viernes, 2 de junio de 2017

Exilio

   El sonido del metal de las cucharas contra la pared de las latas era lo único que se podía oír en ese paraje alejado del mundo. Los dos hombres, jóvenes, comían en silencio pero con muchas ganas. Parecía que no habían probado bocado en un buen tiempo, aunque saberlo a ciencia cierta era bastante difícil. Lo que comían era frijoles dulces. Los habían calentado en las mismas latas sobre una pequeña hoguera que humeaba detrás de ellos. No muy lejos tenían armada una tienda de campaña.

 Apenas terminaron la comida, se quedaron mirando el mar. El sonido de las olas estrellándose contra las rocas negras y afiladas era simplemente hermoso. Los dos hombres se quedaron mirando la inmensidad del océano por un buen rato. Sus ropas, todas y sin excepción, estaban manchadas de sangre. En algunas partes eran partículas oscuras, en otras manchones oscuros que parecían querer tragarse el color original de la ropa. Pero ellos seguían mirando el mar, sin importar la sangre ya seca.

 Uno de ellos tomó la lata del otro y caminó cuesta arriba hasta el pequeño sector plano donde estaba la tienda. Allí adentro echó las latas en una bolsa que tirarían luego, quien sabe donde. La tienda era e color verde militar y no muy gruesa que digamos. Adentro debían dormir los dos juntos pero apenas habían espacio para dos personas y solo un saco de dormir. Tenían que vérselas como pudieran pues dos fugitivos no podían exigir nada y mucho menos darse lujos en el exilio.

 El que dejó la bolsa de la basura en la tienda se devolvió, quedando sentado al lado de su compañero. Tenía el pelo medio oscuro pero, cuando pasaba por el sol, parecía que se le incendiaba la cabeza porque los cabellos se tornaban de un color rojizo, muy extraño. Su nombre no lo sabía, lo había perdido en el lugar de donde habían escapado y no había manera de devolverse para preguntar. En lo poco que habían estado juntos, no había habido tiempo para darse a conocer mejor.

 El otro prefería que le hablaron por su apellido. Orson así lo demandaba de todos los que conocía puesto que su nombre de pila era demasiado ordinario y agradecía a su madre tener un apellido medio interesante para que él pudiese usarlo. El de su padre, jamás lo había sabido. Esa era la vida de él y jamás se quejaba porque sabía que no tenía caso. Tal vez por eso no le exigía a su compañero que le dijera su nombre, apodo o apellido. Cada persona tiene derecho a vivir como mejor le parezca, o al menos eso era lo que él pensaba desde hacía tiempo.

 En algunas horas iba a caer la noche pero el sol flotando a lo lejos sobre el mar era un visión magnifica. Era como ver algo que solo estaba reservado para unas pocas personas. Tener el privilegio de estar ahí, en esa ladera que bajaba abruptamente a una playa llena de roca y al mar salado, era algo que ninguno de los dos había pensado tener. Mucho menos el chico sin nombre que no había estado a la luz del sol en muchos meses. Por eso su piel era tan blanca, sus ojos tan limpios.

 Orson lo miró de reojo y se dio cuenta de que el chico estaba fascinado con el atardecer. La luz naranja los bañaba a los dos y era hermoso. Orson se dio cuenta, por primera vez, que el otro era un poco más joven que él, pero no demasiado. Lo exploró con la mirada, fijándose sobre todo en sus brazos. Eran largos y delgados pero tenían una particularidad: estaban marcados por varios rastros de inyecciones, quien sabe si para sacar sangre o para meter algo dentro de él.

 El chico se movió, diciendo que tenía frío. Era natural. Orson tenía la chaqueta puesta hacía rato pero el desconocido no, parecía que en verdad no se había fijado en la temperatura desde hacía tres días, cuando sus vidas se habían encontrado y los eventos que habían culminado con sus escape habían empezado. Desde entonces no se había fijado si hacía frío o calor. Se devolvió de nuevo a la tienda de campaña y sacó de ella una chaqueta idéntica a la de Orson.

