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lunes, 15 de octubre de 2018

Más que un equipo


   Mientras él estuviese detrás de mí, no habría problema. Éramos un equipo y nos comportábamos como tal en todo momento. En la base, comíamos juntos y pedíamos hacer guardia juntos cuando era necesario. Claro que todos los demás sabían que éramos más que un equipo pero sabían que no debían meterse con eso. Alguno de ellos, un recluta nuevo, lo hizo una vez y casi no vive para contarlo. Ambos le caímos encima, al mismo tiempo. Solo el general fue capaz de separarnos de nuestro objetivo. Por eso éramos los mejores.

 La misión más peligrosa a la que fuimos enviados tuvo que desarrollarse en secreto, y por eso tuvimos que dejar el uniforme y vestirnos a diario como civiles. Hacía mucho tiempo que ninguno de nosotros hacía eso. Estábamos dedicados al trabajo, a la vida como soldados defendiendo las causas de nuestro país. El orgullo que nos llenaba cuando vestíamos el uniforme era algo que no se podía explicar y creo que por eso nos enamoramos apenas nos conocimos. Sabíamos desde el primer momento que compartíamos mucho.

 En la misión estaba claro que no se nos podía ver como una pareja sino como comerciantes en un viaje de negocios. Por eso tuvimos que alquilar habitaciones de hotel separadas en nuestro destino. Comunicarnos era complicado, pues teníamos que suponer que cualquier comportamiento podría elevar sospechas. Afortunadamente no éramos primerizos en el tema y habíamos elaborado un lenguaje entre líneas que solo los dos entendíamos. Ni siquiera nuestros superiores sabrían de qué estábamos hablando.

 Debíamos esperar en el hotel por un hombre, un vendedor de armas que viajaba por el planeta haciendo negocios con municiones y metralletas ilegales, de las que usan los grupos terroristas con frecuencia. La misión era la de seguirlo y, si era posible, detenerlo bajo custodia militar para interrogarlo. Era un objetivo valioso pero todo debía hacerse en el mayor secreto puesto que la ausencia de nuestro objetivo podía hacer que los demás traficantes se dieran cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo.

 El tiempo estimado para hacerlo todo era de un mes, pero los específicos estaban a nuestra discreción. Desde el momento en el que habíamos dejado el país hasta nuestro retorno, no tendríamos ningún contacto con nuestro gobierno ni con nadie que nos pudiera ayudar si algo salía mal. En otras palabras, la misión era una prueba de alto riesgo para nosotros, ya que si todo salía bien quedaríamos como grandes héroes de nuestra patria pero si las cosas salían mal, lo más seguro es que terminaríamos muertos o tal vez peor. Había muchos riesgos que correr pero al menos estábamos juntos.

 O casi. Él dormía en un habitación del noveno piso y yo en una del quinto. Nos reuníamos para desayunar, después cada uno volvía a su habitación desde donde hacíamos lo posible por rastrear a nuestro traficante y luego salíamos a fingir que vendíamos muchos calentadores de agua, cuando en realidad hacíamos seguimiento a varios objetivos potenciales. No demoramos mucho en dar con el traficante que buscábamos y menos aún tomó darnos cuenta de que sus asociados no eran pocos y que eran mortales, por decir lo menos.

 El tipo le vendía armas a todo el mundo y estaba claro que los compradores venían de todo el planeta hasta esa ciudad para cerrar los tratos que ya habían concertado con anterioridad. Tuvimos que hacer mucha vigilancia y tuvimos también que gastar miles de dólares en nuestra fachada. Al gobierno no le importaba, pues para eso nos habían dado una gran cantidad de dinero, pero había que usarlo bien pues un pequeño error en una situación parecida, podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.

 A la tercera semana, me di cuenta de que no dormía casi por las noches. Tal vez cerraba los ojos por una hora y luego me despertaba y luego dormía otra hora y así. Pasados unos días, ya ni intentaba dormir. Solo lo hacía cuando mi cuerpo no daba más y normalmente lo que pasaba entonces era que prácticamente caía desmayado en la cama, con la ropa puesta, y así amanecía al otro día. Eso sí, nunca me sentía descansado ni tranquilo, muy al contrario. La tensión estaba muy cerca de romperme la espalda.

