Cuando la canción terminó, todos en el
recinto aplaudimos. Había sido una de esas viejas canciones, como de los años
veinte, y casi todo el mundo había bailado exactamente igual. Cuando cada uno
volvió a su mesa, hubo risas causadas por los mordaces comentarios de la
presentadora de la noche, la incomparable Miss Saigón. Era de baja estatura y
tenía un maquillaje tan exagerado que era obvio que debajo de todas esas capas
de pintura era una persona totalmente distinta. En todo caso, era uno de las
“drag queens” más entretenidas que yo hubiese visto en mi vida. Para ser
justos, no había conocido muchas.
En la mesa, cada pareja hablaba por su lado de
lo gracioso que había sido el concurso de baile. Ahora elegirían a los
finalistas para hacer otra competencia más. Miss Saigón había amenazado con un
desfile en traje de baño, como en los concursos de belleza. Todo el mundo había
reído con el comentario pero nadie sabía si lo decía en serio. Lo más probable
es que así fuera, pues en ese hotel todo se valía para entretener a los
huéspedes. Y esa noche era una de las más importantes por ser el primer día de
llamado “orgullo”.
Lo siguiente fue un número musical de Miss
Saigón. Se cambió de ropa y de maquillaje e hizo una actuación francamente
excelente. Mientras la miraba, Tomás me puso la mano sobre la pierna y yo se la
cogí, apretando ligeramente. Yo había sido el de la idea de tomar esas
vacaciones. Había encontrado el plan en internet y me había llamado la atención
el hotel, la belleza del entorno y su ubicación y todo lo que tenía que ver con
entretenimiento. Tuve que convencer a Tomás porque él no era de ir a lugares
exclusivos para hombres, no les gustaba mucho el concepto en general. Yo había
sido igual pero ahora que éramos una pareja no me parece mala idea.
Cuando aceptó, me alegré mucho y le prometí
que serían las mejores vacaciones de nuestra vida. Eran nueve días en un
paraíso tropical, con una habitación que se abría al mar como en las películas.
Había sido un poco caro pero eso no importaba pues la idea era tener la mejor
experiencia posible. Además, quería pasar un buen rato con él. Nunca habíamos
viajado solos y creí que el momento era apropiado, cuando ya vivíamos juntos y
todo parecía ser más estable.
Miss Saigón paró de cantar y todos aplaudimos
de nuevo, algunos incluso poniéndose de pie. Ella se inclinó varias veces y
dijo que harían una pausa para que los asistentes pudiésemos disfrutar de la
comida y la bebida. En efecto, habíamos comido poco por el espectáculo así que
fuimos a servirnos del buffet, abarrotado de cosas deliciosas para comer. Tomás
se sirvió casi todo lo que vio pero yo traté de cuidarme, para no arruinar la
noche.
Cuando terminamos de comer, que no fue mucho
después, decidimos recomendar nuestros asientos a la pareja de al lado y nos
fuimos a caminar por el borde de la playa que estaba justo al lado del recinto
donde el espectáculo tenía lugar. Caminando hacia allí, vimos a Miss Saigón con
un nuevo vestido y un plato en la mano. La saludamos y ella a nosotros. Cuando
llegamos cerca del agua, propuse que nos quitáramos la ropa y nadáramos
desnudos. Tomás me miró incrédulo y yo me reí. Me encantaba decir cosas así
porque siempre creía todo lo que yo decía.
Nos tomamos de la mano y hablamos de los
primeros días en el hotel, que habían sido perfectos. El clima era cálido pero
no demasiado, no ese calor pegajoso que da asco. Hacía buena brisa en las
noches. Desde el primer momento nos habíamos divertido, pues era una
experiencia muy distinta a las que cada uno había tenido por su lado. El hotel
era bastante más grande de lo que habíamos pensado y había mucho más para
hacer. Ya habíamos intentado bucear y habíamos ido a la playa principal donde
todos usaban el último diseño en trajes de baño.
Era obvio que muchos iban a que los vieran,
incluso estando con sus parejas. Sin embargo, no todos iban con sus novios o
esposos. Había muchos solteros también. Más de una vez se habían cruzado con
alguno que les guiñaba el ojo o los saludaba mirándolos de arriba abajo y eso
era muy extraño pero sabían como manejarlo si ocurría. Incluso se podía
considerar una de esas particularidades graciosas del sitio, como el hecho de
que no había una sola mujer a la vista. Incluso el personal del hotel, desde el
equipo de limpieza a la gerencia, eran todos hombres.
