Apenas entró en la habitación, empujó la
puerta con uno de sus pies y se dejó caer en la cama. Estaba muy cansado. No
supo como hizo para incorporarse, quitarse toda la ropa y acostarse debajo de
las mullidas sabanas. Durmió por casi ocho horas, sin soñar nada o al menos sin
recordarlo. La luz del sol se filtraba por entre la persiana pero ni eso fue
capaz de despertarlo. Lo bueno era que era sábado y no habría nada que hacer
excepto relajarse y descansar de una semana de estudio.
Cuando por fin se despertó eran casi las tres
de la tarde. Aunque en un principio se sobresaltó por ello, se calmó
rápidamente al recordar que no tenía nada que hacer y que el tiempo en verdad
no había sido perdido, pues en verdad necesitaba dormir varias horas y por fin
lo había hecho. El proyecto de su posgrado lo había mantenido despierto casi
todas las noches de la semana anterior, por lo que era apenas justo recibir un
poco de descanso y diversión a cambio del esfuerzo.
Apenas abrió los ojos, lo único que hizo fue
darse cuenta de que no sabía muy bien como había llegado a su casa. Por
supuesto sabía muy bien donde había estado toda la noche. El sitio era más o
menos cerca, así que caminar no debería haber supuesto un gran peligro. Fuera
de eso, esa ciudad era mucho más tranquila y segura que su ciudad natal, que no
veía hacía varios meses. Había venido a estudiar por un año y ya se había
amoldado a la vida local, sin mayores inconvenientes.
Nadie lo iba a oír decir nada de esto, pero la
verdad era que sentía que podría llegar a vivir en un sitio así. Tenía rincones
apacible como parques y plazas pero también avenidas llenas de comercio y con
gente por todos lados. Tenía callejones que explorar y grandes estructuras que
atraían a miles de turistas cada día. El mar y la montaña estaban a la misma
distancia desde su casa y el calor del verano era intenso y con brisa y el
invierno era suave pero se hacía sentir con cierto carácter.
Además, estaba el hecho de que allí no sentía
cuatro mil ojos encima viendo todo lo que él hacía a cada momento. Podía ir a
los sitios que quisiera, comprar lo que se le apeteciera (considerando el
precio) y simplemente vivir la vida que él eligiera. El único inconveniente era
que todo eso lo estaba haciendo con dinero de sus padres puesto que él jamás
había ganado una sola moneda por nada que hubiese hecho. Se había concentrado
en ser un adolescente en el colegio y en la universidad se esforzó por aprender
y obtener buenas calificaciones.
Sin embargo, cuando todo lo que tiene que ver
con estudios terminó, se dio cuenta de que no tenía experiencia alguna en el
mundo laboral. Por unos meses buscó empleo pero no hubo nadie que se interesara
en alguien que solo había estudiado una carrera universitaria y sabía hablar en
tres idiomas. Esa fue la razón para que saliera de su casa por primera vez e
hiciera lo mismo que estaba haciendo ahora: estudiar en otro país. Quiso hacer
más que eso pero al parecer allí tampoco necesitaban a uno como él.
Ahora estaban en la segunda ronda de sus
estudios de posgrado. Había elegido una ciudad diferente a la suya y diferente
a la otra en la que había vivido. Y sí, se sentía bien y le gustaba lo que
estaba estudiando. Pero, de nuevo, nadie parecía interesado en contratarlo para
nada. Todos los días enviaba entre diez y veinte hojas de vida a diferentes
empresas. Lo hacía en la mañana, antes de salir para clase. Si acaso recibía un
par de respuestas diciendo que por ahora no estaban buscando personal.
La búsqueda se había intensificado en días
recientes, pues cada vez más se acercaba la fecha del final de sus estudios y,
por consecuente, el regreso a casa. Eso lo tenía pensando mucho puesto que una
parte de él ansiaba volver a su ciudad natal y ver a sus padres, amigos y
demás. Quería hablar con ellos y escuchar lo que no le contaban por video
llamada. Los quería cerca de nuevo
porque aquello le brindaba algo así como una protección especial, un lugar
seguro en el mundo.
