El dolor de espalda no cambió de un día para
otro. Cuando hice ejercicio por la mañana, de nuevo sentí como si algo
estuviese a punto de romperse en mi cintura. Forcé un poco el cuerpo pero luego
me detuve porque el dolor era demasiado intenso. No me gusta ir al doctor ni a
nada que se le parezca. No es que sea una perdida de tiempo o dinero ni nada
por el estilo. Es solo que no creo que todo lo que sea físico deba ser visto
por un médico ya que suelen exagerarlo todo con bastante frecuencia.
Además, dolores
como estos van y vienen y no tienen nada que ver con estar a las puertas de la
muerte ni nada parecido. Pero eso me duché con agua caliente y me masajee la
zona suavemente por un buen rato. Al salir de la ducha me sentí un poco mejor
pero sabía que, de todas maneras, el dolor no había pasado. Apenas terminé de
vestirme, pude constatar que el dolor había tenido un efecto muy especifico en
mi: sentía en ese momento una gran cantidad de pereza, una falta completa de
ganas de hacer cualquier cosa.
Lamentablemente, no podía descansar. Debía
hacer la comida del día para luego comer apresuradamente antes de salir a dar
clase. Eran solo algunas horas pero lo suficiente para sentirse cansado
después. Así que no tenía ni un momento para ponerme a mirar hacia el cielo y
descansar. ¡Que más hubiese querido! Pero lo mejor era empezar pronto para así
tratar de acelerar el paso de mis responsabilidades del día. Claro que todo
estaba amarrado a un horario, pero un esfuerzo es mejor que ninguno del todo.
Mientras cortaba verduras para hacer un arroz
con ellas, me di cuenta que cada vez más me estaba sintiendo como si hubiese
corrido una maratón. Mis huesos dolían y cada vez que hacía fuerza con el
cuchillo, se sentía como si estuviese gastando los últimos remanentes de
energía que tenía dentro de mi. Tuve que parar por un momento y sentarme antes
de seguir. Noté que temblaba, muy ligeramente, pero lo hacía sin parar. Me puso
algo nervioso en ese momento y no supe qué hacer, me sentí perdido.
Pero una voz en mi cabeza me dijo que lo mejor
era seguir adelante y no detenerme por nada. Al fin y al cabo, era viernes y
después de acabar con lo que tenía que hacer, tendría todo el fin de semana
para relajarme. Sabía que eso no era exactamente cierto pero sí tendría mucho más
tiempo para no hacer nada que entre semana. Así que me forcé a ponerme de pie y
seguir con mis quehaceres gastronómicos. Cuando la comida estuvo lista, unos
cuarenta minutos más tarde, me sentí contento de poderme sentar a la mesa a
comer, tomándome cierto tiempo.
De hecho, casi me quedo dormido en la mesa.
Por un momento cerré lo ojos y luego los abrí de golpe, pensando que había
dormido por lo menos quince minutos. La verdad es que apenas unos segundos
habían transcurrido pero mi cuerpo sentía todo de una manera más lenta, más
pesada. Terminé de comer casi forzándome a meter los alimentos a mi boca.
Cuando el plato estuvo limpio, me puse de pie y empecé a arreglar todo lo de la
cocina, tratando todavía de seguir alerta y no darme lugar para descansar.
Me arreglé para salir rápidamente y salí mucho
antes de lo necesario, solamente para que no tuviese mucho espacio para
quedarme haciendo nada. En la calle tenía que caminar hasta la parada del
autobús, lo que requería de mi un movimiento continuo y atención al cruzar las
calles. Sentí como si me hubiesen inyectado algo en la sangre que me hacía
estar más alerta, incluso creí estar mucho más descansado que cuando estaba
comiendo, aunque era obvio que todo era una mentira auto infligida.
Cuando llegué a la parada del bus, este pasó
rápidamente, algo muy poco común. Pero eso me daría oportunidad de dar una
vuelta antes de llegar a mi compromiso, lo que me mantendría despierto por el
resto de la tarde. Fui hasta el fondo del bus, donde había un puesto libre junto
a la ventana. Me quedé mirando hacia el frente y luego por la ventana hacia el
exterior, hacia la gente caminando al trabajo o a la casa, hacia aquellos que
sacaban a pasear a sus mascotas, hacia los niños que llegaban del colegio.
El bus se sacudió y me sacó de un
ensimismamiento que no me ayuda en nada a como me sentía. Me di cuenta que
tenía sudor frío en la frente y entonces entendí que podría estar sufriendo de
alguna enfermedad o virus. De pronto no era pereza lo que sentía sino los
síntomas primarios de alguna futura dolencia. Por alguna razón, esto me alegró
un poco el viaje porque quería decir que no estaba luchando con algo tan tonto
como la pereza sino que mi cuerpo estaba peleando algo más importante y
conocido.
Fue en algún momento durante toda esta
argumentación cuando me quedé profundamente dormido. El movimiento del bus
ayudó a que cayera en el sueño con facilidad. Desperté un tiempo después,
apurado por no saber si mi parada había pasado hacía mucho o poco.
Afortunadamente, estaba a solo diez calles cuando pude bajarme del bus. No
había contado con la caminata pero al menos tenía tiempo extra por haber salido
antes de casa. Por alguna razón, me sentí algo mejor después de esa siesta, a
pesar de su naturaleza involuntaria. Cuando llegué a dar clase, me sentía algo
mejor, pero todavía con sueño.