Me levanté y lo primero que hice fue mirar a
mi alrededor y darme cuenta de que no estaba en mi casa. Había pasado la noche
allí cuando había dicho una y otra vez que no me iba a quedar y que solo venía
a tomar una cerveza. Mi voluntad se estaba haciendo cada vez más débil y fácil
de doblegar. Con solo un par de cervezas y algo de vodka, me había quedado y
había cedido a en el apartamento del ex de mi mejor amigo. Y no solo eso. Él
estaba profundamente dormido a mi lado y fue entonces que también me di cuenta
que ninguno de los dos llevaba ropa. Estábamos completamente desnudos,
compartiendo una cama en su casa. La cabeza me daba vueltas al tratar de
recordar y de todas manera no había nada allí adentro que me pudiese explicar
que hacía yo allí.
Con el mayor cuidado del que fui capaz,
levanté las cobijas y salí con suavidad. En efecto, no tenía nada de ropa y
tuve que buscar a pasos silenciosos por toda la habitación. Así es: había ropa
por todos lados, como si nos hubiésemos convertido en un ventilador gigante.
Pero me rehusaba a creer que habíamos tenido relaciones sexuales. Es decir, yo
solo había venido porque él siempre me había caído bien y había detestado la
forma tan vulgar en la que mi mejor amigo lo había dejado así no más, sin
explicación. Me había dado pesar y por eso fui a su casa a tomar la maldita
cerveza que, para ese momento de la mañana siguiente, no tenía idea si me había
tomado o no. Me puse los calzoncillos en silencio, tomé todo lo que vi mío
rápidamente y me dirigí a la puerta.
Pero entonces quedé de piedra. Las cosas eran
más raras aún porque afuera había un grupo de personas, unas seis o siete,
todas dormidas por el salón. Algunas estaban acostadas en el piso, otras
sentadas dormidas en el sofá. Si no hubiese estado tan nervioso, me hubiese
dado risa. Cerré la puerta de nuevo y medí mis posibilidades, tratando de
ignorar el dolor de cabeza que se había empezado a asentar en mi mente. Podía
quedarme allí, esperando a que se fueran pero podría pasar que no se fueran.
Además quedarme en la habitación implicaba, en algún momento, hablar con Tomás
y yo no tenía muchas ganas de hacer eso.
Pero quienes eran los que estaban afuera? Abrí
de nuevo la puerta para ver si reconocía a alguien pero no tenía ni idea de
quienes podían ser esas personas. Supuse que eran amigos de Tomás, aunque en
ese momento caí en cuenta que el apartamento tenía dos habitaciones así que
podían ser amigos de quien quiera que viviera con él. Tal vez el compañero de
Tomás había llegado luego de que ellos habían entrado a la habitación y empezó
a tomar con amigos mientras Tomás y yo… Bueno, no sé que hicimos Tomás y yo
pero ya tendría tiempo de pensar en eso. De tanto dar vueltas iba a hacer un
hoyo en el piso. De hecho había hecho tanto ruido, que había despertado a Tomás.
Al comienzo me miró
medio dormido y yo quedé congelado en el sitio donde me había visto pero
entonces se incorporó un poco, sentándose en la cama. Sonrió sin decir nada y
me dijo con la mayor tranquilidad: “Esos pantalones son míos”. En efecto me había
puesto los jeans de él. Los míos estaban contra la puerta del baño. Era extraño
que no me hubiese fijado porque Tomás tenía un cuerpo más esbelto que el mío y
los jeans me apretaban pero supongo yo que de la preocupación, ni siquiera me
había fijado bien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentí y
nada m ás. Me quedé allí como estatua, sin ganas de
quitarme los pantalones y ponerme los otros.
Él, con total tranquilidad, se puso de pie y
recogió mis pantalones. Desnudo como estaba, me los dio y yo sin decir nada me
bajé los de él y se los di. Él solo sonrió y los dejó en el piso, escogiendo
recoger solo su ropa interior y poniéndosela rápidamente antes de volver a la
cama. Dijo que hacía mucho frío y que si quería quedarme algún tiempo más. Esa
frase me confundió mas de lo que estaba y entonces el dolor de cabeza se hizo
más severo. Tanto que tuve que cerrar los ojos y tratar de vencerlo con mi
voluntad, que simplemente no parecía ser suficiente. Dejé caer la ropa que
tenía en los brazos y luego sentí pasos y en apenas unos segundos, perdí el
conocimiento. Tuve un sueño corto y extraño, con nubes de colores y con Tomás.
