Tengo que confesar que siempre me gustó
verlo por las mañana, cuando el sol apenas había empezado a salir. Por alguna
razón, siempre se apuraba a esa hora, como si levantarse con los gallos fuese a
cambiar algo. No me levantaba ni nada, solo lo miraba de reojo mientras se
cambiaba y la poca luz que entraba por la ventana acariciaba su cuerpo. Siempre
me había encantado tocarlo y ahora descubría que también adoraba verlo, como
una obra maestra del arte que es la creación del Hombre.
A veces se daba cuenta que lo miraba y me
sonreía gentilmente pero, de alguna manera, se sentía como si fuese alguien
lejano y no una persona que hasta hacía muy poco me estaba abrazado sin ropa
debajo de mis sabanas. Cuando no se daba cuenta, simplemente me volvía quedar dormido
y trataba de crear yo mismo un sueño en el que él apareciese como alguien
permanente en mi vida y no como una sombra pasajera que va y viene y va y viene
pero nunca se amaña en un solo lugar.
Me daban ganas de lanzarme encima de él, de
besarlo, de tocarlo, de volverle a quitar la ropa y de hacer el amor ahí mismo,
sin tapujos. Pero él me decía, con su cara y su cuerpo, pero no con su voz, que
todo lo que pasaba en la oscuridad de la noche no podía pasar en la mitad del
día o en esas mañanas frías en la que cualquier ser humano podría utilizar uno
de esos abrazos cálidos y reconfortantes. Él sabía bien como hacerme entender
que, pasara lo que pasara, yo no era quién había elegido.
Esa persona estaba en otra parte y yo era solo
un instrumento de diversión, o al menos eso era lo que me gustaba decirme a mi
mismo para evitar una crisis existencial que de verdad no necesitaba. De hecho,
esa es la palabra clave: necesitar. Porqué él me necesita a mi y yo a él pero
creo que yo le saco más usos porque mi vida es un desastre y él es el único que
hace que no se sienta de esa manera. Supongo que su vida tampoco es un jardín
de rosas, pero la verdad es que no hablamos de eso.
Cuando estamos juntos, está prohibido hablar
de su pareja o de mi trabajo, de sus responsabilidades o de mis problemas para
encontrar estabilidad alguna en mi vida. Desde que habíamos vuelto a vernos,
después de tantos años, todo se había ido construyendo alrededor del sexo y de
un cariño especial que habíamos ido armando los dos en privado. Era algo que no
era exactamente amor pero era fuerte y nos ayuda a los dos. Creo que por esos
decidimos que no le hacíamos daño a nadie si nos veíamos al menos una vez por
semana, a veces más que eso.
Cuando se iba, el lugar parecía perder el poco
brillo que adquiría cuando su risa o sus gemidos de placer inundaban la
habitación. A mucha gente podría parecerle todo el asunto algo puramente
sórdido y carente de moral y demás atributos ideales, pero la verdad es que el
arreglo que teníamos nos hacía felices a los dos, al menos hasta el día en el
que me di cuenta que empezaba a quererlo mucho más de lo que me había
propuesto. Era un sentimiento extraño que apartaba pero no se iba.
En nuestro juventud no éramos amigos, apenas
compañeros de salón de clase. Él siempre se había destacado en los deportes y
por tener novias hermosas, una diferente cada año o incluso menos. Era uno de
esos chicos que todo el mundo sigue y admira. Yo sabía muy bien quién era él
pero no era alguien que me importara demasiado. Estaba demasiado enfocado
tratando de sobrevivir a la experiencia del colegio para ponerme a mirar a los
hombres que tenía a mi alrededor a esa edad.
Él, me confesó mucho después, jamás supo quién
era yo. No le dio nada de vergüenza confesarme que jamás había escuchado mi
nombre en la escuela ni sabía nada de mi. Ese día quise gritarle, o golpearlo o
simplemente mandarlo a comer mierda. Pero no lo hice porque me di cuenta que no
tendría sentido hacer nada de eso. Así tuviera un resentimiento profundo contra
mis años de escuela secundaria, él no tenía nada que ver con todo eso. Él había
estado allí pero no había significado nada para mí.
