Antes de aterrizar, solo vi un gran parche
de selva y montañas a lo lejos. Antes de eso tenía los ojos cerrados, pues el
cansancio me había vencido. La nave había tomado un desvío a causa de una
explosión estelar imprevista, y el viaje se había alargado un par de días más.
Por mucho que se pudiera viajar, a veces parecía no ser suficiente. Cosa que no
me importaba puesto que el trabajo me tenía sometido, cansado, con cada musculo
gritando en agonía y mi mente pidiendo dormir al menos una hora más.
El viaje fue lo único que me dio esas horas
extra de sueño que tanto necesitaba. Siempre decían que dormir era una
excelente idea en esos viajes largos pero nunca lo había probado yo mismo y me
alegró confirmar que era exactamente así. La joven asistente de vuelo que me
había ayudado a quedar dormido, a través de una mascarilla especial, me saludó
con una sonrisa y preguntó si alguien vendría por mi al aeropuerto. Le dije que
no estaba seguro pero que encontraría mi camino.
El planeta todavía no tenía grandes ciudades
ni muchos sitios adónde ir, así que el único centro poblado era mi destino. Si
mi compañía no había enviado a nadie, no era un problema. Perfectamente podría
tomar un transporte local y ojalá llegar a un hotel para ducharme y descansar
otro poco. Creo que la gente subestima lo bueno que es no hacer nada y solo
echarse en la cama. Caminando por la plataforma, bajo un sol muy brillante,
tuve la sensación de haber llegado a la mismísima selva amazónica.
Pero no, estaba a millones de kilómetros de allí.
Mi pensamiento, sin embargo, era completamente válido. Detrás del edificio del
aeropuerto, bastante modesto, había una selva enorme, con árboles tan altos
como rascacielos. Me pregunté si la zona del aeropuerto siempre había estado
sin árboles pero pronto me di cuenta de que la pregunta era un poco inocente,
incluso estúpida. En la terminal recogí mi equipaje, una sola maleta, y al
cruzar la entrada vi como una mujer más joven que yo saltaba y saludaba con un
letrero en la mano.
En el cartón estaba escrito mi nombre, por lo
que me le acerqué lentamente. Me dijo que trabajaba para mi compañía y que
había sido enviada para recogerme y llevarme a mi alojamiento. Le agradecí su
entusiasmo y caminamos al vehículo, un jeep rojo al que subimos mi maleta y nuestros
traseros. En poco tiempo estuvimos recorriendo la carretera que bordeaba la
selva, nunca penetrándola por ninguna parte. Le pregunté si de ella no salían
animales ni nada parecido y me dijo que desde la construcción del aeropuerto,
no se acercaban mucho a la carretera.
Media hora después, cuando ya el viento cálido
había cambiado mi peinado por completo, se vieron las primeras casitas del
único asentamiento humano del planeta. Estaba ubicado alrededor de un río, que
cruzamos por un puente lleno de vehículos y gente. Me pareció una escena algo
triste, pues nunca pensé que después de viajar una distancia tan larga, llegara
a ver lo mismo: humanos irrespetando su entorno y haciéndolo todo casi siempre
más feo de lo que era con anterioridad.
Mi hotel estaba
sobre la margen del río. La arquitectura era mi particular: parecía una de esas
pagodas japonesas, en escala real. La recepcionista era japonesa también, así
como el chico que llevó mi maleta a la habitación. Una vez allí, me di cuenta
de que el hotel era de hecho un “ryokan”, o un hotel de estilo japonés. No
pregunté a la chica del jeep la razón de ese alojamiento pero sí cuando debía
ir con ella a las oficinas centrales a comenzar mi parte en todo el asunto. Se
le medio borró la sonrisa al instante.
Sentía mucho decirme que solo tenía unos
veinte minutos para descansar, puesto que le había encomendado llevarme lo más
pronto posible a las oficinas. Ella les había dicho, según ella misma, que eso
sería cruel puesto que nadie llega mi descansado de semejante viaje tan largo.