Entonces desperté y lo vi a él a la cara. Era
una cara muy bonita pero la cara de un ex novio de su mejor amigo. La cabeza me
quería explotar. Tomás me dio una pastilla y un vaso de agua que había llenado
en el baño. Me espero mientras consumí todo y yo solo podía quedarme allí,
encogido del dolor. Siempre me pasaba lo mismo cuando tomaba demasiado o cuando
consumía algunos licores, como el vodka. Me encantaba el vodka pero tenía esa
extraña cualidad. Debíamos haber tomado mucho porque el dolor era insoportable.
Tomás no se movió de mi lado y solo me pidió que me sentara al menos en la
cama. Lo hice y de hecho me recosté en ella. Así, no podía llegar a mi casa.
Vi a Tomás salir del cuarto y volver al rato,
con algo de comer en un plato. Me dijo que su hermana siempre había sufrido de
dolores de cabeza cuando pequeña y que siempre le funcionaba comer algo para
que el cerebro se ocupara. Seguramente eso no tenía ninguna base científica
pero a quién le importaba? Según él ayudaba y me dijo que comiera. Yo no quería
pero no quería ser descortés con el chico con el que seguramente había tenido
sexo hacía pocas horas. Así que cogí algo de pan con jamón y me lo comí en
silencio. Tomás se sentó a mi lado y no dijo nada de nada, solo mirando al
vacío y tocándose el pecho.
Cuando terminé, me miró y me dijo que lo mejor
era que me quedara hasta que estuviese mejor. Yo le dije que podría tomar un
taxi y así llegaría rápido a mi casa pero él me dijo que yo no tenía dinero.
Por alguna razón, le hizo gracia decírmelo. A mi, por supuesto, no me hizo
gracia alguna y empecé con desespero a buscar desde la cama mi billetera. Pero
Tomás la tenía en la mesita de noche y me mostró que no había nada. Según él,
yo había pagado las tres botellas de vodka que estaban en la sala y que solo
habíamos compartido una y los amigos de su compañero se habían tomado las otras
dos. Eso me hizo sentir como un idiota de tamaño olímpico. Me dejé caer en la
almohada y me hice de lado. No quería pensar más.
Entonces me di cuenta del silencio y abrí los
ojos. Él todavía estaba allí y estaba algo reprimido, como nervioso. Se tocaba
los brazos como si tuviera frío pero era una mañana de verano y no hacía nada
de frío. Le pregunté si él estaba mal por el trago que habíamos tomado y me
dijo que no era eso lo que le molestaba. Yo cerré los ojos de nuevo pero
entonces él me dijo que se sentía nervioso porque se daba cuenta de que, a
pesar de mi dolor de cabeza y de que había vomitado en el baño (cosa que yo no
sabía), había sido una de las mejores noches para él desde hacía tiempo. Yo, la
verdad, no pensé nada de ello en ese momento. Sus palabras no se me grabaron ya
que el dolor era intenso y solo quería alejarlo de mi.
Pero entonces, como de golpe, entendí lo que
había dicho. Abrí los ojos y lo miré y vi que había lágrimas en sus ojos. Me
dijo que todavía se sentía mal por lo que había pasado con mi mejor amigo y que
por eso la situación actual lo hacía sentirse todavía más raro y más culpable.
Yo le dije que el no tenía culpa de nada pero el me contó que, aunque yo estaba
muy borracho, no quería nada con él ni estaba buscando nada. Me dijo que él
inició todo con un beso y por eso todo había ocurrido. Le dije, de manera un
poco cruel, que yo no recordaba nada y que lo sentía mucho si eso lo hacía
sentir mal pero simplemente no recordaba nada. Entonces el se dio la vuelta y
me besó y por alguna razón yo le tomé la cara y nos quedamos así un buen rato.
Cuando nos separamos, le limpié las lágrimas y
el se acostó en mi pecho y me dijo que se sentía muy confundido. Todavía quería
a mi amigo pero decía que esa noche el sexo conmigo había sido excelente. Yo
sonreí, porque todos los hombres nos convertimos en idiotas cuando halagan
nuestro desempeño sexual. Y el sonrió también, con sus ojos algo húmedos, diciéndome
que era un idiota por sonreír. Le pasé
mi brazo por el pecho y lo abracé y solo cerré los ojos. Lo mejor fue que nos
quedamos dormidos y no soñamos con nada ni con nadie. Fue solo por un par de
horas pero creo que fueron las mejores horas que he dormido en mucho tiempo. De
alguna manera, dormido, seguía sintiendo su cuerpo.
Cuando despertamos, mi dolor de cabeza había
pasado hacía tiempo. En silencio, nos vestimos, nos besamos una última vez y me
acompañó a la puerta. Los otros seguían dormidos y yo, ya en el taxi, solo
podía pensar en él. Y lo haría por mucho tiempo más porque los próximos días
pondrían a prueba todo lo sucedido durante esas pocas horas.
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