 Casi todo lo que tenían era nuevo. Con dinero sacado de su cuenta personal en un cajero seguro, Orson había decidido comprar todo lo que iban a necesitar. La tienda de campaña era la mejor que había podido conseguir y el dinero era la razón por la que solo tenían una sola bolsa de dormir. Las chaquetas eran una promoción y dentro de una maleta en la tienda tenían varias latas más de comida fácil de preparar. Habían tenido que hacer esas compras deprisa y sin atraer la atención.

 Hasta ese lugar habían llegado caminando, después de varias horas. Era un sitio alejando del mundo de los seres humanos que iban y venían con sus rutinas incansables. Allí nadie iría a buscarlos y, si lo hacían, tendrían que enfrentarse a dos personas que habían masacrado a por lo menos diez hombres adultos, entrenados y armados. No cualquier querría enfrentárseles y eso era una clara ventaja para su seguridad. El chico regresó con la chaqueta puesta y se sentó al lado de Orson, poniendo la mano muy cerca de la suya. Se miraron a los ojos un instante y luego al mar.

 Cada vez era más tarde pero algo hacía que no se quisieran meter en la tienda de campaña. En parte era todavía muy temprano pero también estaba la particular situación para dormir. Solo habían dormido una noche allí y Orson había decidido quedarse sin bolsa de dormir. Pero ya sabía lo frías que podían ser las noches en ese rincón del mundo y la verdad era que no quería pasar otra vez de la misma manera. Si lo hacía, seguro amanecería congelado o algo así, por lo menos.

 La hoguera no la podían prender. Lo habían pensado, para calentarse los cuerpos durante la noche. Además, proporcionaría una excelente oportunidad para hablar y conocerse mejor. Si iban a huir de las autoridades juntos, lo mejor era saber un poco más del otro, conocerse a un nivel aceptable al menos. Pero la hoguera era solo para cocinar en el día, cuando nadie notaría la luz. De noche, sería un faro para quienes quisieran hacerles daño o para curiosos no deseados.

 Cuando ya estuvo completamente oscuro, Orson se resignó: debía dormir fuera de la bolsa de dormir de nuevo. Al fin y al cabo, el joven había vivido mucho tiempo en un estado traumático y habría sido injusto hacerlo pasar por más situaciones de ese estilo. Así que se encaminaron a la tienda de campaña y Orson le dijo al chico que se metiera en la bolsa de nuevo. Este lo miró y se negó con la cabeza. Le dijo que hoy le tocaba a él. Era raro oír su voz, algo suave pero severa al mismo tiempo.

 Se quedaron mirándose, como dos tontos, hasta que Orson le dijo a su compañero que podrían intentar meterse los dos a la bolsa de dormir. No estaba hecha para dos pero era mucho más grande que una sola persona. Así que podrían intentarlo. Orson era alto pero no muy grande de cuerpo y el otro estaba muy delgado y parecía haber sido más alto antes. Intentar no le hacía daño a nadie y les arreglaba un problema que iban a seguir teniendo durante un buen tiempo.

 No sabían cuando podrían dejar de correr o si cambiarían de ambiente al menos. Así que arreglárselas con lo que tenían no era una mala idea. Se metieron en la tienda de campaña y, después de varios forcejeos, entraron los dos en la bolsa de dormir.


 No era cómodo pero tampoco había sido tan difícil. Podían al menos girar y dormir espalda con espalda. Pero eso no pasó. Nunca supieron si dormidos o no, pero se abrazaron fuerte y así amanecieron al otro día, con el cantar de las gaviotas.

miércoles, 31 de mayo de 2017

The rocks

   Every single woman in the town visited the rocks at least once a weak. It was the perfect place to do laundry by the river, but also a place for encounter. They would discuss the latest news, as well as sharing some of their most personal things. Not every woman went there at the same time, so small groups of them visited the rocks every few hours. It was never crowded because they all knew at what time they should be visiting in order to find the people they communicated best with.

 The ones that arrived at the earliest were mostly older. For some reason, experienced women tended to do their chores as early as they could. It was kind of an irony because they were the ones with the least amount of work at home and there in the rocks. After washing a couple of undergarments from their husbands, they were finished and did not know what else to do. They usually stayed on until the last woman had finished. That means they only stayed about an hour in the morning.

 The biggest group visited the rocks after midday. It was the time when most women had finished cooking for their families, so they all decided to process their meal by doing some exercise, and washing laundry was exactly that. Some women spent up to three hours there. It wasn’t very surprising considering the amount of dirty clothes accumulated by one husband and at least three young children. It was a lot of clothes to clean and they did it as fast as they could, as they talked and laughed.

