya cubierto por completo de nubes gruesas cargadas de agua, oscuras como se veían siempre en esa época del año. Las personas en el bote se sostenían con fuerza de los bordes, pues el conductor había decidido ir a toda marcha, forzando el motor a dar todo de sí. Eran solo siete personas, entre las cuales había tres mujeres y una niña pequeña que no podía conciliar el sueño. Miraba el cielo y también la superficie del agua, que parecía hecha de algún metal extraño.

 El aire olía a sal, lo que indicaba la proximidad del mar pero nadie sabía muy bien para dónde se podría encontrar una gran masa de agua. Lo cierto es que ninguno era de esa región y solo se encontraban allí por la pura necesidad de sobrevivir. Ninguno de ellos se conocía entre sí, no eran familiares ni amigos, ni siquiera vecinos o trabajadores en la misma empresa. Eran solo personas que se habían encontrado en un punto crucial en ese momento del mundo y habían decidido arriesgarse juntos para ver si sobrevivían a semejante desastre.

 Cada uno penetró el espeso bosque en un momento distinto, en circunstancias muy diferentes. Algunos habían tenido dinero en el pasado, uno de ellos en cambio había vivido en la calle durante una época de la vida. Pero nadie decía nada. No era porque no quisieran comunicarse o hablar sino porque el miedo los tenía amarrados al bote, como si de su llegada a la isla más próxima dependiera todo lo que habían apostado al unirse en un grupo tan desigual y diferente. Era todo lo que tenían.

 El agua salpicaba sus caras y manos pero ellos solo tenían cabeza para el pasado. No habían tenido un momento tan tranquilo como ese y eso que no se sentían precisamente calmados. Sin embargo era el momento adecuado para pensar en sus seres queridos, en gente que jamás volverían a ver en sus vidas. Algunos incluso habían visto como morían frente a sus ojos, algo que nunca olvidarían. Sus músculos estaban cansados y sus cuerpos pedían algunas horas de sueño pero el cerebro trataba de impulsarlos con recuerdos.

 El hombre que manejaba el motor era el único que de verdad parecía estar alerta. Estaba de pie, no como los demás que iban casi acostados en el fondo del bote. Tenía puesta una ropa que no tenía nada que ver con el frío clima del bosque, lo que denotaba que su lugar de proveniencia no era muy próximo. Sus cabello se sacudía con el viento y su cara parecía quemada de varios días. El sol y la brisa habían hecho de él una escultura viviente de lo que ocurría en esos momentos y su mirada glacial era otra prueba más de que las cosas ya no eran como antes en un mundo que había sido perdido para los seres humanos.

 Habían sido cautivados por sus hermosos colores y su aspecto gentil. Se habían dejado convencer por tonterías que ni siquiera resultarían efectivas en pájaros o insectos. Ellos llegaron de la nada y los seres humanos, como tontos, pensaron que nada pasaría, que todo era para lo mejor. Y, para ser justos, así lo fue durante un tiempo. Pasaron días y luego meses después del primer arribo y luego vinieron más y no pasaba nada, solo interacciones de algunos momentos en las que parecían aprender una cultura de la otra.

 Pero al parecer, los seres humanos no somos los únicos capaces de mentir o de hacer cosas para perseguir una meta más allá, oculta a los ojos de los demás. Pasado poco más de un año, un batallón entero de ellos llegó a la superficie del planeta, en varios puntos. Con facilidad, destruyeron todas las defensas existentes. La gente vio morir primero a soldados y generales, con o sin medallas en sus pechos. No importaba quienes fueran o que tan valientes hubiesen sido antes, morían igual, haciéndose pedazos en el suelo.

 La gente estaba tan impactada que muchos no reaccionaron en el momento. Curiosamente, todos los que iban en el barco eran personas que habían hecho algo en aquellos primeros instantes. Eso sí, ellos eso no lo sabían pero lo hubiesen comprendido si hubiesen interactuado como se esperaba de los seres humanos. Pero estaban asustados y era algo completamente comprensible. Esos seres con cara angelical habían destruido todo lo que habían conocido sus vidas en apenas horas, a veces en menos tiempo.

