No querían darse cuenta. Lo negaban, o mejor
dicho, ni se les pasaba por la cabeza que pudiese ser una posibilidad. Lo que
hacían era ir cuidándose el uno al otro, ir sobreviviendo la escasez de comida
y el constante movimiento de un lado a otro. Al fin y al cabo los estaban
buscando y no podían quedarse quietos esperando a ver si los atrapaban en
alguno de los muchos pueblos y caseríos en los que decidían quedarse a dormir.
A veces no había ni eso, sino musgo o algún rincón mullidito entre los árboles.
Ya habían viajado, a pie, unos quinientos
kilómetros y todavía les faltaban quinientos más para poder llegar a la costa.
Era un camino muy largo pero era la única oportunidad que tenían si querían
volver a hablar en voz alta alguna vez en sus vidas. No hablaban casi, no
decían nada que no fuese muy necesario. No era solo por el miedo a que los
descubrieran sino también porque estaban tan cansados que si no era necesario
simplemente no abrían la boca.
En el camino se encontraron a otros huyendo y
presenciaron como la policía y los militares arrestaban a algunos e incluso les
disparaban en el sitio, sin preguntar nada y haciendo caso omiso de los gritos
y de las suplicas para seguir viviendo. Habían dejado hace mucho de ser hombres
íntegros y respetuosos de la ley. La ley había empacado y se había ido quién
sabe adónde. Los cuerpos se iban acumulando cada vez más y ya ni siquiera eran
disidentes y demás. Era cualquiera que subiera mucho la voz.
Por eso evitaban, en lo posible, pisar la
carretera o los caminos labrados hacía mucho tiempo. Preferían atravesar por
entre las tierras abandonadas por los campesinos y quitadas a los hombres y
mujeres que habían tenido tierras propias, para hacer sus casas o para
labrarlas o para lo que sea. Ya todo pertenecía al Estado pero el Estado
todavía no era supremo y no podía vigilarlo todo. No estaba todavía en todas
partes, eso tomaría algo de tiempo todavía y de eso se aprovecharon ellos dos.
Se daban la mano cuando tenían que cruzar los
alambres que cercaban las fincas abandonadas y para cruzar arroyos que crecían
a veces por las lluvias en las tierras altas. Los únicos que los veían pasar
eran los animales: vacas a punto de morir y pájaros que, como ellos, se
dirigían a otro lugar, pues nadie quería estar en semejante lugar ya nunca.
Podía haber sido un paraíso alguna vez, un paraíso incompleto, pero ya no
habría posibilidad de que eso ocurriera nunca.
Los grupos que tanto habían luchado al margen
de la ley eran ya cosa del pasado, habían sido los primeros en ser eliminados,
esta vez sistemáticamente, sin contemplaciones de ningún tipo. La gente no se
quejó entonces y por eso pasó lo que pasó.
Cuando llegaron al gran río, supieron que el
camino que habían hecho era correcto pero ahora debían elegir entre quedarse de
un lado y del otro o incluso podrían robar un barco y navegar río abajo. Pero
al ver que nadie utilizaba sus lanchas, era evidente que el transporte fluvial
no era lo común y se notaría bastante. Decidieron entonces cruzar al otro lado
y volverían cuando hubiera otro paso encima del río.
En el puente no había nadie. Empezaron a
caminarlo temblando un poco, abriendo los ojos más de la cuenta pues era de
madrugada y no se veía mucho pero era el mejor momento del día para cruzar. El
puente era metálico y había visto mejores tiempos. Cada paso resonaba y al poco
rato tuvieron que quitarse los zapatos para no hacer ruido y caminar descalzos.
Entonces uno de ellos apuntó con la mano al
otro lado del puente. Una luz roja. Había visto una lucecilla allá al otro
lado. El otro le preguntó de qué hablaba pero su respuesta fue la de callarse.
Lo tomó de la mano y lo hizo devolverse lo más rápido que pudo. Fue a tiempo
puesto que la lucecilla era una de esas que se ponen en los aparatos de
comunicación. Y si no la hubieran visto se habrían hundido con el metal del
puente en el fondo del río pues el Estado y su magnifico líder títere habían
aprobado la demolición de estructuras “viejas e inútiles” en todo el país. La
verdad era que solo querían bloquear el paso de la gente y mantener a todo el
mundo encerrado. Campos de concentración pero sin el encierro evidente.
