Y de golpe, se cayó. El piso estaba húmedo
de la llovizna que había caído desde la mañana y ahora el pobre Lucio estaba
tirado en el piso, con las piernas abiertas y un dolor horrible en el trasero.
Se había golpeado muy fuerte y tuvo que ponerse en cuatro patas y apoyarse
contra una pared para poderse parar. Al fin y al cabo eran las tres de la
madrugada y no había nadie que le pudiese ayudar. Y eso era hasta mejor porque
le hubiese dado mucha vergüenza que alguien lo hubiese visto caer así, como una
rana sobre el pavimento.
Cuando se incorporó, agradeció que su edificio
estuviese a solo una calle de allí. Le dolía el cuerpo pero no demasiado,
entonces no le fue difícil llegar a casa y meterse en la cama. Se quedó dormido
al instante.
Al otro día, la cosa fue distinta. Le dolía
mucho el cuerpo, en especial el trasero, pero tuvo que levantarse pues tenía
una cita de trabajo que no podía perder. Lo suyo era el diseño de interiores y
trabaja en casa haciendo pedidos individuales. Tenía además toda una red de
amistades que hacían cada uno de los trabajos necesarios para que sus clientes
viesen los muebles terminados en el menor tiempo posible, así como sus casas
renovadas en un abrir y cerrar de ojos. Lucio era famoso por eso entre las
personas más adineradas y por eso cada reunión era necesaria y no podía
cambiarse ni aplazarse ni nada. Era casi algo sagrado para él.
Se duchó con cuidado, por el dolor, y en una
hora estuvo caminando al lugar de la reunión. Lucio no tenía automóvil ni nada
por el estilo y prefería moverse en transporte público, lo que hubiese
disponible. Pero esta vez la distancia era pequeña pues su cliente tenía una
galería de arte cerca y le había pedido que lo viese allí.
Todo el camino Lucio se concentró en recordar
todos los detalles del diseño que había hecho, los tonos de colores, los grade
de las curvas, incluso la intención al poner algo en un lugar y no en otro. Eso
a sus clientes les fascinaba, les parecía que era como adentrarse en un mundo
del que no sabían mucho y les fascinaba solo escuchar. Eso sí, el cliente que
iba a ver era un conocedor de arte, así que posiblemente las cosas no fueran
iguales y este tratase de meterse en su visión. Suele pasar con los egos
grandes.
Cuando llegó, sonrió y besó y alabó y todas
esas cosas que la gente espera que alguien que trabaje para ellos haga pero que
nadie diría de viva voz. Fue solo cuando le ofrecieron asiento en una pequeña
salita, donde mostraría sus dibujos y demás, que el dolor volvió con toda su
intensidad. Fue como si se hubiese sentado en un puercoespín o en una piedra
muy puntiaguda. Fue tanto el dolor, que se le olvidó todo lo que había estado
pensando en un abrir y cerrar de ojos.
Le pidió a su cliente un vaso de agua, como
para fingir que solo tenía un problema de resequedad, y entonces sacó sus
dibujos y trató de explicar lo que había hecho pero la verdad es que fracasó
olímpicamente. Se le había olvidado como era la palabra impactante que quería
decir, los nombres de los colores se le habían escapado y solo pudo decir pocas
cosas de cada uno de los diez dibujos hechos. Fue un alivio que hubiese hecho
tantos, pues el cliente se ponía a mirarlos, sobre todo los detalles, pero
también era un arma de doble filo pues era posible que tuviese que explicar
algo de cada de uno de los dibujos y la verdad era que no se sentía capaz.
Dijo la palabra “bonito” varias veces y
también la palabra “lindo”. Asentía mucho y sonreía y le daba la razón al
cliente en casi todo. El dolor le había llegado tan hondo que solo tenía
espacio en su mente para él y para nada más. El cliente preguntaba y quería
saber más pero las respuestas de Lucio fueron tan cortantes que el artista
pronto perdió todo el interés que tenía en los diseños. Le dijo a Lucio que se
lo pensaría pues no tenía mucho dinero en el momento, lo que era una monumental
mentira. Lucio sabía, de muy buena fuente, que el tipo estaba rodando en dinero
por una herencia y porque había vendido dos cuadros hacía poco que lo habían
hecho famoso y rico.
