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lunes, 3 de septiembre de 2018

Altiplano


   Las llamas pastaban por la llanura, sin importarles mucho lo que pasara a su alrededor. Bajaban la cabeza con calma y mordían una buena cantidad de pasto. A veces masticaban con la cabeza baja, otras veces lo hacían con la cabeza en alto, pero el caso es que comían y comían sin que nada ni nadie las molestara. La llanura en la que vivían tenía la más maravillosa vista, rodeada de montañas escarpadas con picos nevados y cañones estrechos que se extendían por varios kilómetros. Y la gran mayoría de los habitantes de la zona eran llamas.

 Eso a excepción de quienes hacían pastar a las llamas. Rascar era el nombre del pequeño niño indígena que debía cuidarlas mientras comían. Él era también quien las llevaba hasta la alta llanura y el que las tenía que dirigir hasta la finca una vez el día hubiese terminado. Era un ciclo eterno que él había heredado de su hermano mayor, que ahora ayudaba al padre a esquilar las llamas para vender sus preciosos pelajes en el mercado del pueblo más cercano, a unos ciento veinte kilómetros de allí.

 Rascar siempre había querido ayudar a su padre, desde su más tierna edad, y sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo. No era inusual que en una familia dedicada a las llamas todo el mundo cooperara. Su madre también hacía su parte, organizando los pelajes de manera que se vieran bien al venderlos, así como limpiando sus impurezas antes de llevarlos al pueblo. La única que no ayudaba era la bebé, que ya tendría su momento en el futuro.

 Lo que más le gustaba a Rascar de su trabajo era el elemento de exploración que iba con él. Claro que su padre le había indicado cuál era el campo donde las llamas debían alimentarse y también le había dicho que caminos tomar para llegar allí y cuales debía evitar a toda costa. Pero, en secreto, Rascar había empezado a explorar los alrededores del campo favorito de las llamas para encontrar otros lugares que tuviesen potencial para la misma actividad. Al fin y al cabo, su padre siempre hablaba de tener más llamas.

 Lamentablemente, las que tenían no parecían estar muy interesadas en tener descendencia y hacía apenas un año el único macho de la manada había muerto sin razón aparente. Sin él, era imposible esperar pequeñas llamas en el futuro y comprar un macho se salía por completo del presupuesto de la familia. Aunque ganaban bien con los pelajes, no era un ingreso tan bueno como para ponerse a comprar una cosa y otra. Al fin y al cabo había gastos que no se podían evitar, como la comida para la familia, la gasolina para el vehículo todoterreno que tenían, las vacunas obligatorias para las llamas y los demás animales de la granja y los gastos extra que pudiesen surgir.


 Y surgían siempre. Como aquella vez en que el hermano de Rascar se hizo un corte profundo en la pierna un día que arreglaba el vehículo de la familia. O siempre surgía algo con la bebé, que necesitaba de atención constante que se traducía en visitas frecuentes al médico. Esas visitas representaban gastos en más de una forma pero la familia hacía lo posible para seguir adelante, a pesar de cualquier cosa que les pudiese pasar. Ellos solo seguían sin ponerse a pensar que podría pasar más adelante. Dios proveería.

 Por eso Rascar pensaba que su ayuda era simplemente fundamental para que todos pudiesen tener una vida mejor en un futuro. Si él encontraba campos mejores para las llamas, las pieles serían de mejor calidad y podrían venderlas más caras. Incluso, y esta idea la había dado la madre en algún momento, podrían hacer negocio con alguna empresa o tienda de las ciudades más grandes. Venderle solo a un cliente de manera exclusiva, con un artículo de alta calidad, podría serles muy beneficioso.

 Sin embargo, y como había dicho el padre muchas veces, soñar nunca costaba nada excepto dolores de corazón y de cabeza. A veces había que mantener la cabeza en la realidad, en lo que tenían enfrente. Y la realidad era que todavía había muchas necesidades por cubrir y no había una formula mágica para hacerlo. Así que, por ahora, debían seguir adelante sin ponerse a soñar demasiado. Si alguna solución se presentaba frente a ellos, la analizarían en el momento, si es que se ocurría.

 Rascar se pasaba el rato allí en la llanura alta, mirando las montañas y haciendo precisamente lo que se suponía que no debía hacer: soñando. Sabía que existían muchas cosas más allá de las montañas, incluso más allá de las nubes que cubrían toda la región, pero no sabía si algún día podría conocer nada de eso. La verdad era que le gustaba mucho su vida como era pero no creía que tuviese nada de malo aprender de otros en otras partes, personas que tal vez  vivieran existencias parecidas a las de ellos.

