El día no prometía mucho pero de todas
maneras ya estaba yo allí y no había manera de volver. El tren no se había
demorado mucho entre la ciudad y el pueblo. Lo entretenido, al menos para mí,
de este paseo, era que las caminatas eran largas y por escenarios majestuosos,
a juzgar por las fotografías que había encontrado en internet. Tenía mi cámara
y mi celular listos y había tratado de desayunar lo mejor posible, aunque con
el presupuesto de un estudiante eso era bastante difícil.
El tren nunca se llenó y fuimos pocos los que
descendimos en la última parada. El pequeño poblado parecía de fantasmas, sin
un alma a la vista por ningún lado. La verdad es que ese no era el pueblo al
que yo quería ir. Para ir eso había que seguir las indicaciones que señalaban
el inicio de los caminos de las montañas. El primer tramo, al lado de una
carretera, fue bastante tranquilo y apacible. A un lado, la hermosa montaña
llena de árboles y algunas casas de arquitectura particular. Del otro, un
acantilado pero no muy profundo. Más calles y casas del poblado habían sido
construidas allí, donde alguna vez hubo un río.
El primer tramo terminaba en el verdadero
pueblo, un pequeño montón de casas en lo que parecía un promontorio de la
montaña. La vista la dominaba un palacio que tenía más cara de fábrica que de
otra cosas. Me acerqué al lugar y vi que era el primero de varios museos que
iba a encontrar ese día. Había un puesto de información donde un aburrida mujer
me permitió tomar los folletos que quisiera. Los tomé en varios idiomas y de
cada sitio de la montaña y los guardé con cuidado en el fondo de mi maletín.
Solo dejé uno fuera para tener a mano, esperanzado de que gracias a ese montón
de papel no me perdiese en la neblina que había empezado a bajar lentamente por
la ladera de la montaña.
El palacio resultaba mucho más hermoso por
dentro que por fuera. Pagué la entrada más cara, para visitar todos los sitios,
y seguí paseando por el lugar. Es hermoso caminar por las antiguas moradas de
la gente e imaginar que pudo haber ocurrido en dichos corredores hace unos
cien, doscientos o hasta quinientos años. Quien sabe que secretos se murmuraron
o que discusiones rebotaron de muro a muro. Lo mejor fue ver los objetos,
aquellos quelos antiguos habitantes de la casa habían utilizado. Sin problema,
pude imaginarme vistiendo las extrañas ropas del siglo XVII, sentado a la mesa
comiendo algún plato que fuese típico de la región. Tal vez faisán o alguna
otra ave de caza?
Estoy seguro que los pocos turistas que me
acompañaban me miraban un poco extrañados al ver que sonreía como un tonto cada
vez que miraba alguna de las piezas o cuando me quedaba demasiado tiempo
mirándolo todo. La verdad no es algo que me importase entonces o ahora. En los
museos, detesto cuando la gente camina rápido y simplemente creo que se trata
de un circuito de carreras o algo parecido. No, para mi un museo es más un
templo que cualquier otra cosa. Es prácticamente un cementerio, un lugar adonde
mucho de nuestro pasado va a morir. Obviamente que no todo muere y mucho se
transforma pero lo que no perdura, lo físico, va y encuentra su lugar en un
museo y eso para mi merece el más profundo respeto.
Cuando salí del palacio, abrí el mapa y me
propuse caminar al siguiente sitio con prontitud. El día cada vez empeoraba y
para ser las diez de la mañana, el clima parecía anunciar el final de la tarde.
Lo mejor era ir primero a los palacios de la parte alta del bosque y luego
seguir con los demás sitios que quedaban un poco más retirados. Lo bueno era
que todo estaba debidamente señalizado, como en pocos sitios. La caminata fue
buena hasta que la lluvia empezó a caer y debí abrigarme solamente con mi
chaqueta. Para mi sorpresa, era muy efectiva pero no lo suficiente para alejar
el frío. Ya estaba en pleno bosque cuando la lluvia pareció ceder. Era un lugar
hermoso, igual de solitario que los demás.
Es la verdad cuando digo que mi cabeza estuvo
a punto de explotar de tanto que había por fotografiar, por ver e incluso por
sentir. Había pequeños lagos formando un jardín entre los grandes árboles y los
caminos de piedra. Como no había nadie pude rendirme a mi imaginación y con
facilidad pude verme como un caballero al mejor estilo de Robin Hood, usando
flechas para cazar mi alimento y defender a quienes no podían hacerlo solos. El
lugar también se prestaba para imaginar un encuentro romántico y fue ahí cuando
mi imaginación se frenó y no trabajó más.