Nos conocimos por casualidad en una reunión a
la que tuve que ir por trabajo. Como todo lo que hago para ese trabajo, la reunión
me parecía una perdida completa de tiempo. Lo normal es que en esas ocasiones
conozca mucha gente que me parece insufrible y que solo parece vivir para
contar cuanto ganan en un año y cuanto podrán ganar el año siguiente. Si acaso
hablan de su última compra o de sus
aspiraciones, todo lo que tenga que ver con dinero es, al parecer, un tema de
discusión clave.
Pero yo no tengo nada de dinero. Tal vez por
eso mismo no me importe en lo más mínimo lo que alguien compra o no. Tengo que
estar pendiente de tener comida suficiente para un mes en la nevera y cuento
cada centavo como si valiera millones más. Por eso detesto el dinero, porque
amarra y somete a cualquier idiota que deba manejarlo y esos somos todos. Por
eso cuando lo vi a él, me sorprendió. No hablaba de dinero y eso era un cambio
impresionante. Cuando lo vi mejor, fue cuando me di cuenta que era un compañero
del pasado y se lo hice saber.
Meses después, hacemos el amor cada cierto
tiempo. Él me besa y yo lo beso y hacemos todo lo posible juntos. Al comienzo
era cosa de una hora o menos si era posible, me decía cosas sobre su esposa y
no sé que más responsabilidades que tenía en alguna parte. Yo no le ponía nada
de atención porque francamente no me importaba nada la excusa que tuviera ese
día para parecer distante y algo tenso. Yo solo quería ocupar mi mente, al
menos por unos momentos, con el placer del sexo.
Fue con el tiempo que empezó todo a cambiar, a
volverse más tierno, más dulce, con ese cariño extraño del que hablábamos antes.
Sé que no es amor porque dicen que si sientes eso lo sabes y yo no lo sé.
Además, no creo que el amor sea para alguien como yo que, todos los días,
siente que sus días están contados en este mundo. Tal vez es por decir y pensar
cosas como esa que no tengo nadie en mi vida. Y tal vez por eso es que necesito
que él venga, y me alegro cuando me llama y lo veo.
Dirán que soy una mala persona por estar con
un hombre que tiene un compromiso con alguien más. Pero la verdad es que lo
tomo con bastante simpleza: fue decisión de él venir a mi casa desde un
comienzo. Yo jamás insistí, jamás lo forcé ni tuve nada que decir para atraerlo
hacia mí. Simplemente hubo una conexión y todo empezó a fluir, extrañamente, a
mi favor. Y la verdad no me arrepiento de nada y podría decírselo tranquilamente
a su esposa, si alguna vez me confronta.
No es que lo quiera para mí, ni nada tan dramático
como eso. Yo no creo que nadie sea para nadie, solo creo que tenemos pequeños
momentos en los que conectamos con otra persona y simplemente debemos contestar
a ese llamado de los sentimientos y de la naturaleza. No somos nadie para negar
que no somos nada, que solo somos animales algo más evolucionados que el resto
pero que, al final del día, solo somos otro costal de huesos y carne que siente
y necesita a los demás.
Creo que volverá el sábado en la noche, cuando
ella no esté en casa. Cuando abra la puerta nos besaremos y la ropa pasará al
suelo en pocos minutos. A veces acerca su boca mi oído y me susurra que me le
encanta estar allí conmigo y eso es más que suficiente para mí.
Cuando estoy solo, me doy cuenta que todo esto
no es permanente y que en algún momento tendrá que acabar. Todo lo que brinda
felicidad es así, etéreo. Y he decidido que no me importa. Lo único que quiero
es vivir un día a la vez hasta que ya no tenga días para vivir.
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