Me abracé a él por el frío. Llovía demasiado
afuera, el mundo por la ventana se veía opaco y triste. Lo apreté con mis
brazos un poco hasta que respondió, cubriéndonos mejor con el cubrecama.
Agradecí el gesto porque con frío no podía dormir. Cerré los ojos y antes de
que pudiera dejarme llevar por el sueño, sentí otro movimiento. Cuando abrí los
ojos de nuevo vi que él se había dado la vuelta y ahora tenía su rostro frente
a mí, a unos pocos centímetros. Tenía los ojos cerrados pero era para mi
imposible cerrar los míos.
Lo tenía tan cerca que pude ver cada detalle
de su rostro para poder así memorizarlo. Ese fue mi pensamiento en el momento y
no pensé si eso me serviría de algo o porque había pensado en hacerlo. Solo
detallé su rostro: las pocas pecas, las largas pestañas, la nariz algo grande
pero refinada, los labios color rosa, las cejas suaves y su cabello suave y
corto. Si me hubiera preguntado como era él, años después, lo hubiera podido
decir de memoria, sin dudar con ningún pequeño detalle.
De repente recordé que ese no era mi hogar, de
que debía irme y de que había alguien más en todo esto y entonces no solo sentí
apuro sino arrepentimiento y culpa. Nunca había sido mi intención herir a nadie
y mucho menos a alguien que yo ni siquiera conocía, más que de vista. Tampoco
era mi idea excusarme porque pedir excusas por las acciones que se hacen es una
idiotez, sobre todo cuando no te arrepientes de nada y sabes que fue una
decisión tomada a consciencia.
Y así había sido. Es cierto que había bebido
bastante pero yo no estaba borracho y sabía que él tampoco. Nadie nos obligo a
nada. Es gracioso, ahora que lo pienso, porque él nunca me había gustado de
ninguna manera. Es decir, viéndolo en la cama fue el momento en el que me di
cuenta lo simplemente hermoso que era. Pero eso jamás lo había visto antes. Ciertamente
nunca durante las largas horas de trabajo ni cuando él me exigía más o yo a él.
Así había sido por dos años y puedo asegurar que nunca sentí ningún tipo de
atracción hacia él.
Pero en todo caso eso no borraba el hecho de
que hacía menos de diez horas, habíamos empezado a hablar entre botella y
botella de cerveza. De repente nos dimos cuenta de que éramos más que solo
“gente del trabajo”. Y entonces me invitó a su casa y creo que ahí él sabía ya
lo que iba a suceder y yo lo presentía también. No se puede pretender ser
inocente en esta situación. Es como que te encuentren teniendo sexo con alguien
y digas “no es lo que parece”. Es ridículo.
Apenas llegamos a su casa y tomamos más, fue
él quien inició todo, besándome en el baño. Ahora que lo pienso, puede que en
ese momento haya reunido todo su coraje y se haya decidido por hacerlo de una
vez sin pensarlo tanto, y por eso decidió entrar cuando yo estaba acabando de
orinar y besarme ahí mismo. El resto, como dicen, es historia. Sabía que ahora
debía irme porque simplemente, por todo, no podía quedarme. No quería hablar
con él ni tener que hacer las preguntas incomodas que, al menos yo, sentía que
debían ser respondidas.
Con todo el sigilo del que fui capaz, recogí
mi ropa y mis cosas y salí a la sala del lugar. Allí me cambié y cuando me
aseguré de que tuviera todo conmigo, salí del sitio pensando que jamás volvería
allí. Verán, el problema con él no era que fuera mi compañero ni que fuera
alguien con el que yo nunca pensé en tener nada. No. El problema era su novia.
Una relación de tres años en la que yo me había metido y en la que,
sinceramente, no tenía ganas de estar.
De ella no sabía yo
mucho. La había visto algunas veces, cuando dejaba a su novio en el trabajo o
lo recogía para almorzar. Parecía una buena persona y eso era lo que me
torturaba más. Parecía más sencillo que se tratase de una arpía que le hacía la
vida imposible a mi compañero, que lo había “llevado” a cometer esa traición.
Pero no era así. Y la verdad era que no quería discutirlo porque eso haría que
mi culpa fuera más clara y pesada en mi conciencia y no quería eso. Quien lo
querría?