Tenía que pensar en el amor, aquella cosa
extraña y amorfa en la que ya no sé si creer o no. Por supuesto me hubiera
encantado estar allí con alguien especial, compartiendo lo hermoso del lugar,
seguramente tomados de la mano y dándonos besos cada cinco segundos. Pero para
que desgastar mi imaginación, que solía ser tan buena, en cosas que ni siquiera
la mente más brillante podía recrear con fidelidad? Porque si el amor existe,
dudo que se pueda replicar y dudo que se pueda sentir sin que sea real. Pero
como saber que es real?
Menos mal la lluvia volvió y tuve que dejar de
pensar en tontería para mejor encontrar un sitio adecuado para no bañarme más
de la cuenta. Casi resbalo al llegar a las puertas del palacio más cercano, que
se veía extrañamente sombrío bajo la neblina y la casi oscuridad en pleno
día. Era extraño porque las paredes
estaban pintadas de colores y las torres tenían formas divertidas y
estrambóticas. Se veía como algo sacado de un cuento de terror pero mezclado
con algo demasiado alegre. Pero era un techo al que llegar así que, después de
caminar por la calzada de acceso, entré al sitio donde, por fin, había varias personas
que habían corrido a resguardarse.
Decidí seguir al museo, a diferencia de las
otras personas, para no quedarme mirando hacia fuera como un perro al que le
urge salir a orinar. No, yo preferí explorar el lugar y pronto estuve inmerso
de nuevo en mis elucubraciones imaginarias. El lugar, era obvio, siempre había
servido como hogar. Había varias habitaciones, una gran cocina con cava y
almacén, salones majestuosos con varios muebles y tapetes exquisitos. Que
perfecto hubiera sido vivir en un lugar así, tan alejado de todo y tan bien
adecuado para la vida humana. Claro que no cualquiera hubiera vivido allí pero
eso no importa a la hora de imaginar.
La lluvia por fin pasó y salí del lugar
pronto, tratando de hacer que el día rindiera lo más posible. El sitio más
cercano estaba en la colina siguiente. Eran más que todo ruinas y decían que
desde allí se podía ver el mar y los pueblos costeros. Cuando llegué, era obvio
que no se veía nada pero era otra situación diferente a las anteriores: el
sitio era obviamente mucho más antiguo y era sobrecogedor de una manera
diferente, por estar tan abierto a los elementos. Siendo alguien que se
atemoriza fácil con la alturas, tuve que agradecer que la montaña estuviese
cubierta de neblina porque allí abajo era un acantilado profundo, por todo el
lado de la montaña.
Llegué, como pude, a la parte más alta de las
ruinas. Era difícil de caminar por lo estrecho de los caminos y porque el
viento había empezado a soplar con fuerza, haciendo de caminar algo difícil y
hasta peligroso, ya que no había ningún tipo de barrera que impidiera que
alguien pudiese caer de las partes más altas. Tomé un par de fotos, de la
neblina, las ruinas y las banderas en cada torrecilla, y luego descendí con
sorprendente rapidez al camino principal. Mis nervios estaban de punta por la
altura y ahora solo quería caminar.
Siguiendo la carretera, caminando una media
hora, estaba otro palacio que parecía ser muy bello, según una de las guías que
tenía en mi maletín. Pensé que la caminata me relajaría pero no fue así porque
la carretera tenía muchas curvas, no había un andén propio para caminar y, lo
más importante, porque me perdí después de una bifurcación confusa. Tenía el
presentimiento de haberme perdido pero como el mapa no era exacto era difícil de
saber. Había casas a un lado y a otro y parecías residencias grandes pero, a
diferencia de los palacios, eran lugares modernos y con vida.
Decidí volver por donde había venido hasta la
bifurcación. Tomé el camino correcto y, después de unos minutos, llegué a mi
destino. Para acceder al palacio, había que atravesar un jardín. Era hermoso,
con flores de todos los continentes, de todos los colores y con estanques y
cañadas ornamentales. Tomé fotos pero esta vez no soñé despierto porque vi que
había alguien más haciendo lo mismo que yo, solo que estaba de pie sobre una
piedra cubierta de musgo. Tuve apenas el tiempo para reaccionar, tomándolo del
brazo antes de que cayera con fuerza sobre la piedra y luego al estanque verdoso.
Me agradeció y empezamos a hablar. Paseamos juntos por el palacio y decidimos
almorzar juntos ya que él, como yo, estaba solo.
Cuando la noche cayó, volvimos juntos a la
ciudad y compartimos nuestros datos. Sin decir nada, se despidió con un beso en
la mejilla y se fue a su hotel. Fue el final perfecto para un día ideal, en un
lugar mágico.
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