 En cambio él parecía estar perfecto. Siempre que nos veíamos en el restaurante del hotel para desayunar, se veía como si durmiera diez horas cada noche, cosa que era casi imposible por el trabajo. Además, venía siempre muy bien vestido y perfumado. Creo que un par de veces me le quedé viendo ya no como su compañero de lucha, sino como su amante. Me di cuenta de cosas que me gustaban de él que jamás había notado y fue entonces que empecé a dudar de que él sintiera lo mismo que yo.

 En mi habitación, trataba de enfocarlo todo en el trabajo pero no era tan fácil como parece. Él se me cruzaba en la mente a cada rato y tenía que confesar que pensarlo tanto me estaba llevando, empujando mejor dicho, a un lugar cada vez más oscuro. Sí, es cierto que extrañaba su olor y su cuerpo por las noches, cerca de mi. Es cierto que me daba un cierto sentido de la seguridad y que me hacía sentir mucho más que un simple soldado, que era lo que éramos al final del día. Creo que me di cuenta cuanto le debo a él, porqué es gracias a su presencia que soy la persona que existe hoy aquí.

 Llegó, unas cinco semanas después, el momento esperado. Teníamos que arrestarlo y llevarlo a una base militar aliada para una extracción nocturna. La verdad es que todo parecía más fácil que la vigilancia, tal vez porque ya podíamos ver la luz al final del túnel y sabíamos que todo acabaría pronto. Volveríamos a casa y yo dejaría de dudar de él a cada rato. La soledad y tener que estar callado tanto tiempo me estaba enloqueciendo y me sacaba de quicio que él no pareciera afectado ni remotamente.

 Ya sabíamos su habitación, así que decidimos dirigirnos hacia allí en la mitad de la noche. Para nuestra sorpresa, no había nadie. O eso pensamos al comienzo. Varios hombres empezaron a disparar y pudimos darnos cuenta con facilidad que uno de los compradores del traficante, había decidido ayudarle para salir con vida de allí. Al parecer nuestro trabajo no había sido muy bueno, puesto que ellos se habían dado cuenta de lo que planeábamos hacer. Pero eso era el pasado y el presente apremiaba.

 Nosotros también disparamos y todos en el hotel se despertaron y gritaron. Tendríamos poco tiempo hasta que llegase la policía y era mejor evitar interactuar con ellos. Entre los dos dimos de baja a todos los hombres del traficante y lo encontramos a él a punto de lanzarse por la ventana, con un paracaídas en la espalda. Quise reírme, pero solo lo tomamos con fuerza y lo obligamos a seguirnos. Llegamos al sótano, donde había un coche para nosotros que nos llevó hasta la base militar.

 La misión, al final, había sido un éxito. Y nosotros habíamos salido ilesos, o casi porque una bala lo había rozado a él en el hombro. Me sorprendió que resistiera el dolor y cuando se sentó a mi lado en el avión de vuelta a casa me miró por un momento y luego recostó su cabeza sobre mi hombro. Me sentí mal de haber dudado de él, me sentí traicionero al darme cuenta de que nada podría cambiar lo nuestro, sin importar lo que pasara adentro o afuera de nuestras vidas comunes y corrientes.

 Una vez en casa, nos felicitaron por nuestro trabajo y nos sorprendieron con un apartamento completamente amoblado en la base militar. Solo se los daban a oficiales con familias y era la primera vez que dos hombres vivirían en uno de ellos. Y no podíamos estar más felices, imposible.