Así que los convenció de darme algo más de tiempo, que ella aprovecharía para
ir a la oficina de correos por algunos paquetes que tenía que recoger. Cuando
volviera, yo iría con ella. Se disculpó pero le dije que no había problema.
Apenas salió de la habitación, entré al baño y
me desnudé. Me miré en el espejo como si jamás me hubiese visto a mi mismo en
uno. Estaba sudando, varias gotitas adornaban mi frente. Mi cuerpo se veía
diferente, más delgado tal vez. ¿Sería una consecuencia del viaje? Pues no me
molestaba si así era. Entré a la ducha y estuve allí diez de los minutos más
relajantes que había tenido en memoria reciente. El agua fría calmaba mi cuerpo
y mi mente. Podía pensar mejor ahora, con las ideas frescas.
Tuve el tiempo justo para ponerme otra ropa y
mirarme una vez más en el espejo. Apenas bajé a la recepción, vi a la chica del
jeep preguntando por mí en la recepción. La mujer japonesa le hizo un
reverencia y ella le dijo algo en japonés que yo sabía significaba “gracias”.
Nos subimos al vehículo y en muy poco tiempo estuvimos frente a un edificio
blando, de unos veinte pisos, que se ubicaba en la margen de la selva. En el
aire había un olor muy particular que no había olido en años. No lo veía, pero
sabía bien que el mar no podía estar muy lejos de aquél edificio.
Como siempre, saludé y sonreí más de la cuenta
en un lapso de tiempo bastante corto. Agradecí tener a la chica del jeep
conmigo todo el tiempo, puesto que ella era la única que me decía quién era
quién y qué era lo que hacía. Por alguna razón, todo el mundo parecía demasiado
ocupado para hablar más de dos palabras. Eventualmente subimos al último piso y
ella me dirigió a una gran oficina toda adornada con objetos blancos y
cromados. Me dijo que el gran jefe no demoraría y que lo esperara allí. Ella
salió.
Mientras esperaba, me acerqué a la gran
ventana que había a un lado del escritorio del jefe. Se podía ver a la
perfección la selva en todo su esplendor. Era fascinante como, a lo lejos, se
veían árboles tan altos como el edificio en el que estaba en ese momento. Era
una vista hermosa y, irremediablemente, pensé de nuevo en la gran cantidad de
árboles que habría que talar para hacer semejante edificio. Y muchos más para
construir el pequeño pueblo que, tarde o temprano, crecería para ser una gran
ciudad.
Salí de mis pensamientos cuando vi algo salir
de entre la selva. Era parecido a un ave, o eso pensé al comienzo solo porque
vi sus alas. Parecía no poder moverse bien y apenas mantenerse a flote. Estaba
lejos pero acercándome más al vidrio pudo ver que le gruñía a algo debajo, algo
que estaba en la selva. Viéndolo de más cerca me di cuenta de que parecía más
un murciélago que un ave común y corriente. Las alas eran delgadas, sin plumas.
Su cara era horrible, algo inexplicable. No podría.
Entonces algo saltó de la selva, algo enorme,
y mordió al murciélago gigante. Un momento después, ya no había nada en el
cielo, ni en ningún lado. Me di la vuelta, pues sentí justo entonces que
alguien me miraba y tenía razón: era el gran jefe de las oficinas locales. Era
mi subordinado, un hombre que yo mismo había elegido para este emprendimiento
tan complicado. Sin embargo, lo que acababa de ver, cambiaba por completo mi
perspectiva de lo que estábamos haciendo allí y la manera en la que lo hacíamos.
“¿Porqué nunca
se me informó?”, le pregunté. Él dijo que sabían mantener a las bestias
alejadas. Además, ellas no parecían tener interés alguno en los seres humanos o
en sus actividades en el planeta. Pero yo no estaba tan seguro, había algo que
no me gustaba respecto al “murciélago” y no era su aspecto.
Le pedí que me entregara los informes más
recientes y que convocara una reunión urgente. Él ya había pensado en eso, dijo
que ya me esperaban en una sala cercana. Antes de salir de allí miré a la selva
y no vi nada. Pero tuve mucho miedo, muchas dudas.
Muy bueno
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