Los días siguientes me comporté lo más normal
que pude en el trabajo. Incluso sonreí algunas veces, haciéndole ver que no
pensaba en lo sucedido y que todo era exactamente igual. Lo más incomodo eran
sus llamadas, que obviamente tenía que atender. Hablábamos del trabajo y al
final, siempre, había una pausa incomoda en la que yo sentía que quería decirme
algo y por eso me despedía y le colgaba. Como dije antes, yo no necesitaba
hablar. Y si él sí lo necesitaba, era algo que él debía solucionar.
Todo estuvo bien hasta el día que los vi
juntos en la entrada de la empresa. Como iba con una compañera especialmente
chismosa, ella se abalanzó sobre ellos para forzar una presentación y debo
decir que casi no lo logro. Sentí mucha vergüenza pero también rabia. Porque
tenía que traerla aquí? Obviamente no había pensado en mí al hacerlo? Pero,
porque habría de pensar en mí? Estaba ya volviéndome loco.
Ese día la saludé y ella me sonrió y parecían
una pareja muy feliz, excepto por la sonrisa forzada de él. Créanme, después de
tener relaciones sexuales con alguien, se sabe a la perfección si están
fingiendo una sonrisa o no. Es como, si lo hace uno bien, los cuerpos se
alinearan y hubiera una comprensión profunda del otro, que va más allá de lo
entendible. Por eso solo pude saludarlos dos segundos y luego me fui a mi casa
y lloré casi toda una hora, in razón aparente.
Lo más extraño de todo fue lo que sucedió esa
noche. Era un viernes y decidí hacer una pequeña maratón de películas. Las
acompañaría con bastante comida y vestido sin nada más que una camiseta y mis
“boxers”, es decir con mi vestimenta para dormir. A las once de la noche, iba a
la mitad de la tercer película. Me asusté cuando timbró el intercomunicador.
Detuve la película y contesté y el celador del edificio dijo que alguien quería
subir. Era mi compañero de trabajo. Sin pensarlo dije “Que siga”, pero me
arrepentí segundos después.
Pero ya era tarde. Me dio el tiempo justo de
ponerme unos pantalones antes de que timbrara y yo abriera apresuradamente, de
lo cual también me lamenté después. Él entró y lo primero que hice fue
preguntarle si había venido por el trabajo, aunque era obvio que ese no era el
caso. Se sentó en mi sofá y me dijo que había intentado decirle a su novia pero
no había podido. Ahora ella estaba en una fiesta de cumpleaños de su mejor
amiga y él le había dicho que se sentía algo mal y prefería irse a la casa.
Me miró y pude ver ese gran detalle que había
olvidado de su cara: el color de sus ojos. Se veían enorme y algo húmedos. Por
un momento, pensé que iba a llorar pero no lo hizo, en cambio sí me pidió algo
de beber. Le pasé una lata de cerveza y se tomó casi la mitad de una sentada,
antes de volver a hablarme. Parecía que le costaba demasiado hablar e incluso
pensar. No puedo decir que no lo comprendía.
Cuando volvió a hablar, me dijo que desde la
universidad le habían gustado otros hombres pero que jamás había hecho nada al
respecto pero que en el año que venía de pasar se había dado cuenta que yo le
gustaba. En ese momento sonreí y no lo oculté, para mí eso era un halago difícil
de creer. Él prosiguió diciendo que lo que había ocurrido era de lo mejor que
le había pasado a él en tiempos recientes. En ese momento salieron de mi las
palabras: “Y ella que?”.
Él agachó la cabeza y se tomó el resto de la
cerveza de un golpe. Me respondió que ya no la quería como antes y que sabía
que eso lo decía mucha gente, muy seguido. Pero era verdad. Solo que no sabía
como decírselo porque ella sí lo amaba. En ese momento vi una lágrima rodar por
su rostro y, sin control alguno, me acerque a él. Y de nuevo pasó lo que sucede
cuando dos personas que se sienten atraídas la una por la otra están demasiado
cerca.
Ese día puedo decir que hicimos el amor porque
no fue solo sexo. Algo cambió. Debo decir que cuando todo terminó, volví a
pensar en ella y de nuevo me sentí culpable. Pero entonces sentí también su
presencia y su boca y sus brazos y entonces no importó nada más. El presente
podía esperar porque ya no sentía que estuviera en el tiempo. Este parecía
haberse detenido y, honestamente, hubiera preferido que se hubiera quedado así
para siempre.