El calor era insoportable. Tanto, que todos
en el grupo habían acordado que no dirían nada si alguien se quitaba la
camiseta o venía a trabajar el calzoncillos. El primero en tomarlo como regla
fue el profesor López, un hombre de más de setenta años que trabajaba hacía
mucho tiempo con el museo y que era uno de los hombres más cultivados en el
tema de las momias. Podía reconocer, con solo ver una momia, la cultura de la
que venía y su estatus en ella. Era un hombre muy estudioso pero a la vez
excéntrico, por lo que a nadie le extrañó que fuera el primero en venir casi
desnudo.
La doctora Allen, una de las únicas mujeres en
la excavación, había sido la que había cambiado las reglas. También había
exigido excavar un par más de pozos de agua, pues con lo que tenían no iba a
ser suficiente para sobrevivir las inclemencias del desierto. El Sahara no
perdonaba a nadie y ellos habían venido con una misión muy clara: encontrar la
tumba del máximo jefe de una civilización
que todo el mundo creía inventada hasta que se descubrieron referencias
a él en otro sitio, no muy lejano.
Muchos de los arqueólogos habían estado en ese
lugar y el calor allí no era tan infernal como en el llamado Sector K, que era
donde se suponía que iban a encontrar el templo perdido que buscaban, El museo
había gastado muchos millones para enviarlos a todos al Sahara y para hacer de
la expedición el siguiente gran descubrimiento de la humanidad. Incluso había
un equipo de televisión con ellos que grababa el que sería el documental del descubrimiento.
Pero después de un mes
excavando, los camarógrafos y el entrevistador se la pasaban echados bajo
alguna tienda, abanicándose y tan desnudos como el profesor López, que era una
de las pocas personas que ignoraba las cámara casi por completo. A la mayoría
no le gustaba mucho la idea de ser grabados o al menos eso era lo que decían.
Sin embargo, cada vez que los veían venir a grabar algo para no pensar en el
calor, todos los arqueólogos se limpiaban un poco la cara y trataban de verse
lo mejor posible, cosa muy difícil con el calor y la falta de duchas.
No era un trabajo glamoroso. Uno de los
jóvenes del equipo, un chico de apellido Smith, no había logrado todavía
acostumbrarse al ritmo de trabajo ni a las condiciones. Era su segundo viaje
con el museo y el primero había sido en extremo diferente. En esa ocasión lo
habían enviado a Grecia con todos los gastos pagos, a un hotel hermoso cerca de
la playa, con desayuno, almuerzo y cena y una ducha. El sitio de la excavación
era cerca y podía ir en un coche rentado por el mismo museo. Era lo mejor de lo
mejor y tontamente había creído que siempre sería así, cosa que pronto se dio
cuenta que no era así.
Sin embargo, todos trabajaban duro y hacían lo
mejor posible para poder avanzar en la excavación. Después de un par de meses,
habían removido tal cantidad de tierra que el desierto había cambiando de
forma. Habían instalado además varias barreras plásticas para que el viento no
destruyera sus avances y la mayoría creía que estaban muy cerca de hacer el gran
descubrimiento por el que habían venido. En las noches lo hablaban al calor de
una hoguera, en el único momento en el que todos de verdad se unían y hablaban,
compartiendo historias de sus vidas, casi siempre de otras experiencias con la
arqueología.
El profesor López siempre tenía una anécdota
graciosa que contar, como la vez que había descubierto un equipo de sonido en
una tumba inca o la vez que había estornudado subiendo el Everest. Contaba las
historias con una voz más bien monótona y casi sin pausas ni emociones. Pero
todo el mundo se reía igual, jóvenes y viejos, principiantes y arqueólogos
curtidos. Era un trabajo que unía a la gente pues todos buscaban lo mismo y no
era nada para ellos mismos sino para la humanidad en general: sabiduría.
El día que encontraron un brazalete hecho de
piedra, casi no pueden de la alegría. Era el primer indicio, en todo su tiempo
en el sitio, de que sí había existido la cultura que estaban buscando. El reino
perdido del Sahara existía y no era un ilusión ni un cuento de algún loco por
ahí. Con el brazalete, se comprobaba que todo lo investigado era cierto. La
doctora Allen informó al museo de inmediato y solo ese pequeño objetó fue
suficiente para recibir más dinero. Se sorprendió al ver llegar más maquinaria,
grande y pequeña, y también mejor comida.
