Mostrando las entradas con la etiqueta estudio. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta estudio. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de mayo de 2015

Señales para adultos

   Juan lo recordaba como si hubiese sido ayer. De hecho, había sido hace tan solo cinco años. Fue en la playa, uno de esos días semi soleados en los que había decidido salir y recostarse en la arena para relajarse y no pensar en su inminente salida de la universidad y la posibilidad de quedar prácticamente en la calle, ya que no tenía dinero para seguir pagando su alquiler. Trabajaba en dos lugares diferentes: un restaurante de hamburguesas grasosas y en una librería haciendo el inventario. Además, el Estado le daba dinero, poco, pero lo necesario para completar lo del alquiler y las compras obligatorias del mes. Menos mal no comía mucho y la universidad había sido gratis por ser pública pero eso ya pronto se iba a terminar. Como iba a hacer después, cuando ya no tuviera el dinero estatal por no ser ya más un estudiante?

 La playa siempre lo había ayudado a relajarse y esa vez no fue distinto. Hoy Juan se ríe porque jamás hubiese pensado lo que iba a pasar a continuación. Como siempre, había un grupo de hombres altos y musculosos ejercitándose, que luego jugaban futbol o voleibol o algún deporte, todo menos natación por alguna razón. Juan nunca se fijaba mucho en ellos y viceversa pero en esa ocasión uno de ellos se le acercó cuando el estaba casi dormido y le preguntó si le podía hablar. Juan dio un respingo y al ver quién era le dijo que sí y se sentó, poniéndose la camiseta.

 Lo primero que preguntó el hombre, algo mayor y calvo, fue porque se había puesto ropa para hablar. Juan no supo la respuesta así que no dijo nada pero la verdad había sido una respuesta instantánea que él siempre tenía. No le gustaba que lo vieran tan de cerca sin ropa a menos que hubiera sexo involucrado. Cuando hay sexo nadie se fija de verdad pero de otra manera es incomodo como la gente lo ve a uno o al menos eso pensaba Juan quién jamás había ido a un gimnasio ni nada que se le pudiese parecer.

 El hombre le dijo que no importaba y le preguntó que si estaba interesado en ganar dinero de forma sencilla. Juan lo miró como si estuviese loco y el hombre rió. Le dijo que por favor anotara su número, el cual recitó con cuidado, para que lo llamara entre semana y hablaran mejor del trabajo que lo podía proponer. Juan le preguntó porque, con tantos en la playa, le había dicho a él y el hombre, ya casi yéndose, le dijo que le había gustado su apariencia y eso era importante.

 No es de sorprender que durante todo el resto del día, Juan pensó en ese extraño suceso en la playa. Ya era bastante raro que un hombre extraño se acercara a proponerle un trabajo, pero que encima le dijera que su apariencia era la correcta para el trabajo, no tenía el menor sentido. Al día siguiente, un lunes, Juan no lo llamó. De hecho, no lo llamó en toda la semana y tampoco estuvo tentado a hacerlo ya que tenía problemas más grandes como las cartas que le decían desde cuando iba a quedarse sin dinero o como ya no había nada de comer en la casa. Las clases se terminaban en un mes y ya estaba sentenciado como si nadie le quisiera dar una oportunidad.

 En ambos trabajos de medio tiempo trató de pedir un aumento o un cambio a un mejor puesto pero eso tampoco funcionó y de hecho su jefe en el sitio de hamburguesas pareció resentirlo bastante. Era un hombre amargado, que creía que estaba conquistando el planeta solo pro estar a carga de un grupo de niños en un restaurante de comida rápida. El pequeño tirano lo miró como si fuese basura después de pedir el aumento y Juan supo que su pregunta solo había garantizado que si alguna vez necesitan un puesto, iba a ser el suyo que iban a ofrecer.

