Martín y Valeria entraron al lugar
lentamente. Valeria parecía estar a punto de explotar y Martín parecía querer
salir corriendo. Estaba claro que para ambos la experiencia era totalmente
diferente. Apenas subieron los escalones, vieron a muchos conocidos. Algunos
los miraban de arriba abajo como si fueran dos escarabajos gigantes, y otros
los saludaban con una efusividad que Valeria tomaba como sincera y Martín como
la falsedad más grande en todo el recinto. Se acercaron a una mesa donde había
un gran libro que firmaron con sus nombres y después pasaron a la mesa de vinos
donde Martín se tomó una copa sin respirar, casi ahogándose en el proceso. Tal
vez esa era su meta.
Todos estaban en el recibidor del lugar. La
gente hablaba en pequeños grupos y todo volvía a parecerse a como cuando
estaban en el colegio y era hora de almorzar. No solo la gente peleaba por las
mejores mesas, que en verdad no existían, sino que también decidían, como si se
tratase de un club tremendamente exclusivo, quién y porque se sentaban en cada
espacio. A Valeria no le molestaba. Tan pronto tuvo su vino se fue casi
corriendo adonde una amiga que no veía hacía años y empezaron a hablar como si
el tiempo no hubiese pasado. Martín, en cambio, se quedó al lado del vino y
decidió permanecer en ese punto de ventaja por toda la noche si era posible.
Todavía no entendía como era que Valeria lo había convencido de venir y menos
aún de vestirse para semejante evento pero allí estaba y no había nada que
pudiese hacer al respecto.
Observó a su alrededor y se dio cuenta que
habían adornado el lugar con demasiados detalles: globos de colores, cintas y,
en donde había espacio en las paredes, había fotografías de la época en la que
estaban en el colegio, hacía ya más de 10 años. Martín tomó su segunda copa de
vino, bebió un poco y se puso a mirar las fotos. La mayoría mostraban siempre
al mismo grupo de personas, sonriendo y fingiendo que vivían el mejor momento
de sus vidas. Aunque para ellos tal vez sí lo era… Martín siempre había pensado
que en secreto todo habían odiado la escuela tanto como él pero la verdad era
que eso no podría ser del todo cierto.
Observó las fotos como para quemar tiempo y
entonces vio que Valeria ya no hablaba con la amiga de antes sino con otra y
que hacía señas para llamar la atención de Martín. Pero él, francamente
hastiado del lugar y la compañía, fingió atender una llamada y salió hacia un
corredor lateral y subió unas escaleras. Allí ya estaría fuera del alcance de
la vista de su amiga y de cualquier otro que quisiera fingir que le interesaba
su vida. Tomó algo de vino y de nuevo observó el lugar, dándose cuenta que nada
había cambiado, ni los colores pasteles de los muros, ni las ventanas que
parecían de manicomio ni las escaleras con las que era tan fácil tropezarse.
Parecía un edificio congelado en el tiempo.
Fue cuando miraba para arriba que escuchó
voces y pensó que alguien se acercaba de la reunión pero por el corredor no
había nada. Era en el segundo piso. En parte por curiosidad pero también como
por hacer algo, Martín subió los escalones y escuchó con atención. Las voces
venían de uno de los salones, que parecían cerrados con llave. Dos personas
hablaban pero la verdad era que no era una conversación sino más bien… Martín
casi suelta una carcajada cuando se dio cuenta que las personas allí dentro
estaban teniendo relaciones o al menos estaban en algo muy apasionado. La mujer
parecía más controlada que el hombre, que a veces gemía de una manera que le
causaba mucha gracia a Martín.
De pronto, a lo lejos, se escucharon varias
voces y los pasos de la gente. Debían estar entrando al teatro. Martín se quedó
escuchando unos segundos, que casi le valieron ser atrapado pero
afortunadamente corrió lo más en silencio que pudo y llegó hasta Valeria que lo
miró como si estuviera loco. Se sentaron en la misma mesa, con amigas dos
amigas de ella que venían con sus esposos y empezaron a hablar de alguna
trivialidad. Martín miraba con atención la puerta para ver quienes entraban con
cara de placer o de culpa, podía ser cualquiera de las dos, pero no pude
terminar de ver porque el profesor que hacía de maestro de ceremonias dejó caer
el micrófono y dejó a la gente sorda por un momento.
El teatro era de superficie plana y solo la
parte donde se desarrollaba el espectáculo era más alta. El auditorio sí era
como un teatro más común pero tenían este otro espacio para practicar diversas
cosas como conferencias y demás. El caso es que había muchas mesas por todo el
espacio y, mientras todo el mundo reía de algún chiste del viejo profesor,
Martín miraba cada mesa, buscando signos de quienes podrían haber sido los
amantes del salón de clase. Su búsqueda fue de nuevo interrumpida, cuando el
profesor empezó a cantar, cosa que lo sacó de su tarea y le recordó lo ridículo
del evento. Jamás en su vida había pensado en los profesores del colegio como
seres humanos normales y la verdad era que no quería empezar a hacerlo.
