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lunes, 21 de enero de 2019

Y de repente, en un momento...


   Me tomó de la mano y casi se la suelto por miedo. Su mano se sentía seca y muy caliente. Creo que quiso abrir los ojos, porque su cabeza giró hacia mi pero pronto fue enderezada por uno de los paramédicos que le puso una mascarilla para suministrarle oxigeno. Su ropa estaba destrozada y la tuvieron que cortar con rapidez, por miedo a que el fuego hubiera podido fusionarla con la piel. Por la cara de los paramédicos me di cuenta de que las cosas estaban mal pero no tanto como ellos habían esperado.

 Tuve que coger con mi otra mano un cajón del que pude agarrarme para no caer mientras la ambulancia iba a toda velocidad por entre otros vehículos, dando giros inesperados y deteniéndose a veces de golpe, esperando que los carros se hicieran a un lado para dejar pasar. Cuando por fin se detuvo la ambulancia, la puerta se abrió de golpe y la camilla salió rápidamente, dejándome atrás como si no estuviera allí. Por supuesto, tuve que soltarle la mano, un poco aturdido por todo lo que ocurría.

 Bajé de la ambulancia y caminé hasta la puerta del hospital. Ya no estaba él allí y seguramente lo habían pasado a un lugar en el que yo no podía estar. Me sentía mal por todo lo que había pasado y más que nada porque él había estado entre la explosión y yo. Él me había caído encima y me había protegido de lo peor del estallido. Solo tenía quemados algunos pelos y partes de la ropa, lo menos que me había podido ocurrir en semejante momento. Sin embargo, me zumbaban los oídos y me sentía temblar.

 De la nada, una enfermera me tomó del brazo y me hizo a un lado. Me puso una linterna pequeña en los ojos y los revisó con rapidez. Me tomó el pulso y me miró por todos lados. Me dijo que era obvio que había estado en la explosión. Se puso a hablar de otros heridos que estaban llegando, algunos con heridas mucho más graves que las de Tomás. De repente salí de mi ensimismamiento y le pregunté por Tomás, necesitaba verlo y saber que de verdad iba a estar bien.

 Fue en ese momento que los vi, por encima del hombro de la enfermera que me estaba preguntando el nombre completo de Tomás. Eran Jessica y Francisco, la prometida y el mejor amigo de Tomás. Me di cuenta en ese mismo momento que ya no era necesario. Ya no necesitaba que le sostuviera la mano ni que estuviera allí. Los saludé y le dije a la enfermera que ellos eran los familiares directos del herido. Los saludé y solo les dije que necesitaba descansar pero que volvería pronto para saber qué había ocurrido. Solo es algo que dije, sin pensarlo demasiado.

  Cuando llegué a casa me duché y luego tomé la máquina con la que me arreglaba a veces el cabello y me lo corté por completo. No solo era para quitarme la zona que había sido quemada sino porque tuve un impulso de hacer algo drástico como eso. Fue algo del momento. Tuve que entrar a la ducha de nuevo para limpiarme los pelos de encima y fue entonces cuando él se metió de nuevo a mi cabeza. No creo que hubiese salido en ningún momento, solo que trataba de no pensar en él.

 Cuando me recosté en la cama, estaba todavía allí conmigo y pude sentir su mano en la mía. Seguía pensando en lo que habíamos estado hablando cuando explotó la bomba y eso me apretó el corazón, forzando algunas lágrimas que brotaron lentamente de mis ojos. Me rehusaba a llorar por algo así pero tal vez no podría evitarlo por mucho tiempo más. Me había dicho algo que nadie nunca más me había dicho y simplemente no era algo que pudiera ignorar. Sin embargo, tal vez era lo mejor.

 Cuando desperté al día siguiente, vi los mensajes que Jessica me había enviado, hablando del estado de Tomás. Estaba bien, fuera de cualquier tipo de peligro. Noté que ella hablaba de a poco, cada decena de minutos escribía algo. Fue mucho después de haber empezado a enviar los mensajes cuando me llegó uno diciéndome que él pedía verme. Quedé frío cuando lo leí. Lo había enviado ella, como si no pudiera ser ninguna otra persona en este mundo. Me sentí mal de nuevo y odié toda la situación.

