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miércoles, 18 de abril de 2018

Una semana en el volcán


   La pareja empezó a bajar la ladera, caminando con mucho cuidado para no resbalar sobre las piedras lisas y planas, esparcidas por todo el costado de la montaña. Escalarla había sido un asunto de varias horas, tantas que el sol ya había empezado su descenso y ellos habían su viaje con la primera luz del día. En un punto, tuvieron que tomarse de la mano para bajar, pues la pendiente se ponía cada vez más inclinada y era casi imposible dar un paso sin sentir que todo el suelo debajo iba a ceder.

Sus miradas iban del suelo, a sus manos unidas, a los ojos del otro. Se sonrieron el uno al otro para dar una sensación de seguridad, pero no sirvió de nada puesto que ambos estaban cubiertos  casi completamente por ropa para combatir el frío de la montaña. A pesar de no estar cubierta por nieve, la zona era barrida constantemente por vientos potentes y muy fríos provenientes de montañas aún más altas. Paso a paso, fueron bajando la pendiente hasta llegar a lo que podría denominarse una planicie.

 Fue entonces que la verdadera naturaleza de la montaña les fue revelada: no era una elevación común y corriente. Estaban ahora en lo que había sido el cráter de un volcán ahora extinto. Era evidente que la ladera por la que habían bajado con cuidado había sido alguna vez parte del muro interior del cráter. El suelo era negro, con parches grandes de vegetación. Incluso había algunos árboles creciendo en la parte central, justo al lado de una pequeña casita que alguien había construido allí hacía años.

 Ellos sabían esto último porque el dueño mismo les había dado las llaves del lugar, solo que había obviado decirles todos los detalles del lugar. Había sido el regalo de bodas que les había dado, algo así como una aventura en la que los dos podrían vivir una luna de miel agradable en un lugar remoto, cercano a un parque nacional pero curiosamente fuera de la jurisdicción del Estado. Caminaron despacio el último tramo de su largo viaje y se quitaron las gruesas bufandas al llegar a la puerta.

 Ahora sí pudieron sonreírse correctamente. Se dieron un beso antes de que uno de ellos sacara la llave del bolsillo y abriera la puerta. Justo en ese momento una ráfaga de viento los empujó hacia adentro y cerró la puerta tras ellos con un ruido seco. Quedaron tendido en el suelo, más cansados que nunca puesto que las mochilas que llevaban eran muy pesadas y caerse al suelo con ellas era garantía de no volver a ponerse de pie en un buen rato. Se ayudaron mutuamente y se pusieron de pie, mientras afuera el viento aullaba como una bestia herida.

 Habiendo dejado las mochilas en el suelo, la pareja empezó a investigar la pequeña cabaña. No era grande y solo tenía dos habitaciones: la parte más amplia era donde estaba todo lo que necesitaban como la cocina, la cama, un sofá grande y un armario que parecía hecho de madera vasta. El otro cuarto, mucho más pequeño, era el baño. El agua para todo funcionaba con lo que se recolectara afuera en un tanque con las lluvias, que al parecer eran muy frecuentes en la zona.

 Habiendo verificado que todo estaba bien, que no había comida en descomposición o lugares por donde se pudiese colar el frío, se pusieron ambos a la tarea de sacar lo que tenían en las mochilas y ordenarlo lo mejor posible en el armario. Mientras lo hacían, compartieron anécdotas del viaje, cada uno habiendo visto cosas distintas a pesar de haber estado separados por menos de un metro. Cada persona vez el mundo de una manera distinta y siempre es interesante saber los detalles.

 Entonces el viento empezó a aullar de nuevo, esta vez todavía con más fuerza. Era tanto el escandalo que dificultaba una conversación común y corriente, por lo que dejaron de hablar y terminaron de organizarlo todo en silencio. Iban a quedarse una semana pero la cantidad de ropa no era tanta pues no planeaban bañarse mucho en esos días, a menos que encontraran una manera de calentar el agua. El viento frío del exterior combinado con un baño de agua fría con agua de lluvia no podía ser una combinación ganadora.

 La primera noche se quedaron en la cama todo el rato, muy cerca el uno del otro, leyendo o jugando algún videojuego de bolsillo. Tenían un cargador especial para sus aparatos que dependía de luz solar, cosa que no había mucho en la montaña por culpa de las nubes casi permanentes, pero igual era muy útil tener como cargar un celular si lo llegaban a necesitar. Se quedaron dormidos pronto a causa del cansancio. A pesar de los bramidos del viento, no abrieron los ojos sino hasta tarde la mañana siguiente.

