Dormía y me despertaba. Dormía y me
despertaba. Era como sumergirme en una piscina y tener que saltar a otra
inmediatamente después, como una maratón que nunca termina. Mi cuerpo estaba
adolorido y mi mente no podía más. La situación era completamente extenuante y
no parecía tener fin. De hecho, no podía recordar cuando había empezado todo
pero lo que nunca olvidé era que había elegido apartarme de todo para poder
lidiar con mis demonios internos, conmigo mismo.
Era una casita pequeña, en la mitad de la
nada. Me la habían vendido por cualquier dinero, lo que tenía encima. Era todo
una sola habitación: la cama casi al lado de la estufa y un par de ventanas
para dejar entrar la luz exterior. Al estar ubicada en una zona de montaña, la
vista hacia fuera no era precisamente esperanzadora. La casita estaba ubicada
en la mitad de un terreno en declive en el que solo crecía el musgo y alguna
matita pequeña que trataba de ser más de lo que en realidad podía.
No había pasado mucho tiempo desde mi mudanza
cuando me atacó ese virus extraño. No sé si fue la comida o tal vez el hecho de
que la casita no había sido limpiada ni cuidada apropiadamente en varios años,
el caso es que en una horas, estaba tendido en la pequeña cama y no me sentía
capaz de moverme más de lo necesario. Al otro día, ni siquiera podía moverme
para ir “al baño”, una caseta desvencijada y triste que estaba en la parte
exterior de la casita propiamente dicha.
No voy a mentir: pensé que lo peor iba a
suceder. Podía jurar que sentía mis entrañas gemir de dolor y que las sentía
podrirse segundo a segundo. Era como si alguna especie de monstruo me estuviese
carcomiendo desde adentro. La sensación era horrible y cuando llevaron las
alucinaciones, la cosa se puso peor que antes. Ya no sabía que era verdad y que
no. Todo parecía real a mi alrededor pero, cuando lo pensaba dos veces, dudaba
de mi vista y de mis instintos más naturales.
Había ventanas de algunas horas, a veces
menos, en las que me sentía perfectamente bien. El cuerpo todavía adolorido y
no con muchas ganas de caminar, pero al menos era capaz de ir hasta la despensa
por algo de pan duro. El hambre que me daba en esos pequeños momentos de
lucidez era increíble. Era entonces que recordaba los platillos que había
disfrutado cuando vivía en mi casa, con mis padres. Lo había disfrutado todo y
ahora esos pensamientos llegaban a mi como para burlarse, como si no fuera
suficiente con sentir que el mundo se terminaba para mí.
Las alucinaciones fueron de mal a peor hacia
el cuarto día. No solo estaba visiblemente deshidratado y verdaderamente
enfermo, sino que me pasaba el día hablando con seres y objetos inanimados.
Recuerdo haber sostenido una muy interesante conversación con la tetera vieja
que usaba para calentar el agua con la que me duchaba. Obviamente no me había
lavado el cuerpo en días, pero la tetera insistía en que era una buena idea
para alejar la enfermedad del cuerpo. Yo quería hacerle caso pero al final la
ignoraba.
Fue al llegar la quinta noche de mi
enfermedad, cuando la puerta de la casita se abrió durante una tormenta. La
montaña acumulaba seguido bolsas de lluvia y era el primer lugar en el que
arreciaba la tormenta, al menos en esa región. En mis desvaríos, no sabía si la
tormenta era de verdad eso o si eran un par de titanes peleando afuera. Incluso
les pedí varias veces que se callaran, pues no me dejaban descansar. Fue en eso
que entro la sombra, sin que yo le pusiese mucha atención.
No sé porqué, pero esa noche dormí muchas
horas, tanto así que al despertar ya estaba bajando el sol de nuevo. Recuerdo
que no me moví de la cama pero sí sentí un olor muy particular en el aire. Era
un aroma que no había olido desde hacía mucho tiempo. Una ola de calor recorrió
mi cuerpo, haciendo sentir de verdad vivo por un breve momento. Era increíble
que el olor del chocolate fuese capaz de dar vida, al menos de manera
momentánea. Volví a dormir, con una sonrisa en la cara.
