Mientras me ponía los pantalones y apretaba
el cinturón, escuché ruidos que venían de afuera de la habitación. Me di cuenta
entonces que él no había salido al baño sino que se había ido a otra parte del
apartamento. Seguí mirando el sitio con curiosidad ya que me gustaba bastante
por donde estaba ubicado, como estaba arreglado y por la espectacular vista de
la ciudad que había por la ventana. A pesar de ser tan temprano en la mañana,
no había nada de la usual neblina. En cambio se alcanzaba a ver por varios
kilómetros y era algo hermoso.
Terminé de vestirme, revisé tener la billetera
y mi celular y salí de la habitación con cierta rapidez. Normalmente nunca me
quedaba en la casa de nadie hasta tan tarde y tenía que llegar a la mía, en la
que no vivía solo. No es que a mi compañera de apartamento le importara mucho a
que hora llegara o cuando pero a mi cerebro le gustaba pretender que era algo
importante. Creo que me hacía creer que estaba siendo responsable de alguna
manera aunque eso no tenía el más mínimo sentido. Me detuvo un momento frente a
un espejo de cuerpo entero en el pasillo.
Me peiné como pude, aunque mi cabello no
parecía tener muchas ganas de hacer lo que yo quisiera. Para eso debería
haberme duchado, algo que él había ofrecido pero, de nuevo, yo solo quería
irme. Me arreglé la ropa un poco y seguí caminando hacia lo que era la salita
del apartamento. Me gustaba mucho esa zona porque el techo era en bajada por
ser en el último piso. Había una viga de madera que le daba cierta personalidad
al espacio. La vista desde allí era igual de increíble. Por un momento me
pregunté cuanto dinero ganaría él en su trabajo.
Me asustó al aparecer de la nada. O bueno, por
aparecer del lado al que yo no estaba mirando. La cocina estaba de ese lado y
no debía haberme sorprendido tanto pero pegué un salto bastante exagerado y le
hice caer al suelo un vaso de jugo de naranja que llevaba. El liquido se
expandió por todo el suelo, manchando también una pared y una linda alfombra de
estilo persa que tenía debajo de la mesa de centro de la sala. Mi reacción
inmediata fue de vergüenza. Me agaché a recoger los vidrios y el me dijo que no
me preocupara por ello.
Fue cuando vino con la escoba, el recogedor y
un trapo, cuando me di cuenta de algo: él seguía sin ropa, tal como había
salido de la habitación. Por alguna tonta razón, eso me hizo sentir incomodo, a
pesar de que ya lo había visto desnudo por un buen rato. Me sentí infantil al
rato, cuando me di cuenta de cómo me había sentido. Fue una sucesión de
sentimientos y pensamientos que ocurrieron en un espacio de tiempo muy pequeño.
Y él, sin decir nada, se puso a limpiar el jugo regado y a recorred los vidrios
con gran habilidad.
Como yo no podía o no quería hablar, no pude
decirle que no se molestara con el jugo. Por eso volvió y me sirvió un vaso y
me invitó a tomarlo en la sala. Hice algo un poco grosero que fue tomar todo el
contenido del vaso, sin respirar, en unos pocos segundos. Estiré la mano para
darle el vaso y él me lo recibió un poco impresionado. Me dirigí hacia la
puerta con cuidado, tratando de no pisar las partes pegajosas del piso o
cualquier partícula que brillara. Cuando llegué a la puerta principal, fui a
decir algo para despedirme pero un trueno en el exterior me calló.
De repente, sin previo aviso, una lluvia
torrencial empezó a caer afuera. Me quedé mirando la ventana con la boca
abierta y luego, sin pensarlo mucho, mis ojos pasaron a la silueta de su cuerpo
contra la poca luz que entraba por la ventana. De verdad que era un tipo muy
lindo, su cuerpo me gustaba mucho y, había que decirlo, era muy cariñoso. Moví
los ojos hacia otro punto y entonces dije, casi gritando, que ya me iba y que
pediría un taxi en la recepción del edificio.