 Then, there was a small group of women that visited the rocks an hour before sunlight disappeared. They normally visited that late because they really didn’t want to confront other woman during the day. They just wanted to do their thing and then leave as soon as possible. Women that visited at that time were often widows or single, having never married. They were just a handful in town but enough to make people talk about them. That’s why they preferred a certain darkness.

  What they all had in common, and rarely realized, was that every single one of them loved to visit the rocks because it gave them an outlet, it was something different from seeing men every single day and then having to do what they said. There, in the rocks, no man was in charge. Actually, they practically never went there, as they knew they would encounter a large number of women and men always felt a bit scared when outnumbered by anyone. The rocks were only for women and, as such, it was a safe space where they could discuss anything.

 It wasn’t uncommon to hear women curse and talk about their families in a not so kind way. A person hearing them out of context would never understand how much these women actually cared for their families. But they would sometimes need to vent their dissatisfaction with some of the thing that happened at home, because they needed to tell someone. In the household, the men were not supposed to be bothered with those issues and children were too immature to understand.

 So they only had each other to talk about those things that only women went through. Of course, they didn’t all got along as adults are complicated and there’s always some kind of animosity against someone because they did something you may think is wrong. That’s why the single women had their own scheduled to clean. Because they didn’t wanted married woman to ridicule them in their own time, when they needed to feel they could breath for at least a second.

 The point was that life for women was very difficult in town and they were grateful to have a space of their own to talk and have a little bit of fun once a week. There was no fun in anything else they did and their little town, so out of the way of the world, was sometimes too slow and boring for any of them to feel they were living the best life possible. Granted, some of them stated often they could never have a big city life as the change would be too much and they thought of urbanites as sinners.

 Religion, as expected, had always been a very important part of the town’s life. Every single person, or at least most of the people, would go every Sunday to the mass. There, Father McGregor would tell them once and again that their ways were wrong and that it was time to correct them in order to get into the kingdom of heaven. Sometimes he softened his words but it wasn’t something that happened often. It was clear that religion wanted people to be scared and they were effective at that.

 So much so, that women sometimes felt guilty of whom they were just because they were women. They discussed it sometimes on the rocks, but it was a very complicated subject that some of them didn’t want to talk about because they felt heir beliefs were above anything else. These women had been raised to believe that they were inferior, by nature, to men and most had assimilated that and thought it was true. Changing that was very complicated so that’s why it wasn’t a very popular subject to bring to the table. Something more entertaining was always better.

 On the rocks, they laugh, they cried and they shared thoughts and words and what little knowledge came their way. Sometimes they could stop talking and other times, there was a silence that settled in and made them fell protected somehow. It was strange but after so many time there, they knew exactly how they should behave there and how they should do it at home and how it was better to never mix both worlds, because doing that could be dangerous to anyone.

 A woman once remembered a funny anecdote she had heard on the rocks and laughed out loud. That happened in her home but in front of her husband and children, while they were having supper. She tried to explain what she had remembered but the only thing that happened was that the husband stood up in silence, walked towards her and then slapped her as hard as he possibly could. The pain on her cheek was enough to understand that she could never mix the rocks with her daily life.

 Every women had a story like that, sometimes more tragic, sometimes less surprising. But they had all experienced what it felt to be something like a domesticated animal working for a master. They were like the bulls that helped in the fields or the horses that carried people from one place to the other. There were not that many differences between the two and that made them angry and hopeless. So they discussed it sometimes and they always ended up with a sour taste in their mouths.


 However, the rocks existed. And as long as the women had them to go and have a chat, they would feel empowered to keep going, to keep living day after day even if it felt difficult and, sometimes, impossible.

lunes, 29 de mayo de 2017

En llamas

   El hombre estaba arrodillado, gritando. El sonido que producía era desgarrador. Las personas que habían estado hasta hace poco caminando y disfrutando de un día de ocio, corrieron a resguardarse a las tiendas y los baños del centro comercial. Cuando el hombre colapsó, cayendo de rodillas sobre el suelo duro del centro comercial, la gente pensó que se trataba de alguien con problemas de salud. Y sí tenían razón, al menos parcialmente pero no era un mal del corazón ni nada parecido.

