Las explosiones se sucedieron la una a la
otra. Desde la terraza del apartamento se veían con claridad los focos que se
estaban encendiendo poco a poco a lo largo y ancho de la ciudad. Era casi un
milagro que tuvieran semejante vista del caos que estaba desatándose por todas
partes, pero ciertamente no había sido nada planeado. La fiesta había sido
programada hacía mucho tiempo y todos los asistentes sabían que iban a estar
allí, en una ladera de la montaña, observando la ciudad de noche.
También estaba claro que todos sabían muy bien
del estado de las cosas en el país: después de un periodo breve de estabilidad,
las cosas se habían puesto feas de nuevo. Pero, como siempre en el pasado,
empezaron por ponerse mal en lugares donde no vivía mucha gente. A las personas
de las grandes ciudades poco o nada le importaban las cosas que pasaban allá
lejos, donde no vivían ni compraban, donde no tenían propiedades ni había
actividades que les interesaran.
Las explosiones les recordaron el país en el
que vivían y el momento por el que muchos estaban pasando. Mientras ellos
bebían champaña y hablaban de su última compra, fuera un automóvil ultimo
modelo o un viaje al Caribe, allá abajo la gente sufría. No inmediatamente
abajo, donde estaban los barrios de los ricos y poderosos, barrios con cercas y
patrullas de seguridad por todas partes. No, mucho más allá, donde la tierra
empieza a aplanarse y la gente se mezcla con más facilidad.
Algunos podían jurar que oían los gritos de
las personas cerca de las explosiones. Pero eso era imposible puesto que los
focos que se encendían, enormes hogares hechas de un fuego incontrolable,
estaban muy lejos y debía ser imposible escuchar a nadie desde el lugar en el
que estaban. Alguien entró de repente, un mesero, escuchando una radio que puso
sobre una de las mesas cubiertas con una tela que podría pagar la comida de su
familia por días. Él escuchaba las noticias.
Al parecer, un grupo había surgido de la nada
y reunía a miles de personas que se habían cansado del estado de las cosas. Las
explosiones al parecer no eran ataques contra la población sino contra aquellos
que había amasado fortunas y propiedades, haciendo que todas las riquezas del
país fuesen solo de ellos, unos pocos, y no de todos. Según la mujer que
hablaba por la radio, una enorme turba de estos rebeldes caminaba a esa hora,
casi en silencio y a oscuras, hacia la sede central del gobierno. Al parecer,
la idea era cercar al presidente y a quienes estuvieran por ahí a esa hora.
De pronto hubo otra explosión y esa generó
gritos y un escandalo apabullante. La onda explosiva rompió la vitrina del
salón y tumbó a algunas de las personas al suelo. La bomba había explotado ahí
abajo, ahora sí en los barrios donde muchos de ellos vivían. Y ahora sabían que
estaban escuchando gritos, sabían que lo que sucedía les sucedía a sus
familias, amigos y conocidos. Allí abajo, había un edificio entero en llamas y
había gente vestida completamente de negro marchando por doquier.
Aunque algunos de los asistentes a la fiesta
salieron corriendo del susto, la mayoría supo pensarse mejor las cosas y se
quedaron quietos donde estaban. De hecho, cerraron las puertas del lugar e
hicieron silencio. Estaba claro que los rebeldes estaban buscando gente, tal
vez utilizando las bombas para hacer que la gente saliera de sus casas y ahí
matarlos o quien sabe qué hacerles. Estaba claro que eran unos animales y que
venían por ellos para sacrificarlos por los crímenes que creían haber cometido.
Hay que decir que nadie en ese salón de fiesta
pensaba en si mismo como un criminal. Era cierto que muchos eran dueños de
grandes empresas y consorcios que habían ganado millones a través de contratos
con el gobierno y con empresas de gente del gobierno. Todo era un pequeño
circulo en el que la misma gente siempre se rotaba los negocios y el dinero.
