No sientes a veces que es difícil volver?
Volver a ese momento exacto en que fuiste interminablemente feliz, en que
experimentaste la más grande paz que jamás haya nadie sentido en esta vida? No
importa si fue realidad o si fue un sueño o incluso algo entre los dos. No, lo
que importa es que estuviste allí, lleno de esperanza o de miedo, de excitación
o de asco. Sentiste y no hay nada más hermoso que eso.
El miedo es un gran aliado, por ejemplo. Nos
deja saber que hay peligro y nos mantiene a salvo, a expensas, muchas veces, de
nuestra salud e incluso de nuestra reputación. A veces cuando respondemos al
miedo se nos tilda de cobardes o miedosos. Y que? Y que si lo somos? Orgullosos
deberíamos de estar de ser unos cobardes que responden a la química básica de
la naturaleza que, en su gran sabiduría, quiso que tuviéramos formas de escapar
y de seguir viviendo. De pronto creyó que valía la pena mantenernos vivos
aunque, a diferencia de dios, la naturaleza nos hizo y luego nos dejó en paz, a
nuestro suerte, sin mirar atrás.
De allí, parece ser, que sale la esperanza.
Esa amalgama de sentimientos que es la esperanza, que es tonta y pasiva,
sentándose a esperar sin hacer nada más. Porque eso es lo que es, solo esperar
y creer tontamente en algo que simplemente no va a ocurrir. La esperanza es el
miedo, el amor y muchos otros mezclados en uno. La esperanza es algo que, al
final, no sirve de nada porque no ayuda en nada. La mejor forma de luchar es
con manos y dientes y nuestra mente, que son lo único que tenemos. Esperar a
ver no sirve a menos que se trate de un tiempo de reflexión, algo muy distinto.
La esperanza fue aquella tonta que inventó la
religión, que no acaba de ser nada más que ponerse una banda sobre los ojos y
confiar en lo que otros dicen o hacen respecto a nuestra existencia como seres
humanos. Yo no creo en bandas. Creo en la liberación del espíritu y la
esperanza no es liberación sino esclavitud de la mente a ideas que pueden o no
ser reales. No, yo prefiero experimentar sentimientos de verdad.
La felicidad es uno de esos, uno de los
mejores y más simples. A diferencia de lo que muchos dicen, la felicidad es
bastante fácil de conseguir. Lo difícil es conservarla porque, siendo seres
egoístas como lo somos, queremos todo para siempre y a la mano, no nos queremos
mover de nuestra comodidad, incluso si eso nos ayudase a vivir de verdad la
única vida que tenemos. Pero a veces nos dejamos llevar y, acaso no somos mucho
más felices cuando lo hacemos? Así sea por unos segundos, la felicidad puede llegar
de acciones tan simples como el ver a otro ser humano. A veces con eso basta.
Deberíamos aprender a disfrutar esos momentos,
en vez de vivir quejándonos respecto a su efímera existencia. Lamentablemente
los seres humanos no vivimos los momentos sino que nos desgastamos queriendo
preservarlos, como si un sentimiento, un momento en el tiempo incluso, pudiesen
ser encerrados en una caja de cristal para poder apreciarlos una y otra vez a
lo largo de nuestra vidas. Pero sabemos que eso no es así. Una foto nos
recuerda el sentimiento pero nada más. No nos lleva allí y nunca sentimos
exactamente lo mismo al ver el recuerdo. Solo podemos estar allí siempre que
los sentimientos ocurran, para vivirlos en el momento y dejar de pensar en
atrás o adelante.
El placer es otro de esos sentimientos que
yacen muchas veces en el pasado y el futuro. Y de la forma más odiosa ya que,
con frecuencia, se trata de comparaciones entre una persona y otra, entre un
momento y otro. Comparar es algo detestable ya que estamos poniendo todo lo que
vivimos en un mismo nivel y eso es simplemente ridículo. No hay una comida más
rica que otra, no hay un viaje más placentero que otro ni hay un mejor beso que
otro. Puede que con el tiempo la percepción cambie pero en el momento de lo ocurrido
los placeres suelen estar al mismo nivel y satisfacen casi siempre igual.
Obviamente existen las experiencias horribles
e incluso asquerosas, no todo es una cama de rosas en la vida. Pero incluso
esas experiencias no pueden clasificarse, porque son únicas a su momentos, a su
manera de haber sido sentidas. A veces desechamos muy rápido las experiencias
que repudiamos pero también de ellas se aprende ya que definimos quienes somos
a partir de lo que nos gusta y lo que no.
Precisamente por todo esto es que es una
idiotez, del tamaño de una casa, el decidir olvidar algo o a alguien a
voluntad. No hay nada más odioso e infantil que creer que con olvidar algo se
soluciona la vida o el dolor es menos. Todos sabemos que eso no es cierto.
