Las gruesas gotas que lluvia que cayeron esa
tarde fueron suficientes para despertarme. Sin querer, me había quedado dormido
a la mitad de una película. Tenía las arrugas de la sabana marcadas en mi cara
y parecía que ya era bastante tarde, muy tarde para en verdad aprovechar lo que
quedaba del día. Por el cansancio particular que sentía todas las tardes, me
había perdido de nuevo de la mitad del día. Lo que menos me gustaba del caso es
que, en algún punto de la noche, debía obligarme a dormir.
Me puse de pie, cerré el portátil y me acerca
a la ventana más cercana. Afuera no se veía nada. Estaba muy oscuro y solo se
oían los constantes truenos y relámpagos que eran algo muy común de estas
tormentas. Cada cierto tiempo un trueno iluminaba la noche y marca un espacio
por un momento pero después cambiaba de sitio y jamás era lo mismo en toda la
noche.
Caminé en la oscuridad al baño, donde oriné
tratando de despertarme por completo pero me di cuenta que, al menos en parte,
eso no era posible. No porque estuviese cansado ni nada por el estilo sino
porque siempre habían partes y cosas que yo no conocía, pequeñas sorpresas que
mantenían siempre ocupado. Intenté usar agua para despertarme y eso fue lo
único que funcionó, a medias porque al salir del baño patee sin querer el
guarda escobas, lo que me causó un gran dolor.
Caminé a la cocina medio cojeando y allí
busqué algo de comer pero no había casi nada. Lamentablemente, ninguno de mis
clientes me había pagado hasta ahora y sin ese dinero no tenía absolutamente
nada. Tomé lo último de jamón y de queso que tenía, sin la mantequilla que me
encantaba, y me hice un sándwich con un pan duro que encontré en la alacena. Me
dolió la mandíbula después de comer pero definitivamente eso era mejor que
aguantar hambre y yo tenía mucha.
Comí en silencio y a oscuras. No quería
prender la luz porque me había quedado dormido en la oscuridad y sabía que mis
ojos se habían acostumbrado a esa cantidad de luz. Si prendía las luces de la casa, sería
demasiado para mis ojos y dormir de nuevo sería casi imposible. Por eso me
quedé un largo rato en la oscuridad después de comer mi sándwich, pensando
sobre todo y nada.
La verdad, el tema del dinero me tenía
pensativo. Normalmente yo pedía un adelante siempre que hacía trabajos para la
gente pero esta vez el cliente no había podido hacer eso por mi pero no era
suficiente razón para negarle mis servicios. Al fin y al cabo que necesitaba el
trabajo. Y ahora estaba terminado y la persona no aparecía. No era la primera
vez y no sería la última, no con la gente como es.
Decidí volver a mi habitación y tomar la
billetera. No tenía mucho, más bien casi nada allí. Solo algunas monedas, nada
importante. En el cajón en el que guardaba todo, mi caja de seguridad en cierto
modo, tenía un billete que había pasado por alto o, mejor dicho, que había
dejado para emergencias como un accidente o algo por el estilo. Pero ya que no
me había pasado nada en tanto tiempo, decidió arriesgarme. El hambre que tenía
era enorme y prefería vivir ahora y no después, si es que eso tiene razón.
Mi barrio es algo oscuro y las luces de la
calle no son muy brillantes, lo cual es perfecto para mi. Salí con mi viejo
pero confiable paraguas. La tienda a la que iba estaba en la cuadra siguiente.
Tomé una pizza congelada y una lata de mi bebida gaseosa favorita. Además, unas
galletas de chocolate para comer en otro momento, tal vez antes de dormir.
Cuando salí de la tienda estaban cerrando. Era
medianoche. Tenía mucha suerte al vivir en un barrio lleno de fiestas y jóvenes
en el que el comercio abría hasta tarde. Si no hubiera sido por eso no hubiese
podido comer como lo hice después, pasada la una de la madrugada. Caminé
alegremente bajo la lluvia con mi bolsita de provisiones y fue al cruzar la
única calle que tenía que cruzar cuando pasó lo que debía pasarme por vivir
distraído o por estar demasiado contento bajo la lluvia.