Él me miró y me dijo, con total tranquilidad,
que podía quedarme el tiempo que quisiera. Y como por lanzar un pequeño dardo,
agregó que nadie me estaba echando. Eso me hizo sentir muy mal porque él tenía
razón al decirlo. Me estaba comportando como un jovencito y no como un hombre
adulto. Así que por eso, por la culpa, caminé hacia él y le pregunté si lo
podía ayudar a limpiar. Él me dijo que quedaría un poco pegajoso por un tiempo
pero que no tenía ganas de limpiar en ese momento, que lo haría más tarde con
productos de limpieza como tal.
Caminó entonces a la cocina para botar los
pedazos de vidrio y me dejó solo mirando la lluvia que caía como si el cielo se
hubiese roto. Me quedé allí de pie por un buen rato hasta que me di cuenta que
me estaba comportando de manera rara de nuevo. Así que me senté en el sofá que
había allí y me quité la chaqueta. De alguna manera hacía más calor en el
apartamento que el que seguramente hacia fuera. Entre la lluvia podía ver
árboles y eso me hizo pensar en mis decisiones, en mi vida, en lo que hacía y
en lo que no.
Rompió mi pensamiento el ruido de vidrio. Esta
vez él había puesto dos vasos de jugo sobre portavasos en la mesita de centro,
así como un plato con lo que parecían croissants pequeñitos. Me dijo que
algunos tenían queso y otros chocolates. Se sentó desnudo a mi lado y tomó uno
de los croissants y un vaso de jugo. Empezó a comer sin decir nada, solo
mirando por la ventana y nada más. Yo decidí hacer lo mismo, a ver si eso
rompía el hielo que yo había formado con mi mala actitud. Me di cuenta que no
quería irme sin dejar las cosas bien. No tengo ni idea porqué.
Le pregunté cuanto pagaba de arriendo. Era una
pregunta un poco rara para hacerle a alguien que casi no conocía. Al fin y al
cabo nos habíamos visto en contadas ocasiones. Sin embargo, el sonrió y me hizo
recordar que esa era otra cosa que me gustaba mucho de él. Me contó que el
apartamento era de su padre y que, al morir, se lo había heredado directamente
a él. Es decir, solo pagaba servicios y nada más. No sabía si decir algo
positivo o decir que sentía lo de su padre. Opté por lo segundo.
Él negó con la cabeza, todavía sonriendo, y me
dijo que siempre había tenido una relación bastante especial con su padre y que
había sido su manera de decir que confiaba en él. No insistí en el tema pero
ciertamente me pareció muy interesante. Le dije que me gustaba mucho la vista y
él respondió que lo sabía. Eso me hizo sonrojar y pensar en que había hecho yo
para que él se diera cuenta de ello. Tal vez en la habitación me había quedado
mirando hacia el exterior en algunas ocasiones. Me dio mucha vergüenza
pensarlo.
Entonces el me tocó la cara y me dijo que le
gustaba como me veía con la luz que había en la habitación. Seguí rojo porque
no esperaba que dijera algo así. No le agradecí porque sentí que eso no hubiese
tenido sentido. La lluvia siguió cayendo mientras terminamos la comida y la
bebida. No se detenía por nada y yo me resigné a que simplemente no iba a tener
una mañana de domingo como las de siempre, en la que permanecía metido en la
cama hasta bien tarde, cuando me daban ganas de pedir algún domicilio de una
comida no muy sana.
Él entonces me dijo que se disculpaba si me
parecía un poco raro que no se vistiera pero es que así se la pasaba todos los
domingos. Me confesó que no se bañaba en esos días y que por nada del mundo
salía a la calle. Le gustaba usar el domingo para adelantarse en series de
televisión o películas que no hubiera podido ver antes. Yo le dije que hacía lo
mismo y empezamos hablar de las series que nos gustaban y porqué. Resultó que estábamos
viendo la misma y que teníamos las mismas ideas respecto a los personajes y sus
intrigas.
Cuando la conversación se detuvo, me invitó a
ver un capitulo en el televisor de su habitación. Acepté y nos pusimos de pie
para caminar hacia allí. Casi cuando llegamos, me detuve frente a la puerta del
baño y le pregunté, de la nada, si podía bañarme ahora, ya que lo había
ofrecido antes. Me dijo que sí y yo, sin decir nada, lo tomé de la mano y
terminamos juntos bajo el agua caliente de la ducha. Hicimos de nuevo el amor y
luego vimos televisión. Y hoy puedo decir que he estado viniendo a este apartamento
por los últimos dos años. Las cosas pasan como tienen que pasar.
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