 En uno de esos días de análisis de la existencia, Rascar decidió pasear por ahí, saltando sobre hilos de agua que bajaban hacia los cañones. No había muchos árboles por ahí, así que no había donde treparse a jugar. Pero sí podía saltar de piedra en piedra y tomar el agua más fresca del mundo. Fue entonces cuando escuchó algo y subió la cabeza de golpe. No era el sonido de un pájaro conocido ni los silbidos típicos del viento entre las montañas. No era una voz ni nada parecido. Era algo que nunca había escuchado.

 Lo vio justo antes de que se estrellara contra el piso. Se dio cuenta que el ruido había venido del objeto cayendo a toda velocidad al suelo. Por un momento, pensó que era algo pequeño pero cuando se acercó al lugar donde había dado a parar, se dio cuenta de que era algo grande. Se echó a reír cuando vio que se trataba de un osito de peluche. Casi tenía la cabeza arrancada del resto del cuerpo y parecía haberse quemado, tal vez por la caída.

 Estaba a punto de recogerlo del suelo cuando más sonidos invadieron el lugar. Las llamas se pusieron nerviosas y se agruparon todas en un mismo circulo compacto. Instintivamente, y recordando las palabras de su padre, Rascar se alejó del oso de peluche y corrió con sus animales. Se puso frente a ellas y miró al cielo, donde varias estelas de colores cruzaban bajo las nubes. Era ya tarde y el efecto era simplemente maravilloso. Al menos eso pensó el niño antes de darse cuenta de lo que pasaba.

 Cayeron más objetos, cerca y también lejos. Objetos de metal y objeto de plástico, más que nada. No todos eran tan lindos como el osito: había pantallas como de computadora y también almohadas y teléfonos. No tenían mucho de eso en la casa pero Rascar sabía como eran. Y también supo que lo que más hizo ruido fueron las sillas y los pedazos de metal más grandes. Tuvo que hacer que las llamas se retiraran hacia el camino, puesto que algunos de los pedazos caían muy cerca de todos ellos.

 Antes de emprender el camino de vuelta a casa, para contarles a sus padres lo que había visto, Rascar se devolvió por última vez. La verdad era que quería tomar el osito de peluche. Podría pedirle a su madre que lo arreglara con alguno de sus hilos y podría entonces quedárselo o compartirlo con su hermanita. Ellos no tenían muchos juguetes, o mejor dicho ninguno, en casa. No era algo que fuese necesario. Pero ese estaba allí tirado y no tenía ningún costo adicional para él. Sin embargo, cuando volvió, quiso no haberlo hecho.

 Había muchos más objetos tirados cerca del oso. Y uno de ellos hizo que Rascar gritara y saliera corriendo para reunirse con sus llamas. Estuve más rápido que nunca en casa, llorando cuando vio a su madre en la puerta, abrazándola con fuerza para sentir que podía confiar en ella.

 Estuvo conmocionado hasta que llegó el padre. Su mirada tenía un efecto particular, que calmaba al instante. El niño les contó lo que había visto, los objetos caer y al osito. Y les contó también lo que vio al volver por el muñeco. Era una cabeza humana con los ojos abiertos, sin cuerpo a la vista.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Sound, lights, action.

  There seemed to be no change in the weather. The wind continued to howl all night, not stopping for a moment. Luckily, there was a very large trunk filled with various blankets and pillows that helped pass the night without freezing on the spot. Being give people inside a tiny cabin was not something very comfortable but it was the only place they had found to spend some time away from the horrible storm outside. They didn’t say a word all night, trying to preserve their energy.

 The next day, the storm was still on full swing but they just couldn’t stay there the whole weekend. They had to leave right then in order to get home as soon as possible. They were there, on the mountain, for only a weekend and they had already wasted a whole day on that cabin in the middle of nowhere. However, some stated that maybe it would have been a better idea to just stay put, because sooner or late the rest of their friends would come for them, or maybe their families or someone that had seen them near the lake.

 The point made sense so they tried to discuss it but it only generated a silly argument related to food and heat, so nothing was really solved. After an entire hour of not deciding anything, Richard who was the oldest, decided he would go out and try to reach the lake. If he failed, he would come back to the cabin. But he thought they had to do something instead of staying there. No one said a word but the other four members of the party left behind him, covering their body as much as they could.