 Correr, huir de sus casas y lugares que frecuentaban, era lo más natural. La mayoría lo había hecho con familia pero eso casi siempre terminaba mal. Por alguna razón, las criaturas parecían tener una percepción bastante rara de lo que significaba una familia y tenían una horrible obsesión por deshacer la existencia de cualquier sociedad humana que cumpliera con esas reglas de sangre que por tanto tiempo habían enlazado a los seres humanos entre sí. Seguramente ellos creaban comunidades de otras maneras.

 Casi siempre dejaban a un solo sobreviviente y esos eran los que estaban en el bote. Todos eran los únicos sobrevivientes de sus grupos familiares, los únicos que tratarían de vivir para contar la historia de sus familias y hacerla perdurar en el tiempo, si es que tenían la oportunidad de hacerlo. Los seres seguían matando y persiguiendo a aquellos que ellos pensaban podrían hacerles algún tipo de oposición. Esa extraña muerte en la que los cuerpos eran carbonizados en vivo era su solución para todo y durante todo el proceso siempre tenían la misma horrible expresión en lo que podría llamarse sus caras.

 Pocos seres humanos tuvieron éxito al tratar de hacerles frente. La mayoría moría antes de saber lo que les había pasado. Pero algunos habían podido descifrar algunas cosas acerca de esas criaturas. una de las cosas más notables era su increíble aversión al agua. Pero no a toda el agua sino a la que estaba demasiado fría. Incluso habían quienes creían que querían hacer de la Tierra un mundo con agua casi hirviendo en todas partes. Podría ser esa la segunda parte de su plan de conquista. Sin embargo, eran todo conjeturas.

 Cuando el bote por fin toco tierra en la isla, los sobrevivientes se bajaron lentamente. Ninguno ayudó a nadie, ni siquiera a la niña. En silencio formaron un a fila y se adentraron en la isla, compuesta por pinos altos y robustos en los que no crecía nada excepto piñas ya resecas que no servirían de nada para sobrevivir. Buscaron el lugar más remoto y allí se asentaron. Pudieron hacer un fuego pequeño, no demasiado vistoso, y se sentaron a su alrededor para calentarse las manos y esperar a caer rendidos de sueño.

 Ninguno hablaba, solo hacía cada uno lo que quería. Y la mayoría quería calentarse, excepto por el hombre que había manejado el motor. Él se retiró de la zona de la hoguera y volvió al rato. Solo dijo que el agua estaba bastante fría y eso fue todo. Todos le pusieron atención pero no respondieron con nada, ni con una pregunta ni con un agradecimiento. Pasadas algunas horas, los sobrevivientes se fueron durmiendo, excepto por el hombre que había manejado el bote y por la niña, que no parecía estar muy cómoda.

 Él trataba de tallar un pedazo de palo con una navaja, pero hacía un horrible trabajo. La niña se levantó del suelo y se hizo cerca de él, sin decir una sola palabra. Parecía que quería preguntar algo. Tal vez incluso quería un abrazo para que la reconfortara o tal vez algunas palabras de aliento. Era evidente que estaba ahora sola en el mundo y que no tenía las mejores posibilidades para sobrevivir. Algo quería pero ella solo se sentó cerca y observó como el hombre intentaba tallar hasta que no intentó más.

 Al otro día, él se despertó y fue a ver a los demás. Pero ellos ya no estaban. Lo habían dejado con la niña. Cuando fue a ver si el bote estaba bien, encontró las figuras carbonizadas de los otros cinco miembros de su grupo. Las criaturas habían venido en la noche a matarlos y se habían ido sin más. Por alguna razón, lo habían dejado vivo a él y a la niña. ¿Era porque se habían hecho aparte o porque los otros habían desarrollado alguna conexión especial? Tal vez era solo una expresión de maldad pura, una crueldad que iba más allá de la comprensión humana. O tal vez solo mataban y ya. Ahora estaba solo, con la niña, y no tenía ni la más mínima idea de cómo evitar ambas muertes inminentes.

lunes, 21 de mayo de 2018

Galerías


   Se sentía extraño. Normalmente, cuando despertaba, daba media vuelta en la cama y trataba de conciliar el sueño otra vez. O cuando era entre semana, trataba de desactivar la alarma dándole golpes suaves al celular, que casi nunca servían para nada. Supongo que era precisamente la idea que no fuese algo tan fácil de desactivar. El caso es que mis mañanas nunca eran así y por eso esa mañana fue tan especial, tan diferente y particular. Al abrir los ojos, quedé congelado en el lugar donde estaba.