 El primer día allí arriba fue de exploración del cráter y sus laderas. Tomaron fotos por todas partes, divisaron lo que se podía ver desde todos los lados del cráter del volcán extinto y dieron cuenta de algo que su amigo había olvidado decir pero ellos estaban seguros que conocía muy bien: por el costado opuesto al que había llegado existía un camino que bajaba en curvas por la ladera hacia un sector de bosque espeso.  De allí surgía un penacho de vapor bastante curiosos que se propusieron investigar durante su segundo día de estadía. Eso sí, no llevarían mochilas.

 Ese segundo día se abrigaron bien y bajaron por el camino sin problemas. El viento soplaba pero no era tan potente como por las noches. Además, el camino era mucho más fácil de transitar que la zona por la que habían llegado al cráter, donde cada paso parecía ser de un riesgo tremendo. Disfrutaron de la vista desde allí, viendo como las nubes empezaban a moverse para dar paso a una panorámica sorprendente del enorme bosque que había apenas a unos veinte minutos de caminata desde la cabaña.

 Cuando llegaron al linde del bosque, tuvieron que taparse la nariz pues había un olor bastante fuerte al que se fueron acostumbrando a medida que caminaban, adentrándose en el lugar. Lo que olía así era la fuente del penacho de vapor que habían podido ver la noche anterior. Se trataba de varios pozos situados entre un montón de árboles en los que agua turbulenta burbujeaba gracias a la actividad debajo de sus pies. El volcán no estaba tan dormido como ellos habían pensado.

 ¡Su amigo los había enviado a dormir a un volcán que podía explotar en cualquier momento! O al menos eso parecía.  No, era imposible que él hubiese hecho eso y que semejante lugar quedar por fuera de un parque nacional si tenía ese nivel de importancia. Tal vez la montaña sí estaba dormida pero no toda la región. El caso es que decidieron no pensar demasiado en ello y solo disfrutar del día. Ambos se quitaron la ropa  y se metieron a la piscina que sintieron con el agua más apropiada para sus adoloridos cuerpos.

 Allí se quedaron varias horas, hasta que el hambre empezó a molestarlos. Pero eso no hizo que se alejaran de allí. Se sentaron sobre una toalla al lado del pozo de aguas térmicas e hicieron allí un picnic: comieron sándwiches que habían traído y bebieron malta fría. Cuando terminaron, hicieron el amor sobre la toalla, con sus cuerpos expuestos al frío de la montaña y al viento que nunca amainaba. Cuando terminaron, se metieron un rato más a las termales hasta que decidieron que era ya muy tarde y no querían volver de noche.

 Los días siguientes fueron igual de entretenidos. Exploraron más del bosque, tomando fotos de los animales que los acompañaban en su viaje y pescando en un pequeño riachuelo que encontraron caminando aún más lejos. Todo era silencioso pero privado y natural.

 Además, su relación se hizo más fuerte que nunca. Se comportaban como la pareja casada que eran pero también como novios y como amigos y siempre como amantes. Todo momento era apropiado para un abrazo o un beso. La naturaleza no juzgaba y por eso se sentían en el mismísimo paraíso.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Delicias

   Cuando sumergí los pies en el pies, sentí un alivio inmenso, como si me quitaran el peso que llevaba encima y muchos más. Me quité la mochila de la espalda y la dejé a un lado. Después me subí los pantalones hasta las rodillas y sumergí lo que más pude de mis piernas sin mojarme. El agua estaba perfecta, más que tibia pero apropiada para el frío tan horrible que hacía en semejante monte tan remoto, que parecía alejado del mundo pero, de hecho, no podía estar más cerca.

 Cerré los ojos por algunos minutos y, cuando me di cuenta, ya estaban llegando más personas a las termales. Yo era el único “loco” que tenía la ropa puesta: los demás ya venían con trajes de baño y se comportaban como si la saliva no se les estuviera congelando en la boca como a mi. De todas maneras no me moví ni un milímetro. Me quedé justo donde estaba pues no había poder humano que pudiera calmarme tanto como esas aguas que emanaban de la Tierra. No tenía idea de la etiqueta adecuada para ingresar al sitio pero si estaba incumpliendo alguna regla, ya se vería.

-       Que venga alguien y me saque. - pensé desafiante.

