El día de hoy creo que
tuvimos que parar unas diez veces en el camino entre la casa y el supermercado.
Siempre he dicho que no me importa pero hoy confieso que casi pierdo la cabeza
cuando todas esas personas, casi todos hombres, se le acercaron a Matías a
pedirle su autógrafo. Como siempre que pasa, decidí seguir caminando y lo
esperé un poco más allá, tratando de no llamar la atención sobre mí. Bajo la
sombra de un árbol enorme, me di cuenta de cómo lo miraban y lo que pensaban
mientras él firmaba sus camisetas, cuadernos o portátiles.
Tenían pura lujuria en la mirada. No se puede
describir de otra manera. Incluso algunos se tocaban el pantalón de manera
inapropiada, obviamente conscientes de que él podría darse cuenta. Querían que
se diera cuenta para crear así algún tipo de tensión sexual que ciertamente yo
no iba a permitir. Sentí un impulso horrible de lanzarme encima de cada uno de
esos fanáticos y arrancarles la cabeza con mis propias manos. Esa era la
cantidad de rabia que tenía acumulada.
Lo que terminé haciendo fue lo mejor: él sabía
que íbamos al supermercado así que simplemente me di media vuelta y seguí
caminando hacia allí. Para cuando llegó, yo ya estaba en el segundo pasillo,
eligiendo los alimentos congelados. Se me acercó sin decir palabra. Luego
comentó algo sobre las papas fritas que más le gustaban. Sentí otra vez mucha
rabia pero me la tragué toda y seguí el día como siempre.
Cuando volvimos a casa, el teléfono sonó justo
cuando entramos. Matías dejó las bolsas que venía cargando en el suelo y corrió
para contestar. Como casi siempre que sonaba el teléfono, era su agente. Casi
siempre a la misma hora, todos los días, ella llamaba para recordarle todos los
compromisos que tenía pendientes para la semana y todo lo que tenía que preparar
para la semana siguiente, si es que lo había. Las llamadas solían demorarse, al
menos, una hora.
Organicé yo solo el mercado en la cocina. Una
vez terminado, fui a la habitación y me recosté. Tenía un dolor de cabeza
horrible desde hacía varias horas. Sin quererlo, me quedé dormido y desperté en
la oscuridad unas dos horas más tarde. Lo llamé pero no estaba. Al parecer
había salido y no me había dicho nada.
Hice algo que casi nunca hacía. Tomé mi
celular y llamé a una de mis amigas. Hablamos un buen rato, sobre todo de mi
relación con Matías. Yo casi nunca pedía auxilio pero esa vez creí necesario
que alguien me escuchara, poder decir las cosas en alto para no sentirme a
punto de enloquecer. Mi amiga me propuso vernos en un café y acepté sin dudarlo
pues no era tan tarde como pensaba.
En el restaurante en el que quedamos había
mucha gente. Quedaba más cerca de su casa que de la mía pero era lo apenas
justo pues era ella quien me estaba ayudando. En un momento casi lloro cuando
le expliqué que vivir con un actor era muy difícil. Y más aún uno como él. No
era solo por su físico y apariencia en general, sino que su fama en el contexto
de su trabajo era tremenda. Mi amiga me confesó que siempre había estado
asombrado por mi decisión de tener algo con él. Le parecía que no era algo que
yo pudiese soportar. No me ofendí pues era cierto.
Le pedí que me disculpara un momento pues
tenía que ir al baño. Aproveché para limpiarme la cara y refrescarme por
completo. El dolor de cabeza era menos fuerte pero lo sentía debajo de la
superficie. Respiré hondo varias veces y salí cuando estuve un poco más
relajado pero aún no completamente tranquilo.
Cuando volví a la mesa, mi amiga parecía
preocupada por algo. Miraba a un lado y al otro como esperando a alguien más.
Le pregunté si pasaba algo y me dijo que no era nada, que siguiéramos hablando
de lo mío. Le dije que lo mejor era dejar el tema por esa noche pues no quería
un dolor de cabeza más grande. Pero mientras yo le decía eso, ella seguía
distraída, mirando a todos lados menos a mi. Le exigí que me dijera que pasaba
y esa vez ya no dijo nada, solo miró por encima de mi hombro.