 Por un momento, pensaba que no tenía ropa pero sí tenía puesto mis boxers o al menos pensé que eran los míos. No quería moverme demasiado mirando por debajo de las cobijas. Se sentía un calor inusual para una hora tan temprana. Y eso era porque él estaba allí acostado, profundamente dormido y con su cara directamente hacia mi lado de la cama. Podía sentir su aliento muy cerca pero no lo suficiente como para que fuera insoportable. Además, no olía nada mal. Tal vez había masticado un chicle antes o una menta.

 Su nombre era Ramón y lo había conocido hacía un par de meses en una galería de arte, un lugar al que jamás hubiese ido si no fuera porque una de las fotos que vi desde afuera del lugar me había llamado la atención. No porque fuese buenísima ni única ni nada por el estilo, sino porque creía saber quién era el artista. Era un chico con el que había hablado alguna vez por una de esas redes sociales que se tienen en el teléfono para conocer gente. Había visto algunas fotos de él con su arte y esa fotografía estaba por algún lado.

 Entré casualmente una tarde y tuve como excusa la tormenta que se había formado de un momento a otro. Caían perros y gatos y no pensaba mojarme porque sí. Entré a la galería tratando de no hacerme notar demasiado, pero fracasé por completo porque una mujer de falda y saco gruesos y lentos aún más gruesos se me acercó y empezó a preguntar por mis gustos artísticos y las razones que me habían traído allí. No sé mentir muy bien así que confesé que la lluvia había sido el factor más importante.

 Ella argumentó que los dioses vivían en la lluvia y que no había sido casualidad mi entrada allí. Me habló de todo un poco en unos cinco minutos, tanto que me dio algo de mareo tantas palabras que salían de su boca. Yo solo había entrada por una foto y, en un momento, me había mostrado decenas de otras obras de arte y me había contado incluso chismes de algunos de los artistas. Menos mal el timbre de la puerta al abrirse, algo que yo no había notado al entrar, le avisó que había más gente en el lugar y corrió sin explicación a recibirlos, dejándome algo confundido en la mitad del lugar.

 Aproveché para ver la fotografía que me había llevado a entrar y, en efecto, era la que yo conocía. Uno de los modelos era el novio del chico con el que yo había hablado. Creía recordar que tenían una relación abierta o algo así. Es algo que no entiendo mucho pero cada uno con sus cosas. Me quedé viendo la fotografía un rato largo. Pero la verdad era que no la estaba detallando sino que pensaba en las razones por las cuales yo no tenía un novio a quién fotografiar ni razones para tener una de esas relaciones “modernas”.

 Fue entonces cuando sentí el aliento que sentía de nuevo esa mañana en la cama. Era Ramón pero yo aún no sabía su nombre. Alcancé a ver en su mano la pequeña caja metálica de mentas que, hábilmente, metió en su mochila de estudiante. Sí, era obvio que era más joven que yo pero se veía mayor, tal vez por su vello facial y su altura. No dijo nada, sino que miró la fotografía un buen rato hasta que volteó el rostro hacia mi y me preguntó porqué miraba esa foto con tanta pasión. Por un momento, no supe que decir.

 Me siento estúpido diciéndolo, pero sus ojos eran increíbles. No era el color lo que era especial sino su brillo o algo por el estilo. Aún ahora no entiendo muy bien qué es lo que veo en ellos que me deja sin habla. Recuperé ese don en instantes y le respondí, como a la mujer de la galería, con toda la verdad. Le conté del chico de la red social, de sus fotos, de la lluvia y de cómo había quedado confundido más de una vez en tan poco tiempo. Lo único que no le dije fue mi opinión sobre sus ojos.

