Tranquilos, los caballos pastaban libres por
todo el campo. Era una hermosa superficie ondulada y llena de verde, con flores
en algunos puntos y charcos formados por la lluvia de la noche anterior. El
lugar era como salido de un sueño, con las montañas de telón de fondo y el
bosque bastante cerca, con muchos misterios y encantos por su cuenta. Era una
zona remota, en la que pocos se interesaban. Sin embargo, fue el primer lugar
donde se experimentó el fenómeno que se repetiría a través del mundo.
Sucedió una noche en la que no había una sola
nube en el cielo. Los caballos, de los pocos salvajes que todavía existían en
el mundo, dormitaban en la pradera, muy cerca unos de otros. La única vivienda
cercana era la de un viejo guardabosques llamado Arturo. Esa noche, como todas,
había calentado agua antes de dormir y con ella había llenado una bolsa para
poder calentarse mientras dormía. Así que cuando se despertó de golpe durante
la noche, naturalmente pensé que había sido culpa de la bolsa.
Pero eso no tenía nada que ver con lo que
sucedía. Lo que despertó a Arturo fue un estruendo proveniente del campo
abierto que estaba no muy lejos de su casa. Él era un poco sordo, así que el
sonido debía haber sido de verdad un escandalo para despertarlo como lo hizo. Al
comienzo pensó que era la bolsa y, cuando se dio cuenta que estaba fría, pensó
que había sido una pesadilla la que lo había despertado. Justo cuando se estaba
quedando dormido de nuevo, el sonido se repitió.
Era muy extraño y difícil de describir. Los
años de experiencia de Arturo les decían que lo que no podía descifrar era de
seguro peligroso, tanto para él como para las criaturas que cuidaba en el
pequeño valle. Así que decidió ponerse de pie, vestirse con botas, chaqueta y
pantalones gruesos y terciarse su escopeta, la que solo usaba para asustar a
los cazadores furtivos y a las criaturas que querían comerse a los animales de
la zona. Al abrir la puerta, se dio cuenta del que la temperatura había bajado
varios grados.
Caminando despacio, subiendo la colina hacia
la planicie donde pastaban los caballos, Arturo pensó que lo de la temperatura
no era normal pero tampoco era lo más usual del mundo, sobre todo para la
época. Se suponía que para ese momento del año, los vientos fríos debían
calmarse un poco para dar el paso al verano, que prometía ser bastante
caluroso. Pero tal vez este año los glaciares de las montañas que rodeaban la
planicie no habían cedido tanto como otros años al calor y por eso hacía tanto
frío. Era una explicación simple pero por ahí debía de ser.
Al llegar a la parte superior de la colina,
donde empezaba la planicie, Arturo vio los grupos de caballos que dormitaban
tranquilamente, en grupos de unos cinco, bien cerca unos de otros, al parecer
en paz. El ruido no se había repetido y de nuevo pensó que tal vez lo había
soñado. Al fin y al cabo ya no era un hombre joven como cuando había iniciado
sus labores y podía pasarle que se imaginara cosas o que su mente prefiriera
estar medio dormida que con los pies plantados en la realidad.
Mientras pensaba, sucedió algo que no se había
esperado: empezó a nevar. Al comienzo fueron copitos translucidos que se
deshacían con facilidad. Pero luego fueron más gruesos y se iban quedando
pegados a la ropa. Ver lo que sucedía era increíble puesto que en el valle
prácticamente nunca había nevado. Definitivamente algo raro tenía que estar
pasando pero Arturo no tenía la respuesta para nada de ello. Era un misterio
que no sabía si estaba en capacidad de resolver.
Caminó hacia el grupo de caballos más cercano.
Quería ver como respondían los animales a semejantes condiciones tan extrañas.
No sabía si ellos habían experimentado jamás algo así. Pero sabiendo que la
mayoría habían nacido durante su vida, era poco probable que alguno de ellos
hubiese visto un solo copo de nieve con anterioridad. Cuando llegó al lado del
grupito de siete caballos, Arturo volvió a quedarse como congelando, viendo
como la nevada aumentaba.