 El hombre gritaba con fuerza, extendiendo sus manos hacia delante. Parecía como si las hubiese metido en agua hirviendo, pues las tenía rojas y llenas de ampollas blancas. Era horrible ver como sufría pero estaba claro que nadie podía hacer nada. Las personas habían llamado a la policía, a los bomberos y a varias ambulancias pero todo los servicios estaban esperando órdenes porque no creían poder acercarse. La razón para esto era el cadáver carbonizado de dos personas, al lado del individuo.

 Nadie supo bien cómo sucedió, pero cuando el hombre colapsó o poco antes, dos personas que estaban cerca de él empezaron a arder en llamas. Fueron sus gritos los primeros que se oyeron ese día en el centro comercial y la primera alerta a todo el mundo de que estaba sucediendo algo fuera de lo común. Las dos personas ardieron en minutos, quedando solo los huesos negros a los lados del hombre que parecía estar sufriendo un dolor aún mayor que el de quemarse vivo.

 Su cara también se estaba llenando de ampollas y, de un momento a otro, empezó a quitarse la ropa. Obviamente esto se veía demasiado raro y fue entonces cuando las autoridades decidieron que al menos una sola persona debería acercarse y ver que era lo que le pasaba al pobre hombre. Un bombero se lanzó como voluntario. Se vistió con un traje anti-incendios y caminó despacio, para que el hombre pudiera verlo sin problema. Pero este estaba ocupado.

 Se quitó la ropa haciéndola trizas, quedando totalmente desnudo sobre el frío suelo de concreto. Parecía llorar pero las lágrimas se evaporaban al instante, como si cayeran en una sartén hirviendo. El hombre por fin vio al bombero acercarse y fue entonces cuando un temblor generalizado recorrió las columnas de todo los que miraban: el pobre diablo gritó la palabra “Ayúdeme”. Lo había dicho fuerte y claro. Se notaba en su voz un esfuerzo increíble y un dolor que no parecía poderse explicar con palabras. El bombero, asustado, le respondió al rato.

 “Vengo a ayudar”, dijo el bombero. Era muy joven, menor que el hombre que parecía estarse quemando sin fuego a su alrededor. Las ampollas se multiplicaban y el vapor que producían sus lágrimas parecía estar dejándolo ciego. El bombero miró a los lados, contemplando los cadáveres carbonizados. Sabía que una de sus responsabilidades era la de empacar eso restos para procesarlos y eventualmente entregarlos a los familiares para proceder a enterrar o cremar a sus seres queridos.

 ¿Pero como llegar a los restos con el hombre ahí, a la mitad, sufriendo como loco? El bombero se armó de valor y le preguntó al hombre si podía primero llevarse los cuerpos quemados. El hombre no respondió con palabras, sino con un gemido casi inaudible. El bombero lo tomó como una señal y con la mano llamó a dos de sus compañeros, ya listos con camillas. En poco tiempo, recogieron ambos cuerpos y se los llevaron para ser procesados, como tenía que hacerse.

  El bombero joven estaba sudando. No solo por los nervios que había supuesto ese procedimiento, sino porque sentía que estaba cocinándose en su traje. Según su lectura, la temperatura en el sitio era la normal para la hora y el día en el que estaban pero por alguna razón se sentía casi sofocado. Fue entonces cuando miró al hombre que tenía en frente: había puestos sus antebrazos en el suelo para poder echarse al suelo sin tener que sentir dolor por los cientos de ampollas en su manos.

 Fue entonces que el bombero entendió que el calor que sentía no venía del ambiente sino del hombre que tenía en frente. Para probarlo, dio un paso hacia delante, con cuidado de no molestar. En efecto, la temperatura en el traje pareció elevarse de golpe, como cuando se abre un horno y el calor sale en forma de nube. Se sentía muy parecido, excepto que allí no había ningún aparato domestico sino un hombre que parecía común y corriente, a pesar de sus extrañas heridas.