Me di la vuelta al instante y vi a Martín a
través del vidrio que era la fachada del restaurante. Él estaba afuera,
hablando con otro hombre muy bien parecido. Al instante pensé que de pronto era
uno de los otros actores que trabajaban con él pero la verdad no lo reconocía
de las fotografías que él mismo me había mostrado. Solo pensar en ese día me
causó un dolor de cabeza más grande.
No oía de que hablaban pero parecían muy
contentos. De pronto se tomaron de la mano y se alejaron de allí hablando,
contentos. Yo me quedé de piedra mirando a través del vidrio. No pensaba en
nada ni estaba uniendo cabos. Solo me quedé ahí, vacío. Mi amiga también
parecía haber perdido el don del habla. Solo me miraba y apuraba su café, dando
por terminada la velada de ayuda.
A mi casa regresé en bus, Hubiera podido tomar
un taxi pero llegaría muy rápido y tenía ganas de pensar. En el bus, vi como
empezaba a llover afuera y entonces pensé en lo que había pasado y como debía
enfrentarlo lo más rápido posible. No era como si no me hubiera pasado algo así
antes. Debía hablarlo con él y terminar las cosas pronto, antes de que todo se
pusiera mucho peor.
Al entrar a casa, casi me muero al ver que él
estaba allí. Ya había llegado de su cita o de lo que fuese lo que estaba
haciendo. Estaba sentado frente al televisor, viendo alguna comedia. Me le
quedé mirando y me di cuenta que, aunque era algo que ya había vivido, Matías
era alguien con quién ya había convivido durante algunos meses de mi vida en un
mismo lugar. Era lo más lejos que había llegado en una relación y ahora tenía
que terminar todo de un día para otro. Se venían muchas decisiones difíciles y
momentos para los que no estaba nada listo.
Me aclaré la garganta y, con una voz
temblorosa, le dije donde había estado y que lo había visto. Describí al otro
hombre al detalle para que no hubiese probabilidades de confusión, para que no
me dijera que imaginaba cosas. Le dije que lo había visto tomarse de la mano.
El se me quedó mirando todo el rato y, cuando terminé, soltó una carcajada. La
rabia que me dio no fue normal.
Según él, ese hombre era solo un compañero del
trabajo. Yo asentí y le dije que ese era otro problema. Le expliqué lo incomodo
que encontraba que lo pararan siempre que saliéramos juntos para pedirle
autógrafos. Él respondió que era algo que debía hacer y quo yo sabía bien que
era parte de su trabajo. La rabia salió de pronto, sin que yo pudiese hacer
nada para contenerla: le dije que no era un actor de teatro ni de cine sino un
actor pornográfico, que no pretendiera como si fuera lo mejor del mundo.
Matías me respondió que tal vez no era lo
mejor del mundo pero que sí ganaba
dinero que podía invertir en nuestra vida juntos. Esa vez fui yo quien se rió
porque él jamás había dado dinero para nada, excepto tal vez el mercado y eso
no era ni siquiera todas las veces. El dinero para los servicios y el alquiler
lo daba yo con mi trabajo. Él prácticamente vivía allí gratis. Volví a lo del
tipo con el que lo había visto y le exigí que me dijera la verdad.
El abrió el portátil que tenía al lado y me
mostró unas fotos tipo paparazzi que le habían tomado con el otro hombre. Al
parecer era una estrategia de publicidad para vender más de su ultima película.
Yo nunca había tenido problema con ello. Jamás me había sentido curioso ni
preocupado por su profesión. Pero en ese momento todo cambió porque me di
cuenta de que lo que hacía tapaba partes de su personalidad que yo ni conocía.
Le pregunté porque no me había hablado de eso
y me contestó que, como era algo del trabajo, pensó que no era como para
contarme. Entonces me di cuenta que nada funcionaba. Le pedí que se fuera de mi
casa. Por un momento estuvo dispuesto a pelear por su derecho a permanecer allí.
Creo que vio en mis ojos que yo también podía
pelear. Con su mirada me dio la razón y simplemente buscó sus cosas y media
hora después se había ido. Nunca me arrepentí de lo que dije o de lo que pasó.
Era lo mejor. Lo que hacía no nunca fue la razón para separarnos sino su falta
de confianza en mi e incluso en si mismo.