La noche del descubrimiento, hicieron una
pequeña fiesta en la que celebraron con algunos botellas de whisky que uno de
los arqueólogos había logrado traer. Se suponía que el alcohol estaba prohibido
en el trabajo, pero solo querían celebrar y lo hizo cada uno con un trago y
nada más, aunque hubo algunos que tomaron un poco más en secreto y tuvieron que
fingir que no les dolía la cabeza al otro día, con el sol abrasador golpeando
sus ojos y sus cabezas con fuera.
Pronto no solo hubo brazaletes sino también
las típicas ánforas que, en el desierto, eran de barro oscuro y sin ningún tipo
de dibujos. Lo único particular era que estaban marcadas con lo que parecían
números o tal vez letras. Los expertos determinaron que no eran jeroglíficos
así que ya había otra cosa interesante por averiguar. Después siguió el
descubrimiento de un par de anillos de oro con amatistas y, un día casi en la
noche, se descubrió una formación de roca que parecía ser mucho más grande de
lo normal, parte de algo mucho mayor.
Los camarógrafos y el reportero tuvieron que
despertarse de su letargo casi completo y empezaron a entrevistar al
responsable de cada descubrimiento y hacer planos detalle de cada uno de los
objetos recuperados. Lo hicieron, imitando a López, sin nada de ropa. El
descubridor de uno de los anillos, una mujer joven y muy pecosa, casi no pudo
para de reír frente a la cámara a causa de la vestimenta de los hombres detrás
de ella. Tuvieron que repetir la toma varias veces hasta que la chica pudo
controlar sus impulsos y presentó el anillo sin reír.
Grabaron también el momento cuando, con una
máquina enorme que parecía de esos buscadores de metal pero más grande, se
descubrió que la estructura de la que hacía parte la gran piedra descubierta
era simplemente enorme. Usaron varios aparatos con sonares y demás tecnología
de punta y descubrieron que lo que tenían bajo sus pies era el edificio más
grande jamás construido en el desierto.
El museo envió casi al instante equipos de luces
que ayudarían a las excavaciones de noche y también autorizaron el envío de
quince arqueólogos más, entre ellos el profesor Troos, que conocía muy bien a
López y siempre había concursado con él en todo desde que era jóvenes en la
universidad. Por supuesto, era una rivalidad sana y sin animo de destrucción ni
nada parecido. Pero era divertido verlos pelear. Eran como niños pequeños que
no se podían de acuerdo en nada. Sin embargo, ayudaron bastante en ir
descubriendo más cosas a medida que la maquinaria más avanzada removía la arena
del sitio.
Por ejemplo, descubrieron que la civilización
que había vivido allí, probablemente se comunicaba con el resto del mundo a
través de caravanas comerciales bastante bien cuidadas pero al mismo tiempo era
un reino aislado por su complicada situación en una región tan extrema y que
muchos consideraban peligrosa. Eso lo sabían bien los arqueólogos, que a cada
rato encontraban escorpiones rondando el sitio, a veces tan grandes que a
cualquiera le daban miedo. Aunque al principio solo los alejaban, después los
empezaron a meter en cajas para los zoológicos e incluso los mataban porque
eran una plaga.
El día que descubrieron la puerta principal
del enorme edificio, varios meses después de iniciadas las excavaciones, todos
estaban tan extasiados que no tenían palabras para decir nada. López limpio la
puerta metálica con cuidado e hizo el primer descubrimiento: la cultura del
desierto tenía un alfabeto completamente distinto. Tuvo que estudiar las formas
y dibujos por mucho tiempo para lograr entender que había escrito en cada
lugar, en cada objetos y los muros interiores que serían revelados más tarde.
Y como en toda excavación, surgió el rumor de
una maldición. Su primera victima fue uno de los camarógrafos, atacado por
varios escorpiones cuando iba a orinar de noche. Pero después siguieron otros y
pronto muchos creyeron en la maldición y otros dijeron que simplemente el
desierto era así, hostil. Pero que a la vez tenía innumerables tesoros
esperando ser descubiertos.
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