 The storm seemed to get stronger about five minutes after they had put one foot outside. With signs and screams, they decided to tie a rope around everyone, in order no to get lost. Richard was the first one in line and Theresa, the youngest, was the last one. She kept looking back but it was impossible to see anything. It was the middle of the day, they were sure of that, but no sunlight managed to get to the forest floor. The wind and snow made it impossible to open one’s eyes for very long.

 However, they kept on walking. Words couldn’t be heard anymore, even if the person yelled with all their might. So they just kept walking and walking, hoping they would soon get to the lake. After maybe forty minutes of traversing the storm, with legs and arms tired, they finally reached some sort of housing. The lights inside were off. Richard found the door and he soon discovered what Theresa had realized just seconds before going in. That building was the very same cabin they had just came out of, hours earlier. They had been moving in a circle.

 Of course, going back out was not really an option. Not only because it was extremely dangerous weather but also because the same thing would happen again. The snow and the wind would blind them once more into heading back to their departing point. There was no way to go through that again. Besides, their watches clearly stated night had fallen a short while ago and going out in the darkness, on a stormy night, seemed to be even a worse idea than the one they had before.

 They took out the blankets again and covered themselves with them. Mark and Daniel looked for food everywhere but the only thing they were able to find was a stale pack of cookies and some sour milk in a small crate, possibly some kind of refrigerator. Theresa was shaking violently. So much so that Caroline had to check her pulse and blood pressure by hand. She was clearly not well, as her skin had slowly turned blue and her lips seemed to have been covered in a thin layer of blackness.

 Everyone then gathered around Theresa and tried different things they knew, in order to get her blood pressure higher. They covered her with all the blankets and pillows, sat around her on the bed and gave her soft massages in arms and legs. However, the young woman started to shake violently. It was a very scary sight, as she seemed to be behaving in a way they had never seen. She would yell, scream profanities and then shake violently again. It was a very disturbing scene, in such a small cabin.

 She convulses some more and then stopped moving. Caroline checked on her again. Theresa had just died, in front of them all, for causes that were impossible to determine at the time. Caroline tried to explain it by blaming the cold temperatures and lack of food, but no one really paid attention to her. The men thought, without speaking to each other, that what just happened to Theresa had something to do with them going out of the cabin only to come back because of the storm.

 Mark had a few tears on his face when he said they should cover her body well or do something, because human bodies tend to decompose pretty fast. He said he had seen some documentary when it was stated it was best to bury a body as soon as it died for fear of certain diseases. Richard interrupted him, saying it was pretty obvious they couldn’t do that. The freezing temperatures could affect them too if they stayed outside for too long. Everyone looked at Theresa and hoped to be out of that place soon. Something they felt made them uneasy about the whole thing.

 Time passed and soon it was past midnight. The wind didn’t seem to be stopping soon, as it howled like a dying wolf outside the window. Caroline tried to look outside. She would have wanted to see some miraculous sign outside like a light or the face of someone she knew. Maybe rescue workers or even a helicopter. But the night was pitch black and the only source of light came from the lantern that Richard had brought in his bad. No one else had thought of it.

 Some time later, everyone was sleeping. Mark still had traces of tears on his face and Caroline had fallen asleep by the window, maybe the coldest place in the whole cabin. Richard was sleeping by the door, in a weird crouching position that seemed to be very uncomfortable. Daniel was the only one that had properly sat down and covered himself with one of the blankets. After all, Theresa wouldn’t need them anymore. And curiously enough, he was the one to wake up by the sound.

 A very powerful noise coming from the outside. At first, it was as if a gigantic creature was roaring wildly, but by the time Daniel woke up, the sound didn’t seemed to be that natural anymore. It was now something out of some horrible machine, causing an uproar that made the window shake and the body of their deceased companion fall from the bed. Daniel was close to the window when all the glasses broke and they got stuck on his face, making him bleed and scream to his death.

 It was him who woke up the others from their deep sleep. Caroline screamed when she saw Daniel bleeding on the floor. She had been close to the same faith but luckily she had leaned back in her sleep. Richard took her by the hand and raised Mark from the floor. He kicked the door open and started running, with the other two by his side. The forest was not in darkness anymore. It was now bright because of some very powerful lights that seemed to flood everything on sight.

 They ran away from the light as fast as they could but the snow was very difficult to go through. After a while, they grew tired and the lights finally disappeared, leaving in the air a scent that reminded them of their worst fears, of every single thing they hated.