 El bombero volvió hacia atrás y le preguntó al hombre su nombre. No hubo respuesta. Le pidió que le dijera que hacía en la vida, si tenía familia y si sabía que era lo que el estaba pasando. Todavía tenía la cabeza abajo, como si el dolor no lo dejara erguirse. Gemía. Parecía que quería hablar, que de verdad quería responder a las preguntas. Pero no tenía la capacidad de hacerlo, su cuerpo no se lo permitía. El bombero quiso saber como ayudarlo pero prefirió quedarse quieto porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

 Entonces, el hombre fue elevando su cara. Su respiración tenía un sonido muy raro, como si se hubiera vuelto ronco de un momento a otro. Pero eso no era lo peor. Cuando el bombero vio sus ojos, dejó salir un grito de susto y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente. Lo que sea que le estaba pasando a ese hombre no era algo normal. Todo el que vio el momento, y eran millones pues muchos de los clientes apuntaban a la escena con sus cámaras, no entendió que pasaba.

 Los ojos y la boca del hombre parecían haberse ido de su rostro. Pero en cambio, tenía ahora fuego vivo en ambos lugares. De las cuencas de los ojos y de la boca misma le salían llamas de color naranja, amarillo y rojo. Era impresionante, algo jamás visto. Por un momento, el público pensó que había muerto incendiado de adentro para afuera pero, cuando se levantó del suelo, entendieron que de muerto no tenía nada. De hecho, parecía más fuerte que antes.

 El bombero quiso salir corriendo pero se quedó firme en el lugar donde estaba porque no quería asustar al hombre o lo que fuera que tenía enfrente. Abrió la boca pero la cerró casi de inmediato, dándose cuenta de que no sabía que podía preguntar en semejante momento y menos aún si el hombre frente a él le podría responder de alguna manera. En cambio, se miraron el uno al otro, pues ese fuego seguía sintiéndose como ojos, a pesar de que no lo eran en el sentido tradicional.

 De golpe, todo el cuerpo del hombre se encendió en llamas, como si hubiese regado gasolina por todas partes y luego se prendiera con un fosforo. La diferencia estaba en que este hombre parecía seguir vivo bajo las llamas, pues miró a un lado y al otro, a la gente que se escondía de él y finalmente al bombero que tenía frente a él. Era hermoso pero impresionante al mismo tiempo. Estaba claro que era algo nuevo, un evento sin precedentes en la historia humana.

 El hombre se acercó al bombero y le dijo, en una voz cavernosa, que se sentía morir. Pero lo dijo tranquilo, como si las llamas no estuvieran ya cubriendo su cuerpo. Extendió una mano y sobre ella creó fue o usó el que tenía encima, para formar una bola perfecta.


 Pero el truco fue corto. Las llamas empezaron a apagarse, hasta que el hombre quedó como había sido antes, a excepción de alguna ampollas sobre su cuerpo. Cayó al suelo, finalmente muerto, casi sin rastros de que hacía un rato había estado cubierto en llamas.

viernes, 26 de mayo de 2017

Failure

   I pulled the cape over my head and ventured outside the module. Rainfall was minimal, so I could finally see how this world looked liked. It was kind of beautiful, with tall smooth mountains rising towards the sky and a small like very near the place I had been trapped in for so many hours. Well, I wasn’t really trapped but it did feel like it after everything that had happened. The ground was muddy and it was better to walk slowly. The possibility of falling to the ground was very high.

 When I got to the edge of the lake, I walked a little bit more towards a large boulder that was half in the water, half in the land. For a moment, I thought it wasn’t a good idea to seat by a lake without knowing if any beasts inhabited it. But then I remembered the moon had been surveyed several times and no life forms had ever been found. It was a barren wasteland that happened to be perfect for us at that time. We had landed only a few hours ago but it seemed like forever.

 I sat on the rock and a gust of cold wind moved my cape and my hair. I bowed down to it, trying not to feel that cold in my bones, but the truth was I did want to feel physically bad. Somehow, it eased the pain of what had happened earlier in Kristomo. I would always ask myself why I had gone to that planet instead of just staying put where I had been told to stay. I had never been the best at following rules, especially when I felt something could be done if I broke said rules.

 A single tear came down my face and I cleaned it fast. I didn’t want to feel bad for what had happened because I just couldn’t blame myself for it. It wasn’t my fault that people weren’t loyal anymore, than they preferred to do things differently. Sean had been with the team for a long time, much longer than I had been there. It made no sense that he would leave just like that but that’s exactly what he did. I thought it through several times but couldn’t really understand why.