 El siguiente fin de semana decidió caminar temprano, antes de terminar sus trabajos finales para la universidad, para tratar de despejar su mente pero le fue imposible.  Fue cuando el autobús de donde estaba a su casa pasó por la playa que recordó al hombre calvo. Al parecer había algo en lo que podía ser bueno y que daño hacía en intentar? Antes de hacer nada, sin embargo, hizo algo que no le gustaba y que siempre le había causado fastidio: al llegar a su casa, se desnudó y se paró frente a un espejo de cuerpo entero. Miró y miró pero él no vio nada único ni especial. De hecho, era bastante promedio aunque con algunos rasgos interesantes y otros no tanto.

 Tenía buen trasero y piernas torneadas pero no era para nada delgado y estaba lejos de tener un abdomen de revista. Su pene era promedio pero tenía unos labios que varias veces habían sido objeto de halagos así que podía asegurar que era muy regular, por mucho. Eso fue el sábado. El domingo, un poco desvelado por sus estudios, decidió llamar al hombre. La conversación duró poco pero el hombre le dijo que estaba feliz de oírlo y le pidió que fuera ese mismo día a una dirección donde podían discutir del trabajo y asegurarse que él estuviese cómodo con ello.

 Nervioso pero esperanzado, Juan tomó un bus y luego caminó y luego timbró a la puerta. Le abrió el hombre, bastante contento y le presentó a otro hombre, más grande de cuerpo y con mucho vello facial. Le dijo que él era el camarógrafo y que ese día solo estarían los tres, para hacer una prueba básica y ver que tal se daba todo. Juan no entendía nada y el hombre se dio cuenta de ello.

 Lo invitó a sentarse, mientras el camarógrafo alistaba todo, para explicarle que el trabajo que le había propuesto era trabajar como actor de películas para adultos. La primera reacción de Juan fue la risa, que salió de él espontánea y original. Pensó que su interlocutor se iba a enojar pero este sonrió aún más y le dijo que con el internet y la demanda, se pagaba muy bien a todo tipo de actores. La prueba era para definir que tan bien registraba Juan en cámara y si se sentía cómodo en ese ambiente. Entonces el hombre le puso una mano en el hombro y le dijo que si en algún momento se sentía incomodo, que lo diera y detendrían todo. Pero le recordó que todo esto pagaba muy bien y que si necesitaba el dinero, como solía suceder, era una buena solución, así fuese temporal.

 Juan no dijo nada, solo pidió direcciones para llegar al baño y allí se mojó la cara con agua fría y se miró al espejo, de nuevo. La verdad era que no estaba sorprendido. El trabajo por el que venía hubiese podido ser cualquier cosa, incluso algo ilegal o peor pero de todas maneras no sabía si debía aceptar o no. Se trataba de videos y seguramente fotografías que quedarían metidas para siempre en internet, donde cualquiera las podrías ver. Y él nunca había sido muy lanzado con su cuerpo, al menos no de esa manera. Estuvo allí varios minutos hasta que decidió salir y preguntó, sin dudar, cuando pagaban por sesión.

 El hombre le explicó que eso dependía del éxito del video, de su difusión y de lo que él como actor hacía en el video. Por cosas más “únicas” pagaban mejor porque no había tantas personas que las hicieran. Juan prefirió no preguntar a que se referías con “cosas únicas” y aceptó. La verdad era que había ganado el sentimiento de desespero y de estar al borde del abismo sin nada que lo ayudara. De pronto esta solución, caída del cielo, era la correcta. Además que él podía decidir que hacía y que no y podía dejarlo en cualquier momento, si encontraba un trabajo estable y con el que pudiera sobrevivir.

 La prueba fue algo simple y rápido. Una entrevista en la que hablaron de sexo, de lo que le gustaba, de lo que no y de sus razones. Además, obviamente, tuvo que quitarse la ropa y en ese momento sintió que ya era algo perdido. Fue como si un viento helado entrara al lugar y le quitara todo rastro de positivismo en el cuerpo. Cuando terminó de dar vueltas para la cámara, se visitó asombrosamente rápido y se dirigió a la puerta. No espero a que le dijeran nada porque se sentía demasiado mal. No tanto por la prueba como tal sino porque estaba desesperado y sentía que nada iba a cambiar ni a mejorar.