 When they stopped, the light turned on again, more powerful than ever. They didn’t get to know if that was a weapon or some other kind of technology. The last thing they knew was that their fate was sealed and that they had not been in their very own world for a long time.

miércoles, 14 de junio de 2017

El castillo en la colina

   El camino hacia el castillo había sido despejado hacía varias horas por cuerpos móviles de la armada, que habían continuado marchando hacia la batalla. A lo lejos, se oían los atronadores sonidos de las baterías antiaéreas móviles y de los tanques que, hacía solo unas horas, habían destruido la poca resistencia del enemigo en la base de la colina. El pequeño grupo de científicos y expertos de varias disciplinas que venían detrás de los equipos armados, tomaron la ruta que se encaminaba al castillo.

 En el camino no vieron más que los restos de algunos puestos que debían haber estados ocupados por soldados del bando opuesto. En cambio, las ametralladoras y demás implementos bélicos habían sido dejados a su suerte. Era una buena cosa que decidieran entrar al castillo junto a algunos de los hombres armados que los habían acompañado hasta allí. Parecía que el enemigo se estaba ocultando dentro del castillo y no en el camino que conducía hacia él.

 Los historiadores, expertos en arte y demás estuvieron de acuerdo en que no se podía bombardear el castillo. No se le podía atacar de ninguna manera, pues se corría el riesgo de que al hacerlo se destruyera mucho más que solo algunos muros de piedra que habían resistido ochocientos años antes de que ellos llegaran. No se podía destruir para retomar, eso era barbárico. Así que lo mejor que podían hacer era despejar el camino y ahí mirar si el enemigo seguía guardando el lugar o no.

 El camino que subía la montaña tendría un kilometro de extensión, tal vez un poco más. La enorme estructura estaba situada en la parte más alta de la colina, que a su vez tenía una vista envidiable hacia los campos de batalla más allá, hacia el río. Era allí donde la verdadera guerra se haría, pues el enemigo sabía bien que no podía resistir en las montañas o en terrenos difíciles de manejar. El sonido de las explosiones era ya un telón de fondo para los hombres que se acercaban a la entrada principal de la estructura.

 El castillo, según los registros históricos, había sido construido a partir del año mil doscientos para defender la pequeña cordillera formada por una hilera de colina de elevaciones variables, de la invasión de los pueblos que vivían, precisamente, más allá del río. Era extraño, pero los enemigos en ese entonces eran básicamente los mismos, aunque con ciertas diferencias que hacían que se les llamara de otra manera. Cuando llegaron a la puerta, vieron que el puente levadizo estaba cerrado, lo que quería decir que era casi seguro que había personas esperándolos adentro.

 Dos de los soldados que venían con ellos decidieron usar unas cuerdas con sendos ganchos en la punta. Los lanzaron con precisión hacia la parte más alta del muro y allí se quedaron enganchados y seguros. Con una habilidad sorprendente, los dos soldados se columpiaron sobre el foso (de algunos metros de ancho) y al tocar sus pies el grueso muro empezaron a subir por el muro como si fueran hormigas. Verlos fue increíble pero duró poco pues llegaron a la cima en poco tiempo.

 Adentro, los hombres desenfundaron sus armas y empezaron a caminar despacio hacia el nivel inferior. Lo primero que tenían que hacer era abrir el paso para que los demás pudiesen entrar y así tener la superioridad numérica necesaria para vencer a un eventual enemigo, eso sí de verdad había gente en el castillo. El problema fue que ninguno de los soldados conocía el castillo ni había visto plano alguno de la estructura. Así que cuando vieron una bifurcación en el camino, prefirieron separarse.

 Uno de los dos llegó a la parte del puente en algunos minutos y fue capaz de accionar la vieja palanca para que el puente bajara. Despacio, los expertos, sus equipos y los demás soldados pudieron pasar lentamente sobre el grueso pontón de madera que había bajado para salvar el paso sobre el foso. Sin embargo, el otro soldado todavía no aparecía. El que había bajado el puente explicó que se habían separado y que no debía demorar en aparecer puesto que él había llegado a la entrada tan deprisa.

 Sin embargo, algo les heló la sangre y los hizo quedarse en el lugar donde estaban. Un grito ensordecedor, potenciado por los muros y pasillos del castillo, se escuchó con fuerza en el patio central, donde todos acababan de entrar. El grito no podía ser de nadie más sino del soldado que había tomado un camino diferente. Pero fue la manera de gritar lo preocupante pues el aire mismo parecía haber sido cortado en dos por la potencia del sonido. Incluso cuando terminó, pareció seguir en sus cuerpos.

 Los soldados se armaron de valor. Sacaron armas y prosiguieron por la escalera que había utilizado el que les había abierto. Los llevó hacia la bifurcación y tomaron el camino que debía haber seguido el soldado perdido. Caminaron por un pasillo interminable y muy húmedo hasta que por fin dio un giro y entonces vieron una habitación enorme pero mal iluminada. Esto era muy extraño puesto que a un costado había una hilera de hermosas ventanas que daban una increíble vista hacia los campos y, más allá, el río de donde venían atronadores sonidos.

 De repente, se escuchó el ruido de algo que arrastran. Mientras la mayoría de los soldados, que eran unos quince, miraban el ventanal opaco, ocurrió que el que les había bajado el puente ya no estaba. Había guardado la retaguardia pero ahora ya no estaba con ellos sino que simplemente se había desvanecido. El lugar era un poco oscuro así que uno de los hombres sacó una linterna de baterías y la apunto al lugar de donde venían. El pobre soldado soltó un grito que casi le hace soltar la linterna.

 En el suelo, había un rastro de sangre espesa y oscura. Pero eso no era lo peor: en el muro, más precisamente donde había un giro que daba a la bifurcación, había manchas con formas de manos, hechas con la misma sangre que había en el suelo. Lo más seguro, como pensaron todos casi al mismo tiempo, era que el soldado que los había encaminado a ese lugar ahora estaba muerto. El enemigo sin duda estaba en el lugar, de eso ya no había duda. Lo raro era que no los hubiesen escuchado.

 Uno de los soldados revisaba la sangre en el suelo, tomando prestada la linterna de su compañero. Con algo de miedo, dirigió el haz de luz sobre su cabeza y luego al techo del pasillo que había recorrido. No había nada pero algo que le había hecho sentir que, lo que sea que estaban buscando ahora, estaba en el techo. Una sensación muy rara le recorrió el cuerpo, haciéndolo sentir con nauseas. Su malestar fue interrumpido por algunos gritos. Pero no como él de antes.

 Tuvieron que volver casi corriendo al patio inferior, pues los gritos eran de alerta, de parte de los científicos y demás hombres que se habían quedado abajo. El líder de los soldados bajó como un relámpago, algo enfurecido por lo que estaba pasando, al fin y al cabo tenía dos hombres menos en su equipo y no tenía muchas ganas de ponerse a jugar al arqueólogo ni nada por el estilo. Cuando llegó al patio estaba listo para reprenderlos a todos pero las caras que vio le dijeron que algo estaba mal.


 Uno de los hombres mayores, un historiador, le indicó el camino a un gran salón que tenía puerta sobre el patio central. Los hombres habían logrado abrir el gran portón pero lo habían cerrado casi al instante. El líder de los soldados preguntó la razón. La respuesta fue que el hombre mayor ordenó abrir de nuevo. Del salón, salió un hedor de los mil demonios, que hizo que todos se taparan la cara. La luz de la tarde los ayudó entonces a apreciar la cruda escena que tenían delante: unos treinta cuerpos estaban un poco por todas partes, mutilados y en las posiciones más horribles. Sus uniformes eran los que usaba el enemigo. De repente estuvo claro, que algo más vivía en el castillo.

viernes, 3 de febrero de 2017

Wild Space

   Above them, the various pieces that made up the space station had caught on fire and were falling at high speed to the ocean in front of the islands. It had been a miracle that the planet had a archipelago in the right place, or their pod would have landed in the middle of the water and they would now be dead. As the biggest pieces collided with the surface of the water, the five survivors of the station looked at the water in horror, as an enormous creature roared, visibly enrage by the fallen projectiles.

 There, above the ground and the sky, their life had been ideal but not perfect. They had everything they could ask for, such as running water, food, information, communications and so on. The program they were involved in was only about civilians in space, so none of them were actual astronauts or scientists. They were all normal people, in the sense that they only had the basic knowledge of how to survive in space. And now, survival skills were the most needed.

 The group started walking downhill, as their pod had crashed against the highest part of a mountain that seemed to be made of something sand-like. Shock wouldn’t have let them move but they noticed the ground shaking below them and the monster in the water became a second problem. In front of the team, Richard was leading them towards the beach, where he thought they could be safer. No one really said anything, they just followed and tried to hear everything around them.