 Después de ducharme, mientras me vestía, oía en las noticias que la explosión había sido causada por un atentado contra el vehículo de un empresario bastante polémico. Por alguna razón, habíamos estado no muy lejos del carro al momento exacto en el que el chofer había metido la llave y encendido el carro. Había muerto al instante y la onda explosiva nos había enviado lejos, igual que a otras personas que también estaban cerca. Después de todo, era una zona muy transitada, llena de gente yendo y viniendo.

 Decidí dejar mis miedos aparte y visitar a Tomás sin pensar en nada más. Tuve que hablar con Francisco cuando llegué y esperar a que Jessica bajara pues solo podía haber un visitante por vez. Cuando por fin bajó, la saludé con un abrazo. Menos mal ella no tenía muchas ganas de hablar pero no dudó en decirme que no debería demorarme demasiado porque quería estar con él para cuidarlo todo el tiempo. No me gustó mucho su tono al decirlo pero no quería discutir con nadie. Solo caminé al ascensor y subí al piso que me habían dicho. Cuando entré a la habitación, un doctor hablaba con él.

 Al parecer debían seguir haciéndole terapias para curar sus quemaduras, que afortunadamente no eran tan graves como lo habían imaginado en un principio. El doctor salió pronto y pude saludar a Tomás, que estaba algo pálido pero me sonrió apenas estuve cerca. Lo primero que me preguntó fue si la puerta estaba abierta. Me di la vuelta y le dije que no. Entonces me guiñó un ojo y yo sonreí, como siempre lo había hecho antes, cuando no teníamos tantas cosas metidas en la cabeza y en nuestros cuerpos.

 Cuando cerré la puerta, volví con él rápidamente. Me tomó de la mano de nuevo y sin dudarlo le di un beso y él estuvo feliz de aceptarlo. Era como volver a casa después de mucho tiempo, un sentimiento cálido que era hermoso y perfecto. Lo abracé después y el me apretó un poco, con la poca fuerza que tenía. Fue en ese momento cuando no pude evitar llorar y la barrera que había tenido arriba por tanto tiempo se vino abajo en segundos. Lloré como no lo había hecho en muchos años.

 No me dijo nada, solo secó las lágrimas y vi que él tenia los ojos húmedos también. Nos dimos otro beso y estuvimos abrazados un rato hasta que me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo. Le dije que pensaría en lo que había dicho pero que la verdad era que él era la única persona que podía ganar o perder con una decisión como esa. No podía pedirme que empezáramos a salir así como así, teniendo ya una boda en el futuro con una chica que lo quería demasiado y que lo conocía hacía mucho.

 Él se puso serio cuando hablé de Jessica, pero sabía que ella estaba allí y que seguiría allí hasta que el hospital lo dejara salir. Solo le dije que tenía que pensarlo todo bien, porque salir del clóset de esa manera podía ser un caos, podía causar mucho malestar con su familia y situaciones difíciles que tal vez él no querría manejar en ese momento. Fue entonces cuando se abrió la bata que tenía puesta y me mostró sus quemaduras. No eran graves pero sí que eran notorias. Me miró fijamente cuando cerró la bata y tomó mis manos.

 Me dijo que era el momento perfecto para hacerlo. Para él, la explosión había sido una suerte de bendición disfrazada. Era horrible pensarlo así pues al menos una persona había muerto esa noche, pero era la verdad. Para él, ese suceso le decía que debía empezar a vivir una vida más honesta, la que de verdad quería.

