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sábado, 30 de enero de 2016

El cuento de Xan Xi

   El caballo galopaba casi sin toca el suelo. Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era solo una bebé.

 Xan Xi era la hija de uno de los hombres más poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino. Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado y listo para cualquier misión.

 Sin embargo, sus padre y los demás hombres todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.

 El peor momento para la joven princesa fue el anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento. Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le impedirían ser feliz.

 No planearía nunca escapar de su compromiso, pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era casi imposible.

 Su madre estaba feliz arreglando todo lo debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse obligada.

 En las noches, después de ir con su madre a comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su herencia a su favor.

 Con frecuencia le pedía a su padre que la dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser malo para ella, por ser mujer.

 Ese día solo se sentó al solo en el jardín y alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que hacían de ella en los veranos.

 Se alegró una noche que su doncella, más temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse cuenta.

 Salió de la habitación y vio que su doncella estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.

 Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar. Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era la guerra.

 La palabra hizo llorar a su madre y a su padre lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y caballos e incluso explosivos.

 La joven aprovechó el caos para escabullirse a la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una fortaleza no tendrían oportunidad.

 Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar. Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas, planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no dejaban entrar a nadie, ni mensajes.

 Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes. Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre a medio camino hacia el norte.

 Él se negó pero ella lo único que hizo fue coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.


 Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Cosas que hacer

   Apenas giré la llave, el agua me cayó de lleno en la cara. Di un salto hacia atrás, casi golpeando la puerta corrediza de la ducha, porque el agua había salido muy fría y después se calentó tanto que me quemó un poco la piel. Cuando por fin encontré la temperatura correcta, me di cuenta que mi piel estaba algo roja por los fogonazos de agua caliente.

Me mojé el caballo lentamente y cuando me sentí húmedo por completo tomé el jabón y empecé a pasarlo por todo mi cuerpo. Mientras lo hacía, me despertaba cada vez más y me daba cuenta de que mi día no iba a ser uno de esos que me gustaban, en los que me duchaba tarde porque dormía hasta la una de la tarde y después pedía algo a domicilio para comérmelo en la cama. Esos días eran los mejores pues no necesitaban de nada especial para ser los mejores.

 Pero ese día no sería así. Eran las nueve de la mañana, para mi supremamente temprano, y tenía que salir en media hora a la presentación teatral de una amiga. Se había dedicado al teatro para niños y por primera vez la habían contratado para una temporada completa así que quería que sus mejores amigos estuvieran allí para apoyarla.

 Me cambié lo más rápido que pude y me odié a mi mismo y al mundo entero por tener que usar una camisa y un corbatín. Me miré en el espejo del baño y pensé que parecía un imbécil. La ropa formal no estaba hecha para mi. Me veía disfrazado y sabía que cualquiera que me mirara detectaría enseguida que yo jamás usaba ni corbatas, ni zapatos negros duros, ni corbatines tontos ni camisas bien planchadas.

 Salí a la hora que había pensado pero el bus se demoró más de la cuenta y cuando llegué ya había empezado la obra. Menos mal se trataba de Caperucita Roja y Cenicienta, y no de alguna obra de un francés de hacía dos siglos. Mi lugar estaba en uno de los palcos, abajo se veía un mar de niños que estaban atontados mirando la obra. Era entendible pues había también títeres y muchos colores, así que si yo tuviera seis o siete años también hubiera puesto mucha atención.

 Cuando se terminó la primera obra hubo un intermedio. Aproveché para buscar a mi amiga en los camerinos pero el guardia más delgado que había visto jamás me cerró el paso y me trató que si fuera indigno de entrar en los aposentos de los actores. Le expliqué que era amigo de tal actriz y que solo quería saludarla y entonces me empezó a dar un discurso sobre la seguridad y no sé que más. Así que me rendí. Compré un chocolate con maní y regresé a mi asiento para ver la siguiente obra.

 Cuando terminó, llamé a mi amiga y le dije que la esperaría afuera. No esperaba que tuviese mucho tiempo para mi, pues era su día de estreno, pero me sorprendió verla minutos después todavía vestida de una de las feas hermanastras. Fuimos a una cafetería cercana a tomar y comer algo y ella me preguntó por mis padres y por Jorge. Yo solo suspiré y le dije que a todos los visitaría ese día, después de hacer un par de cosas más. Ella me tomó una mano y sonrió y no dijo más.

 Nos abrazamos al despedirnos y prometimos vernos pronto. Apenas me alejé, corrí hasta una parada de bus cercana y menos mal pasó uno en poco tiempo. Tenía el tiempo justo para llegar al centro de la ciudad donde tendría mi examen de inglés. No duraba mucho, solo un par de horas. Era ese que tienes que hacer para estudiar y trabajar en país de habla anglosajona. El cosa es que lo hice bastante rápido y estaba seguro de que había ido estupendamente.

 Salí antes para poder tomar un autobús más y así llegar a casa de mi hermana con quién iría más tarde a visitar a mis padres. Con ella almorcé y me reí durante toda la visita. Mi hermana era un personaje completo y casi todo lo que decía era sencillamente comiquísimo. Incluso sus manierismos eran los de un personaje de dibujos animados.