 Ese sentimiento duró casi toda la semana siguiente, una de las últimas en la universidad. Se empezó a despedir de profesores y de compañeros e incluso del lugar que había sido un refugio para él en los últimos años. Fue durante la entrega de uno de los trabajos cuando su celular vibró y se dio cuenta de que lo llamaba el hombre calvo. No contestó. El hombre llamó de nuevo cuando iba Juan en el autobús y allí contestó, solo para decir que no estaba interesado. Pero lo primero que el hombre dijo fue que la prueba había salido muy bien, que solo había que soltarse más pero eso se podía lograr con tiempo. Le dijo que si estaba interesado, esa misma tarde podían grabar algo que daba paga y así probar con otra persona en el set. Al oír el sonido de dinero, Juan dijo que sí. Pero lo hizo también porque era hora para el de arriesgarse y tomar el toro por los cuernos.

 Así empezó su carrera, inesperada, en el cine para adultos. Y sí, el dinero que ganó lo ayudó a sobrevivir y hasta a más. El hombre calvo era dueño de una productora con fuerza en el negocio y con juan hicieron muchos negocios que resultaron en los mejores momentos para ambos. Juan dejó de hacerlo solo porque pagaba bien y se dio cuenta de que era solo un trabajo y sus compañeros eran siempre gente agradable con la que se la llevaba muy bien. El único problema era encontrar una pareja estable que no se molestara con su profesión pero eso llegaría con el tiempo, así como pasó con la que ahora era su profesión.


 Algunas veces las señales de la vida no son tan difíciles de entender sino más bien al contrario. Solo hay que estar dispuesto a seguirlas.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Amigas

Martina y Carolina eran excelentes amigas. Desde el primer momento de la carrera universitaria, habían decidido sentarse juntas, comer juntas y ayudarse mutuamente, en lo que fuera necesario. Naturalmente, surgió una amistad bastante fuerte a la que pronto se añadió Carmen. Para el final de la carrera, las tres eran inseparables y eran conocidas por trabajar siempre de la mano, sin dejar a ninguna de lado.

Pero mientras Martina y Carolina habían permanecido en el país, para trabajar en el caso de una y para seguir estudiando en el caso de la otra, Carmen había decidido salir del país y probar suerte en España.

El tiempo ya había pasado, casi dos años para ser exactos, y llegaba el día en que Carmen se reuniría con sus amigas después de tanto tiempo. Habían decidido citarse en un popular restaurante para así comer algo y luego tal vez irían a un bar, dependiendo del ánimo de cada una.

Martina y Caro llegaron primero. Aunque cualquiera hubiera pensado que no tenían nada de que hablar, siendo amigas siempre tenían algún tema, así fuera sobre alguien que no conocían personalmente, alguna película o un chisme de última hora.

Fue en esas que Carmen llegó y sus amigas no podían estar más sorprendidas. Hay que decir que Carmen nunca había sido fea ni mucho menos pero lo cierto es que jamás había mostrado interés en la moda, el maquillaje o en arreglarse para nada o nadie más allá de lo estrictamente necesario. Era una chica dedicada al trabajo y, en principio, para eso precisamente había dejado el país: para especializarse y trabajar.

Pero la que llegaba parecía otra. Si ella no la conocieran tan bien, hubieran jurado que una mujer bastante glamurosa había decidido entrar en el restaurante. Tenía un vestido que le llegaba a medio muslo, de estampado de piel de leopardo. Llevaba unos altos, y por lo visto caros, tacones rojos y todo está complementado con un abrigo café y un bolso amarillo pálido. Entre todo lo que tenía puesto, hubiera podido alimentar a un pueblo pequeño, sin exagerar.