Prácticamente nunca surgía alguien nuevo y si eso sucedía, era porque alguien
lo manejaba o era el hijo desconocido de algún magnate.
Muchos de los asistentes, ahora agazapados en
el suelo e incluso debajo de las mesas, tenían tierras en otras regiones. La
mayoría las tenían produciendo aún más dinero, fuera con plantaciones de alguna
fruta o verdura o con ganado de gran calidad. Nada se perdía en sus manos.
Excepto las mismas tierras que alguna vez habían pertenecido a otros pero que
con la guerra y la sangre se habían ido pasando de mano en mano hasta llegar a
ellos. Y su manera de compensar eran con unos pocos trabajos mal pagados.
Otra explosión sacudió el recinto. Esta vez,
había ocurrido en el edificio en construcción junto a la puerta principal del
club. Vieron como las vigas se incendiaban en poco tiempo y como el cemento y
el hierro se prendían como una antorcha en medio de la noche. Era gracioso como
cuando se fue la luz no pensaron en nada malo y solo lo hicieron cuando la
primera llamarada se encendió allá lejos, como una almena olvidada hace años.
Ahora en cambio estaban asustados, temían por sus vidas. Su poder y riqueza era
obsoleto en ese preciso instante.
Muchos se arrepentían de estar allí. Tantas
fiestas y tantos eventos a los que asistían, solo para que los demás pudiesen
ver lo ricos y poderosos que seguían siendo. Porque incluso entre ellos había
una pelea a muerte por saber quién estaba arriba de todos, quién era el pez más
gordo. Y tenía que ser uno de ellos porque ciertamente no era el presidente ni
ninguno de los profundamente corruptos senadores y representantes que hacían de
todo menos su trabajo. Eran ratas en un barco que se hundía.
Ratas que sabían muy bien como manejarse en
ese barco y como resistir allí hasta el final. Eran ellos los que hacían que el
país diese dos pasos hacia delante, para que las personas en casa pensaran que
las cosas no estaban tan mal como lo decían algunos. Pero luego, sin cámaras ni
tantos bombos y platillos, tomaban decisiones que hacían que todo quedara
exactamente igual, sin ningún cambio. Era como si al país se le aplicara cada
cierto tiempo una delgada capa de maquillaje.
Sin embargo, ahora se necesitaría mucho más
que maquillaje para tapar el hecho de que todo lo que había sido el país iba
rodando cuesta abajo. La corrupción ya no era sostenible puesto que, en los
campos, ya no había nada más que robar. Y el dinero en las ciudades no era
eterno tampoco, aunque podrían estirarlo por décadas si es era la idea. Sin
embargo, los rebeldes cortaron todo ese proceso de un tajo, en un solo día.
Terminaron con un proceso de siglos en segundos.
Rebeldes no es la palabra adecuada pero tal
vez no sea del todo inadecuada. Son rebeldes porque no quisieron seguir con la
norma establecida pero la palabra tiene una connotación tan negativa, que es
casi imposible no pensar en un rebelde como alguien sucio y sin educación que
lo único que quiere es hacer que el mundo sea como él o ella lo piensan, sin
importar el bienestar de todos. Pues bien, eso último no eran ellos. E incluso
si lo hubiesen sido, la verdad era que ya no tenía ninguna importancia.
De repente, un grupo de hombres y mujeres
vestidos de negro entraron en el salón. Tenían armas pero también mochilas que parecían
llenas. Los asistentes a la fiesta pensaban que hasta allí habían llegado sus
vidas, por lo que ofrecieron la nuca en silencio, aceptando su destino.
Pero los llamados rebeldes no los mataron. Los
encadenaron con unas esposas plásticas bastante seguras. Los hicieron salir de
allí y seguirlos en caravana. Todos iban a ir a la plaza fundacional de la
ciudad. En ese lugar moriría la antigua república. Tal vez habría un
nacimiento. Tal vez…