Las explosiones se sucedieron una a la otra.
Desde el otro lado de la bahía se escucharon potentes explosiones pero no se
sintieron de la manera violenta como sí lo sintieron algunas de las personas
que no habían querido dejar el centro de la ciudad. Los edificios altos, del
color del marfil, se desmoronaron de golpe, cayendo pesadamente sobre la playa
y dentro del agua. Las personas que quedaban vieron que ya no tenía sentido
quedarse allí, si es que lo había tenido antes.
Se formó una nube enorme de cemento y
hormigón, que nubló la vista hacia la ciudad por varias horas. Todos los que
estaban en el centro de comando dejaron de mirar hacia la ciudad y se dedicaron
entonces a calcular otra variables que tal vez no habían tenido en cuenta. Pero
la verdad era que ya todo lo sabían. Estaba más que claro que la armada del
General Pico se acercaba a toda máquina hacia la bahía y que embestirían la
ciudad con la mayor fuerza posible.
De hecho, esa había sido la razón parcial para
tumbar los edificios. El arquitecto Rogelio Kyel había sido el creador de esas
hermosas torres y también había sido él quién había propuesto el colapso de las
estructuras para formar una especie de barrera que frenara el ataque del
enemigo. Por supuesto, todo el asunto era solo una trampa para distraer al
general mientras la población y el comando central escapan hacia algún otro
lugar del mundo. El tiempo era el problema principal.
Habían tenido
el tiempo justo para tumbar las torres e incluso habían podido evacuar a la
mitad de la población en botes especiales, muy difíciles de detectar. Sin
embargo, mucha gente quedaba todavía en las islas y era casi imposible sacarlos
a todos. Como se dijo antes, la ciudad misma seguía poblada por algunos que se
había rehusado a dejar todo lo que era su pasado detrás de ellos. Simplemente
se negaban a dejar que algún loco tomara su casa y, a pesar de todo, tenía
razón.
Pero la vida iba primero y, cuando se
rehusaron a salir, el comando central decidió que la mayoría tenía prioridad y
que si había gente terca que prefería morir, era cosa de ellos y no del
gobierno. Muchos de esos tercos se reunieron como pudieron tras ver las torres
caer, en parte porque pensaban que el enemigo había sido el causante de los
derrumbes. Otros se quedaron en sus hogares sin importar la violencia de las
explosiones. Ellos fueron los primeros que murieron cuando Pico embistió con
fuerza contra la pobre isla, que se resistió pero al final cayó.
Tras el derrumbe de las torres, el general
solo demoró media hora en llegar a la bahía, con la nube de escombros todavía
flotando sobre toda la zona. Dudó un momento pero luego dio un golpe con
extrema fuerza contra la ciudad. Lo poco que había quedado de los edificios
blancos desapareció bajo las bombas y las pisadas del ejercito del general.
Tomaron cada casa y mataron a cada una de las personas que encontraron.
Afortunadamente no fueron tantos como pudieron ser, pero igual murieron de la
peor manera.
La distracción fue todo un éxito puesto que la
mayoría de las naves pudieron escapar lejos sin que el enemigo se diera cuenta.
Solo cuando se fijaron en lo vacía que estaba la ciudad, fue cuando el pequeño
general ordenó un bombardeo con naves pesadas sobre todas las islas. Según su
decisión, ni un solo rincón de todo el archipiélago podía quedar sin arder bajo
las llamas que crecían a causa de los poderosos químicos de los que estaban
hechas las bombas.
Los árboles ardieron en segundos. El comando
central y su gente vieron desde lejos como una gran nube negra se cernía sobre
lo que había sido su hogar por mucho tiempo. Algunos lloraron y otros
prefirieron clavar sus ideas y su mente a lo que tenían por delante y no a lo
que había detrás. Esto ayudó a que las naves pudieran alejarse de una manera
más precisa, que pudiese evitar una hecatombe global de ser detectados por el
ejercito enemigo, que de pronto parecía volcarse en un solo propósito.
Al otro día, las islas eran solo una sombra de
lo que habían sido desde tiempos inmemoriales. Ya no eran de agua clara y
playas prístinas, de deliciosa comida y gente alegre, de palmeras enormes que
parecían edificios y animales que solo se podían encontrar allí. Todo eso
terminó después de varias horas de bombardeos. A la mañana siguiente, no había
nada vivo en ese lugar del mundo, a excepción de los soldados que se
comportaban más como androides, dando pasos al mismo tiempo, sin razón alguna.
El general Pico, del que tanto se burlaban sus
enemigos por ser un hombre de corta estatura, de bigote espeso y de tener tan
poco pelo como una bola de billar, fue el único que soltó una carcajada
mientras pisaba las cenizas de lo que había sido uno de los lugares más felices
que nadie hubiese conocido. Mientras caminaba, viendo lo que había hecho, pateo
cráneos carbonizados y animales retorcidos por el calor de las bombas. Después
solo sonrió y al final subió a su nave y se alejó de allí, sin decir nada más.
Retomaría pronto su caza del comando central.
Este grupo se refugió en una pequeña isla
remota pero todos sabían bien que no podían quedarse allí mucho tiempo.
Seguramente el general decidiría también destruir todas las islas aledañas, por
ser un escondite general para gente que nunca se había alejado mucho del mar.
Esa, al fin de cuentas, era la verdadera clave. Debían ir a un lugar lejano, en
el que nadie esperaría ver gente que se había dedicado toda su vida a pescar y
a vivir vidas tranquilas y sin preocupaciones.
Las naves enfilaron al continente y cuando
tocaron la playa se reunieron todos y decidieron dividirse. La mejor manera de
escapar era no concentrarse todos en lo mismo sino perderse en la inmensidad
del mundo. Formalmente dejarían de ser el comando central y pasarían a ser
grupos aislados de personas que, con el tiempo, podrían integrarse a otras
comunidades alrededor del planeta sin que nadie se diese cuenta. El general
Pico podría perseguir por donde fuera, pero nunca los encontraría, al menos no
como los había conocido.
Algunos se dirigieron a las montañas, un lugar
completamente desconocido para ellos, escasamente poblado y con un clima difícil
de manejar. Pero como buenos seres humanos, se terminaron acostumbrando después
de un corto tiempo. Aprendieron a cazar los animales propios de la región, inventaron
aparatos y máquinas para hacer de subida algo más fácil e incluso crearon obras
de arquitectura amoldadas a las grandes alturas, todo gracias al arquitecto
Rogelio Kyel que había llegado hasta allí.
Otros, muy al contrario, decidieron que jamás
podrían alejarse demasiado del mar. Se adentraron solo algunos kilómetros dentro
del continente y se asentaron en el delta de un gran río que regaba con sus
agua una vasta región donde pronto pudieron cultivar varios alimentos. Estaban
cerca de la selva y sus ventajas pero tuvieron que aprender a vivir también con
los animales salvajes que destruían constantemente sus esfuerzos para crear
algo así como una nueva civilización.
El general Pico buscó por todas partes pero lo
único que pudo encontrar fueron culturas indígenas que creía inferiores a si
mismo y a animales que disparaba por el puro placer de verlos estallar. Murió
muy viejo, todavía obsesionado con acabar con todos sus enemigos.
El arquitecto Kyel murió antes, habiendo
dejado su última creación en planos ya listos, que la comunidad decidió construir
en la frontera con la región del río. Sería algo así como un puente, construido
exclusivamente para unir a los hombres de nuevo, después de tanta devastación.
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