 La primera noche juntos después de la misión, nos abrazamos, hicimos el amor y nos dimos tantos besos que perdí la cuenta muy pronto. Lo mejor de todo, y tengo que ser sincero, fue el hecho de poder dormir de verdad y saber que la persona que estaba a mi lado, era mi compañero hasta la muerte.

lunes, 17 de julio de 2017

Tan cerca, tan lejos

  La herida estaba abierta, casi escupía sangre. Era un corte profundo pero había sido ejecutado con tal agilidad que al comienzo no se había dado cuenta de que lo habían atacado de esa manera. Corriendo, solo se había sostenido el costado y había notado como se le humedecía la mano a medida que corría y como se cansaba más rápido. Su respiración era pausada y las piernas dejaron de funcionar al cabo de unos veinte minutos. Su compañero llamado B, lo ayudó a seguir adelante.

 El bosque en el que habían estado durante meses parecía haber adquirido alguna extraña enfermedad. Los árboles habían languidecido en tan solo unos días De ser unos gigantes verdes, pasaron a ser unas ramas marrones casi negras que se sostenían en pie porque el viento ya no soplaba con tanta furia como antes. Notaron que, lo que sea que estaba acabando con la vegetación avanzaba poco a poco. Tras una colina, encontraron un pedazo de bosque que apenas comenzaba a podrirse.

 Cuando se detuvieron, lo hicieron en la zona más espesa para evitar ser atacados. Pero si ya no los seguían quería decir que su enemigo se había cansado y había decidido dejar sus muertes para más tarde. Estaba más que claro que eran ellos los que llevaban las de perder. Estaban heridos y no habían comido como se debía en varios días. Se había alimentado de los pocos animales que quedaban y de plantas y frutas pero todo se moría. Pronto sería la falta de agua lo que los llevaría a la tumba.

 Al dejarse caer en el suelo, la sangre empezó a salir de A a borbotones.  Era demasiada sangre de un cuerpo que no era alto y ya había adelgazado demasiado por la falta de comida. Cuando se dieron cuenta de la extensión del daño, supieron de inmediato que su enemigo los había dejado ir para que murieran por su cuenta. Podía esperar a encontrar los cadáveres. No era un planeta grande, no podían correr para siempre. Ellos sabían que estaban perdidos.

 B trató de limpiar la herida lo mejor que pudo. Luego, rompió la camiseta sucia que llevaba puesta y, con la cara limpia, cubrió toda la cintura de su compañero. Tuvo que romper la tela en varios sitios, morder y gemir porque no habían descansado aún. A no paraba de llorar pero no emitía sonido mientras lo hacía. Era el dolor el que lo obliga a derramar lágrimas pero no quería dejarse terminar por algo que venía de sus adentros. Quería seguir corriendo, seguir luchando, pero al mismo tiempo sabía que no había más oportunidades en el horizonte.

 Había llegado la hora de darse cuenta, de abrir los ojos y ver la muerte a la cara. Por un lado, estaban tristes, devastados. Habían venido de muy lejos y todo había sido un paraíso terrenal. Pero las cosas habían empeorado de una manera vertiginosa y ahora estaban a solo pasos de su muerte. El tiempo podría ser corto o largo, si es que la vida quería torturarlos un poco más. Pero al fin de todo, sabían que muertos serían más felices. Era la única manera de estar juntos para siempre.

Ya no era un secreto a voces. Nunca se lo dijeron en palabras pero sabían bien lo que sentían y simplemente lo habían expresado y desde ese momento su tenacidad como compañeros había sido imparable. De cierta manera, el hecho de solo tener una herida de muerte entre los dos, era un hecho de admirar. Solo ellos habían enfrentado una legión de criaturas sedientas de sangre, locas por la carne humana y obsesionadas con la muerte. Se podía decir que habían salido bien librados.

 Comieron lo último que tenían en su pequeña y desgarrada mochila. Decidieron caminar más, en silencio y fue ese el momento para pensar en todo. A pensó que jamás volvería a respirar más y eso lo hizo sentir bien. Porque ahora su garganta le dolía y su cuerpo le pesaba. Ya no quería seguir así y sabía muy bien que no habría ninguna salvación milagrosa en el último minuto. Esas criaturas lo habían condenado y él no podía pelear contra la fuerza de la muerte.