Todos sabemos, así no lo hagamos, que lo que de verdad llena de calma nuestra
mente es saber. Simplemente eso. Saber que ocurre a nuestro alrededor y tener
todos los datos. Al final y al cabo somos seres curiosos, que todo lo que
quieren averiguar y saber. Nuestra humanidad está basada en ese afán de saber
cada vez más.
Por eso mismo negarse a la realidad, a los
hechos, es una ridiculez. Si sufriste, si te han herido, si hay algo que te
atemoriza o que te desafía solamente aprende de ello. Hacer como cualquier
científico o investigador es lo mejor y lo natural: aprender porque pasan las
cosas y que es lo que pasa en realidad. Así se desprende todo en pedazos más
pequeños, más fáciles de absorber por nuestra mente y es así como se encuentra
un equilibrio mental más seguro, una paz de espíritu que nada más da sino
saber, aprender y enfrentar la realidad.
La valentía es otro de esos sentimientos. Y
para ser tan real, tan físico, a veces parece que se trata algo imaginario o
que nunca nos parece lo suficiente. Es efímero en muchas ocasiones y no sale
cuando lo buscamos sino cuando mejor le parece. Casi nadie es valiente por
decisión consciente sino por un impulso, más allá de su entendimiento, que lo
lleva a hacer algo que otros pueden considerar como una acto de bondad arriesgado
pero exitoso. Los que fingen ser valientes siempre lo que tienen es miedo de
decepcionar y vale la pena decir que la valentía real nunca se relaciona, ni en
lo más mínimo, con el miedo.
En todo esto es cuando entra, con frecuencia,
a jugar nuestros instintos más básicos. Se trate de procrear o de defender a
nuestra familia, hay ciertas cosas que no decidimos que simplemente entran en
juego porque somos seres biológicos, animales inteligente pero animales al fin
y al cabo. Esa pasión que no para cuando vemos a alguien que nos gusta, cuando
por fin podemos estar a solas con esa persona, ese es un instinto animal puro,
un sentimiento ancestral que busca preservar nuestra especie.
Lo cómico que tiene este sentimiento es que no
hay manera real de controlarlo. Es más él que nos controla y se olvida de todo,
incluso de las posibilidades reales que hay de procreación, con quien sea que
estemos en el momento. Incluso si nuestra mente sabe que somos dos hombres, dos
mujeres o que estamos con alguien que no puede procrear, la pasión elimina
todas esas reflexiones y no deja más que l puro instinto animal, que reside muy
profundo en nuestro subconsciente y que nadie, ni el más inteligente ni el más
idiota, pueden controlar.
La vergüenza puede entrar a jugar muchas veces
cuando el placer se va y volvemos a ser nosotros, los que tienen dominio sobre
sí mismos. Lo hermoso del placer verdadero, no del falso que muchas personas
reclaman tener con cada persona que conocen, es que simplemente pone a un lado
todo lo demás que pueda estar ocurriendo, todo lo demás que exista en el mundo
incluso las inseguridades más latentes de cada uno.
A causa de la evolución humana, nos hicieron
avergonzarnos de nuestros cuerpos y es algo que hasta ahora estamos tratando de
eliminar. Se nos implantó, a la fuerza, un sentimiento de culpa y miedo que
terminó llamándose vergüenza. Se parece un poco a la esperanza en cuanto a que
no es un sentimiento puro sino una mezcla de muchas cosas. La vergüenza, un
poco como la esperanza, tiende a ahogar poco a poco la personalidad de las
personas, cohibiendo ciertos comportamientos y amaestrándolos poco a poco, llevándolos
a ser criaturas pérdidas.
De ahí nace la creciente inseguridad que todos
sentimos en el mundo de hoy. Y ese, ese un sentimiento oscuro y asesino. La
esperanza y la vergüenza son juguetes para niños al lado de la inseguridad,
aquella que crea miedos tan profundos que es imposible llegar a la persona
detrás de todo los velos oscuros impuestos por un sentimiento que la sociedad,
como grupo, impone en todo el mundo. Lo malo es que no todos saben como luchar
contra ella. Nadie la elimina por completo pero la controlan o la ignoran.
Otros, al contrario, se entregan a ella y dejan de ser. Y no hay nada peor que
eso.
Los sentimientos pueden ser nuestra perdición
o nuestra más grande y hermosa
realidad. Independientemente de cualquier cosa, hacen parte de quienes somos,
nos hacen ser y nos hacen hacer. Gracias a ellos existimos y por ellos podríamos
dejar de existir. Sentir es, sin duda, una experiencia demasiado buena para
dejarla pasar.
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