Cuando desperté, la sombra me tenía en su
regazo. Me había cubierto con una manta más gruesa que la que tenía en la casita
y me sostenía como si fuera un bebé. Quise reírme y, por un tiempo, creí
haberlo hecho. Sin embargo, ahora lo pienso y estoy seguro que estaba tan débil
que no habría podido reír si lo hubiese querido. En todo caso, sentí que de
alguna manera la situación había mejorado, sobre todo cuando la sombra me
ofreció chocolate caliente y lo tomé a sorbos, sin más.
La sombra estuvo conmigo varios días, no sé
cuantos con exactitud. Me daba de tomar más chocolate y también comida como
queso y pan, pero que sabían frescos y me hacían recordar lo fantástico que
podía ser comer. La sombra también cantaba o al menos hacía algo que se le
parecía bastante. El caso es que me hacía sentir seguro, como si nunca nada
pudiera salir mal. En mis momentos de lucidez, sin embargo, ella nunca estaba.
Era como si supiera que debía desaparecer para dejarme mejorar por mi mismo. Me
gusta esa sombra, tan cariñosa y respetuosa.
Al pasar los días, los momentos que tuve con
la sombra se hacían cada vez más escasos. Por algún milagro de la naturaleza,
empecé a mejorar notablemente. Ella venía cada vez menos y creo que incluso
alguna vez la escuché hablar. Su voz, o lo que creo que era su voz, era
profunda pero hermosa al mismo tiempo. También recuerdo haber tocado su rostro
cuando estaba algo ido y lo único que puedo decir es que sonreí al sentirlo en
mi mano, como si supiera quién era.
Un día, de la nada, dejó de aparecer. Yo ya
había mejorado y, en poco tiempo, estuve de pie y de vuelta a los trabajos
diarios para evitar morirme de hambre. Casi me desmayo al ver que la sombra no
había sido un producto de mi imaginación, pues mi alacena estaba llena de
productos frescos y el pequeño cambo en el que sembraba vegetales estaba
creciendo de una manera vertiginosa. Sabía que se lo debía a ese ser oscuro, a
esa sombra que me había cuidado por tanto tiempo.
Mejoré mucho y con el tiempo incluso bajé al
pueblo y me hice ver de un doctor de verdad. Me dijo que lo que había tenido
era grave y que le sorprendía verme vivo del todo. El doctor me revisó muy bien
y me sorprendió al anunciar que había encontrado marcas de inyecciones en mis
nalgas. Por lo que él podía concluir, solo me habían inyectado dos veces pero
al parecer el medicamente utilizado había sido suficiente para combatir la
enfermedad. Eso, y los especiales cuidados de la sombra.
A él no le dije nada de la sombra, porque
sabía que no entendería o que creería que me había enloquecido a causa de la
enfermedad. Quería hablar con alguien acerca de la persona que me había salvado
la vida, pues con cada hora que pasaba estaba más que seguro que no era un
producto de mi imaginación sino que se trataba de un ser real, de carne y
hueso. Mientras araba el campo o cuando hacía chocolate caliente, pensaba en la
sombra y deseaba poder estar con ella de nuevo.
Sin embargo, nunca regresó. Nunca recibí un
mensaje escrito ni una señal de que alguien se acordaba de mí. Solo tenía los
recuerdos de lo ocurrido y nada más. Sin embargo, me negaba a pensar que todo
había estado en mi mente o que me habían abandonado.
Pero, con el tiempo, tuve que aprender que tal
vez eso era precisamente lo que había ocurrido. Tal vez había sido alguien que
me había amado, alguien que quería cuidar de mi una última vez. Tuve que
aprender a olvidar y a dejar ir, lentamente, el recuerdo de su voz y su tibia
piel.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario