Había caminado por una hora, más o menos,
internándome cada vez más en el bosque, hasta que por fin llegué al punto que
el guía me había comentado. Un camino más pequeño y con una pequeña señal ya
casi totalmente cubierta por plantas indicaba la presencia de esta vía de
acceso. Solo tuve que caminar por algunos minutos más hasta que pude ver las
aguas termales. No eran las más conocidas pero decían que mucha gente venía a
estas también. Pero no estábamos en vacaciones y precisamente por eso había
escogido venir ahora. No había nadie allí así que me dirigí a la zona más
alejada de la entrada a este claro del bosque y me senté a un lado del agua con
barro que burbujeaba lentamente.
Hacía unos meses, había tenido un accidente
grave. Había estado montando caballo y por razones que n ovale la pena contar
ahora, el caballo se asustó y me tiró al piso. Caí y sentí una corriente
eléctrica por todo el cuerpo. Me desmayé y desperté unos dos días después en el
hospital. Lo primero que hicieron cuando me desperté fue asegurarme de que no
había perdido la movilidad de las piernas pero que sí tendría que hacer terapia
porque mi espalda había sufrido una conmoción bastante fuerte al dar contra el
piso. Estaba aliviado pero también fastidiado porque cada movimiento era dolor
y las terapias eran una tortura para mi. Incluso cuando dejé el hospital, era
un karma tener que estar con la enfermera en mi casa, sintiendo dolor casi como
eso fuera lo que yo estaba buscando.
Hice toda la terapia que pude y mejoré
bastante. Ya podía correr e incluso caminar por ese terreno de colinas, para
llegar a un paraje tan desolado en esa época del año. Pero la espalda todavía
dolía y la misma enfermera que me había tratado me había recomendado que fuera
a una de las muchas aguas termales que existían. Se supone que los minerales y
otros componentes ayudan al cuerpo a repararse con mayor eficiencia. Al menos
eso es lo que dicen y la verdad es que yo solo quería estar bien y dejar de
quejarme cuando hacía el mínimo movimiento. Así que averigüe donde estaban las
mejores aguas termales cerca de mí y resultó que eran aquellas del bosque que
la gente visitaba para curarse de varios males.
De pronto era por la hora, después del
almuerzo, pero cuando ya estuve desnudo y a punto de entrar al agua, todavía no
había nadie en la cercanías. En esta agua termales era obligatorio entrar sin
ropa ya que decían que los trajes de baño podían quedarse allí si se caían o si
se rompía la tela o algo por el estilo. Yo de eso no sabía nada pero mejor
hacía lo que me decían. El agua era liquida pero algo turbia por el barrio. Sin
embargo, al tacto, no tenía nada de consistencia de barro. Eso sí, estaba a una
temperatura perfecta, como si la Tierra supiera cual es calor que soporta una
persona promedio. Sin pensarlo mucho más, entré al agua y al poco tiempo estaba
recostado a un lado, cerca de unas rocas, con los ojos cerrados.
Era hermoso. Sentir el agua caliente y en
movimiento por todo mi cuerpo. Además el dolor sí parecía alejarse de mi, como
si se tratase de otra prenda de vestir que tenía que quitarme. Instintivamente
miré hacía mi mochila, donde estaba toda mi ropa. No había posibilidad de que
nadie la cogiera ya que el lugar estaba desierto. Había elegido el mejor
momento para venir y decidí disfrutarlo cerrando los ojos y dejando que el guía
hiciese lo suyo, moviéndome ligeramente. Decidí ponerme a sacar ideas de mi
cabeza, aprovechando el momento de relajación y me encontré a mi mismo creando
un pequeño cuento que desde hace varios meses me rondaba la cabeza. Pero en ese
momento lo vi completo y no lo podía creer.
Abrí los ojos y decidí hundir todo mi cuerpo
en el agua y untarme algo del barro en la cara y el cuello. Debía ser bueno
para la salud. Así que me hice una mascarilla del cuello para arriba y volví a
mi posición anterior, cerrando los ojos. Pero no los tuve mucho tiempo así
porque una voz interrumpió mis pensamientos. Era otro hombre, como de mi edad,
que entraba a la misma termal. En ese momento me sentí un poco enojado ya que
había otras en donde meterse y no había razón para sentarse allí conmigo. Pero
no dije nada y simplemente cerré los ojos de nuevo, de pronto eso lo dejaría
callado. Pero no fue así. Me saludó y me dijo su nombre entero.
Al comienzo no
respondí, pero entonces mi cerebro procesó lo que el tipo había dicho y casi me
resbalo en el fondo lleno de barro cuando caí en cuenta de quién tenía en
frente. Abrí los ojos y lo vi, igual que yo, con los ojos cerrados y el cuerpo
relajado. Por alguna razón había cosas diferentes respecto a él pero tenía que
ser la misma persona. Aunque de pronto no era quién yo creía que era. Al fin y
al cabo que hay muchas personas con el mismo nombre. Decidí que estaba
equivocado y simplemente volví a mi posición anterior, tratando de recordar
donde en mi historia fantástica me había quedado. Pero el hombre hizo un
comentario del agua y eso me sacó de mis pensamientos. Le respondí que “sí”,
aunque no tenía idea de lo que me había preguntado.
Aparentemente la
respuesta no había sido la correcta. Lo sentí incorporarse y se disculpó
conmigo, diciendo que no había caído en cuenta que no era un lugar para hablar,
y menos cuando se venía a pasar un tiempo relajante. Yo le dije que no se
preocupara pero él siguió, diciendo que la verdad era que no hablaba mucho con nadie
desde que había empezado a tener dolores de espalda agudos. Muchos creían que
se los merecía y él mismo dijo que lo más probable es que eso fuese cierto
porque él siempre había sido una rata. Por alguna razón, la palabra me llamó la
atención y abrí los ojos. De nuevo, me resbalé y casi trago agua.
Cuando tenía unos diez años, no era el niño
más simpático del mundo. Al menos no con otros niños. En casa todo era
perfecto, tenía unos padres amorosos y hermanos con los que jugar pero en el
colegio las cosas nunca habían ido peor. Hacía poco me había cambiado de
colegio y en el nuevo, que era más grande, me sentía más pequeño que nunca. Y
al parecer eso se notaba porque los demás me miraban como un bicho raro. Me
sentía horrible, como si hubiese hecho algo malo y era algo que aumentaba cada
vez que me ignoraban o claramente no querían estar en mi presencia. Fueron años
horribles, momentos en los que decían cosas a mis espaldas y otras en mi cara.
Había un chico que era especialmente desagradable y no podía creer que ahora lo
tenía en frente.
Sí, el extraño
parlanchín de las aguas termales era él. Claro que había crecido y todo eso
pero sus rasgos eran los mismos. Incluso su cabello casi plateado seguía igual
y sus labios delgados que parecían los de un personaje malévolo de alguna serie
infantil. Que yo abriera los ojos lo hizo hablar más e incluso quiso
estrecharme la mano pero yo no hice nada. No podía moverme de la impresión y lo
que menos me interesaba era ofenderlo o no. Era una de las personas que en mi
vida me había hecho sentir más miserable y ahora me hablaba como si nada, como
si nada nunca hubiese pasado. Y entonces vi mi mano y recordé la mascarilla de
barro, que al parecer me estaba protegiendo del pasado.
El tipo había dicho la verdad cuando me dijo
que hablaba con nadie porque habló conmigo como un loro. La verdad es que yo
prácticamente no decía nada. Era él el que parloteaba a una velocidad increíble
y yo solo pensaba en aquellas palabras odiosas que me había dicho alguna vez.
Otra parte del cerebro me decía que él era solo un niño en ese momento y no
sabía lo que decía. Pero mi rabia, mi dolor, no podían ser detenido por
semejante argumento tan idiota. Lo observé hablando y hablando y entonces pensé
que era un regalo más de la naturaleza, traérmelo enfrente, en bandeja de
plata. Era mí momento esta vez y lo iba a aprovechar.
Así que, en mitad de una frase que no estaba
escuchando, me acerqué a él y le pegué con un puño y con todas mis fuerzas en
la cara. El golpe lo noqueó por un momento. Pensé que iba a pelear, a refutar,
a hacer algo. Pero solo se cubrió y empezó a llorar como si tuviera los diez
años que yo tenía cuando me torturó a mi. Me lavé el barro del cuerpo y me le
acerqué, todavía con rabia. Visiblemente le había dañado el tabique y, aunque
no debería, sentía placer de haberlo hecho. Él me miraba con terror pero supe
que no sabía quién era yo. Tan solo le dije que eso era por años de tortura y
porque necesitaba sacar el odio que había sentido por él por tanto tiempo. Casi
podía ver su cerebro funcionar pero no me importó.
Salí del agua rápidamente y saqué de mi
mochila la ropa. No me importó estar mojado. Solo me puse unas sandalias y
empecé a caminar hacia la salida. Pero entonces alguien me cogió de un brazo y
me di cuenta que era él. Me soltó apenas lo miré con odio y me dijo, sangrando
de la nariz, que lo merecía. Que había venido a lavar sus errores pero sabía
que nada los quitaría para siempre pero que necesitaba perdón. Yo no sabía que
decir, también porque él estaba desnudo diciéndome todo eso. Pero entonces le
sonreí y él sonrió y le dije que podía pedirle disculpas a su puta madre. Casi
corrí a la salida y por poco me pierdo en el bosque pero cuando llegué a mi
auto me sentía mejor, como si me hubiese quitado un edificio de encima.