 Él asintió y me preguntó si me gustaba el arte y le dije que sí aunque no sabía demasiado acerca de ello. Fue entonces que, de la nada, tomó mi mano y me llevó a la fotografía que había al lado de la del chico que yo conocía. Sin soltarme, me preguntó que me parecía. Yo no podía pensar claramente porque un desconocido me tenía tomada la mano. Pero me di cuenta pronto que no la apretaba sino que la tomaba con cierto cariño. Era un sentimiento muy extraño, por lo que me dejé llevar por completo.

 Estuve un total de tres horas en la galería de arte, yendo de la mano a cada fotografía, cuadro, escultura u otra obra de arte que hubiese en el lugar. Lo dijimos todo sobre todo y en ese espacio hablamos del uno y del otro. Nos conocimos bien en esas horas y para cuando nos separamos, tuve que admitir que la mujer de la galería podía tener algo de razón en eso de que los dioses me habían llevado a ese lugar para conocer a Ramón. No creía mucho en el misticismo de la idea pero tampoco me cerraba a que cosas tan extrañas como esa pudiesen pasarle a la gente.

 Después de eso, nos vimos al menos una vez por semana. A veces era solo para tomar un café, otras veces caminábamos juntos por ahí, apreciando el entorno o hablando de todo un poco. La primera vez que fui a su casa, tomamos vino y miramos varios videos y páginas de internet. Hablamos de tantos temas que a veces ya ni me acuerdo de cuales fueron o que fue lo que dije, pero él si lo recuerda y es entonces cuando sé que dijo y que dije y me sorprendo a mi mismo. Es algo que no esperaba para nada.

 Esa noche nos dimos un beso, un beso como esos que damos a nuestras parejas del colegio, unos besos que por muy apasionados que puedan ser, terminan siendo unos besitos de niños tímidos que no saben donde poner las manos o qué hacer después de terminar la unión de los labios. Eso sí, fueron bastantes besos y mucha charla, y mucho vino. Obviamente estuve tentado a pasar la noche con él pero terminé negándome a esa posibilidad porque algo me decía que esa no era la mejor opción para mí.

 Y tenía razón. Debía ir con más calma, sin acelerar el paso sin necesidad. Antes en mi vida había acelerado en innumerables ocasiones sin pensarlo ni siquiera un segundo y todo había terminado mal. Esta era la oportunidad perfecta para ver cual era mi ritmo óptimo, algo no muy pausado ni muy acelerado. Seguramente podía lograr algo mejor que lo que había hecho ya en mi vida, que ciertamente no era mucho para alardear. Así que seguimos viéndonos y solo siendo nosotros mismos.

 La mañana que sentí su aliento cerca de mi cuerpo, fue el día siguiente a nuestra primera relación sexual. No hubo alcohol ni nada parecido. Lo único que hubo fue una buena película más temprano y una excitante conversación acerca de un montón de temas que nunca había podido discutir con nadie. Yo no tenía muchas personas con quien hablar y era muy emocionante tener una persona para conversar y poder intercambiar opiniones sobre ciertas cosas en las que yo solo podía pensar en silencio.

 Cuando abrió los ojos, le sonreí. Su respuesta fue abrazarme y darme un beso en la mejilla. Obviamente seguía medio dormido pero no me importó en lo más mínimo. Lo besé en sus mejillas y en la frente y pronto se quedó dormido en mis brazos, respirando suavemente de nuevo.

 Más tarde, comimos juntos y nos paseamos por ahí, a veces sin decir mucho sino compartiendo pequeños momentos. Si eso era el amor, estaba dispuesto a probarlo, así fuera una vez en la vida. No sabía que era lo que podía pasar después pero eso no importaba. El presente es lo único que existe.

miércoles, 21 de marzo de 2018

África


   El calor era insoportable. A pesar de ser un jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno, acercándose a los animales de diferentes maneras.

 Algunos tenían cámaras y otros aparatos que registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.

 Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas. La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre, para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.

 Ellos dos también habían estudiado biología pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos, estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.

 Por eso casi saltaron al saber de la oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba, al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El laboratorio era su lugar predilecto.

 Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara, que colgaba del cuello.

 Tomó unas cuantas fotos, olvidando por completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos, sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco. Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.