Los siguientes días no hubo comida. Guardaban
algunos enlatados que habían logrado robar de alguna tienda en la mitad de la
nada o de casas abandonadas. Pero no era suficiente, menos aún con el calor que
hacía en las lindes del río. No era uno de esos bonitos países templados sino
un infierno tropical con todas las de la ley. Caminar de día era horrible y los
pies parecían doler el triple al pisar las piedritas recalentadas durante el
día.
Dormían mal pero siempre uno junto al otro
pues, aunque no lo decían, tenían miedo de separarse. Una cosa era hacer el
viaje en pareja y otra muy distinta era hacerlo juntos. Tendrían más
oportunidades de sobrevivir si trabajaban con ambos ingenios y eso ya lo habían
comprobado cuando eran terroristas. Porque eso era lo que habían sido y la
verdad era que estaban orgullosos. Habían plantado bombas tratando de frenar al
nuevo Estado, les hacían atentados.
No funcionó como debía y hubo civiles muertos,
como siempre los hay. Pero ganaron un tiempo que salvo a miles pues pudieron
escapar y ahora era su turno. Pero ya nadie en ningún lado se oponía pues no
había manera de oponerse sin ser descubierto rápidamente.
El siguiente tramo del viaje, de un par de
días, fue a través de una zona muy plana, caliente y desprovista de vegetación
capaz de ocultarlos. La técnica era solo viajar de noche y de día ocultarse en
alguna de las casas abandonadas entre los vastos cultivos que se habían podrido
hace meses. En algunas de esas casas casi se podía vivir a gusto, no feliz,
pero a gusto. Había camas y una cocina y aunque no usaban la segunda para no
ser descubiertos, era bonito ver un lugar que parecía estar congelado en el
tiempo.
No fueron noches normales pero incluso hubo
una vez que sonrieron y durmieron un poco más de lo normal. El último día en la
sabana central vieron de nuevo a los militares y estos casi los pillan si no
fuera porque parecían ir muy de prisa a alguna parte. Ellos dos no sabían lo
que se planeaba y que no eran prioridad en esa región. Pues era una región que
siempre había sido reacia al gobierno actual y ahora ellos les iban a cobrar
por tratar de bloquear sus yacimientos de petróleo y otras riquezas.
Mientras penetraban los pantanos, ocurrió una
masacre tras otras. Pero no se enterarían de nada hasta muchos años después,
cuando ellos serían los que llevarían uniforme.
En las ciénagas tuvieron que aprender a abrir
los ojos aún más y a tener cuidado con donde pisaban. Fueron picados por
diversos insectos y otras criaturas, vieron caimanes e incluso hipopótamos y
vieron como muchas zonas estaban inundadas de agua apestosa, cubierta de
mosquitos. No se acercaron mucho a esos lados pero tenían ideas de porqué eso era
así.
Los árboles seguían siendo escasos pero no
eran ya necesarios. El Estado no tenía nada que hacer en semejante región y ya
la ocuparía cuando tuviese las zonas más ricas ocupadas. Entre el agua, el lodo
y los mosquitos, no había nada que el Estado quisiera pero si algo que los dos
terroristas necesitaban y era el camino a la costa. Era solo seguir el agua y
tras casi una semana se acercaron a uno de los puertos más grandes.
Se disfrazaron un poco, maquillaron su cara
con lodo y tierra y fueron adonde todo el mundo iba: a la entrada del puerto.
Allí había montones de personas y el Estado las vendía para trabajar como
esclavos. Aunque en realidad no era tal cual. Lo único que querían era ganar
dinero al expulsar indeseables del país y solo dejaban salir a quienes no
significaran un peligro futuro.
Como ya lo habían hecho antes, mataron para
cruzar de noche y meterse en el primer barco que vieron. Allí amenazaron
primero y suplicaron después. El barco zarpó con ellos escondidos entre el
pescado fresco y solo salieron de allí dos días después. Habían dejado medio
cuerpo entre el pescado y el aire del mar era un cambio drástico a lo que
habían estado viviendo durante los últimos meses. Además, la compañía de tanto
marinero hostil no era lo mejor del mundo y tampoco tener que pagar el viaje
con trabajo de esclavos.
Pero ya se liberarían, ya verían cómo hacer
para seguir avanzando. Porque ambos sabían que nada terminaba en ese barco, si
acaso una etapa pero nada más. Entre el pescado fresco se dieron de nuevo la
mano y cada día se la darían una vez, apretando un poco para no olvidar nunca
lo que se siente tocar otro ser humano que, al menos, te entiende algo.
Eso cambiaría después pero, por el momento,
era más que suficiente.