 Volví a casa un poco más tarde, mirando lo que tenía allí y mi lugar en el mundo en ese momento de mi vida. Yo no me sentía como nadie, no me sentía especial de ninguna manera. Y sin embargo, él me quería en la suya y eso me hacía sentir extraño. Tal vez yo también ganaría mucho de todo el asunto.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Ella con él y sin ella


   Su vestido del color del cielo despejado se movía con la más ligera brisa. Caminaba despacio, sobre el muelle de madera sólida, mirando como el mar se iba sumiendo en la oscuridad de la noche. Los últimos destellos del sol caían por todos lados y muchos de los invitados a la boda los miraban con regocijo. Era un espectáculo natural de una belleza increíble y no se podía negar que la idea de hacer la boda en semejante sitio había sido una genialidad. Pero nadie sabía muy bien quién había tenido la idea.

 El caso es que ver hundirse el sol naranja en el mar era hermoso y muchos llegaron al muelle también y pronto rodearon a la joven del vestido azul, que apoyaba sus manos en la baranda, como con intención de salir corriendo detrás del sol. A su alrededor, los niños corrían y reían y las parejas se tomaban de la mano y se besaban. Pero ella no hacía caso, pues en su mente pasaban cosas muy diferentes, mucho menos alegros y más urgentes para ella. El espectáculo solar era solo una distracción.

 Los novios se acercaron también a la escena. Por supuesto, todos quisieron tomarles una foto y para cuando el fotógrafo oficial del evento pudo instalarse, la tarde ya casi había caído por completo y luces artificiales tuvieron que utilizarse para retratar la escena. Las fotos no fueron tan hermosas como muchas de las que la gente había tomado minutos antes, pero todos los alabaron y no dejaban de decir que la novia se veía hermosa y que su novio era el más guapo que habían visto nunca en una boda.

 La joven de vestido cielo se deslizó entre la multitud de aduladores, subió las escaleras hacia la sala de banquetes y penetró un corredor alterno que iba directo a las cocinas. Ninguno de los trabajadores le dijo nada, pues estaban demasiado ocupados preparando el primer platillo de la noche. La mujer casi corrió entre ellos, saliendo por una puerta que daba directo al sector donde camiones dejaban los productos que se usaban a diario en las cocinas. Ahí si la miraron, pero nadie dijo nada.

 Atravesó un prado bien cuidado y pronto estuvo en el estacionamiento, que recorrió casi por completo hasta llegar a su propio vehículo. Las llaves las tenía guardadas en la pequeña bolsa que se mecía a un lado y otro en su muñeco, donde apenas tenía espacio para poner nada. Se sentó en el asiento del piloto y abrió la guantera, extrayendo de ella su celular. Verificó la pantalla y vio, para su alivio, que su mejor amiga le había estado escribiendo, hambrienta de información acerca del desarrollo de la boda y del estado sicológico de su amiga. No era para menos. Su hermana se casaba con su novio.

 En otras palabras, la hermana mayor de la mujer de azul era quién se casaba y el novio no era nadie más sino uno de los novios pasados de la mujer de azul, es decir de la hermana menor de la novia. Era un lío todo el asunto e incluso los padres de las chicas se habían mostrado algo impactados por toda la situación. Pero la hermana mayor había dejado muy en claro que estaba perdidamente enamorada y, en situaciones así, no se puede decir mucho que digamos. Solo se da la bendición y se espera lo mejor.

 Para la chica de azul, todo había sido aún más sorpresivo. Al fin y al cabo hacía unos cinco años que había dejado su ciudad natal para irse a estudiar fuera del país. Había hecho un posgrado y luego había conseguido un trabajo demasiado bueno para rechazarlo, por lo que se había quedado allá lejos e ignoraba la mayor parte de las cosas que ocurrían en su familia. Ni su padre ni su madre le habían dicho nada acerca de todo el asunto antes de su viaje, y ella se los había reclamado una vez en su casa de infancia.

 Tal vez no era justo culparlos a ellos o tratarlos tan mal como lo hizo, pero estaba segura de que sabían lo mucho que ese hombre había significado para ella. Habían salido por años y antes de eso habían sido los mejores amigos desde la infancia. Se conocían demasiado bien, así como a sus respectivas familias y amigos. Eran una pareja unida que solo se había separado, precisamente, por el hecho del viaje de la chica de azul. Él había jurado esperarla pero, meses después, le escribió un largo correo electrónico.

