Para él, no era difícil sacar la bala de
donde estaba alojado en su abdomen. El dolor era tremendo pero a la vez que
sentía dolor, también había una extraña sensación que parecía envolver su mano
mientras sus dedos exploraban la cavidad hecha por la bala. Cuando por fin dio
con los restos de metal que quería sacarse, tuvo mucho cuidado al ir sacando
los dedos para que la bala no se resbalara y volviera a quedar alojada dentro
de su cuerpo. Lo que sacó era un pedazo pequeño de metal, arrugado al meterse en
su cuerpo. Lo tiró al suelo.
La lluvia caía de manera torrencial y ayudaba,
en gran medida, a que sus heridas no se sintieran como tales. Los que sabían de
su resistencia al dolor, creían que él no sentía nada de nada y eso era una
mentira. Cada vez que le pasaba algo, lo sentía en el alma pero el asunto era
que podía resistir la cantidad de dolor que fuera. No había un límite a lo que
pudiese aguantar. Una vez, explorando el límite de sus poderes, había cogido un
cuchillo y se lo había clavado en la mano. Por supuesto que le había dolido,
pero no tanto como para aguantar varias clavadas más.
Respirando pesadamente, caminó bajo la lluvia
siguiendo una carretera solitaria. Era un lugar alejado de todo, envuelto por
bosques de árboles que crecían muy cerca los unos de los otros, con follaje
espeso y una altura que era capaz de cubrir una zona extensa como si fuera un
techo natural. Allí fue donde se escondió, dando cada paso con dolor pero si
dudar un segundo de que lo que tenía que hacer era alejarse lo más rápido
posible de toda la gente, de la civilización como tal. Sentía que ya no
pertenecía con ellos. De hecho, sentía que jamás se había integrado como tal.
Encontró de repente una zona rocosa, en la que
el bosque parecía subir de nivel. En ese lugar había una pequeña cueva y fue
donde se dejó caer para descansar. La idea era solo quedarse un par de horas
pero estaba tan exhausto que solo se despertó hasta el otro día. Lo hizo de un
sobresalto. Por esos días, casi siempre tenía pesadillas horribles relacionadas
con las extrañas habilidades que, de un día para el otro, habían surgido en su
cuerpo. Solo llevaba pocos meses sabiendo lo que podía hacer y era todo
demasiado extraño.
La lluvia había parado durante la noche pero
el bosque seguía húmedo y frío. La ropa del hombre estaba muy mojada pero no
tenía otra para ponerse. Además, no era algo que le importara mucho ahora.
Salió de la cueva y caminó por el linde de la ladera de la montaña, siempre
cuidado no caminar por un claro ni nada parecido. No sabía si alguien estaría
buscándolo ni que métodos estarían usando para encontrarlo. Tenía que ser
cuidadoso. Estaba claro que nunca volvería a sentirse de verdad seguro. Tenía
que aprender a sobrevivir así, en movimiento.
Su estómago de pronto rugió. Tenía mucha
hambre pues no comía nada hacía más de un día. Se revisó los bolsillos del
pantalón y encontró un papel y nada más. En el bolsillo de la chaqueta tenía un
billete de baja denominación y un par de monedas. Era lo único que tenía y de
todas maneras no podía usarlo como si nada, menos como estaba en ese momento
pues cualquiera empezaría a preguntar de dónde había salido. Así que guardó
bien el dinero y siguió caminando, esperando que se le presentara alguna manera
de calmar el estómago.
Los árboles empezaron a separarse un poco, lo
que lo puso nervioso, pero solo era porque en la cercanía había un lago. Era
bastante grande y parecía que no había nadie cerca. El agua era limpia pero
desde la orilla tenía un color azul oscuro profundo, casi negro. El hombre se quedó mirando, desde la línea de
árboles, como el viento acariciaba la superficie del agua. Era un viento frío,
que traía la temperatura de la parte más alta de la montaña. El hombre miró
hacia el cielo: no habían nubes ni parecía haber nada fuera de lo común.
Despacio, se fue quitando la chaqueta. La
dobló con cuidado y la puso en el suelo. Allí tenía su dinero y no quería que
cualquier criatura del bosque pudiese sacar las monedas brillantes o el único
billete que tenía. Luego se quitó la camiseta, que tenía una gran mancha de
sangre oscura, y la puso doblada encima de la chaqueta. Cuando se fue a agachar
para quitarse las botas cubiertas de barro, se dio cuenta que ya no tenía el
hueco de la bala en su abdomen. Dolía un poco todavía pero la piel estaba lisa,
sin rastro de que nada le hubiese pasado.