 B, sin embargo, se había cuenta de un pequeño detalle: el seguiría vivo después de la muerte de A. Era estúpido pensar algo tan obvio pero cuando había visto la herida no la había sentido como exclusiva de su compañero. Para él, era un peso que cargaban en pareja y no en solitario. El solo hecho de no haber pensado en su supervivencia le había hecho pensar que de verdad era amor lo que sentía pero también le había hecho caer en cuenta que estaría solo, al menos por un tiempo.

 Al fin y al cabo, las criaturas y su maestro los seguirían cazando, con herida y sin ella. Eso quería decir para B, que vería al amor de su vida morir pero lo seguiría muy de cerca. Eso a menos que la tortura de parte del enemigo fuese dejarlo vivir y ahora que lo pensaba, sería algo muy horrible de vivir. Sin consultarlo con su pareja, recordó el cuchillo que habían robado y como colgaba de su cinto. Cuando A muriera, lo usaría en sí mismo para acabar con todo. No viviría un segundo más que la persona con la que había sobrevivido a tanto.

 La noche llegó y parecía apresurada. El cielo no se tiñó de colores al atardecer. Solo hubo un cambio repentino de luz a oscuridad. Era muy extraño pero el lugar en el que se encontraban era tan raro, que preferían no dudar de nada y no pensarlo todo demasiado. Se recostaron entre algunos árboles pequeños y se quedaron dormido uno contra la espalda del otro. Así podían sentirse cerca el uno del otro, sin descuidar el lugar donde estaban y sus provisiones, por pocas que fueran.

 Sin embargo, no durmieron todo lo que hubiese querido. En la mitad de la noche los despertó un gran estruendo. Se pusieron de pie de un salto, pensando que venían por ellos los asesinos. Por un segundo, pensaron en su muerte. Se tomaron de la mano y esperaron el ataque. Pero otro sonido les hizo caer en cuenta que lo que los había despertado venía de arriba, del cielo. Era como una mancha y luego se transformó en luces. Cuando estuvo cerca, pudieron ver que era un vehículo.

Aterrizó cerca de ellos pero los dos hombres no se movieron. No podían confiar en nada de lo que vieran. Así que B hizo que A se recostará en un tronco aún fuerte y esperaron juntos, en la sombra. El vehículo se quedó en silencio y, de repente del costado, apareció una puerta. A través de ella salió una criatura hermosa. Era similar a una mujer humana pero algo más alta, con piel rosada y escamas iridiscentes en sus piernas. Era lo más hermoso que hubiesen visto nunca.

El ser caminó de manera estilizada hasta ellos. No dudó por un segundo. Apartó ramas y los miró a los ojos. Ellos no sabían que hacer. La miraron y ella hizo lo mismo, sin emitir un solo sonido. El momento parecía durar una eternidad porque la mujer parecía analizarlos y algo por el estilo. Había una sensación de urgencia en el aire pero, al mismo tiempo, de una extraña paz que les impedía salir corriendo hacia el costado opuesto. Era todo demasiado raro, loco incluso.

 A finalmente cedió al dolor. Sus rodillas se doblaron y cayó de golpe al suelo. Sangre salía de su boca. B saltó hacia él y entonces la mujer, o lo que fuera, abrió la boca, como si fuera a gritar. Pero ellos no oyeron nada. Cuando cerró la boca, ayudó a B a cargar a su compañero a la nave.


 En la puerta, B miró hacia atrás cuando la nave se elevó. Lo último que vio fue los cadáveres de sus enemigos, destrozados. La mujer había hecho algo allí, algo que ellos no entendían. Y ahora ella y su piloto trataban de tomar a A de los brazos de la muerte.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Renacer

   Para él, no era difícil sacar la bala de donde estaba alojado en su abdomen. El dolor era tremendo pero a la vez que sentía dolor, también había una extraña sensación que parecía envolver su mano mientras sus dedos exploraban la cavidad hecha por la bala. Cuando por fin dio con los restos de metal que quería sacarse, tuvo mucho cuidado al ir sacando los dedos para que la bala no se resbalara y volviera a quedar alojada dentro de su cuerpo. Lo que sacó era un pedazo pequeño de metal, arrugado al meterse en su cuerpo. Lo tiró al suelo.