En él, el hombre le decía lo mucho que la quería, una y otra vez, pero también confesaba que no creía poder esperarla para siempre. Además, por esos días, ella había recibido la propuesta de trabajo que al final había aceptado. Eso no lo sabía él, pero hizo más fácil para ella la finalización de la relación. Le dolía, por supuesto que sí, pero debía ser sincera consigo misma y su prioridad en la vida no era tener una pareja o por lo menos no en ese momento. Quería realizarse como ser humano y no lo haría en casa.

 Todo terminó en ese momento. Se dejaron de hablar y sus padres nunca dijeron nada de nada hasta el día que la recogieron en el aeropuerto. Ella estaba feliz de ver a su hermana casarse, en especial porque su relación siempre había sido muy estrecha. Se habían perdido un poco por la distancia, pero ella confiaba en que todo seguía igual entre ellas. La revelación de quién era el novio le vino como un baldado de agua fría y entonces supo que nadie puede prevenir muchas de las cosas que pasan en la vida, y que nunca hay que confiarse sobre nada ni sobre nadie.

 Sin embargo, trató de ser una buena hermana y aceptó ir a la boda. Originalmente la habían pensado como dama de honor, pero ella se negó de la manera más decente de la que fue capaz. Nadie argumentó nada en contra de esa decisión. Pero claro que asistiría porque para eso había viajado y porque era todo un asunto de familia. No tenía sentido hacer un desplante tal, a pesar de que todo la hacía pensar una y otra vez sobre lo que había pasado y lo que no, hacía años y de manera más reciente.

 En el coche, le escribió a su amiga que todo andaba bien, que no le había arrancado las extensiones de la cabeza a su hermana y que no había hecho llorar a su madre. Ahí se detuvo, porque sabía que su amiga no era tonto y no se iba a comer la historia de que todo andaba a las mil maravillas. Entonces le escribió que tenía mucha rabia y que había decidido salir un rato para tomar aire. Su amiga le respondió rápidamente, diciéndole que confiaba en ella y que apenas acabara todo, la llamara para hablar largo y tendido.

 Estuvo a punto de responder con alguna de las caritas que vienen en los aparatos móviles, cuando alguien tocó a la puerta del carro. Era el novio. Ella quedó casi congelada por un rato, pero supo que tenía que bajarse pronto o sino parecería una loca. Le pidió que se moviera y ella salió, arreglándose el vestido un poco. Le dijo que había vuelto al coche por su celular, que había dejado allí por accidente. Obviamente eso no era cierto pero él no tenía porqué saberlo. Y sin embargo, se notaba que lo sabía.

 Pero no dijo nada en cuanto a eso. Preguntó en cambio si le había gustado la ceremonia en la iglesia y ella tuvo que recordar lo que había visto porque en realidad no había puesto mucha atención a nada. Claro que no ayudaba que ella no tuviera ni el más mínimo respeto por los sacerdotes, pero en gran parte no había querido estar pensando demasiado. Él solo asentía y trataba de sonreír, pero hacía un trabajo terrible. Ella sabía bien que a él no se le daba nada bien mentir, lo conocía demasiado bien.

 Se quedaron entonces en silencio y entonces ella quiso decir algo y él también quiso hacer lo mismo a la vez, por lo que nadie dijo nada al final. Él solo la miró y le pidió perdón. Ella negó con la cabeza pero no dijo nada más. Esbozó una sonrisa, que fue una mentira, pero eso no lo supo él.