 Había fotos de insectos y plantas, así como de animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.

 Otto le dijo que todas las fotos eran hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.

 Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar. Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa. Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.

 Nelson asintió. Él quería encontrar una manera de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia. Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.

 Le contó a Otto que cuando era pequeño lo había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.

 Otto sonrió al oír la historia. Nelson también lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.

 Era una gran charca de agua grisácea y en el borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado Nelson.

 Fue entonces cuando vieron lo que había sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos, pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara un grito.

 Había pedazos del profesor Wyatt por todo el margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo nada en horas.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Cosas del momento

   El espejo era enorme. Cubría toda una pared del cuarto de baño, que era del tamaño de mi apartamento o tal vez más grande. No solo había un gran espacio libre de todo sino que había varios lavamanos y una bañera circular enorme, con una vista envidiable. Era de día, por lo que pude ver tan lejos como era posible. La luz del sol entraba suavemente por la ventana y acariciaba mi piel recién bañada. No me había demorado mucho pero los aceites y jabones eran perfectos para mi piel.

 El agua resbalaba el suelo, mojándolo todo. Pero no me importaba porque no era mi hogar. De hecho, estaba seguro de que no podría volver en mucho tiempo, si es que volvía alguna vez. Ese pensamiento se atravesó en mi mente y me hizo alejarme de la ventana y tomar una de las toallas mullidas que había cerca de la entrada. Revisé mi cara y mi cuerpo en el espejo enorme. Me miré por largo rato, como muchas veces hacía en casa aunque no con tanto esplendor a mi alrededor.

 Dejé caer la toalla y detallé cada centímetro de mi cuerpo. Mi pies, mis piernas, en especial mis muslos. Mi pene, mi cintura, el abdomen, los costados e incluso me di la vuelta para verme la espalda aunque eso era algo difícil. Terminé por el pecho y luego mis ojos oscuros mirándome en el espejo. Les faltaba algo pues veían algo apagados. Tal vez era porque toda la vida me había mirado en el espejo viendo mis defectos, viendo lo que creía que todo el mundo detallaba en mí.

 Sin embargo, muchos decían que jamás se habían dado cuenta de las estrías, de la grasa extra o de las cosas de más o de menos. Siempre pensé que lo decían por cortesía, tratando de seguir en lo que estábamos en vez de enfocarnos en la pésima percepción que tenía de mi mismo. Pero tal vez eran honestos conmigo, tal vez no habían visto nada de eso que me hacía sentir a veces tan pequeño e insignificante, tan tonto y a la vez más inteligente que los demás. Me alejé del espejo tras un largo rato.

 Me sequé el cuerpo lo mejor que pude y aproveché la toalla para secar un poco del piso que había mojado. No quería que él viniera después y encontrara todo hecho un desastre, aunque eso no podía ser muy probable ya que sabía que tenía empleados que limpiaban y ordenaban todo a su gusto. La casa era enorme y era apenas obvio que muchas personas ayudaban a que todo estuviese perfecto, casi como un museo. Por muy interesante e inteligente que fuese el dueño, sabía que con su trabajo no pasaría mucho tiempo allí. Por eso debía salir pronto.

 Sin ropa, pasé del baño a la habitación principal. Mi ropa ya no estaba en el suelo, como la había dejado al entrar a bañarme, sino que estaba toda en una silla, cuidadosamente doblada. Incluso las medias estaban, cada una, dentro del zapato correspondiente. Mi billetera también estaba en el montoncito Revisé mi chaqueta y me di cuenta de que mis otras pertenencias estaban allí. No quería desconfiar en semejante lugar pero igual abrí la billetera para ver que todo estuviera bien.

 Después de revisar, me vestí lo más rápido que pude. Era evidente que no estaba solo en la casa. Toda la habitación estaba impecable: la cama debidamente tendida y las persianas corridas para dejar entrar la luz. Incluso parecía como si hubiesen aspirado, aunque eso podía hacer parte de mi imaginación puesto que el ruido fácilmente hubiese llegado al baño. Lo último que me puse fueron los zapatos, con cierto apuro porque quería salir de ese lugar cuanto antes.

