Aunque era primavera, parecía que el clima
no quería decidirse por el calor de una buena vez. La mayoría de gente lo había
estado esperando por meses pero no llegaba. A lo largo de los días hacía un
pequeño momento de calor y la gente se contentaba con eso, como si algo de sol
fuese suficiente para calentarlos a todos y hacerlos sentir, de nuevo, con
ganas de ir a la playa o de vestir ropa más ligera. Algunos ya habían recibido
ese mensaje erróneo, pero era más porque anhelaban tanto el verano que seguramente
pensaban que vestirse para él atraía mejor clima.
Pedro era una de esas personas que todavía
estaba usando abrigos, casi todos gruesos, así como pantalones largos y
suéteres. Para él no hacía calor. Todas las veces que salía a la calle, que era
normalmente cuando iba a clase, sentía el frío viento golpeándole la cara. Lo
que menos le gustaba del asunto es que en el camino veía gente con pantalones
cortos y camisetas de manga corta con un clima de once grados centígrados. Para
él, era una idiotez.
Cuando se acostaba de noche en su pequeño
cuarto alquilado, normalmente daba varias vueltas antes de quedarse dormido.
Era difícil para él cerrar los ojos y simplemente dormir. No solo porque habían
ruido proveniente de todas partes que no dejaba descansar propiamente, sino
porque tenía siempre la idea en la cabeza de que estaría más tranquilo con todo
si tuviese a alguien con quien hablar de todos esos temas.
Estaba ya acostumbrado a no tener con quien
comentar su programa de televisión favorito. Lo mismo con cosas que veía en la
calle o que leía en internet o que se inventaba en un determinado momento.
Muchas de sus ideas, no necesariamente buenas, desaparecían en un corto lapso
de tiempo porque no las podía vocalizar con nadie.
Cierto. Nunca había sido alguien de mucho
hablar. No era muy bueno en el arte de la conversación y siempre prefería estar
solo en su habitación que sentirse incluso más solo estando con gente con la
que compartía el estudio. Era increíble como, a pesar de que era gente amable y
casi siempre soportable, no sentía la menor empatía por ellos. Mejor dicho, no
le inspiraba tener la suficiente confianza en ellos para tener una amistad real
con ninguno de los casi veinte compañeros de clase.
No era culpa de ellos. Peor para ser justos,
tampoco era culpa de él. Era una combinación de ambas cosas, pues la verdad era
que Pedro no se sentía completamente a gusto donde estaba. No odiaba a nadie ni
nada pero no estaba feliz con sus decisiones y había decidido que lo mejor era
proseguir con lo planeado y tratar de no mirar mucho si todo lo que lo rodeaba
le gustaba o no. Porque si se ponía en ese plan, no había final a la vista.
De vuelta en casa, muchos kilómetros lejos de
la ciudad donde estaba, la vida de Pedro no era muy diferente. Tenía una familia que lo quería y eso nunca se puede subestimar. Pero no era que los
amigos le cayeran del cielo ni que tuviera muchas personas con quien compartir
nada. Pero al menos las pocas personas que había eran más numerosas y
confiables que las que ni siquiera había donde estaba. Por eso prefería no
decir mucho y solo vivir su vida como un ser privado y algo apartado por los
demás, sin importar los comentarios que pudiesen surgir a raíz de eso.
Sabía bien que muchas personas pensaban que
era algo antisocial. Siempre había sabido que la gente pensaba de él así y eso
desde que la adolescencia le cambió la vida. Desde ese momento fue como si se
trazara una línea y lo empujaran al otro lado de esa línea. No podía decir que
nadie lo trataba mal o que lo insultaran o que se burlaran de él. Pero a veces
se sentía peor que simplemente la gente no parecía estar enterada que él estaba
allí. En más de una ocasión había sido ignorado y él no había dicho nada.
Más tarde en la vida empezó a reclamar su
puesto en toda clases de cosas. Seguían ignorándolo y pasando por encima de su
existencia pero él se hacía notar y entonces se dio cuenta que la gente lo
tomaba por alguien desagradable y molesto porque insistía en hacer parte de lo
que los demás hacían. De nuevo, no había insultos ni nada por el estilo. Pero
era de esas cosas que se sienten, que se ve en las caras de las personas. Era
un odio mal disfrazado, muchas veces acompañado de una condescendencia
increíble.
Esa era una de la s razones principales por
las que Pedro no tenía muchos amigos que digamos: la gente simplemente le tenía
una aprensión extraña que difícilmente superaban. Era como si desconfiaran de
alguien que intentaba salir de su propio cascarón y prefirieran que se quedase
lejos, aunque ya era visible y eso era obviamente incomodo.