 La lluvia caía de manera torrencial y ayudaba, en gran medida, a que sus heridas no se sintieran como tales. Los que sabían de su resistencia al dolor, creían que él no sentía nada de nada y eso era una mentira. Cada vez que le pasaba algo, lo sentía en el alma pero el asunto era que podía resistir la cantidad de dolor que fuera. No había un límite a lo que pudiese aguantar. Una vez, explorando el límite de sus poderes, había cogido un cuchillo y se lo había clavado en la mano. Por supuesto que le había dolido, pero no tanto como para aguantar varias clavadas más.

 Respirando pesadamente, caminó bajo la lluvia siguiendo una carretera solitaria. Era un lugar alejado de todo, envuelto por bosques de árboles que crecían muy cerca los unos de los otros, con follaje espeso y una altura que era capaz de cubrir una zona extensa como si fuera un techo natural. Allí fue donde se escondió, dando cada paso con dolor pero si dudar un segundo de que lo que tenía que hacer era alejarse lo más rápido posible de toda la gente, de la civilización como tal. Sentía que ya no pertenecía con ellos. De hecho, sentía que jamás se había integrado como tal.

 Encontró de repente una zona rocosa, en la que el bosque parecía subir de nivel. En ese lugar había una pequeña cueva y fue donde se dejó caer para descansar. La idea era solo quedarse un par de horas pero estaba tan exhausto que solo se despertó hasta el otro día. Lo hizo de un sobresalto. Por esos días, casi siempre tenía pesadillas horribles relacionadas con las extrañas habilidades que, de un día para el otro, habían surgido en su cuerpo. Solo llevaba pocos meses sabiendo lo que podía hacer y era todo demasiado extraño.

 La lluvia había parado durante la noche pero el bosque seguía húmedo y frío. La ropa del hombre estaba muy mojada pero no tenía otra para ponerse. Además, no era algo que le importara mucho ahora. Salió de la cueva y caminó por el linde de la ladera de la montaña, siempre cuidado no caminar por un claro ni nada parecido. No sabía si alguien estaría buscándolo ni que métodos estarían usando para encontrarlo. Tenía que ser cuidadoso. Estaba claro que nunca volvería a sentirse de verdad seguro. Tenía que aprender a sobrevivir así, en movimiento.

 Su estómago de pronto rugió. Tenía mucha hambre pues no comía nada hacía más de un día. Se revisó los bolsillos del pantalón y encontró un papel y nada más. En el bolsillo de la chaqueta tenía un billete de baja denominación y un par de monedas. Era lo único que tenía y de todas maneras no podía usarlo como si nada, menos como estaba en ese momento pues cualquiera empezaría a preguntar de dónde había salido. Así que guardó bien el dinero y siguió caminando, esperando que se le presentara alguna manera de calmar el estómago.

 Los árboles empezaron a separarse un poco, lo que lo puso nervioso, pero solo era porque en la cercanía había un lago. Era bastante grande y parecía que no había nadie cerca. El agua era limpia pero desde la orilla tenía un color azul oscuro profundo, casi negro.  El hombre se quedó mirando, desde la línea de árboles, como el viento acariciaba la superficie del agua. Era un viento frío, que traía la temperatura de la parte más alta de la montaña. El hombre miró hacia el cielo: no habían nubes ni parecía haber nada fuera de lo común.

 Despacio, se fue quitando la chaqueta. La dobló con cuidado y la puso en el suelo. Allí tenía su dinero y no quería que cualquier criatura del bosque pudiese sacar las monedas brillantes o el único billete que tenía. Luego se quitó la camiseta, que tenía una gran mancha de sangre oscura, y la puso doblada encima de la chaqueta. Cuando se fue a agachar para quitarse las botas cubiertas de barro, se dio cuenta que ya no tenía el hueco de la bala en su abdomen. Dolía un poco todavía pero la piel estaba lisa, sin rastro de que nada le hubiese pasado.