 Volvieron por separado a la fiesta, ya estaban sirviendo la comida. La chica de azul tuvo que fingir que nada de lo que pasaba la afectaba, pero una lágrima solitaria se precipitó por su mejilla y tuvo que decirle a una tía que era una particular alergia a uno de los productos del primer platillo.

lunes, 15 de octubre de 2018

Más que un equipo


   Mientras él estuviese detrás de mí, no habría problema. Éramos un equipo y nos comportábamos como tal en todo momento. En la base, comíamos juntos y pedíamos hacer guardia juntos cuando era necesario. Claro que todos los demás sabían que éramos más que un equipo pero sabían que no debían meterse con eso. Alguno de ellos, un recluta nuevo, lo hizo una vez y casi no vive para contarlo. Ambos le caímos encima, al mismo tiempo. Solo el general fue capaz de separarnos de nuestro objetivo. Por eso éramos los mejores.

 La misión más peligrosa a la que fuimos enviados tuvo que desarrollarse en secreto, y por eso tuvimos que dejar el uniforme y vestirnos a diario como civiles. Hacía mucho tiempo que ninguno de nosotros hacía eso. Estábamos dedicados al trabajo, a la vida como soldados defendiendo las causas de nuestro país. El orgullo que nos llenaba cuando vestíamos el uniforme era algo que no se podía explicar y creo que por eso nos enamoramos apenas nos conocimos. Sabíamos desde el primer momento que compartíamos mucho.

 En la misión estaba claro que no se nos podía ver como una pareja sino como comerciantes en un viaje de negocios. Por eso tuvimos que alquilar habitaciones de hotel separadas en nuestro destino. Comunicarnos era complicado, pues teníamos que suponer que cualquier comportamiento podría elevar sospechas. Afortunadamente no éramos primerizos en el tema y habíamos elaborado un lenguaje entre líneas que solo los dos entendíamos. Ni siquiera nuestros superiores sabrían de qué estábamos hablando.

 Debíamos esperar en el hotel por un hombre, un vendedor de armas que viajaba por el planeta haciendo negocios con municiones y metralletas ilegales, de las que usan los grupos terroristas con frecuencia. La misión era la de seguirlo y, si era posible, detenerlo bajo custodia militar para interrogarlo. Era un objetivo valioso pero todo debía hacerse en el mayor secreto puesto que la ausencia de nuestro objetivo podía hacer que los demás traficantes se dieran cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo.

 El tiempo estimado para hacerlo todo era de un mes, pero los específicos estaban a nuestra discreción. Desde el momento en el que habíamos dejado el país hasta nuestro retorno, no tendríamos ningún contacto con nuestro gobierno ni con nadie que nos pudiera ayudar si algo salía mal. En otras palabras, la misión era una prueba de alto riesgo para nosotros, ya que si todo salía bien quedaríamos como grandes héroes de nuestra patria pero si las cosas salían mal, lo más seguro es que terminaríamos muertos o tal vez peor. Había muchos riesgos que correr pero al menos estábamos juntos.

 O casi. Él dormía en un habitación del noveno piso y yo en una del quinto. Nos reuníamos para desayunar, después cada uno volvía a su habitación desde donde hacíamos lo posible por rastrear a nuestro traficante y luego salíamos a fingir que vendíamos muchos calentadores de agua, cuando en realidad hacíamos seguimiento a varios objetivos potenciales. No demoramos mucho en dar con el traficante que buscábamos y menos aún tomó darnos cuenta de que sus asociados no eran pocos y que eran mortales, por decir lo menos.

 El tipo le vendía armas a todo el mundo y estaba claro que los compradores venían de todo el planeta hasta esa ciudad para cerrar los tratos que ya habían concertado con anterioridad. Tuvimos que hacer mucha vigilancia y tuvimos también que gastar miles de dólares en nuestra fachada. Al gobierno no le importaba, pues para eso nos habían dado una gran cantidad de dinero, pero había que usarlo bien pues un pequeño error en una situación parecida, podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.

 A la tercera semana, me di cuenta de que no dormía casi por las noches. Tal vez cerraba los ojos por una hora y luego me despertaba y luego dormía otra hora y así. Pasados unos días, ya ni intentaba dormir. Solo lo hacía cuando mi cuerpo no daba más y normalmente lo que pasaba entonces era que prácticamente caía desmayado en la cama, con la ropa puesta, y así amanecía al otro día. Eso sí, nunca me sentía descansado ni tranquilo, muy al contrario. La tensión estaba muy cerca de romperme la espalda.