Mientras la saludaban de beso y se abrazaban, Martina se dio cuenta de que algo más había cambiado: su cuerpo parecía diferente pero no sabía exactamente que era.

Carolina llamó al mesero y ordenaron un aperitivo para antes de comer. Le recomendaron a Carmen una piña colada sin alcohol, ya que ella no tomaba pero las sorprendió diciendo que prefería un martini de manzana.

Empezaron entonces a charlar, aunque la conversación siempre se enfocaba en Carmen. Le preguntaron que hacía, que contaba y ella respondía que sus estudios le habían servido bastante y ahora vivía en Barcelona, trabajando para la compañía que tenía su novio.

En ese momento las dos amigas intercambiaron miradas, mientras ella las miraba. Un novio? Barcelona? Y... que era eso otro?

Cuando Carmen empezó a hablar de nuevo, se dieron cuenta de lo que era: su acento. Era una mezcla extraña entre el acento español y el que ella había tenido toda la vida. Ahora que se daban cuenta, era un poco molesto al oído ya que sonaba como alguien que hubiera aprendido español hacía dos días.

Le preguntaron por el novio y desde cuando vivía en Barcelona. El mesero interrumpió y cada uno pidió su plato deseado. Otro mesero llegó entonces con los tragos y Carmen bebió un buen sorbo de golpe.

El tema cambió tanto, que para cuando llegaron los platos principales, estaban riendo recordando todos los chicos que habían conocido en la universidad. Decían lo que sabían de la vida actual de cada uno de ellos y con cuales hubieran querido tener algo, así fuera pasajero.
Martina aprovechó la oportunidad para preguntar otra vez sobre el novio de Carmen y esta respondió que lo había conocido en su especialización. Habían congeniado tanto que ella lo había seguido a Barcelona, de donde era el individuo.

Carolina entonces casi se ahoga con su comida pero no porque estuviese caliente sino porque notó, por fin, que Carmen tenía un anillo bastante vistoso en la mano. Era bastante costoso, sin duda. Ella sabía de joyería y sin preguntar tomó la mano de su amiga y miró el anillo de cerca. Martina se dio cuenta también y entonces Carmen confeso que estaba comprometida y su viaje respondía a la visita de su novio para pedir la mano de ella oficialmente a sus padres.

Las chicas las felicitaron con besos y abrazos. Pero la reacción de Carmen no fue tan alegre. De hecho,  algunas lágrimas salieron de sus ojos. Dijo que desde que se había ido muchas cosas habían cambiado para ella. Les confesó que no había terminado sus estudios y que estaba trabajando en la empresa de su novio a manera de regalo de él a ella, no porque hubiese presentado una entrevista o nada parecido. Finalmente, sacó su celular y les mostró una imagen de su novio. Las chicas quedaron en shock.

El hombre de la foto tenía, por lo menos, veinte años más que Carmen y no era uno de esos cincuentones atractivos, para nada. Esta vez, las chicas no dijeron nada ya que veían que por fin podían ser tan naturales como antes, cuando eran tan cercanas.

En su acento de siempre, Carmen dijo que se había dado cuenta que nunca había hecho nada de lo que le gustaba: la elección de la carrera la habían hecho sus padres así como la decisión de viajar. Ella solo quería que la dejaran en paz y en parte por eso había decidido casarse con un hombre que le podía dar lo que quisiera y que, al fin y al cabo, la quería.

Carolina le preguntó si ella quería al hombre de la foto pero ella no respondió. Solo cambió de tema, preguntándole a Martina sobre su blog de moda.

El tiempo pasó de esa manera y cuando terminaron, las chicas invitaron a Carmen a tomar algo antes de ir a sus respectivas casas pero ella se negó. Les dio un abrazo fuerte a cada una y les dijo que las quería mucho y que trataría de mantener el contacto. Ellas quedaron en silencio, sin saber que responder o decir.

A Carmen la recogió un automóvil particular y se fue. Carolina y Martina no la volvieron a ver sino muchos años después, pero esa es otra historia.