Pero no iba a venir nadie pues el sitio era abierto y la gente podía entrar cuando quisiera. De hecho, alrededor de las termales lo que había era monte: tierra y árboles por doquier, con bichos y animales pequeños incluidos. Las ardillas ya habían olido mi pequeño almuerzo y al parecer estaban interesadas pero no demasiado como para acercarse. Moví los dedos cuando vi una, como tratando de atraerla, pero fracasé pues se dio la vuelta y volvió a su árbol.


martes, 14 de julio de 2015

Encuentro inesperado

   Había caminado por una hora, más o menos, internándome cada vez más en el bosque, hasta que por fin llegué al punto que el guía me había comentado. Un camino más pequeño y con una pequeña señal ya casi totalmente cubierta por plantas indicaba la presencia de esta vía de acceso. Solo tuve que caminar por algunos minutos más hasta que pude ver las aguas termales. No eran las más conocidas pero decían que mucha gente venía a estas también. Pero no estábamos en vacaciones y precisamente por eso había escogido venir ahora. No había nadie allí así que me dirigí a la zona más alejada de la entrada a este claro del bosque y me senté a un lado del agua con barro que burbujeaba lentamente.

 Hacía unos meses, había tenido un accidente grave. Había estado montando caballo y por razones que n ovale la pena contar ahora, el caballo se asustó y me tiró al piso. Caí y sentí una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Me desmayé y desperté unos dos días después en el hospital. Lo primero que hicieron cuando me desperté fue asegurarme de que no había perdido la movilidad de las piernas pero que sí tendría que hacer terapia porque mi espalda había sufrido una conmoción bastante fuerte al dar contra el piso. Estaba aliviado pero también fastidiado porque cada movimiento era dolor y las terapias eran una tortura para mi. Incluso cuando dejé el hospital, era un karma tener que estar con la enfermera en mi casa, sintiendo dolor casi como eso fuera lo que yo estaba buscando.

 Hice toda la terapia que pude y mejoré bastante. Ya podía correr e incluso caminar por ese terreno de colinas, para llegar a un paraje tan desolado en esa época del año. Pero la espalda todavía dolía y la misma enfermera que me había tratado me había recomendado que fuera a una de las muchas aguas termales que existían. Se supone que los minerales y otros componentes ayudan al cuerpo a repararse con mayor eficiencia. Al menos eso es lo que dicen y la verdad es que yo solo quería estar bien y dejar de quejarme cuando hacía el mínimo movimiento. Así que averigüe donde estaban las mejores aguas termales cerca de mí y resultó que eran aquellas del bosque que la gente visitaba para curarse de varios males.

 De pronto era por la hora, después del almuerzo, pero cuando ya estuve desnudo y a punto de entrar al agua, todavía no había nadie en la cercanías. En esta agua termales era obligatorio entrar sin ropa ya que decían que los trajes de baño podían quedarse allí si se caían o si se rompía la tela o algo por el estilo. Yo de eso no sabía nada pero mejor hacía lo que me decían. El agua era liquida pero algo turbia por el barrio. Sin embargo, al tacto, no tenía nada de consistencia de barro. Eso sí, estaba a una temperatura perfecta, como si la Tierra supiera cual es calor que soporta una persona promedio. Sin pensarlo mucho más, entré al agua y al poco tiempo estaba recostado a un lado, cerca de unas rocas, con los ojos cerrados.

 Era hermoso. Sentir el agua caliente y en movimiento por todo mi cuerpo. Además el dolor sí parecía alejarse de mi, como si se tratase de otra prenda de vestir que tenía que quitarme. Instintivamente miré hacía mi mochila, donde estaba toda mi ropa. No había posibilidad de que nadie la cogiera ya que el lugar estaba desierto. Había elegido el mejor momento para venir y decidí disfrutarlo cerrando los ojos y dejando que el guía hiciese lo suyo, moviéndome ligeramente. Decidí ponerme a sacar ideas de mi cabeza, aprovechando el momento de relajación y me encontré a mi mismo creando un pequeño cuento que desde hace varios meses me rondaba la cabeza. Pero en ese momento lo vi completo y no lo podía creer.

 Abrí los ojos y decidí hundir todo mi cuerpo en el agua y untarme algo del barro en la cara y el cuello. Debía ser bueno para la salud. Así que me hice una mascarilla del cuello para arriba y volví a mi posición anterior, cerrando los ojos. Pero no los tuve mucho tiempo así porque una voz interrumpió mis pensamientos. Era otro hombre, como de mi edad, que entraba a la misma termal. En ese momento me sentí un poco enojado ya que había otras en donde meterse y no había razón para sentarse allí conmigo. Pero no dije nada y simplemente cerré los ojos de nuevo, de pronto eso lo dejaría callado. Pero no fue así. Me saludó y me dijo su nombre entero.