Fue entonces que se dio cuenta: los caballos
no se movían. Para ese momento ya debían de haber movido la cola, las orejas y
algunos tenían que haberse puesto de pie, sobre todo los pequeños que tenían
una piel más sensible. Pero nada de eso ocurrió. Arturo se acercó más y se dio
cuenta que todos los animales tenían los ojos abiertos y parecían estar mirando
al infinito. El guardabosques los acarició y les dio palmaditas en el lomo pero
nada de eso tuvo el efecto deseado.
Tenía que hacer la última prueba. Arturo tomó
la escopeta entre sus manos, apuntó a un lugar lejano y disparó. No sucedió
nada excepto una sola cosa: no escuchó el sonido del disparo. Cuando se dio
cuenta, soltó la escopeta y entonces su mente cayó en la cuenta de que no había
escuchado su propia respiración desde hacía varios minutos. Era como si todo el
lugar donde estaba ahora fuese parte de un televisor al que le han quitado por
completo el volumen. Gritó varias veces para comprobar la situación pero no
había duda alguna de lo que ocurría.
Arturo estaba histérico pero trató de respirar
profundo para calmarse. La situación que estaba pasando era sin duda bastante
extraña pero eso no quería decir que no tuviese solución. Y para encontrar esa
solución, tenía que calmarse y seguir caminando hasta que viera evidencia de lo
que sea que podía haber causado semejante fenómeno. Sin duda tenía que ser algo
muy extraño pues el hecho de quedarse sin sonido era algo que iba más allá de
ser un simple misterio.
Caminó más, pisando el suelo ya cubierto de
nieve. El verde de la colina había desparecido casi por completo. Lo que no había
cambiado era el cielo, sin una nube y con miles de millones de estrellas
brillando allá arriba. Era una imagen hermosa, eso sin duda. Pero de todas
maneras no era lo normal. Arturo sabían bien que ni la nieve, ni la falta de
sonido, ni las noches despejadas como esa eran algo frecuente en la zona. Había
vivido por mucho tiempo allí para saber como eran las cosas.
Atravesó el campo de nieve. Se detuvo cuando
se dio cuenta que la planicie terminaba y las colinas se ponían cada vez más
onduladas, hasta convertirse e el abismo que conocía de toda la vida. Se detuvo
allí y solo vio oscuridad. A pesar de la luz de la luna que pasaba sin filtro,
lo que había abajo era difícil de ver, incuso parecía más oscuro que de
costumbre. Sus ojos empezaban a cansarse, así como su mente que ya no era la
misma de antes, ya no podía soportar tanto.
Fue entonces que sintió una vibración por todo
el cuerpo. Debía de ser un sonido extraordinario el que causaba semejante
temblor. Por un momento se quedó quieto, esperando a que pasara algo más, pero
cuando vio que no pasaba nada, miró hacia el cielo y fue entonces cuando vio
como una de las estrellas más brillantes parecía despegarse del cielo y
empezaba a caer en cámara lenta. Arturo estaba paralizado, mirando fijamente
como la estrella se movía directamente hacia él.
En un tiempo que pudo haber sido de pocos
segundos o varias horas, la estrella se acercó al punto donde estaba Arturo y
se posó encima de él. Paralizado por el miedo, el hombre no podía mirar hacia
arriba para detallar que era lo que en verdad estaba viendo. Sin embargo, podía
percibir movimiento a su alrededor. A pesar de solo estar mirando hacia el
frente, podía sentir que había una presencia cerca de él. Cuando sintió presión
sobre su cuerpo, quiso gritar a todo pulmón pero no salió nada de él. Se dio
cuenta que había quedado igual que los caballos de la pradera. La única
diferencia es que él no se quedó donde estaba. Algo lo alejó del valle, en un
solo instante.