 Había cocinado lasaña y no me quejé al notar que la pasta estaba algo cruda pero la salsa con carne molida lo compensaba. Allí pude relajarme un rato, hasta que fueron las tres de la tarde y salimos camino a la casita que nuestros padres habían comprado años atrás en una carretera que llevaba a lujosos campos de golf y varios escenarios naturales hermosos.

 Cuando llegamos, mi madre estaba sola. Mejor dicho, estaba con Herman, un perro que tenía apariencia de lobo y que siempre parecía vigilante aunque la verdad era que no ladraba mucho y mucho menos perseguía a nadie. Herman amaba recostarse junto a mi madre mientras ella veía esas series de televisión en las que se resuelven asesinatos. Seguramente las había visto todas pero aún así seguía pendiente de ellas como si la formula fuese a cambiar.

 Mi padre estaba jugando golf pero no se demoraría mucho. Hablamos con mi madre un buen rato, después de que nos ofreciera café y galletas, unas que le habían regalado hace poco pero que no había abierto pues a ella las galletas le daban un poco lo mismo. Me preguntó de mi examen de inglés y también de Jorge, de nuevo. Le dije que todo estaba bien y que no se preocupara. Miré el reloj y me di cuenta que casi eran las cinco. A las siete debía estar de vuelta en mi casa o sino tendría problemas.

 Me olvide de ellos cuando mi padre entró en la casa con su vestimenta digna de los años cincuenta y su bolsa de palos. Lo saludamos de beso, como a él le gustaba, y tomó su café mientras nos preguntaba un poco lo mismo que habíamos hablado con mi madre. Mi hermana hizo más llevadera la conversación al contarles acerca de su nuevo trabajo y del hombre con el que estaba saliendo. Al fin y al cabo era algo digno de contar pues se había divorciado hacía poco y esa separación había significado su salida definitiva del trabajo que tenía antes.

 Apuré el café y a mi hermana cuando fueron las seis. Nos despedimos de abrazo y prometí volver pronto. Lo decía en serie aunque sabía que luchar contra mi pereza iba a ser difícil. Pero necesitaba conectarme más con ellos, con todos, para poder salir adelante. No solo debía caer sino también aprender a levantarme, y que mejor que teniendo la ayuda de las personas que llevaba conociendo más tiempo en este mundo.

 Volvimos en media hora. Mi hermana me dejó frente a mi edificio. Le prometí también otro almuerzo pronto e incluso ir a ver la película de ciencia ficción que todo el mundo estaba comentando pero que yo no había podido ver. Ella ya la había visto con amigas pero me aseguró que era tan buena que no le molestaría repetir.

 Subí con prisa a mi apartamento. Tuve ganas de quitarme toda esa ropa ridícula pero el tiempo pasó rápidamente con solo ir a orinar. A las siete en punto timbró el celador y le dije que dejara pasar al chico que venía a visitarme. Cuando abrí la puerta, lo reconocí al instante y le pagué por su mercancía. Se fue sin decir nada, dejándome una pequeña bolsita, como si lo que me hubiese traído fuesen dulces o medicamentos para el reumatismo.

 Abrí y vi que todo estaba en orden. Dejé la bolsa en el sofá y salí de nuevo. Tenía tiempo de ir caminando a la funeraria donde velaban a un compañero de la universidad con el que había congeniado bastante pero no éramos amigos como tal. Yo detestaba ir a todo lo relacionado con la muerte pero me sentí obligado cuando la novia del susodicho me envió un mensaje solo a mi para decirme lo mucho que él siempre me había apreciado.

 Yo de eso no sabía nada. Jamás habíamos compartido tanto como para tener algo parecido al cariño entre los dos. A lo mucho había respeto pero no mucho más. Me quedé el tiempo que soporté y al final me quedé para rezar, aunque de eso yo no sabía nada ni me gustaba. Cuando terminaron, me despedí de la novia y me fui.

 Otro autobús, este recorrido era más largo. Al cabo de cuarenta y cinco minutos estuve en un gran hospital, con sus luces mortecinas y olor a remedio. Mi nombre estaba en la lista de visitantes que dejaban pasar hasta las diez y media de la noche y, afortunadamente, tenía una hora completa para ello.

 Seguí hasta una habitación al fondo de un pasillo estrecho. Antes de entrar suspiré y me sentí morir. Adentro había solo una cama y en ella yacía Jorge. No se veía bien. Tenía un tapabocas para respirar bien y estaba blanco como la leche y más delgado de lo que jamás lo había visto. Al verme sonrió débilmente y se quitó la mascara. Yo me acerqué y le di un beso en la frente.

 Me dijo que me veía muy bien así y yo solo sonreí, porque sabía que él sabía como yo me sentía vestido así. Le comenté que había comprado la marihuana que le había prometido y que la fumaríamos juntos apenas se mejorara, pues decían que el cáncer le huía. El asintió pero se veía tan débil que yo pensé que ese sueño no se realizaría.


 Le toqué la cara, que todavía era suave como la recordaba y entonces lo besé y traté de darle algo de la poca vida que tenía yo dentro. Quería que todo fuese como antes pero el sabor metálico en sus labios me recordaba que eso no podía ser.