Al comienzo no respondí, pero entonces mi cerebro procesó lo que el tipo había dicho y casi me resbalo en el fondo lleno de barro cuando caí en cuenta de quién tenía en frente. Abrí los ojos y lo vi, igual que yo, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Por alguna razón había cosas diferentes respecto a él pero tenía que ser la misma persona. Aunque de pronto no era quién yo creía que era. Al fin y al cabo que hay muchas personas con el mismo nombre. Decidí que estaba equivocado y simplemente volví a mi posición anterior, tratando de recordar donde en mi historia fantástica me había quedado. Pero el hombre hizo un comentario del agua y eso me sacó de mis pensamientos. Le respondí que “sí”, aunque no tenía idea de lo que me había preguntado.

Aparentemente la respuesta no había sido la correcta. Lo sentí incorporarse y se disculpó conmigo, diciendo que no había caído en cuenta que no era un lugar para hablar, y menos cuando se venía a pasar un tiempo relajante. Yo le dije que no se preocupara pero él siguió, diciendo que la verdad era que no hablaba mucho con nadie desde que había empezado a tener dolores de espalda agudos. Muchos creían que se los merecía y él mismo dijo que lo más probable es que eso fuese cierto porque él siempre había sido una rata. Por alguna razón, la palabra me llamó la atención y abrí los ojos. De nuevo, me resbalé y casi trago agua.

 Cuando tenía unos diez años, no era el niño más simpático del mundo. Al menos no con otros niños. En casa todo era perfecto, tenía unos padres amorosos y hermanos con los que jugar pero en el colegio las cosas nunca habían ido peor. Hacía poco me había cambiado de colegio y en el nuevo, que era más grande, me sentía más pequeño que nunca. Y al parecer eso se notaba porque los demás me miraban como un bicho raro. Me sentía horrible, como si hubiese hecho algo malo y era algo que aumentaba cada vez que me ignoraban o claramente no querían estar en mi presencia. Fueron años horribles, momentos en los que decían cosas a mis espaldas y otras en mi cara. Había un chico que era especialmente desagradable y no podía creer que ahora lo tenía en frente.

Sí, el extraño parlanchín de las aguas termales era él. Claro que había crecido y todo eso pero sus rasgos eran los mismos. Incluso su cabello casi plateado seguía igual y sus labios delgados que parecían los de un personaje malévolo de alguna serie infantil. Que yo abriera los ojos lo hizo hablar más e incluso quiso estrecharme la mano pero yo no hice nada. No podía moverme de la impresión y lo que menos me interesaba era ofenderlo o no. Era una de las personas que en mi vida me había hecho sentir más miserable y ahora me hablaba como si nada, como si nada nunca hubiese pasado. Y entonces vi mi mano y recordé la mascarilla de barro, que al parecer me estaba protegiendo del pasado.

 El tipo había dicho la verdad cuando me dijo que hablaba con nadie porque habló conmigo como un loro. La verdad es que yo prácticamente no decía nada. Era él el que parloteaba a una velocidad increíble y yo solo pensaba en aquellas palabras odiosas que me había dicho alguna vez. Otra parte del cerebro me decía que él era solo un niño en ese momento y no sabía lo que decía. Pero mi rabia, mi dolor, no podían ser detenido por semejante argumento tan idiota. Lo observé hablando y hablando y entonces pensé que era un regalo más de la naturaleza, traérmelo enfrente, en bandeja de plata. Era mí momento esta vez y lo iba a aprovechar.

 Así que, en mitad de una frase que no estaba escuchando, me acerqué a él y le pegué con un puño y con todas mis fuerzas en la cara. El golpe lo noqueó por un momento. Pensé que iba a pelear, a refutar, a hacer algo. Pero solo se cubrió y empezó a llorar como si tuviera los diez años que yo tenía cuando me torturó a mi. Me lavé el barro del cuerpo y me le acerqué, todavía con rabia. Visiblemente le había dañado el tabique y, aunque no debería, sentía placer de haberlo hecho. Él me miraba con terror pero supe que no sabía quién era yo. Tan solo le dije que eso era por años de tortura y porque necesitaba sacar el odio que había sentido por él por tanto tiempo. Casi podía ver su cerebro funcionar pero no me importó.


 Salí del agua rápidamente y saqué de mi mochila la ropa. No me importó estar mojado. Solo me puse unas sandalias y empecé a caminar hacia la salida. Pero entonces alguien me cogió de un brazo y me di cuenta que era él. Me soltó apenas lo miré con odio y me dijo, sangrando de la nariz, que lo merecía. Que había venido a lavar sus errores pero sabía que nada los quitaría para siempre pero que necesitaba perdón. Yo no sabía que decir, también porque él estaba desnudo diciéndome todo eso. Pero entonces le sonreí y él sonrió y le dije que podía pedirle disculpas a su puta madre. Casi corrí a la salida y por poco me pierdo en el bosque pero cuando llegué a mi auto me sentía mejor, como si me hubiese quitado un edificio de encima.