Mientras el hombre cantaba o hacía algo que
francamente no me interesó (al fin y al cabo había sido profesor de matemáticas),
Martín volvió a mirar a las mesas y por fin vio una mujer que tampoco se reía
sino que revisaba su maquillaje en un pequeño espejo. De pronto era ella una de
las del salón. La verdad era que Martín no recordaba su nombre, como le pasaba
con la mayoría, pero sabía que debía conocerla. De pronto no habían estado en
el mismo grupo cuando la graduación pero seguramente la debía haber visto en
algún momento. De pronto la mujer subió la miraba y se quedaron viendo unos
segundos hasta que de nuevo el profesor dejó caer el micrófono y empezó la cena
como tal.
La comida era tal como
la recordaba. Parecía que no habían contratado ningún servicio de catering
decente sino que más bien le habían puesto nueva tarea a las señoras de la
cafetería. Martín recordaba cuando ellas a veces le ponían algo más de comida
en el plato y le guiñaban un ojo. Eran unas mujeres muy amables pero la comida
que hacían era como para una cárcel. Mientras Valeria seguía ampliando su
número de amigos, Martín comió en silencio y olvidó por completo el asunto de
los amantes del salón. La comida, la gente, el ambiente, todo le hizo recordar
su tiempo en el colegio y lo infeliz que había sido muchas veces pero también
esos pequeños triunfos que a veces ocurrían.
Recordó esas respuestas acertadas en algunas
clases, algunas conversaciones interesantes y su gran anhelo por vivir una vida
espectacular, donde todo valiera la pena y no fuese como allí, donde nada
parecía tener un sentido coherente. Sus pensamientos fueron interrumpidos por
una de las chicas en su mesa, que le preguntó si era el novio de Valeria. Él
sonrió y le contestó que de hecho él tambi én se había
graduado de la escuela y entonces la chica lo miró detenidamente y después
siguió hablando con los demás. Eso hubiese afectado a Martín en cualquier otra
ocasión pero la verdad era que toda esa gente, excepto Valeria, no eran nada
para él y jamás lo habían sido. Eran desconocidos y así quería que se quedaran.
Cuando llegó el postre, una gelatina extraña,
Martín se quedó mirando a una mesa cercana y pudo ver que un tipo enviaba
mensajes de texto como si no hubiera un mañana. Escribía rápidamente, como
nunca nadie lo había hecho, o al menos no que Martín hubiese visto. El tipo
sudaba un poco en la frente y su pareja no parecía darse cuenta de lo apurado
que estaba. Ese debía de ser el hombre que no podía estarse callado en el
segundo piso. Martín sonrió al darse cuenta que la gente todavía podía ser
interesante cuando quería. Cuando terminaron con el postre, el profesor subió
de nuevo y, esta vez, empezó a alabar a algunos alumnos, Obviamente, a los que
les había ido bien con él.
Uno a uno fueron sonriendo hipócritamente
hasta que mencionó el nombre de la mujer del espejo y entonces Martín supo
quién era: resultaba que no era un alumna sino una profesora joven que era,
nadie más y nadie menos, que la esposa del profesor de matemáticas. Sin ningún
reparo, Martín sonrió y fue la primera vez en tantos años que todos se
voltearon a mirarlo. Aunque sintió algo de nervios al comienzo, recordó que no
le debía nada a nadie y se puso de pie. Les dijo a todos que había reído porque
entre ellos habían un secreto pero que prefería dejar que cada uno lo
descubriera a su manera. Les deseo un buen sueño esa noche y nada más. Ni
suerte, ni besos, ni nada más.
Cuando todo terminó, Valeria le dijo que iba a
ir con una s amigas por unos cocteles y que si quería ir, a lo que Martín
respondió previsiblemente que no. Se despidieron y él subió a su automóvil pero
antes de arrancar el hombre nervioso, el del celular, se acercó a la ventanilla
golpeando con suavidad. Martín sonrió de oreja a oreja y lo saludó. El tipo
temblaba como una hoja y al final no pudo decir ni media palabra. Se fue y
Martín arrancó, llegando a casa en poco tiempo. Allí estaba su pareja quién le
preguntó como le había ido. Martín recordó sus vivencias en el colegio, su
soledad, la negligencia de todos y el rencor que sentía todavía. Pero luego
respiró y sonrió. Entonces, solo se limitó a contestar: “En mi vida vuelvo a
ese nido de locos”. Luego se dieron un beso y se fueron a dormir.
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