 En cambio él parecía estar perfecto. Siempre que nos veíamos en el restaurante del hotel para desayunar, se veía como si durmiera diez horas cada noche, cosa que era casi imposible por el trabajo. Además, venía siempre muy bien vestido y perfumado. Creo que un par de veces me le quedé viendo ya no como su compañero de lucha, sino como su amante. Me di cuenta de cosas que me gustaban de él que jamás había notado y fue entonces que empecé a dudar de que él sintiera lo mismo que yo.

 En mi habitación, trataba de enfocarlo todo en el trabajo pero no era tan fácil como parece. Él se me cruzaba en la mente a cada rato y tenía que confesar que pensarlo tanto me estaba llevando, empujando mejor dicho, a un lugar cada vez más oscuro. Sí, es cierto que extrañaba su olor y su cuerpo por las noches, cerca de mi. Es cierto que me daba un cierto sentido de la seguridad y que me hacía sentir mucho más que un simple soldado, que era lo que éramos al final del día. Creo que me di cuenta cuanto le debo a él, porqué es gracias a su presencia que soy la persona que existe hoy aquí.

 Llegó, unas cinco semanas después, el momento esperado. Teníamos que arrestarlo y llevarlo a una base militar aliada para una extracción nocturna. La verdad es que todo parecía más fácil que la vigilancia, tal vez porque ya podíamos ver la luz al final del túnel y sabíamos que todo acabaría pronto. Volveríamos a casa y yo dejaría de dudar de él a cada rato. La soledad y tener que estar callado tanto tiempo me estaba enloqueciendo y me sacaba de quicio que él no pareciera afectado ni remotamente.

 Ya sabíamos su habitación, así que decidimos dirigirnos hacia allí en la mitad de la noche. Para nuestra sorpresa, no había nadie. O eso pensamos al comienzo. Varios hombres empezaron a disparar y pudimos darnos cuenta con facilidad que uno de los compradores del traficante, había decidido ayudarle para salir con vida de allí. Al parecer nuestro trabajo no había sido muy bueno, puesto que ellos se habían dado cuenta de lo que planeábamos hacer. Pero eso era el pasado y el presente apremiaba.

 Nosotros también disparamos y todos en el hotel se despertaron y gritaron. Tendríamos poco tiempo hasta que llegase la policía y era mejor evitar interactuar con ellos. Entre los dos dimos de baja a todos los hombres del traficante y lo encontramos a él a punto de lanzarse por la ventana, con un paracaídas en la espalda. Quise reírme, pero solo lo tomamos con fuerza y lo obligamos a seguirnos. Llegamos al sótano, donde había un coche para nosotros que nos llevó hasta la base militar.

 La misión, al final, había sido un éxito. Y nosotros habíamos salido ilesos, o casi porque una bala lo había rozado a él en el hombro. Me sorprendió que resistiera el dolor y cuando se sentó a mi lado en el avión de vuelta a casa me miró por un momento y luego recostó su cabeza sobre mi hombro. Me sentí mal de haber dudado de él, me sentí traicionero al darme cuenta de que nada podría cambiar lo nuestro, sin importar lo que pasara adentro o afuera de nuestras vidas comunes y corrientes.

 Una vez en casa, nos felicitaron por nuestro trabajo y nos sorprendieron con un apartamento completamente amoblado en la base militar. Solo se los daban a oficiales con familias y era la primera vez que dos hombres vivirían en uno de ellos. Y no podíamos estar más felices, imposible.