Se pasó los dedos varias veces, sin creer lo
que veía. No entendía que le pasaba y por qué le pasaba precisamente a él, un
tipo común y corriente que nunca había querido ser especial de ninguna manera.
Lo único que había querido en la vida había sido un trabajo estable y vivir en
paz con los demás. eso era lo que quería. Pero la vida no le había dado nada de
eso y menos aún en los últimos días. Era como si tuviera que superar alguna
prueba o algo por el estilo pero él no comprendía por qué. Nunca le había hecho
nada malo a nadie y ahora estaba huyendo.
Se sentó en el húmedo suelo del bosque para
quitarse las pesadas botas, cubiertas de barro que ya estaba endurecido. Sus
pies olían bastante mal pues el agua de lluvia lo había mojado todo y no había
secado sus pies en mucho tiempo. Las medias también estaban embarradas. Las
dejó dentro de las botas y a estas las puso al lado de la demás ropa. Se quitó
los pantalones, unos jeans ya viejos. Al hacerlo, sintió como si se quitara una
armadura de encima del cuerpo. Se sentía vulnerable.
Después de doblar los
jeans, los puso sobre la camiseta. Se quedó quieto un buen rato, pensando que
de pronto no tenía mucho sentido lo que estaba haciendo. ¿Que tal si alguien
llegara y lo viera así? Tal vez le quitarían la ropa y lo obligarían a morir
sin nada puesto. Sería algo muy humillante. Pero ese era su subconsciente que
estaba obsesionado con la idea de morir desde hacía unos días. Sentía que su
muerte llegaría pronto y a cada rato se imaginaba alguna nueva manera en que
eso ocurriría, casi siempre de manera trágica.
Sacudió la cabeza, como espantando una mosca,
y terminó de quitárselo todo al retirar con cuidado sus calzoncillos. Los dejó
en una de las botas. Entonces se envolvió con sus brazos y empezó a caminar
hacia la orilla del lago. Respiraba pesadamente como si estuviera a punto de
meterse a un baño de ácido o algo por el estilo. Era el miedo de que algo que
no veía venir pasara en cualquier momento. Se podría decir que ahora el pobre
hombre tenía miedo hasta de su propia sombra, de cualquier ruidito, de todo lo
que pudiera llevarlo a la muerte.
Sus pies tocaron el agua. Estaba muy fría pero
sintió algo más: se sentía vivo al sentir el líquido. Despacio, se fue metiendo
al agua hasta que estuvo cubierto hasta la cintura. En parte se sentía
congelándose pero a la vez su cuerpo parecía calentarse desde de adentro. Era
una sensación muy extraña pero placentera. Sentía casi como si se estuviese
recargando. Avanzó un poco más y el agua le llegó hasta el pecho. Cuando se dio
vuelta para mirar a la orilla, se dio cuenta que se había alejado bastante y
que no pasaba nada de peligroso.
Tal vez ya no lo buscaban. Tal vez ya se
hubiesen dado por vencidos. Al fin y al cabo habían visto como un hombre corría
después de dispararle. Eso debía haberlos asustado o algo. Era como si el
optimismo fuese llenando su cuerpo, gota a gota. Entonces miró a su alrededor
y, sin dudar, se hundió en el agua por completo. Aunque dejó de sentir el suelo
rocoso del lago por un momento, no se preocupó porque todo de repente parecía
sentirse perfecto. Sentía que ahora sí lo entendía todo y que comprendía que le
pasaba y porqué.
Así estuvo una hora, emergiendo del agua y
sumergiéndose de nuevo. Cuando por fin regresó a la orilla, parecía un hombre
nuevo. Se veía que algo había cambiado en su interior pero era difícil saber
que era. En su interior, sentía como si estuviese lleno de energía. Antes de
cambiarse, hizo el intento. Tomó una piedra y la apretó con una mano lo más
fuerte que pudo. Cuando abrió el puño, solo había un polvillo gris que flotó
lejos con la suave brisa que soplaba. Era hora de salir del bosque.