Pero otra parte de su ser pensaba que lo mejor
era quedarse allí, en una ciudad que había sido amable con él y le había
mostrado que su vida podría ser algo mucho mejor de lo que siempre había
imaginado. Había aprendido mucho de si mismo allí, y quedarse podría significar
el descubrimiento de muchas cosas más y la realización personal que tanto
buscan todos los seres humanos. Era una opción que no podía dejar de lado y que
consideraba con cada currículo enviado por correo electrónico.
Sin embargo, todo dependía de ese maldito
puesto de trabajo que parecía evitarlo a toda costa. Había estudiado y bastante
durante su vida. Pero pronto se dio cuenta que eso en el mundo laboral no vale
nada, a menos que ya se haya empezado a escalar la escalera que llaman del
éxito. Con cada día que pasaba, con cada momento en el que pensaba en sus
opciones, se iba dando cuenta de que esa escalera se alejaba más y más de él.
Incluso un día se aseguró a si mismo que jamás sería nadie más de lo que ya
era: un simple tonto sin nada que ofrecer a nadie.
Las cosas pasaron más o menos como él lo había
imaginado: llegó el día de la presentación del proyecto de posgrado y fue mucho
más sencillo de lo que pensaba. No le importaban las calificaciones ni nada por
el estilo, solamente pasar ese obstáculo y por fin estar del otro lado. Ese día
fueron todos los alumnos a beber algo y tuvo una sensación que ya había tenido
varias veces cuando estaba con un grupo de personas: la sensación de estar solo
en el mundo, de no tener nada en que sostenerse.
Poco después, compró el billete de avión para
volver a su ciudad. Eso sellaba su destino inmediato. Había fracasado en sus
intentos por hacer algo y por ser alguien. Sabía muy bien que la gente lo
juzgaría, por no haber hecho suficiente, por haber sido un flojo que en verdad
no quería nada más sino quedarse sentado frente a un computador todos los días.
Al volver a casa, descubriría que todo esto no solo estaba en su cabeza, sino
que de hecho pasaría a ser algo clave en el siguiente año de su vida.
Cuando llegó, no hizo nada. Estaba abatido y
por primera vez en su vida no veía un camino claro a seguir. Ya se le habían
acabado los caminos y solo podía seguir adelante, así lo que tuviera enfrente
fuesen solo sombras y una oscuridad horrible. Sus padres no decía nada y nunca
supo si eso era bueno o malo. Al menos no hasta que su padre empezó diciendo
cosas, indirectas, pero que eran más claras que el agua. ¿Y que podía hacer?
Nada más sino empezar a buscar empleo de nuevo.
Así pasó más de un año, buscando y buscando,
enviando sus datos personales a miles de lugares, hablando con personas que
pudiesen saber de alguien que pudiera ayudarlo. Pero nada de eso surtió efecto.
Nadie ayuda a nadie en este mundo, al menos no en el mundo laboral, sin esperar
algo a cambio. Ya con casi treinta años y sin experiencia laboral, las personas
empezaban a verlo como un flojo, un bueno para nada que había perdido su tiempo
y que no tenía nada para probar que servía de algo.
No lo decían pero estaba claro que era lo que
pensaban. El rechazo casi diario se volvió en una costumbre. También el hecho
de que sus amigos dejaron de serlo, apoyados en los cambios que todos habían
vivido, excusas flojas que no escondían bien las razones reales.
Él siguió haciendo lo mismo. Día tras día, con
una sombra sobre su cuello que le susurraba ideas al oído, cada una más
peligrosa y sórdida que la anterior. Lo ignoraba pero podría llegar un momento
en el que eso sería imposible. Pero esa es la historia que hay. La mía.