 Richard had been a boy scout as a kid. He had camped in various national parks back home and he had enjoyed it thoroughly except for a traumatic experience that made him retire from the scouts. Their parents never demanded to know why and he concluded it was better like that. Now he was walking under a blazing sun, with four other people he barely knew, even after living together in a space station for a year. That, somehow, had not been enough time to get to know one another.

 When they arrive to the beach, the first to sit down was the only other man, a man called Sebastian. Despite the English sounding name, he was actually Swedish and spoke with a very thick accent. Sebastian was older than Richard and he had been a magazine editor back home. He had become a part of the team as they all had: paying a big sum and basically winning a lottery. He wanted to get out of the Earth fast, as his wife had died only a few years after getting married. He felt so heartbroken that he decided to leave on an impulse and now there he was.

 The three women were called Maria, Kim and Victoria. Maria had only win the lottery. She had won the only seat in the station that was up for grabs without the need to pay anything. She was a janitor back on Earth and had decided to join in order to get away from her family, who she secretly hated. Kim was a famous supermodel, tired of being in the spotlight and Victoria was an architect from Angola, named after the queen that had conquered the African continent.

 The three of them seemed tired but none sat down on the ground. They instead watched the ocean, looking for the creature. At some point, it had disappeared, along with the wreckage from the station. Richard was still trying to understand what had happened but it had all been so fast… They were all sleeping and the alarm started beeping: apparently the ship’s hyper drive had ignited by itself and they were now ramming against a planet. With only minutes to decide, they jumped on the pod and saved their lives.

 As they had no idea how that world worked, they agreed that the best thing was to walk along the edge of the ocean and look for something to eat. Then, they would try to find some sort of cave or safe place to rest. After those two things had been achieved, they could be thinking about the future, if that was a possibility. They walked in silence, watching the strange bushes growing by the beach, hearing the strange squishing sound coming from the greenish water of the ocean.

 Not of them wanted to talk too much. After all, there were originally six people in the space station. A man called Bruno had not come to the pod after hearing the alarm. They never knew what he was doing, if maybe he had been the one to make the hyper drive work. In any case, he was now dead, spread across the skies as the station fell to the ocean. He was a strange man, always hiding something from the rest of them. He seemed much more tormented than all of them put together.

 They stopped when they noticed a small stream coming from inside the island. The water was also green. Kim walked closer but Richard warned her that it might be poisonous or have chemical compounds too different for the human body to process them. But Kim didn’t want to drink the water but to observe it. It behave differently, not like a normal liquid but like some sort of creature. The woman got up fast, shaking. She then looked at the ocean and said what she was thinking aloud: what if the water in that planet was actually alive, moving slowly on its sides?

 As she said that, tentacles branched out of the ocean and launched themselves at the group. Richard and Kim ran first. Maria followed them closely, as did Victoria but Sebastian was way to slow and he got grabbed by the ankles. What happened next made Maria scream and Kim almost faint. Victoria vomited right there, just a few meters away from the water, as they saw the most disgusting spectacle that they had never seen. The universe was a place to be afraid of.

 The water, or whatever it was, had absorbed Sebastian’s body through those tentacles. It was like watching a kid drink out of those juices that come in a bag, only that this bag had been alive just moments prior. He didn’t even had the chance to scream or anything like that. The man just died, obviously, his empty body dumped carried by the tentacles towards the ocean. Apparently, the tentacles fed the creature that had been disturbed by the fallen debris. It appeared again, eating their companion.

 Victoria was trembling wildly and Kim had to be helped by Richard, as her legs didn’t properly work. It was Maria who, her face white of the horror, suggested they looked the opposite shore. They had to verify if water was like that all around. It could be the decisive point between remaining alive in that planet or dying without any possibility. So they walked, in silence, still shaking and wanting to scream. But hey feared potential creature in the bushes, so they kept to themselves.

 The opposite shore was only an hour away, cutting through the island. When they saw it from afar, they noticed right away it was a different kind of ocean. When they got closer, they realized it was normal water, the one they knew from back home. Deciding it couldn’t get more dangerous than a stomachache, they decided to drink some. It wasn’t salted, as ocean water on Earth, rather on the sweet side. They each drank a bit and then sat down on the beach, to rest their trembling bodies.

 It was Victoria who started crying first, then it was Maria and then everyone was crying. In a weird way, that united them more than anything before. They hadn’t really been friends or anything back in the station, just travelling mates,. Now, things had to be a little different.


 They were drying their tears with their hands when a loud noise was heard above them. They looked up in horror to discover an enormous ship just passing above them. It was obviously not man made. It had all sorts of inhuman features. And it hadn’t noticed them… yet.