 La chaqueta la llevaba en la mano pues todavía tenía el calor del baño en el cuerpo. Al salir de la habitación, recordé que la anoche anterior había llegado a la casa con algunos tragos de más en el cuerpo, por lo que esperaba reconocer el camino de salida. Accidentalmente entrar en un baño, la cocina o la habitación de alguna otra persona no era una opción. De repente una horrible sensación de vergüenza y desespero me invadió el cuerpo y quise salir corriendo de allí.

 Bajé una hermosas escaleras que se retorcían hasta lo que parecía la entrada principal. Todo era bastante minimalista, cosa que recordaba pues había un chiste a propósito de ese detalle la anoche anterior. Sabía que a él le había gustado porque recordaba muy bien su risa y el aspecto de su rostro al sonreír. Era un hombre muy guapo y eso me hacía sentir bien y mal al mismo tiempo. Al fin y al cabo había sido algo pasajero, algo que seguramente no hubiese ocurrido en otras instancias.

 Bajé de la manera más silenciosa que pude pero cuando estaba a solo un metro de la puerta, una voz hizo que mi cuerpo quedara congelado. Era una mujer. Voltee a mirarla, sin opción de hacer nada más. Ella estaba en lo que parecía ser una de las salas, tal vez donde habíamos estado bebiendo la noche anterior pero yo no lo recordaba claramente. Más que todo porque estaba concentrado en él y por eso me había sentido mal antes, porque sabía que me gustaba mucho más de la cuenta y eso era algo que no podía permitirme. Sin embargo, tuve que caminar hacia ella y saludar.

 Su respuesta fue una pregunta. “¿Se conocían de antes?” Sus palabras me dejaron frío, con los ojos muy abiertos puestos en ella. La mujer se dio la vuelta y se sentó en uno de los sofás. Había estado bebiendo algo de color amarillo con hielos. Tomó un sorbo y me miró de nuevo, con una expresión que parecía de regaño, como si quisiera reprenderme. Pero era claro que se estaba reprimiendo. Su cuerpo parecía contraerse en si mismo, tratando de no decir nada que no pensara bien antes.

 Cuando por fin habló dijo que era su hermana. Eso me hizo sentir un poco más aliviado porque cabía la posibilidad de que fuese casado. No voy a explicar como sé que eso puede ser una posibilidad pero solo sé que lo es. Me dijo que estaba preocupada por él puesto que recientemente había perdido a alguien que había querido mucho. Se puso de pie de nuevo y, sin pensárselo demasiado, me dijo que yo no era el primero que salía así de esa casa. Habían habido otros, no hace mucho.

 Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Me hizo sentir peor de lo que ya me había sentido al cambiarme o cuando estaba viendo el hermoso paisaje por la ventana del cuarto de baño. Yo no era un acompañante ni un trabajador sexual. Había sido una casualidad tonta que nos encontráramos en ese bar porque yo casi nunca salía de mi casa, de mi rutina. Pero estaba tan mal que quería alejarme de todo a través del licor y del ruido de la gente. Así y todo, él había estado allí, invitándome a un trago.

 Lo único que fui capaz de hacer fue pedir permiso y dar la vuelta para irme. Casi corrí a la puerta, la abrí de un jalón y caminé lo más rápido que pude hacia la reja perimetral de la casa. Hasta ese momento me di cuenta de lo lejos que estaba de mi casa. No sabía ni como llegaría pero no me importó. Solo quería salir de allí lo más pronto posible. Un jardinero se me quedó mirando, justo cuando crucé una reja que ya estaba abierta. No pensé en eso y seguí caminando, por varios minutos.

 Horas más tarde, entré en mi casa y me quité la ropa y todo lo demás de encima. Me sentía asqueroso, culpable de algo que no había hecho. Me metí a la ducha de nuevo, con agua fría, y con eso me dio rabia dejar que esa mujer dijera lo que había dicho.


 Juré, con los huesos casi congelados, que no volvería a hacer una cosa de esas. Me controlaría y trataría de manejar esos momentos de ánimos bajos de alguna otra manera o bebiendo en casa. Mientras lo juraba bajo el agua, mi celular se encendió al recibir un mensaje de él.