Mi pie derecho, por alguna razón, se deslizó
mucho hacia delante. Perdí el equilibrio y caí al suelo, en la mitad de la
calle. El susto grande no fue ese sino ver que un carro se me acercaba y paraba
justo a un metro o menos de donde estaba yo tirado. Me levanté como pude pero
no podía apoyar el pie pues me había hecho daño al apoyarlo mal sobre el piso
mojado. El del coche no salió a ayudarme ni nada por el estilo. Al contrario,
uso el claxon del vehículo para apurarme.
Mojado y con dolor, tiré la sombrilla a un
lado y me puse de pie como pude. El idiota del coche siguió su camino. Quise
darme la vuelta e insultarlo y recordarle a su madre con algún insulto, pero no
se me ocurrió nada en el momento. Estaba muy ocupado cojeando para apoyarme
sobre el muro de un edificio, recogiendo mi bolsa y mi paraguas del piso.
Allí me quedé un rato, sin pensar en nada,
solo en el dolor que sentía. La puerta de mi edificio estaba solo a unos metros
pero no me moví hasta pasado un cuarto de hora. La lluvia me caía encima y se
mezcló con mis lágrimas. Mi caída había causado que algunos sentimientos
guardados de hacía tiempo salieran sin control. Pero los controlé como pude
para poder regresar a mi casa y seguir mi noche.
Apenas entré en la casa, eché la pizza al
horno y la bebida al congelador. Abrí el paquete de galletas y me comí un par,
como para que el sabor dulce me ayudara para superar el tonto suceso que había
acabado de vivir. Me limpie las lagrimas y me senté en el sofá, pensando que
era una tontería pensar en mi soledad solo porque me había caído al piso.
Porque cuando me puse de pie en la calle, pensé que hubiese sido ideal estar
con alguien para que me ayudara y se compadeciera de mi.
Pero eso jamás lo había tenido y, la verdad,
no era algo que hubiese buscado nunca activamente. Por eso llorar por semejante
cosa era tan estúpido. Sin embargo me hizo sentir mal, muy solo y patético.
Tenía que admitir que pensaba que todo sería mejor con una persona a mi lado,
alguien que no me dejara dormir en las tardes, que pudiese abrazar en las
noches, que me acompañara a la tienda y que me ayudara a levantarme del suelo
si me caía en la mitad de la calle.
Había vivido ya muchos años pensando que era
algo que no quería, que mi libertad era más importante que compartir mi vida
con alguien pero ahora me daba cuenta que una cosa no tiene que ver con la
otra. Podía haber optado por un poco de ambos. Hay gente que entiende lo de ser
libre y es capaz de respetar eso en la vida de alguien más. ¿Porqué me había
limitado tanto? ¿Porqué había hecho que las cosas fueran de un color o de otro
en mi vida, cuando no tenía porqué ser así?
El timbre del horno avisando que la pizza ya
estaba lista me sacó de mis pensamientos. La saqué y la puse en un plato. Tomé
la bebida y me senté en mi mesa de cuatro sillas a comer casi en la oscuridad.
Afortunadamente entraba la luz de otros hogares y del tráfico de la calle, lo
que era suficiente para poder cortar la pizza y comer con tranquilidad.
Mientras comía, me daba cuenta que también
había estado solo tanto tiempo porque nadie se había interesado en estar
conmigo. Es cierto que había decidido no tener nada con nadie pero tampoco era
que rechazara a gente todos los días. De hecho, era muy poco común que alguien
me dirigiera un piropo o al menos unas palabras amables, claramente coqueteo.
Eso solo había pasado un par de veces en mi vida y ambas cuando era muy joven.
Creo que la gente ve en mi algo que les
asusta, algo que les dice que no es seguro acercarse. Tal vez solo quieren
estar un rato e irse o ni siquiera acercarse en primer lugar. No sé que es lo
que piensan porque casi siempre siento que no me ven, que soy invisible. Pero no
importa. Habiendo terminado mi pizza y mi bebida, vuelvo a la cama con las
galletas. Gracias al dolor en mi tobillo, me quedo dormido rápidamente.