Sin embargo pudo hacer algunos amigos y se los
debió, más que nada, a su habilidad de causar un poco de lástima pero más que
todo a su don para ser gracioso de la nada. No era muchas veces intención
serlo. A veces solo buscaba hacer una observación rápida y sincera de algo que
estaba pasando. Pero resultaba entonces que le salía un chiste, alguna broma
bien construida y eso llamaba la atención.
Eso se convertía en un puente para que la
gente se enterara de que existía y después que lo conocieran por completo y
solo las partes que creían conocer o que habían asumido conocer. Sus amistades
se podían contar con una mano, pero era porque le costaba construir esas
amistades. Pero prefería tener esas pocas amistades reales que ser de los que
tienen cientos de “amigos” pero no pueden nombrar momentos en los que la
amistad de verdad haya existido más allá de cualquier sombra de duda.
La otra gran parte de su vida, y la razón por
la que quejar se de la primavera era habitual y más sencillo, era porque
simplemente jamás se había enamorado de nadie. Eso sí, había conocido gente y
había tenido relaciones, todas cortas, que normalmente no dejaban mucho atrás
cuando terminaban. Al comienzo era doloroso y se sentía todo como lo siente un
verdadero adolescente: cada experiencia es única e irrepetible y parece que
nada va a ser nunca lo mismo. Se cree que esa primera vez haciendo algo, que
ese sentimiento es el único que habrá y el verdadero y que no hay nada más en
la vida.
Sin embargo, al madurar se da uno cuenta, o al
menos así le pasó a Pedro, que todo eso es pura mierda. Es decir, es una
sentimiento adolescente que lo exagera todo pero que, mirando su experiencia,
nada de lo que había sentido con el primer amor era de hecho amor. Era una
mezcla rara entre obsesión y la felicidad de sentir que alguien podía
enamorarse de él. Pero no era el amor, esa criatura legendaria de la que habla
todo el mundo y que por lo visto es mucho más común que los mosquitos.
Desde esos días de mayor juventud, Pedro no
había sentido nada tan intenso Eso era un hecho y sin
embargo lo que había sentido no podía haber sido amor porque no había habido
tiempo suficiente para determinar si eso era lo que era en una primera
instancia. Lo que sí estaba claro es que después nunca sintió nada parecido. Se
encariñó con personas pero no era lo mismo.
De nuevo, todo iba ligado al hecho de que
alguien volteara a mirarlo. Una de esas noches frías de primavera, se acostó en
la cama a dormir y se puso a pensar en su vida y concluyó que nadie nunca le
había dicho que se veía bien o algo parecido, a menos que buscara algo a
cambio. E incluso los que lo habían dicho buscando algo, no lo habían dicho con
todas las palabras. Además muchas veces, casi todas, había sido él el de la
iniciativa, fuese para un beso, para sexo o simplemente para que las cosas
pasaran. Y en el sexo estaba seguro que nadie nunca le había dicho nada más
allá de un “me gustó”, lo mismo que se puede decir de una película mala que es
entretenida.
Alguna gente tenía el descaro de reclamarle
por su soledad. Decían que si estaba solo era por su culpa y era cierto, pues
como había concluido, era él quien siempre tomaba la iniciativa. Porque nadie
iba a venir a decirle nada ni nadie iba a ser el que tomara el primer paso.
Siempre tendría que ser él. Y por mucho que hiciese ejercicio o que se
cultivara en varias ramas del conocimiento, siempre sería exactamente igual. No
era algo que fuese a cambiar mágicamente de la noche a la mañana y, contrario a
lo que la gente pensaba, no había como cambiar eso porque no estaba en sus
manos.
No podía ser más activo de lo que ya era. No
podía lanzarse en los brazos de la gente porque eso sería simplemente
desesperado. Lo único que podía hacer era hacer de su vida lo más cómodo
posible, aprovechando lo que lo hacía feliz en el momento y punto. Estaba solo
y la confianza no era algo fácil de construir así que simplemente hacía lo que
pudiese con lo que pudiese.
Sí, no tenía sexo con nadie, nadie lo miraba
ni para escupirlo, a la gente en general no le interesaba su opinión y en
fiestas y reuniones se la pasaba callado porque sabía que, aunque la gente lo
pedía, nadie quería oírlo hablar.
Y sin embargo, estar en su habitación
disfrutando de sus cosas y escapando de un clima ridículo también era un
problema. Pero para ellos. No para él. Porque para él era su manera de vivir
hasta el siguiente paso en su vida y sí que lo estaba esperando con ansias.
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