 La primera noche juntos después de la misión, nos abrazamos, hicimos el amor y nos dimos tantos besos que perdí la cuenta muy pronto. Lo mejor de todo, y tengo que ser sincero, fue el hecho de poder dormir de verdad y saber que la persona que estaba a mi lado, era mi compañero hasta la muerte.

lunes, 1 de octubre de 2018

Cruzar la frontera


   Cuando lo besé por segunda vez, sus labios tenían el gusto del hierro frío. Empecé a llorar en silencio, tratando de no crear una situación que pudiese atraer a aquellos que nos querían matar. No tenía ni idea si estaban cerca o lejos pero no podía arriesgarme por nada del mundo, incluso si eso significaba ver como el amor de mi vida moría en mis brazos sin yo poder hacer nada al respecto. Toqué y escuché su pecho y noté que todavía respiraba pero se estaba poniendo morado y sabía que no resistiría por mucho tiempo.

 Tenía que llegar a algún lugar donde lo pudiesen ayudar o al menos conseguir algo que detuviera la hemorragia interna que obviamente estaba sufriendo. Le di otro besos y golpecitos suaves en la mejilla para que permaneciera despierto. Era difícil para él, se le notaba, pero lo que pasaba iba mucho más allá de nosotros dos. Ya muchos habían intentado cruzar el denso bosque para cruzar la frontera y poder encontrarse en un lugar donde no fueran cazados por su sexualidad, religión o gustos políticos. Pero la mayoría fracasaba.

 Nosotros decidimos intentarlo porque nos habían querido separar, yendo tan lejos como a encarcelarnos por un año entero en prisiones diferentes. Nos demoramos un buen tiempo en reencontrarnos pero lo hicimos, cosa que ellos pensaron que sería evitada con el tratamiento inhumano al que habíamos sido sometidos. Incluso pudimos haber sido candidatos para la horca, que había vuelto a la plaza pública, o a la castración. Pero eso no pasó, tal vez creyeron que con separarnos había sido suficiente.

 Apenas nos reencontramos supimos que la única opción real era escapar. Al otro lado de la frontera tampoco estaba todo tan bien como algunos decían, pero al menos nadie del gobierno nos perseguiría por ser dos hombres en una relación amorosa. Tendríamos que protegernos, eso sí, de los mercenarios que cazaban personas para cobrar recompensas. Y esos estaban por todas partes, desde las grandes ciudades hasta la parte más profunda de los campos del país. Eran como un virus alimentado por solo odio.

 Uno de esos había sido el que nos había alcanzado, con un compañero. Nos habían descubierto durmiendo bajo las raíces de un árbol gigante. Nos arrastraron afuera y nos despertaron con patadas en el estomago. A mi creo que me rompieron una costilla, pero nunca lo supe a ciencia cierta. A él, a mi alma gemela, le clavaron un cuchillo de hoja gruesa por la espalda. Menos mal los asustó el sonido de una tormenta y nos dejaron allí solos, mojados y golpeados, al borde de nuestra capacidad como seres humanos. Pero estábamos juntos y eso era más que suficiente y ellos no lo entendían.

 Como pudimos, caminamos por el bosque para alejarnos lo más posible de los mercenarios. Cruzamos un río casi extinto y dormimos al lado de otros árboles, aunque dormir no es la palabra correcta pues casi no pudimos cerrar los ojos. Traté de curar durante ese tiempo su herida, con algunas cremas que llevaba en mi mochila y con hierbas y hojas silvestres. Había aprendido algo de eso en la universidad, antes de que me expulsaran por órdenes del gobierno. Si hubiera podido terminar mi carrera, seguro lo habría atendido mejor.

 Todos mis intentos parecieron frenar lo que pasaba al comienzo, pero días después empezó a ponerse peor y entonces fue cuando sus labios se enfriaron. La frontera no podía estar muy lejos y había oído de gente que decía que algunos grupos habían formado campamentos del otro lado para ayudar a quienes pasaban de manera ilegal. Se suponía que la ley les prohibía ayudarles con nada pero existían personas que no pensaban que dejar a alguien morir a su suerte fuese algo correcto, y menos por razones tan estúpidas.