 Se pasó los dedos varias veces, sin creer lo que veía. No entendía que le pasaba y por qué le pasaba precisamente a él, un tipo común y corriente que nunca había querido ser especial de ninguna manera. Lo único que había querido en la vida había sido un trabajo estable y vivir en paz con los demás. eso era lo que quería. Pero la vida no le había dado nada de eso y menos aún en los últimos días. Era como si tuviera que superar alguna prueba o algo por el estilo pero él no comprendía por qué. Nunca le había hecho nada malo a nadie y ahora estaba huyendo.

 Se sentó en el húmedo suelo del bosque para quitarse las pesadas botas, cubiertas de barro que ya estaba endurecido. Sus pies olían bastante mal pues el agua de lluvia lo había mojado todo y no había secado sus pies en mucho tiempo. Las medias también estaban embarradas. Las dejó dentro de las botas y a estas las puso al lado de la demás ropa. Se quitó los pantalones, unos jeans ya viejos. Al hacerlo, sintió como si se quitara una armadura de encima del cuerpo. Se sentía vulnerable.

Después de doblar los jeans, los puso sobre la camiseta. Se quedó quieto un buen rato, pensando que de pronto no tenía mucho sentido lo que estaba haciendo. ¿Que tal si alguien llegara y lo viera así? Tal vez le quitarían la ropa y lo obligarían a morir sin nada puesto. Sería algo muy humillante. Pero ese era su subconsciente que estaba obsesionado con la idea de morir desde hacía unos días. Sentía que su muerte llegaría pronto y a cada rato se imaginaba alguna nueva manera en que eso ocurriría, casi siempre de manera trágica.

 Sacudió la cabeza, como espantando una mosca, y terminó de quitárselo todo al retirar con cuidado sus calzoncillos. Los dejó en una de las botas. Entonces se envolvió con sus brazos y empezó a caminar hacia la orilla del lago. Respiraba pesadamente como si estuviera a punto de meterse a un baño de ácido o algo por el estilo. Era el miedo de que algo que no veía venir pasara en cualquier momento. Se podría decir que ahora el pobre hombre tenía miedo hasta de su propia sombra, de cualquier ruidito, de todo lo que pudiera llevarlo a la muerte.

 Sus pies tocaron el agua. Estaba muy fría pero sintió algo más: se sentía vivo al sentir el líquido. Despacio, se fue metiendo al agua hasta que estuvo cubierto hasta la cintura. En parte se sentía congelándose pero a la vez su cuerpo parecía calentarse desde de adentro. Era una sensación muy extraña pero placentera. Sentía casi como si se estuviese recargando. Avanzó un poco más y el agua le llegó hasta el pecho. Cuando se dio vuelta para mirar a la orilla, se dio cuenta que se había alejado bastante y que no pasaba nada de peligroso.

 Tal vez ya no lo buscaban. Tal vez ya se hubiesen dado por vencidos. Al fin y al cabo habían visto como un hombre corría después de dispararle. Eso debía haberlos asustado o algo. Era como si el optimismo fuese llenando su cuerpo, gota a gota. Entonces miró a su alrededor y, sin dudar, se hundió en el agua por completo. Aunque dejó de sentir el suelo rocoso del lago por un momento, no se preocupó porque todo de repente parecía sentirse perfecto. Sentía que ahora sí lo entendía todo y que comprendía que le pasaba y porqué.


 Así estuvo una hora, emergiendo del agua y sumergiéndose de nuevo. Cuando por fin regresó a la orilla, parecía un hombre nuevo. Se veía que algo había cambiado en su interior pero era difícil saber que era. En su interior, sentía como si estuviese lleno de energía. Antes de cambiarse, hizo el intento. Tomó una piedra y la apretó con una mano lo más fuerte que pudo. Cuando abrió el puño, solo había un polvillo gris que flotó lejos con la suave brisa que soplaba. Era hora de salir del bosque.