 The point was that he had betrayed us on Kristomo. He had gone there with us, where we would try to retrieve a powerful mineral that was better away from the hands of any wrongdoers, as its properties made it not only unique and powerful but also extremely dangerous. It was good then that I managed to truck them and the crystal fell several meters and into an open volcano but it was then when Sean turned on us and started firing like crazy. His new friends did the same and we barely survived the attack. Actually, I was the only one who survived.

 Rom, our pilot, also counts of course, but he had been waiting for us the whole time on the ship. He hadn’t come down to retrieve the crystal or fight the band Sean had “suddenly” joined. He didn’t feel bullets coming all over the place, passing over the shoulder, under the feet and even millimeters away from his eyes. I had to live through that and also watching how my team, the people I had chosen to go there, died next to me in a matter of minutes. It was a bloodbath.

 When I entered the ship and yelled Rom to take off, he thought I was crazy or something. Not only because he knew the team was made up of six people but also because when he turned around, he could see that there was blood spattered all over my face and that my skin had turned to the clearest tone of white I could ever turn to. I yelled at him again and he obliged, taking off as our attackers fired on the ship, trying to make it explode or, at least, trying to prevent takeoff.

 But Rom was very skilled and, in minutes, we were able to make the jump towards the headquarters of our organization. I had no time to mourn for the loss of my team or the conversion of Sean. It was better to communicate the mission’s failure to the central command. So I asked Rom, as calmly as I could, to patch me through to them. He did, handing me a white rag too, which I used to clean the blood of my face. I almost cried then but I breathed slowly and avoided it.

 Central command was content with the crystal been destroyed but they were very concerned with Sean betraying all of us. They didn’t say much about the fallen men and women, I guess because it wasn’t that uncommon for them to hear about people not coming back from these sorts of missions.  They were the ones who told me to come to this barren moon in order to wait here, in case Sean and his new friends were chasing us through the stars. Honestly, I couldn’t care less.

 But that was a lie. I did care, I cared a lot. Because Sean was not only one of my go to people in the organization, he was also someone I had started to like more and more, in ways I had only discovered very recently. Not too long ago, we had shared our first kiss. It had been on another rainy place, much like the one I am right now. His lips were so soft and warm that I thought to myself it would be a very nice way to die, to be killed while kissing those beautiful lips. Of course, I was delirious at the time because it was a stupid thing to think, I could see it now.

 Ram put a hand on my shoulder and I almost fell off the rock. He laughed but I didn’t. Feeling nervous was never funny. He told me had had made some repairs to the ship, as some of the shots aimed at making us land had actually hit the right parts of the ship. He had been able to fix it all with patience and time and now he had decided to check on me. He asked about his friends, our team and I couldn’t look at him to the eyes. I was ashamed of how I had handled everything back there.

 They had died because I had taken too long discovering that Sean was a traitor. He had to say it before I realized it and that was a mistake, clearly because I had grown fond of him. Maybe he used that in his advantage, but the point was that he had betrayed us all and we only had a short period of time to run for our lives. Being on a volcano, stones and hot weather had played against us big time. Some of them fell to the ground and then were shot or they were just reached by very good snipers.

 I told Ram I had no idea how it was that I survived and they died. For a moment, I had wished the roles had been reversed. But that didn’t help anyone, seeing myself only as a victim and make people feel sorry for me. I had to pull myself together, even if it meant moving on from such an awful mission. Ram suddenly came closer and hugged me. Only Sean had done that before but this hug seemed different. I could feel he wanted me to feel good, safe in a way, not bad for what had happened.

 A beeping sound was then heard, so we went back to the ship where a call from our headquarters was waiting for us. I answered. They gave us authorization to proceed with our trip towards them, as they had determined that our enemy had stayed in Kristomo. Apparently, they were mining for a new crystal. We all knew it was almost impossible to find another one but they clearly believed they could work at it a little bit more. In any case, they were dangerous.


 As Ram raised the ship towards the sky, I felt confused and very tired. I had not felt like that since escaping the planet and it was just now that my whole body suddenly felt as if it was made from solid lead. I leaned back into my seat and the last thing I saw was Ram looking at me, with a somber expression on his face. I didn’t worry though. I needed to rest.