 Pensando en esa posibilidad, lo obligué a caminar de noche y de día. El bosque parecía hacerse más espeso y no teníamos ninguna manera de saber para donde estábamos yendo. No teníamos aparatos electrónicos de ninguna clase y las brújulas no eran algo muy común en ningún hogar. Teníamos que adivinar y, aunque seguramente no era la mejor opción de todas, era mejor que sentarnos a esperar la muerte, que parecía estar caminando increíblemente cerca de nosotros. Más de una vez, pensé que el momento había llegado.

 Al tercer día de cargar con él, después de darle algo de agua y unas galletas trituradas, abrió los ojos como no lo había hecho en varios días y me dijo que me amaba. No fue el hecho de que me lo dijera lo que me impactó, sino que se notaba el trabajo que había tenido que hacer para poder abrir los ojos bien y mantener su mente concentrada para decirme esas palabras. En ese momento no pudo importarme nada más sino el hecho de estar allí con él. Por eso rompí en llanto y lo abracé.

 Muchas personas no lo entienden, pero él es mucho más que un hombre y mucho más que un amante para mí. Es la única persona del mundo en la que puedo confiar a plenitud y la única que me hace sonreír sin ningún tipo de esfuerzo. Sus besos y abrazos me reconfortan como el mejor de los tés y  el olor de su piel es casi como una bienvenida al hogar que nunca debo dejar. Es una suerte de la vida haberlo encontrado y por eso escucharlo decir esas palabras en semejante situación tan precaria, fue como un medicamento. De esos que duelen al comienzo pero te ayudan a estar mejor.

 Por suerte, nadie me escuchó llorar. O al menos eso parecía, puesto que no había pasado nada grave. Decidimos dormir allí mismo y, por primera vez en un largo rato, dormimos de verdad. Lo hicimos abrazados, bien juntos el uno del otro. La noche fue agradable, sin clima imprevisto ni insectos que se pararan encima nuestro a molestar. Parecía casi como si estuviésemos de campamento, salvo que por la mañana nos despertó un disparo que rompió toda la magia de la noche anterior.

 Después hubo más disparos, pero para entonces ya habíamos comenzado a movernos. Él estaba mejor que antes y no necesitaba de mi ayuda para caminar. Lo hacía despacio pero era mejor que estar los dos en el mismo punto, más vulnerables que cuando caminábamos distanciados el uno del otro. Mientras nos dirigíamos colina arriba, donde todos los árboles estaban torcidos de alguna manera, escuchamos gritos. Eran gritos desgarradores, como si a aquellos que gritaban les estuvieran arrancando el alma.

 Nos quedamos quietos por un instante pero nos dimos cuenta de que estábamos haciendo lo que los mercenarios seguramente querían. Así que apuramos el paso y pronto estuvimos en la parte más alta de la colina. Aunque había también muchos árboles allí, se podía ver un gran valle más adelante, una zona abierta y con llanuras despejadas. Me detuve de golpe y le sonreí. Lo habíamos logrado, pues los montes eran la frontera en esa región y lo recordaba de un mapa que había visto antes de salir de nuestra ciudad.

 Seguimos escuchando gritos por varias horas. Después del atardecer, cuando estuvimos seguros que habíamos cruzado la frontera, los dejamos de oír. Sin embargo, seguimos caminando y agradecimos en silencio a aquellos pobres que habían sido capturados y que habían hecho posible nuestro escape. Mientras nosotros lográbamos tocar la libertad, ellos veían sus vidas desaparecer en cuestión de segundos, entre el dolor y el sudor pegajoso, característico de todos aquellos que escapaban.

 Decidimos no dormir hasta llegar al gran valle. Llegamos allí en la madrugada y pronto alguien notó nuestra presencia. No nos habló, sino pidió que la siguiéramos en silencio. Nos llevó por callejones hasta una bodega enorme, propia de un aeródromo o algún espacio de ese estilo.

 Había cientos de personas en el suelo, durmiendo. Otros hablaban en voz baja. La mujer nos llevó a un costado, donde nos dieron sopa caliente. Mientras comíamos, pude llorar libremente por fin. Y él hizo lo mismo y nos besamos una y otra vez. Nada podría separarnos jamás.