De la mano por la orilla, dejé las chanclas a
un lado y él hizo lo mismo, para caminar mejor y poder mojarnos los pies. En un
momento, Tomás me dio la vuelta y me tomó como si fuéramos a bailar. Terminamos
en un abrazo estrecho en el que le podía sentir su corazón latir y su
respiración que parecía más agitada de lo usual. No le pregunté nada al
respecto porque pensé que de pronto estaba así por la comida o por el baila de
antes. Mantuvimos el abrazo un buen rato.
Escuchamos la potente voz de Miss Saigón y
supimos que el espectáculo había comenzado de nuevo. Nos separamos y yo miré
hacia el restaurante, para ver si la mayoría de la gente seguía allí. Le
pregunté a Tomás si quería volver pero no me respondió. Cuando voltee a
mirarlo, estaba arrodillado y tenía en una de sus manos una cajita negra con un
anillo adentro. No supe que hacer ni que decir. Tomás empezó a decir muchas
bonitas palabras. Sobre lo mucho que me amaba y me apreciaba. Y también como
quería vivir el resto de sus días conmigo.
No tuve que pensar en qué decir o que hacer
porque mi sorpresa fue interrumpida de pronto. Al comienzo no pensé que fuera
lo que era. Pensé que había sido algo en el sonido del espectáculo. Pero
entonces Tomás se puso de pie y me tomó la mano con fuerza. Entonces escuchamos
más sonidos y el ruido en el restaurante se calló de pronto. Caminamos hacía
allí, para ver si sabían que pasaba pero cuando estábamos a punto de entrar,
escuchamos un grito lejano. Venía del edificio del hotel, que estaba un poco más
allá, pasando las piscinas y los jardines.
Instintivamente, algunos de los huéspedes
caminaron hacia allá para ver que pasaba. Miss Saigón trataba de calmar a la
gente, todavía con el micrófono a la mano. Entonces hubo más ruido y esta vez
estaba claro que se trataba de disparos. Se oyeron muy cerca y hubo más gritos.
La gente en el restaurante se asustó y empezaron todos a correr, a esconderse
en algún lado. Lo malo es que el restaurante quedaba en una pequeña península
artificial, con el mar por alrededor, por lo que no había donde ir muy lejos
para protegerse.
Halé a Tomás hacia la parte trasera del
restaurante. Como estábamos descalzos casi no hicimos ruido. Otros habían
elegido el mismo lugar como escondite. Se seguían escuchando disparos y gritos.
Uno de los huéspedes tenía el celular prendido, tratando de llamar. Pero su
teléfono no parecía servir. Era obvio que era extranjero y de pronto por eso no
salía su llamada. Marcaba frenéticamente y hablaba por lo bajo. Paró en seco
cuando hubo más disparos y se fueron mucho más cerca que antes, incluso
rompiendo uno de los vidrios del recinto.
Más y más disparos y más gritos. Parecían ser
muchos los invasores pues se oía gente gritar por todos lados. Yo no podía
pensar en nada más sino en Tomás. Por eso le apreté la mano y le jalé un poco
para que se diera cuenta de lo que yo quería hacer: nadar. Frente al hotel no
había océano abierto. Era como un canal amplio. Del otro lado había una isla en
la que había más hoteles y lugares turísticos. No estaba precisamente cerca
pero tampoco muy lejos. Se podían ver las luces desde donde nos escondíamos. Al
escuchar gritos cercanos, me hizo caso.
Hicimos mucho ruido al entrar al agua. Nadamos
poco cuando sentimos el ruido de los disparos casi encima. La gente gritaba muy
cerca y los invasores también decían cosas pero yo no podía entender que era.
Nadé lo mejor que pude y lo mismo hizo Tomás. De pronto sentí una luz encima y
empezaron a dispararnos. El pánico se apoderó de mi y por eso aceleré, nadé
como nunca antes, esforzando mi cuerpo al máximo. Después de un rato, dejaron
de disparar.
Las luces del hotel ya estaban cerca y
entonces me detuve y me di cuenta que Tomás estaba más atrás. Fui hacia él y lo
halé como pude hasta la orilla, donde no había nada ni nada, solo una débil luz
roja, como de adorno. Pude ver que Tomás tenía heridas en las piernas y una en
la espalda. Había sangre por todos lados. Le tomé el pulso y me di cuenta que
era muy débil. Entonces grité. Creo que me lastimé la garganta haciéndolo pero
no paré hasta que alguien llegó. Le tomé el pulso de nuevo y no lo sentí.