Lucio se despidió apurado y se fue. Lo único
que quería era volver a casa para descansar y de pronto llamar al médico para
pedir una cita pero fue solo a dos calles de la galería que se encontró con
Juana, su ex novia. Casi se estrella con ella, de lo rápido que iba y ella
alcanzó a insultarlo pero se arrepintió cuando vio quién era.
La historia de amor entre ellos había sido
ideal: se habían conocido por amigos mutuos y, en pocos meses, lograron una
conexión que muchos de sus amigos envidiaban. Iban de viaje a un lado y a otro,
los invitaban a fiestas y resultaban ser el alma de la fiesta y todos querían
ser como ellos pues eran inseparables pero al mismo tiempo se tenían tanto
respeto entre sí que cada uno iba por su lado y eran tan interesantes de esa
manera como cuando estaban juntos. Eran esa pareja ideal que todo el mundo
buscaba ser, si es que estaban en pareja.
Pero eso se había terminado menos de un año
después de empezar. Todo porque las cosas que parecen tan ideales, que se ven
tan bien y tan perfectas, siempre empiezan a tener problemas más tarde que
temprano. En este caso el problema fue que se dieron cuenta que no eran
compatibles sexualmente. Se habían esforzado tanto en tener una buena relación,
que acabaron siendo amigos y no amantes. Como amantes se decepcionaron el uno al
otro y se separaron por mutuo acuerdo.
Juana lo saludo con una sonrisa. Ella la
verdad era que estaba feliz de verlo, pues hacía meses no sabía nada de Lucio.
Y él se sentía igual pero, de nuevo, tenía el dolor atravesado en la cabeza. A
pesar de eso, aceptó una invitación a tomar café para hablar y reconectarse un
poco después de tanto tiempo.
Al comienzo solo le echaron azúcar al café y
fue todo muy incomodo. Además Lucio seguía pensando en su dolor y trataba de
sentarse de la mejor manera posible para no sentir dolor pero eso era casi
imposible. Ella le preguntó entonces sobre su trabajo y él dio una respuesta
tan corta y contundente, que ella no supo para donde hacer avanzar la
conversación. Estaba allí porque quería reconectarse, quería volver a tener esa
amistad pues la extrañaba, pero Lucio no parecía dispuesto a lo mismo.
Lo intentó de nuevo, contándole de su trabajo
y su familia y de cómo iban las cosas en su vida. Y él escuchó y asintió cuando
debía y sonrió e hizo caras de tristeza, todo en los momentos adecuados. Pero
no preguntó nada, no quiso saber más de lo dicho. Eso a ella la lastimó un poco
pero no dijo nada. Como vio que la conversación ni avanzaba mucho, pues Lucio
parecía no estar interesado en hablar de su vida, Juana decidió inventarse una
excusa de la nada. Se levantó de golpe y empujó la mesa sin querer, que hizo
que Lucio, que se había levantado al mismo tiempo, cayera de nuevo en la silla.
Fue una grosería y un grito lo que se escuchó
en cada rincón de la cafetería. Juana no
se lo podía creer pues Lucio casi nunca decía grosería y mucho menos llamaba la
atención sobre si mismo en ningún lugar. Ella supo que había algo mal y le
insistió hasta que él le contó de su caída en el pavimento. Sin decirle nada,
ella pagó y lo sacó del sitio con cuidado y pidió un taxi que también pagó.
Lo llevó a un hospital en el que le hicieron
varias radiografías que confirmaron que se había fracturado el coxis y que por
eso le dolía todo el cuerpo. Acompañado de Juana, tuvo que quedarse toda la
noche en el hospital bajo observación. Al otro día le dijeron que podía irse
pero que tendría ciertas restricciones de movilidad por algunos días y que
tendría que trabajar solo desde casa.
Le dieron una de esas almohaditas para
sentarse encima y tuvo que estar una semana sin moverse mucho, tiempo que
aprovechó para volver a conocer a Juana y darse cuenta que era una buena amiga
y que no debía haberla dejado ir cuando lo hizo. Se convirtieron en los mejores
amigos e incluso cuando mejoró siguieron saliendo y compartiendo sus vidas,
como si nada hubiese pasado.
Con el tiempo, cada uno conoció el amor y cada
uno se alegró por el otro. Los había unido una caída, de la que los dos se habían
recuperado completamente.